Letizia estaba nerviosa.Era la primera Navidad que iba a pasar con la familia de Felipe. Hacía más de un mes que habían anunciado su compromiso ante la prensa, el 6 de noviembre de 2003, y esa misma noche ya había dormido junto a su novio en lo que llamaban el pabellón del príncipe. Claro que a los periodistas se les dijo que se alojaba en el ala de invitados de la Zarzuela, una mentirijilla más, como la de que se habían conocido un año antes en casa de Pedro Erquicia. ¡Pobre Pedro, poniendo cara de despiste cada vez que le preguntaban!
No sabía cómo vestirse; al final, optó por una blusa de seda amarilla con un lazo en el cuello, a juego con una falda plisada. Letizia se sentía disfrazada con ese look de monja seglar, pero ¿cómo demonios se vestía una cuando iba a ser la heredera de un trono? Recorrieron con el coche a toda velocidad el kilómetro escaso que los separaba del palacio sin intercambiar palabra porque iban con el tiempo justo, ya que a las nueve tenían que estar frente al televisor para ver el mensaje de Navidad que había grabado su suegro.
Cuando entraron en la sala abarrotada, llena de parientes de los que Letizia no recordaba el nombre, todos con una copa de champán en la mano, el Rey ya iba por: “Tratemos de mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos…”. En la grabación llevaba corbata verde. A Letizia le habían contado en los pasillos de televisión que las amantes de su suegro le solían regalar las corbatas que luego lucía en el mensaje anual; lo había revelado una presentadora italiana. Juan Carlos estaba algo ojeroso, no atravesaba una buena etapa. Se sentía solo, su relación con la Reina había llegado a tal punto que le pidió al presidente del Gobierno que no le programara más viajes con ella porque no la soportaba. Le faltaban aún dos meses para conocer a la mujer que iba a cambiar su vida para siempre.
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Doña Sofía hablaba en voz alta con su hermana Irene para demostrar que nada de lo que decía su marido podía interesarle, y, cuando llegó el final: “la Reina y yo agradecemos las muestras de afecto a raíz del compromiso del príncipe de Asturias con Letizia Ortiz Rocasolano…”, Felipe cogió la mano de su novia y la besó caballerosamente mientras la familia aplaudía, brindaba y gritaba: “Viva el jefe”. El Rey se levantó y todos lo siguieron. Al pie de la escalera habían instalado el árbol y se repartieron los regalos mientras los criados pasaban bandejas con canapés de pan inglés. A Letizia le tocó un feo pijama de franela y zapatillas a juego que había comprado su suegra en los almacenes Harrods de Londres. Se hicieron grupos.
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Iñaki les preguntó si por fin este año irían a Baqueira, Letizia respondió apesadumbrada que no sabía esquiar, y aquí se metió la infanta Pilar hablando a gritos: “¿No sabes esquiar?, ¿y navegar?”. Letizia confesó que nunca lo había hecho y Pilar pegó un bufido mientras la miraba de arriba abajo. La infanta Margarita murmuró: “No te preocupes, es muy fácil”. José Miguel Fernández Sastrón, entonces marido de la prima Simoneta, advirtió su incomodidad y se acercó a recomendarle ‘Good Bye, Lenin!’, porque sabía que le gustaba mucho el cine. Al fin pasaron al comedor, donde ya humeaba en los platos la sopa de almendras.
Se sentaron donde ponía la tarjeta con sus nombres, las parejas separadas…, pero el Rey no estaba. Su lugar en la cabecera permaneció vacío quince minutos y nadie se atrevió a hundir la cuchara en la sopa. Llegó, se puso el pico de la servilleta protegiendo la corbata y empezó a comer sin dar ninguna explicación. La cena se le hizo eterna a Letizia. Tenía al lado a un silencioso Marichalar, todavía muy afectado por su ictus. A la sopa siguieron perdices escabechadas, pavo, besugo, col lombarda y pasta para las dos vegetarianas, Sofía y su hija Cristina. Letizia echaba en falta el ambiente espontáneo de su familia, a sus hermanas y abuelos. ¿Qué estarían haciendo en esos momentos? ¿Quedaría mal si se levantara para llamarlos por teléfono? ¡Todo era tan difícil! ¡Su sencilla historia de amor se había complicado tanto! Los ‘hombres de gris’ se ocupaban de todo, desde la preparación de la boda hasta la elección del diseñador de su vestido. ¡Ni siquiera había podido cambiar un objeto en la decoración de su casa! Ahora estaban elaborando las capitulaciones matrimoniales… Pero mejor no pensar en eso. Desde el otro lado de la mesa, Felipe la vio fruncir el ceño y levantó su copa para darle ánimos.
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A las doce menos cuarto todos se levantaron de golpe. Letizia preguntó qué pasaba y Felipe le contestó que acudían a misa del gallo en la capilla. Iba a protestar, sobre todo cuando advirtió que el Rey se metía en su despacho y muchos primos cogían los coches para irse, pero Felipe la miró de una forma tan suplicante que se envolvió en su capa y, aunque le hubiera gustado volar como Mary Poppins y perderse en los espacios siderales, tuvo que aguantar la hora entera que duró la ceremonia. Cuando volvieron a casa, el césped brillaba hechiceramente bajo la escarcha y se veía a los gamos caminando en libertad, pero Letizia estaba tiritando, y no solo por el frío.