Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Las últimas noticias de la Realeza. Monarquía vs. República
¿Cuánto reinarán Felipe VI y Letizia?


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Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Dom 22 Mar, 2020 3:46 am



Concha García-Campoy

¡Quedarnos en casa! Lo que para mí, que estoy todo el día con la maleta puesta, era un sueño irrealizable, se ha convertido en un potro de tortura en el que solo puedo mirar pantallas con los nervios erizados y bulímica de nuevas noticias.

Y entre todos los informadores que desfilan ante mis cansados ojos, me quedo con el rostro juvenil de mirada limpia de Lorenzo Díaz García-Campoy, el hijo de Concha y de Lorenzo. Cuando el otro Lorenzo televisivo pasó de héroe a villano en tan solo una semana, este Lorenzo de 27 años se erige como la gran esperanza blanca de nuestro mejor periodismo. Ay, Concha, Concha, ¡lo orgullosa que estarías de tu Lorencito si esa maldita leucemia no se te hubiera llevado a los 54 años!

¡Me acuerdo tantas veces de ella y de los años en que trabajamos juntas! Por ejemplo, de cómo se arreglaba. Llevaba ropa de buena calidad, pero poco ostentosa, abrigos grandotes de Max Mara, zapatos planos porque era muy alta, cómodos pantalones de franela, jerséis de cashmere… Era la persona menos cursi que he conocido, decía que la ropa de hombre era más elegante que la de mujer, y, sin embargo, era la femineidad personificada, aunque se lavara el pelo en la ducha, se lo peinara con los dedos y casi nunca fuera maquillada. ¡Era tan guapa! Tenía unas pestañas larguísimas, pómulos de artista de cine, el cutis sin mácula, el dibujo de la boca, con las comisuras hacia arriba, era infantil y encantador… Sexy e interesante, y la prueba eran los innumerables admiradores que la llamaban por teléfono (políticos muy conocidos), o la venían a buscar a la radio con distintas excusas...

Ella se los quitaba de encima con elegancia, como si no se diera cuenta de que todos querían ligar. Lorenzo, su marido, que es hombre inteligente, reía: “Ya están ahí los . de Concha”. Compartían dirección en el programa y vivían en un gran piso frente al Retiro, formaban un equipo que me daba mucha envidia porque eran equilibrados, modernos e intelectuales como una especie de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir manchegos… Lo leían todo, lo veían todo, tenían amigos en todas partes…

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Lorenzo Díaz García-Campoy

Hasta que Concha se enamoró locamente del productor Andrés Vicente Gómez y esa vida ideal saltó por los aires. ¡Fue un escándalo, porque su mujer, Carmen Rico Godoy, se estaba muriendo de cáncer! En realidad, fue al revés, Andrés se enamoró de Concha con la desesperación de los suicidas, hizo lo imposible para conquistarla, incluso compró un piso en la misma finca a un propietario que no tenía ninguna intención de vender… Al final, Concha se entregó como lo hacía ella, con pasión y sin disimulo porque era honrada desde la punta del mocasín de Gucci hasta las cejas, y empezaron los perversos rumores.

Me preguntaban los colegas, Encarna Sánchez, que la odiaba por pura envidia, empezó a llamarla en su programa pu…, con las risas cómplices de sus compañeras de mesa camilla... Pero no se supo nada a ciencia cierta hasta que no aparecieron unas fotos de los dos en Marruecos. ¡Todo Madrid le hizo el vacío! En el colmo del machismo, no a Andrés Vicente Gómez, poderoso hombre de cine, sino a Concha, ¡iba a los sitios y le volvían la cara! ¡Ganó el premio Ondas y la mitad del auditorio se negó a aplaudir! La semana que aparecieron las fotos, emitíamos el programa desde el teatro de una capital de provincias. Lorenzo estaba demudado, Concha pálida… No sé cómo pudimos hacerlo, pero, como eran dos profesionales, el oyente no se percató de nada.

