Aguas turbulentas - Pilar Eyre
Aguas turbulentas - Pilar Eyre
Juan Carlos, 30 años esperando, 40 reinando, 6 cayendo y 4 exiliado.
El 3 de agosto de 2020 Juan Carlos comunicó a su hijo y a todos los ciudadanos que se iba de España. No ha vuelto. ¿Regresará algún día?
Aguas turbulentas - Pilar Eyre
La tarde horribilis de Letizia, sus hijas y su suegra en Mallorca.
Una salida desafortunada.
Aguas turbulentas - Pilar Eyre
Lástima que los Juegos Olímpicos sean solo cada cuatro años! Este pensamiento debe haber pasado por la cabeza de Felipe, Leonor, Sofía y sobre todo Letizia. Porque este año, gracias a los Juegos, la reina ha podido escaquearse de su “veraneo” en Mallorca, sin necesidad de inventarse tareas en Madrid o excusas indemostrables para acortar su estancia al lado de su suegra y con la posibilidad, ¡horror!, de que aparezca por allí alguna de sus aborrecidas cuñadas. “¡Me voy a los Juegos!” le gritó el martes a Felipe y se fue a París, donde se entregó en cuerpo y alma a apoyar a nuestra selección. Waterpolo, atletismo, tenis, baloncesto... en todas partes se mostró tal como es ella en realidad, lejos de toda la parafernalia protocolaria y el malhumor que le provocan las situaciones incómodas: alegre, bromista, llena de energía, divertida. ¡Ni siquiera le dolían los pies!
Sin tutelas, sin cargas, sin marido, sin suegra... Con unas gafas clásicas de los años 60, que se han agotado en todas las tiendas, vestida con camisetas de manga corta y pantalones vaqueros, con los brazos en jarras, riendo a carcajadas o apretando los puños para animar a las jugadoras, Letizia, libre y ligera de equipaje como las hijas de la mar, como decía Antonio Machado, ha conquistado a todos los ciudadanos.
¿Y qué decir de Felipe? Se ha colocado sus bermudas descoloridas, su gorrita y esos polos viejos que año tras año guardamos en nuestra casa de la playa para dedicarse en cuerpo y alma a su afición favorita: navegar. “Yo no puedo explicarme a mí mismo sin el mar”, decía su abuelo, viejo marino con anclas tatuadas en los brazos. “El mar me da paz y energía a la vez”, declaraba su padre que aún hoy, a los 86 años, continúa regateando. Pero Felipe hasta ahora debía arañar algunos días sueltos para conseguir navegar, ya que ni su mujer ni sus hijas son aficionadas a la vela.
Lejos quedaban aquellos veraneos de dos meses con sus primos y amigos íntimos que hacían protestar a su padre, “¡Marivent parece un hotel!”. Así pues, esta semana, “soltero” en Mallorca, Felipe ha estado en la gloria. Salidas en barco mañana y tarde para entrenar, cenas con amigos discretos, retomar viejas amistades... La imagen de Felipe cantando ‘Un barco llamado libertad’ de José Luis Perales en el Club Náutico dice mucho de sus sentimientos, nunca lo hemos visto tan divertido y natural al lado de su mujer, ni hemos advertido entre ellos la complicidad que tiene con su grupo.
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¿Y qué decir de doña Sofía? Después de desplazarse con el Falcon a Grecia para despedir a su primo Miguel, ha regresado a Mallorca rápidamente para tener a su amado hijo para ella sola. Incluso se embarcó en un buque de la armada para seguir la regata de su hijo, algo que no hacía desde hace seis años, se supone que para no opacar a su nuera. Hasta hablaron por teléfono de barco a barco, algo un poco absurdo ya que teóricamente conviven en el recinto de Marivent, pero que no deja de ser un detalle cariñoso.
El rey y su equipo quedaron segundos con el Aifos, pero a ella le daba igual porque su Felipe es el primero en todo. Decían que se la notaba triste, pero yo la he visto absolutamente feliz, tanto como en los años remotos en los que posaba con su adorado hijito y decía con gesto arrebatado, “¡estoy enamorada de él!”. En esta semana en que Letizia les ha dado libre, madre e hijo seguramente han compartido muchos momentos entrañables, hablando en inglés, por supuesto.
