Lovía sobre Manila y sobre el corazón de Isabel Preysler ese mes de enero de hace 50 años cuando se embarcaba rumbo a Madrid, ¡rumbo a lo desconocido! Hasta el último momento esperó que su novio, Juny Kalaw, apareciera en un caballo blanco y la raptara para llevársela con él. ¡Madrid! ¿Qué se le había perdido a ella en Madrid? Quería seguir en Filipinas, quería casarse, quería tener muchos hijos, dejarlos en manos de las criadas y pasar el verano en una isla privada bajo una sombrilla para no broncearse demasiado. Quería tener, en fin, el destino de todas las chicas de su edad y de su clase.
¡Para eso la habían educado! Yo conocí a unas primas suyas muchos años después y eran así, desdeñosas, educadas, de piel muy clara y tan ociosas que nunca habían entrado en la cocina de su casa. Porque Isabel era de familia bien venida a menos, su padre saltaba de trabajo en trabajo y su madre, que tenía un cuarto de sangre mestiza, porque descendía de la nobleza indígena, los kapampangan, era quien sacaba adelante la familia. Y era precisamente esa gota de sangre indígena la que aportaba a la niña Isabel esa belleza exótica y femenina que volvía locos a los hombres.
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En las pocas revelaciones que Julio Iglesias hizo a un amigo sobre la que había sido su mujer, dijo: “Es asombrosa. Bajo su aparente frialdad, oculta un volcán de fuego”. Un volcán que ya había entrado en erupción algunas veces: con dos grandes herederos de la aristocracia local, uno después de otro, y con el depredador de mujeres y millonario Juny Kalaw, motivo por el cual el padre la había embarcado hacia España. ¡Para evitar el escándalo y para que lo olvidara!
Cuando llegó a Madrid, la estaban esperando sus tíos, Tessy Arrastia, hermana de su madre, y el embajador Miguel Pérez Rubio. Eran una pareja muy rica y muy bien conectada con la alta sociedad, donde nadie sabía que habían abandonado a sus cónyuges para vivir juntos, lo que hubiera supuesto un escándalo, ya que entonces el adulterio estaba penado con seis meses de cárcel. Pero como todos creían que eran matrimonio alternaban con la duquesa de Alba y con los marqueses de Villaverde, de cuya hija Carmencita, Isabel en seguida se hizo íntima amiga. Precisamente, su primera aparición en una revista se produjo con ella, en un desfile del modisto filipino Pitoy. Escribían: “El todo Madrid estaba en el Tiro de Pichón... Las maniquíes, pertenecientes a la sociedad madrileña, se detenían y giraban ante el marqués de Cubas y el marqués de Villaverde que, galantes caballeros, correspondían con aplausos y requiebros…”.También iba al Pardo a ver cine. Una vez apareció Franco, el ‘abu’, y les preguntó si las películas eran “aptas para menores”.
La nostalgia por Juny duró muy poco. Casi lo mismo que sus estudios en las irlandesas de la calle Velázquez, que cambió por un cursillo de secretariado, que era lo que hacían las chicas bien en esa época en la que solo las ‘raras’ íbamos a la universidad. Y empezó a salir con Johny Güell, tío político, por cierto, de Cayetana Álvarez de Toledo.
Hasta que, como un bulldozer arrasándolo todo, aparece en su vida Julio Iglesias. Se lo presenta Julio Ayesa en una fiesta ¿Qué quién era? ¡Pues nadie! Sí, había ganado el Festival de Benidorm, pero Isabel ni siquiera sabía dónde estaba esto de Benidorm. Y es que era… ¡Cantante! Cuando el padre se enteró de que la niña tonteaba con un artista, se llevó las manos a la cabeza. ¿Para eso la habían enviado a España?
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Salieron a cenar. La primera vez Julio la llevó a ver un concierto de Juan Pardo, pero la hizo sentar de espaldas al escenario porque Juan era muy atractivo. Después la llevó a ver a José Feliciano y no le importó que se sentara de cara porque total era ciego, la riñó porque iba con minifalda y, como hacían todos los chicos de esa época para poder ligar a fondo, le dijo que se quería casar con ella. Después fueron a casa de unos amigos al pantano de San Juan y en una de las tres noches que pasaron juntos se quedó embarazada.
¡Isabel se horrorizó! Se reía con Julio, le conmovía que la quisiera tanto... Pero no estaba enamorada. Le propuso irse a Estados Unidos y tener su hijo allí sin necesidad de casarse, pero Julio se negó en redondo. Se lo repetía su padre, que era ginecólogo, tanto a él como a su hermano Carlos:
-¡Si dejáis a una chica embarazada hay que cumplir y casarse con ella, como caballeros españoles que sois!
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La boda, el 29 de enero de 1971, fue un despropósito, fueron 1.500 personas, todos los vecinos de Illescas, se colaban los perros en la iglesia y hacían pipí contra las patas de los bancos, los fotógrafos empujaban a los familiares, se tuvieron que repetir tomas porque los focos no se encendían. Enrique Herreros, el mánager de Julio, le gritó al cura:
-¡Repita el discurso que no va el micro!
El padre José Aguilera protestó débilmente:
-Oiga, que esto no es un show.