Cuando acabamos, el ayuntamiento nos regaló una reproducción en bronce de la catedral, la colegiata y la biblia en verso: veinte kilos. Llévatelo tú, no, tú. Al final Concha la dejó inadvertidamente en la habitación del hotel, pero salió corriendo el conserje portando a cuestas el sagrado mamotreto: “Señora Campoy, ¡el monumento!”. Lo olvidamos también en el taxi, pero el amable conductor nos lo trajo al pequeño aeropuerto desde el que regresábamos a Madrid, en el que nos pasamos un buen rato escrudiñando dónde podría tener el bonito obsequio su morada definitiva.

Al final lo embutimos en la papelera del lavabo de señoras, pero, como sobresalía, lo cubrimos con abundante papel higiénico, lo que le daba apariencia de un fantasma bajito. Cruzamos los controles, nos embarcamos y ya arriba, en el avión, como chiquillas nos abrazamos y empezamos a dar saltos cuando una azafata nos hizo mirar por la ventanilla. Entre dos empleados nos traían en andas, solemnemente, el monumento en el que flameaba todavía un trozo de papel de váter como una bandera. Concha, tan señora, se dio un golpe en la frente y dijo: “Oh, se me habrá caído”. Y por un instante, me he olvidado de todo, y he reído acordándome de aquellos tiempos en que éramos tan felices y estabas viva, querida Concha.

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Mensajepor Invitado » Jue 26 Mar, 2020 3:11 am



Don Felipe y doña Letizia

Acaba de ocurrir. ¡La semana en la que no solo tembló la monarquía sino también el matrimonio de Felipe y Letizia! El miércoles, día 11, recluida en su habitación del primer piso del Pabellón del Príncipe, recorriéndola arriba y abajo como gato enjaulado, la reina hablaba con sus múltiples amistades, miraba las webs, leía las redes sociales –donde figura con varios nombres supuestos y nunca participa–, sin dejar de llamar a su abuela Menchu, grupo de riesgo al contar con 92 años, sus padres y su hermana. Los cuatro besos afectuosos que intercambió el día 6 de marzo con la ministra Irene Montero, infectada por el virus, habían obligado a hacerse un test, no solo a ella, a su marido y a sus hijas, sino al personal de Zarzuela al completo.

Todos habían salido negativos, pero el doctor Manuel Martínez Pérez obligó a Letizia a confinarse, a llevar mascarilla y guantes, comer con una bandeja y recibir solo la visita rutinaria de una enfermera. Letizia había tenido contacto directo con una enferma y deberá mantenerse recluida hasta el día 26. Lo que llevaba peor era no ver a sus hijas, sin colegio ya. Y, sobre todo, no estar con su marido, el rey, en su 23-F. Tantas veces se ha dicho que lo que le faltaba a Felipe para afianzarse en el trono era pasar también por un 23-F, como su padre, ¿y no iba a estar la reina a su lado para aconsejarle?

Claro que hablaba por Skype con todos ellos. Y Letizia le trasmitía a Felipe el clamor popular: “¡La gente está asustada y quiere ver a su rey… quiere que el rey comparta sus preocupaciones!”. Le recordaba cuál era el lema de la casa real de Grecia, de la cual desciende: “Tu fortaleza es el amor de tu pueblo”. “Felipe, tienes que salir a decir algo, están muriendo enfermos, el país está temblando, tienen que saber que estás a su lado, que compartes su sufrimiento…”. Y también: “Los reyes de Suecia, Dinamarca, Bélgica, Japón, Holanda están dando muestras de solidaridad con su pueblo. Nosotros, ¿no?”. Felipe también lo veía, sí, sí, pero necesitaba la conformidad del Gobierno. No hacía falta recordarle a su mujer que esta es una monarquía parlamentaria: “Qué más quisiera yo”, se lamentaba.

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Familia real

Pero ese no era el único clavo de la cruz de Felipe. También estaba el espinoso asunto de su padre. Esas informaciones que habían aparecido en el periódico suizo la Tribune de Genève y en el inglés The Telegraph en las que se informaba de la fortuna que Juan Carlos había atesorado en unas cuentas opacas con unas donaciones de Arabia Saudí por motivos desconocidos. Un dinero manchado que afectaba a la corona.