¿Y Leonor y Sofía? ¡Pues lo mismo! ¡Agradeciendo al barón de Coubertin que se le haya ocurrido crear en 1896 los Juegos Olímpicos modernos! Porque después de pasárselo genial en París, asistir a las pruebas de waterpolo, natación, hockey, balonmano y pimpón y dar esa deliciosa y espontánea imagen de chicas normales que tantos corazones se han ganado, se han podido retirar discretamente a ese territorio que suele llamarse vida privada. ¿Han estado con sus novios respectivos? ¿En Mallorca o en Madrid? ¿Han sido invitadas a casa de algunos amigos? ¿Han pasado unos días quizás con su familia materna? No lo sabemos, pero cuando la reina las relevó en París, dejamos de preguntarnos por su abrupta desaparición.
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El sábado por la noche, en Ses Voltes, Felipe entregó los trofeos del Premio de Vela Mapfre en solitario, aunque Letizia hubiera podido acudir perfectamente ya que había abandonado París, pero en lugar de dirigirse a Mallorca prefirió irse a Madrid. Con la camisa desabrochada dos botones, bronceado, sonriente, el rey provocó que alguna fan enfervorecida le gritara “¡guapo!” Posó con los miembros de su equipo, casi todos militares, entre los que hay dos mujeres, y después disfrutó de la calurosa noche palmesana con algunos amigos. Claro que esta familia distendida, fresca y moderna que ha asombrado al mundo, se convirtió en otra en la cena del domingo en el restaurante Mía, en el puerto de Palma. Volvimos a ver a Letizia tensa y seria, Leonor y Sofía empujaban innecesariamente las sillas de unas personas que apenas deben conocer y tratar, mientras un Felipe severo y ceñudo daba el brazo a su madre. Doña Sofía tiene muchas tablas en eso de las situaciones incómodas y era la única que sonreía, imperturbable, como siempre. Las medallas de oro ganadas estos días atrás por la familia real con todo merecimiento, se convirtieron en bronce en tan solo una noche por culpa de Dios sabe qué.
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Irene, la triste sombra de la reina Sofía. Princesas segundonas (4)
Había una norma no escrita que debía respetarse, "no dar demasiada importancia a la hermana de la reina".
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¡Misterios sin resolver! ¿Es Anna Anderson la gran duquesa Anastasia de Rusia?
Fue una historia que duró decenas de años, el culebrón real con el que nos criamos las personas de mi generación. Lo tiene todo: misterio, codicia, mentiras, secretos, joyas, y un final inesperado.
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Carlos Goyanes Perojo era, a finales de los años sesenta, el chico más popular de todo Madrid. Guapo, moderno, un hippy soñador, mal estudiante, bohemio, trabajaba en la productora familiar y era relaciones públicas de la discoteca Gitanillos. Pero el famoso de verdad era su abuelo, el legendario productor Benito Perojo, considerado el padre del cine español. Ingeniero por Londres y París, multimillonario gracias a sus ingenios en Cuba, fue dueño del primer Rolls-Royce que se vio en Madrid y de la mejor casa de la Moraleja. Me cuenta el no menos legendario Julio Ayesa, que iba al Colegio Alemán con los hermanos mayores de Carlos, “en la casa de su abuelo había criados de guante blanco y chaquetilla de rayas y te podías encontrar a Sara Montiel o Deborah Kerr, hablaba francés e inglés como un nativo, y tenía las paredes llenas de obras de arte”.
"Nena”, su única hija, se casa con un empleado suyo, Manolo Goyanes, que pronto instala productora propia. La familia vive en la calle María de Molina número 5, en el mismo edificio de Isabelita Garcés y Lola Flores. Carlos, el tercero de los hijos, a pesar de su rebeldía y sus horarios nocturnos no quiere independizarse. No tiene ningún interés porque en la casa familiar está quién más le interesa: Pepita. Pepa Flores, a la que todo el mundo conoce como Marisol. Goyanes la ha convertido en la niña más famosa de España y ella lo ha hecho millonario. Para tenerla más controlada, se la ha llevado a vivir con ellos.
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Pepa y Carlos “se gustan” desde que son casi niños. Y la convivencia hace que tengan relaciones muy pronto, adolescentes aún. Pero a escondidas, nadie lo sabe, ni la propia familia ¡el mito de la virginal niña Marisol no podía venirse abajo! Pasada su época de estrella infantil, se le atribuyen algunos inofensivos romances, con Junior, Sebastián Palomo Linares, Paul Anka, Ramón Arcusa.... Incluso el bailarín Antonio me contó que, rodando la película ‘La nueva cenicienta’, Marisol le había pedido que la raptara y se casara con ella, porque quería librarse de la tutela de los Goyanes. Aunque todas estas historias eran rápidamente desmentidas, Carlos se moría de celos y reñían, hasta que al final la situación entre los dos se hizo tan evidente e insoportable que el padre tuvo que resignarse. Al fin y al cabo, piensa, es hora de que la niña Marisol se convierta en adulta y, si se casa con su hijo, no saldrá de la familia. Carlos acepta entusiasmado porque está muy enamorado de Pepa, y ella consiente porque se cree también enamorada o quizás piensa que podrá al fin tener su propia vida.