Y Herreros rugió:
-¡Claro que es un show! ¡No ha habido uno mejor desde la boda de Sarita Montiel! ¡Desde la de Elvis Presley!
Así llamaban a la novia, ‘Presley’, nadie sabía aún pronunciar su apellido.
Isabel, tan tranquila siempre, se echó a llorar y el cura dijo:
-Nunca había visto a una novia tan triste.
¡Le daba miedo su futuro desordenado con aquel hombre al que apenas conocía! El viaje de novios a Maspalomas (Gran Canaria) –no había dinero para más– fue el momento de su matrimonio en el que estuvieron más unidos, aunque hay que señalar que apenas vieron la luz del sol. Luego lo acompañó de gira, viajando en aviones de mala muerte, en autobuses desvencijados por México, en pensiones con chinches, con contratos que no se cumplían... Iban con Alfredo Fraile y su mujer.
Alfredo me contó:
-Isabel todo lo aguantaba... No se quejaba nunca y a todo le encontraba su lado bueno.
Cuando llegó la hora de dar a luz, su suegro le dijo:
-Mira, Isabelita, tú te vas a Cascais y allí te atenderá un ginecólogo muy amigo mío.
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Y Julio le contó que los periodistas no se podían enterar de que se habían casado ‘de penalty’. ¿Cómo quedaría él? ¿Y ella, que vendía esa imagen de chica decente? La embarcaron como un fardo en un taxi, dio a luz completamente sola y Julio fue desde Albacete, donde estaba actuando, aguantó media hora para las fotos y, luego, mintieron diciendo que el parto se había adelantado y que la oronda Chábeli había sido ochomesina.
Aquí voy a dar un salto en el tiempo e introduciré un recuerdo personal. En Telecinco grabamos unos ‘Hormigas blancas’ dedicados a Isabel dirigidos por mi querida Carlota Corredera. Yo hablaba por las noches con Isabel y le contaba cómo habían ido las grabaciones. Un día le dije: “Hoy he visto que se va a comentar que te acostaste con Julio antes de casaros”. Le tembló la voz. “Pilar, eso es una mentira horrorosa, por favor, desmiéntelo… ¡Es una más de las calumnias que me dedican!”. Yo la creí y esa noche me batí como una jabata con el bueno de Jaime Peñafiel, que la conocía mucho mejor que yo y contaba que se había casado embarazada de dos meses. Al final, Jaime, que es hombre educado, se retiró con elegancia: “Lo que tu digas”.
Llamé a Isabel sintiéndome el caballero de la brillante armadura. Me dijo: “Muchas gracias, Pilar, has estado muy mona”. Yo aún protesté: “¿Pero cómo podía decir eso Jaime?”, y ella me contestó dulcemente: “Lo dice porque… es verdad”.
Sí, llamadme imbécil. Cierro paréntesis.
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Isabel llevaba una vida escondida, de ama de casa, de madre de familia. Tuvieron dos hijos más, cuidaba de ellos, todas las tardes la visitaba su suegro, que atravesaba por problemas matrimoniales, y su suegra también iba a vigilarla. Era amiga de Carmencita Martínez-Bordiú, pero tampoco mucho porque a su marido, Alfonso de Borbón, no le hacía gracia que salieran juntas. Julio siempre estaba de gira, pero por Navidades se encontraban en el aeropuerto de Madrid e iban juntos a Manila. Los periodistas aprovechaban y les hacían un reportaje. Pero un año Julio se retrasó –se había quedado dormido en brazos de miss Puerto Rico– e Isabelita estaba sola con sus hijos. El periodista le dijo que le iba a hacer una foto de todas formas para amortizar el desplazamiento a Barajas. Y cuál fue la sorpresa de Julio al ver que, a la vuelta de Manila, el rostro de Isabel estaba en todas las portadas. ¡No con él, sino sola y posando como una modelo!
En un ataque de rabia tiró todas las revistas al suelo, pero no sirvió de nada porque la carrera de Isabel estaba lanzada… A partir de entonces siempre tuvo que aparecer con su marido en las fotos y, con el tiempo, los reportajes, su popularidad, su fotogenia, llegarían a ser su medio de vida. Ocho años tardó Isabel en enterarse de que su marido le era infiel desde el primer mes de matrimonio. Se lo dijeron unos primos que vivían en Argentina: hacía vida marital con la actriz Graciela Alfano y nadie sabía que en España estaba casado. Al poco tiempo, lo sorprendió en el hotel Meliá con Virginia Sipl, a la que llamaba ‘La Flaca’. ¡Lo peor de todo es que no le dolió porque ya no lo amaba!
Fue a buscarlo al aeropuerto y le dijo que su matrimonio se había terminado. Julio, a pesar de todo y sabiéndose culpable, se quedó tan hundido que tuvo una depresión que lo llevó a cometer una locura. ¡Dicen que Isabel ha sido el gran amor de su vida y que nunca la ha olvidado!
Desde entonces, Isabel se ha casado varias veces, ha tenido hijos, ha llevado una vida movida e interesante, pero quién sabe si en el fondo no sigue siendo aquella niña que esperaba, hace 50 años, que su príncipe azul viniera a buscarla a lomos de su caballo. Porque, créanme ustedes, lectores, todo envejece menos el corazón.