Letizia lo apremiaba: “Tienes que desmarcarte públicamente. Tú eres una persona honrada, tienes que explicarlo. ¡Con todo lo que hemos luchado para limpiar la institución y, ahora, esto!”. Don Felipe lo sabía, claro que lo sabía, pero no podía dejar de repetir obsesivamente: “Sí, pero es mi padre… esto lo matará…”. Letizia insistía: “Piensa en nuestra hija… No llegará a reina. ¿Es lo que quieres?”. Felipe intentó protestar, porque hablaba el hijo, no el rey. “Me duele. Para ti, es fácil, figúrate que se tratara de tu padre…”.

Pero aquí Letizia se creció. ¡Tantos reproches y humillaciones ha recibido a lo largo de estos 16 años de matrimonio por ser nieta de un taxista, por haber sido una chica trabajadora, por no llevar genes aristocráticos en su ADN! “¡El comportamiento de mi familia ha sido siempre ejemplar, como muy bien sabes!”. Separados por el confinamiento, sin esos tiempos íntimos que tienen todas las parejas y sirven para restañar heridas, Felipe y Letizia solo hablaban para discutir. Aunque ambos querían lo mismo, parecían enemigos acérrimos. El dilema en que estaba don Felipe –su corazón le decía una cosa, su cabeza otra– no pasaba desapercibido para su padre.

Don Juan Carlos estaba tan triste y abatido que abandonó sus ejercicios fisioterapéuticos, tan necesarios para su recuperación, se limitaba a estar sentado, solo, intercambiando wasaps con los escasos amigos que le quedan. En todo este tiempo de crisis no ha visto ni una sola vez a su mujer, a Sofía, a pesar de que los dos estaban aislados en el mismo recinto, aunque cada uno en su ala del palacio, ya que tienen apartamentos separados. La última salida de don Juan Carlos fue para visitar a su hija Elena. No se sabe lo que hablaron, pero el sábado 14, cuando The Telegraph sacó más informaciones sobre el dinero opaco que tenía en dos fundaciones offshore en Suiza y contó que el beneficiario de dichas cuentas era su hijo, llamó a Felipe y le dijo: “Haz un comunicado y échame toda la culpa a mí”. Y añadió: “Lo hago por la princesa de Asturias”. No dijo mi nieta, no dijo Leonor.

Lo más importante para los reyes es la institución y la continuidad dinástica. Por encima de todo. Emocionado, Felipe, dándose cuenta de que era necesario, doloroso, pero necesario, asintió, aliviado. Llamó a Letizia, que esperaba ansiosa en su habitación. “Vamos a hacerlo”. Letizia, sabiendo lo duro que era esto para su marido, tragó saliva, pero no dijo nada. El domingo, día 15 por la mañana, don Felipe se reunió con sus asesores y redactaron el comunicado que dieron a conocer por la tarde… “El rey… renuncia a la herencia de don Juan Carlos… cuyo origen pueda no estar en consonancia con la legalidad, o criterios de rectitud e integridad… Dejará de percibir su asignación…”. Según El Español, fue don Juan Carlos quien se empeñó en que se añadieran los últimos puntos, para que quedara claro que su hijo desconocía sus turbios manejos económicos: “No informó al rey de sus actividades”, y recordó: “Está retirado de toda actividad pública”.

A Letizia le hubiera gustado estar al lado de su marido en esos momentos, pero se tuvo que limitar a enviarle un beso a través de Skype. Felipe le informó: “El miércoles 18 voy a hacer una declaración sobre la pandemia”. La irreductible Letizia aún protestó: “¿El miércoles? ¿No podría ser antes?”. Felipe le dijo que eran instrucciones del Gobierno y la reina no quiso añadir pena sobre su pena. Letizia conoció el contenido del discurso antes de que el rey lo grabara, y no pudo, como ha hecho otras veces, aconsejarle algún gesto, suprimir alguna palabra, como experta en comunicación que es, y se notó, pues pocas veces se ha visto a Felipe tan rígido y poco natural como en esa alocución. Cuando acabó, la reina, que lo vio en televisión, lo mismo que el resto de los españoles, le llamó y le dijo: “Has estado muy bien”. Me dicen que, en ese momento, don Felipe, sobrepasado por las emociones que había vivido en esa semana espantosa, hincó los codos en las rodillas, hundió la cabeza en las manos y se echó a llorar.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 02 Abr, 2020 2:45 am



Saltaron chispas! Sus miradas se cruzaron por primera vez en Marbella. Isabel, que pasaba el verano en su casa de Guadalmar, había decidido salir una noche con su hermana y un grupo de amigos, entre los que estaban Carmen Martínez-Bordiú y Alfonso de Borbón, Luis Miguel Dominguín, Fernando Falcó y una chica que estudiaba en la universidad y hacía cine llamada Ana García Obregón.