Su boda es digna de una superproducción de Hollywood. La iglesia, San Agustín, el banquete, en Pavillon. Cuatro mil invitados. Se tuvo que llamar a la fuerza pública pero aun así la multitud destrozó el traje de Silvano de 700.000 pesetas que lucía Marisol, y hasta el cura, el padre Echenique, tuvo que pedir compostura a las masas a través de un micrófono. Massiel se desmayó, Carmen Sevilla y Lola Flores perdieron los zapatos, Rocío Dúrcal tuvo que entrar en el coche por la ventanilla y a Jaime de Mora le robaron el bastón y se cayó al suelo. Los carteristas hicieron su agosto, Carlos se echó a llorar en brazos de su madre y toda la ceremonia duró solo veinte minutos.
Pepa y Carlos se van a vivir a la calle Apolonio Morales. Inmediatamente se dan cue ta de que su matrimonio ha sido un error, pero, para salvarlo, quieren un hijo. Pepa tuvo un aborto. Se sometió a una operación de trompas, pero, cuando se recuperó, ya no les apetecía tener ese hijo. Muy deprimida, fantasea con la idea de hacerse monja oblata hasta que al final, una mañana, coge una maleta, lo deja todo y se va a vivir a Barcelona, donde se enamora de Joan Manuel Serrat... pero esta es ya otra historia. Pepa solo hablará una vez en público de Carlos. Cuando su segundo marido, Antonio Gades, la abandonó por otra, declaró con sencillez “yo dejé a Carlos Goyanes y ahora Antonio Gades me ha dejado a mí”.
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Carlos sale desesperado de esa relación, creyendo que ya nunca iba a amar a nadie... hasta que conoció a Cari Lapique, que se convirtió en la verdadera mujer de su vida. Cari era la chica más mona de la sociedad de esos años, de buena familia, muy simpática y, pese a ese aspecto aniñado que aún conserva, con una voluntad de hierro. “Me volví loca de amor por Carlos”, ha declarado recientemente. Pero las cosas no fueron fáciles, Franco aún vivía y él era un hombre casado, una relación que mereció muchos desprecios, insultos por la calle y marginación social, aunque Cari nunca se quejó. Su familia incluso le dio de lado y ella no tuvo reparos en trabajar en El Corte Inglés de dependienta, y se la podía fotografiar con su bata despachando con diligencia. Al final Carlos obtuvo la anulación matrimonial por “inmadurez de los contrayentes” y Cari y él pudieron casarse en Marbella. Fue un amor muy grande y, cincuenta años después, solo ha podido separarlos la muerte. Ahora viene lo más difícil: aprender a vivir sin Carlos. Mucha fuerza, Cari.
Aguas turbulentas - Pilar Eyre
La periodista y escritora, Pilar Eyre, posa en su casa de Llafranc con su perro, Brody.
Pilar Eyre: “Yo no quiero amar mis canas, yo quiero estar buena y enamorarme como a los 20”
La cronista pasa el verano en su casa de la Costa Brava publicando en su canal de YouTube y escribiendo su próxima novela: “Mucha gente dejará de hablarme cuando la publique”, avanza
El descanso no encaja en la rutina veraniega de Pilar Eyre. “Yo siempre estoy escribiendo un libro, así que el verano es para escribir”, cuenta mientras ofrece un refresco en el jardín de su casa de Llafranc (Girona). Son las 11.30 horas de un sofocante viernes de agosto, pero esta periodista y escritora ya lleva media jornada en marcha. “Cada día me despierto sobre las seis y media. Paseo a Brody [el perro que adoptó en 2022], desayuno en el jardín mientras leo la prensa [está suscrita a El País y La Vanguardia], escribo hasta las 11 y luego bajo a nadar uno o dos kilómetros a la playa hasta la hora de comer, siesta y vuelta a escribir hasta las ocho de la tarde. Nunca tomo el sol”, remarca ajena al calor, impecablemente vestida y perfumada.
Hoy no habrá baño, pero el ordenador del salón está encendido y en la pantalla asoma un texto a medio escribir. Todo está en orden en la segunda residencia de la finalista del premio Planeta 2014, conocida por sus informaciones y libros sobre la Casa Real o la crónica social y siempre ingeniosa en X, la red en la que logra lo imposible: caer bien por consenso. Eyre lleva desde mayo instalada en la Costa Brava junto a su perro, inmersa en la novela que publicará en abril del año que viene. Sigue activa en redes, publicando su columna semanal en Lecturas y actualizando su canal de YouTube [su último vídeo antes de esta entrevista, La tarde horribilis de Letizia, sus hijas y su suegra en Mallorca tiene más de 100.000 visualizaciones en esa red y casi 400.000 en Instagram en solo 12 horas]. Nunca imaginó la nueva etapa profesional que le abriría el “¿Y por qué no explicas en YouTube todas esas historias que te estás guardando porque la televisión no te deja contarlas bien?”, el consejo que le dio su hijo ante su agonía de verse estancada en la semántica de los programas del corazón. “Mucha gente me dice que por qué no hablo de Begoña Gómez o de lo que está pasando en Cataluña, pero yo tengo que ir con un poco de cuidado sobre lo que cuento ahí. La mitad de mis seguidores son de Latinoamérica y los vídeos que subo son para que perduren”, apunta.
Tras publicar De amor y de guerra (Planeta, 2023), una novela sobre la Guerra Civil que la agotó en su período de documentación, Eyre ahora quiere pasárselo bien escribiendo. “No estoy con un libro de autoayuda ni de autoficción. Es una novela pura y dura, pero, con esta, mucha gente dejará de hablarme al publicarla”, avanza. El texto está inspirado en las experiencias de su vida y de las mujeres de su entorno. “Nos llaman mayores, pero también queremos estar en el mundo, tenemos ganas de sentirnos vivas. He leído la autoayuda actual para ver cómo está el mercado y es dramático: ‘Tienes que estar orgullosa de tus canas y salir con el pelo blanco. Sí, tienes artrosis, tienes celulitis o un pecho que te llega a las rodillas, da igual; luce tu cuerpo en la playa sin ningún complejo. Amar no vas a amar de la misma manera, así que conténtate con tus amigas’. Leo esto y me deprimo muchísimo. Yo no quiero amar mis canas, yo quiero estar buena, enamorarme y tener ilusiones. Quiero enviarme mensajes con un hombre y que mi corazón vaya pum, pum como cuando tenía 20 años. No quiero resignarme a decir: `Bueno, es que ya ha pasado mi época’. Me niego. Mi época es esta”, sentencia. No sorprende que reniegue de ideas preestablecidas. Si algo ha hecho esta comunicadora es destrozar los guiones que parecían escritos para ella.
Eyre, en su casa de Llafranc, donde pasa medio año.
Nacida en el seno de una familia burguesa instalada en la zona alta de Barcelona, Eyre no disimula su origen, pero tampoco lo enaltece. “Mi tía fue la responsable de la Sección Femenina de la provincia y mi padre [el pintor gallego Vicente Eyre] fue de los primeros 20 falangistas de la ciudad. Estuvo en la cárcel tres años, así que hasta que llegué a la universidad yo tenía una visión política muy unidimensional”, aclara. Todo cambió al empezar la carrera de Filosofía y Letras. “El movimiento universitario nos cambió a todos los hijos de falangistas. Fue un choque tremendo porque entramos en contacto con los hijos de los exiliados. Yo me enamoré de uno, sus padres todavía no habían vuelto a España pero lo mandaron a estudiar a Barcelona, y como los novios siempre son los que te introducen en un mundo nuevo, él me abrió los ojos”, aclara. Todavía recuerda cómo los cachorros de las élites no paraban de meterse en líos, pero siempre salían con ventaja. “Vivíamos cerca de la casa de [Joan] Reventós, que luego pasaría al PSC. Cada vez que había algún follón en la universidad lo venían a buscar. La madre salía y decía: ‘No, que vaya con el coche de la familia, que en el furgón policial hay muchos piojos’. Y se lo llevaban en el coche familiar a la comisaría de la Via Laietana, y la madre advertía: “¡Y no lo torturen ustedes mucho, que está un poco resfriado!”, rememora.