Y eso a pesar de que su marido, Julio Iglesias, se lo tenía terminantemente prohibido: “¡No me gusta que salgas por ahí, no vaya a ser que digan que soy un cornudo que está haciendo el lila trabajando como un cabrón mientras tú te diviertes!”, afirmación doblemente grotesca ya que Julio le era infiel desde el viaje de novios.

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En su primera salida sola, una nerviosa e ilusionada Isabel se puso un pantalón vaquero muy ancho, con un cinturón muy fino de Hermès con un estribo plateado en el cierre, zuecos de madera y una blusa de seda blanca de aire zíngaro. Se dejó suelto el pelo negrísimo. ¡Los ojos de los hombres le decían lo guapa que estaba! En la mesa de al lado, un cuarentón no dejaba de mirarla, a pesar de que iba con una muchacha bastante fea, por cierto, y de expresión atormentada. Fernando Falcó exclamó de pronto: “Coño, pero si es mi hermano con Cristina Onassis”. El otro se levantó: “Carlos Falcó… Isabel Preysler…”. Le besó la mano e Isabel se estremeció. Todos se dieron cuenta de que había pasado algo importante. Pilía Bravo, la entonces novia de Luis Miguel Dominguín, me comentó: “¡Fue un chispazo eléctrico!”.

Según contó luego el propio marqués de Griñón, se quedó impactado por la personalidad cálida y fascinante de Isabel. Carlos Falcó, aunque no disfrutaba de liquidez económica, era noble hasta decir basta. Hijo de los marqueses de Montellano, amigo del rey, era un aristócrata atípico que había estudiado ingeniería en Lovaina, se había casado con una mujer muy rica y había vivido en la California hippie de los años 60 donde, según propia confesión, había experimentado con todo, incluso con drogas. Al volver a España, su mujer lo abandonó y lo dejó con dos hijos que se criaban con él. Desde entonces, era el playboy oficial de España, aunque en esos momentos era novio de Sandra Gamazo. ¡Pero la pobre Sandra se retiró a ese lugar remoto donde viven las exparejas porque Carlos se enamoró locamente de Isabel Preysler!

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Carlos, demasiado caballero para confesárselo mientras estuviera casada, hizo el papel de amigo durante un par de años. El deteriorado matrimonio entre Julio e Isabel daba sus últimas boqueadas, pero ninguno de los dos se atrevía a romperlo definitivamente. Julio porque seguía amando a su mujer, aunque se acostase con todo bicho viviente que se le pusiera a tiro, e Isabel porque pensaba en sus tres hijos y le daba miedo el futuro.

Carlos e Isabel se veían a escondidas, en el cine privado de Pepe Vicuña, por ejemplo, y ella iba a menudo a cenar a casa de él, en la calle Fortuny. Ese día, Carlos daba fiesta a los criados y enviaba a sus hijos con su madre. Isabel entraba por el garaje, pero no había peligro porque Carlos no era conocido y, además, sus vecinos eran muy discretos. A veces, era él mismo quien preparaba la cena, endivias con roquefort y rosbif, y luego bailaban en la terraza con canciones francesas. Carlos se convirtió en su mentor, una figura casi paterna. En las primeras elecciones democráticas, Isabel le dijo que, influida por su suegro, iba a votar por Fuerza Nueva, y Carlos se horrorizó: “Son fascistas y antimonárquicos… Has de votar por Alianza Popular”. Le decía que tenían que ir a conciertos a Salzburgo, a visitar museos a Florencia, y a todo Isabel respondía que sí, y se lamentaba de no tener suficiente cultura. También le hablaba de su vida en el campo: “Te gustaría...”.