Fue en su etapa universitaria cuando se politizó y pasó la carrera enfrentada a sus padres (“era insoportable, hasta echaba en cara que lo de ir en coche era burgués”). Sus compañeros, tan supuestamente progresistas, le pedían que se pusiera “las minifaldas que parecían un cinturón” para recaudar dinero para los comunistas. “Si un día recaudaba poco, me decían: ‘Ay, Pilar, qué pasa, ¿qué hoy has ido con pantalones?” Ahí se volvió caladora nata de los machistas de izquierdas. “A mí me hacía muchísima gracia lo del amor libre. Nunca me lo tragué. Todos los anarquistas, los de Toulouse y los que habían estado en la cárcel, se reunían en un bar al lado del hospital de San Pablo. Allí siempre me decían: ‘Compañera, vamos a quedar tú y yo, que te contaré muchas nuevas ideas’, pero yo ya sabía por donde iban y les recordaba: ‘Pero si tú tienes una compañera, ¿no vendrá?’ Y ellos salían con: ‘Ah, no, no. Ella está en casa’. El amor libre era solo para ellos. Luego lo confirmaba con ellas: ‘Ellos hablando de la revolución y nosotras preparando comidas y bebidas para el batallón’”, rememora. Siempre combativa, aunque de relato amable y divertido, llegó a formar parte de las listas del Partido Feminista de Lidia Falcón. “Éramos unas grandes luchadoras, teníamos todo por conquistar y nada que perder. A mí, si un jefe hubiese intentado algo conmigo en las redacciones que estábamos, todas hubiésemos saltado. Éramos tías que no dejábamos pasar ni una.”
Durante su veintena, una tuberculosis galopante la apartó de “la mala vida que llevaba”. Le extirparon un pulmón y se volcó en su carrera de periodista. Pasó por la redacción de Interviú, donde se especializó en la crónica social que tanto ha definido su carrera. “Fue una época maravillosa, se pagaba bien a los periodistas. Yo cobraba 350.000 pesetas al mes y viajábamos muchísimo, no nos privábamos de nada. Cómo no va a estar mal el periodismo ahora, si una persona que se está jugando la vida en Ucrania cobra 50 euros por crónica”, advierte. Allí entrevistó a prácticamente todos, hasta a aquellos con los que creía que no confraternizaría, como el torero Luis Miguel Dominguín. “Soy animalista, yo llevaba toda mi vida manifestándome contra los toros, pero me hice muy amiga suya cuando se retiró. A todos los toreros siempre les decía: ‘¿Y no te dan pena los toros?’ Él me confirmó que en esa etapa le daban miedo hasta por televisión. ‘Pues claro que me dan pena, yo me acuerdo de la cara de todos los toros que he matado’, me dijo”.
Pilar Eyre firma autógrafos de su polémica biografía de Sofía de Grecia, 'La Soledad de la Reina', en Barcelona en 2012.
Votante del PACMA (su hermana va en las listas), siempre repite que “la simple existencia de un perro abandonado ahí fuera es lo que te impide ser feliz”. Comparte su vida con Brody, pero ha adoptado otros 16 perros más durante su vida. “Ahora mis amigas ya pueden venir a casa porque el anterior, Fender, ladraba a los ancianos. Supongo que fue porque alguno le hizo daño antes de que llegase a casa. Así que daba igual si llevases bótox o estuvieses operada, nadie quería venir a verme por el miedo a que Fender detectase que eras vieja”, dice entre risas.
Sabe que haber sido mujer ha moldeado su carrera. “Cuando el padre de mi hijo murió y me quedé viuda, yo me tuve que hacer cargo de todo, dejé la redacción y me volví colaboradora, trabajaba de forma más esporádica. ¿Cuántas veces las mujeres tienen que dejar de escribir por ir a buscar al niño al colegio o se tienen que hacer cargo? Todavía me acuerdo de esos fotógrafos que cuando hacíamos reportajes nunca querían volver a casa. Habíamos estado una semana fuera y en el aeropuerto, al aterrizar, te decían, ¿y si nos tomamos un gin-tonic antes del taxi? Siempre pasaba igual”.
Su sueño, dice, es conseguir su particular “mujer de escritor”. “A mí me fascinan siempre esas casas en las que entras y te dicen: ‘Al papá no le molestéis porque está escribiendo y se tiene que concentrar en su estudio’. Esa frase la he oído 50.000 veces: ‘Mira, aquí es donde escribe fulanito. Aquí, encerradito, los niños no le dan la lata, ni nada de nada, aquí es feliz’. Detrás de esos hombres siempre hay una mujer que lo hace todo, porque ellos creen que para lo único que sirven es para escribir. Así que yo sueño con que algún hombre con el que haya estado o esté llegue a decir esto: ‘Mira, aquí es donde escribe Pilar. Aquí es feliz’”.
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