Julio acababa de firmar su contrato fabuloso con la CBS por 75 millones de pesetas y prometió venir a España para celebrarlo con su mujercita. El día antes, Isabel invitó a Carlos a cenar por primera vez en su casa, en la calle San Francisco de Sales. Como siempre había paparazzis en la puerta, entró en el maletero del coche de Carmen Martínez-Bordiú, que vivía en la misma finca. Se lo presentó a sus hijos, que le llamaron tío Carlos inmediatamente, y después de cenar se fueron con su ‘nanny'. Mientras Isabel le estaba encendiendo un puro, un arte que encandilaba a los hombres y que todas las chicas filipinas aprendían como parte de su formación, Carlos se decidió a declararse: “Estoy enamorado de ti… No soy hombre rico, pero te aseguro que voy a dedicar mi vida a protegerte y cuidarte, ¡nadie te va a querer como yo!”. Isabel se emocionó y no supo qué responder. “Me gustaría que te separaras de Julio y que anularas tu matrimonio como yo hice con el mío, y nos casáramos… Te necesito a mi lado y te quiero con toda la fuerza de un chico joven, aunque tengo catorce años más que tú”. Conmovida por su entusiasmo, Isabel aceptó su proposición.

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Decidió ir a buscar a Julio personalmente al aeropuerto con el Mercedes que le acababa de regalar para celebrar su nuevo contrato. Sabía que si había gente delante Julio no se iba a echar a llorar ni amenazaría con suicidarse, como hacía habitualmente. Le dijo que todo se había acabado y que ni siquiera pasara por casa, que ya le enviaría las cosas a su hotel o donde él quisiera. Carlos y ella se casaron en la finca de Malpica, tan en secreto que no hay ni una foto de ese día. Y se dispusieron a vivir apaciblemente. Los dos primeros años fueron felices. Invirtieron dinero en la finca, Isabel pudo hacerle un préstamo de cuarenta millones de pesetas porque ya había empezado con sus contratos publicitarios y sus exclusivas, se movían en el círculo del rey, fueron a Salzburgo y a Florencia. Nació Tamara, pasaban largas temporadas en el campo… Sí, todo estaba muy bien, pero… Isabel se aburría. Se daba cuenta de que el campo no era lo suyo y necesitaba el ambiente de la ciudad y a sus amigas, necesitaba luces, libertad, ¡y es que solo tenía treinta años!

Carlos no advertía este desapego de su mujer… o no quería advertirlo. Cuando empezaron los rumores de que Isabel se veía con el ministro de Economía, Miguel Boyer, Carlos rehuía las preguntas en este sentido. En el Marbella Club, me respondía: “No diga usted tonterías, parece mentira que una persona inteligente se crea esas memeces”. Todos sabíamos que Isabel y Miguel se veían a escondidas en el mismo Marbella, en un apartamento en el Ancón, al lado de Jaime de Mora, que era quien nos lo había chivado, pero no podíamos decir nada porque se trataba del superministro.

Delante de mí, se le acercó el príncipe Alfonso de Hohenlohe y le dijo: “Carlos, estás llevando lo tuyo con una gran dignidad, se nota la clase qué tienes”, y el otro se asombró: “¿Cómo? No sé a qué te refieres…”. Le preguntó al fin a Isabel qué había de verdad en los rumores, y su mujer le contestó que nada. Entonces, le propone ofrecer un comunicado negando que se vayan a separar y proclamando que son muy felices. Isabel no tuvo más remedio que aceptarlo y quizás fue el momento más bajo de la prensa del corazón, porque todos sabíamos que era mentira, pero nuestros labios estaban sellados ya que no podíamos decir nada por tratarse de Boyer, el hombre fuerte del gobierno socialista. Todos sabíamos que ese matrimonio tenía los días contados… todos, menos el marqués.

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Miguel se llevó un gran disgusto con esta declaración pública, pero siguió presionando a Isabel. Se lo contó todo a Felipe González y a su mujer, se fue de casa, habilitó un pequeño dormitorio en el ministerio y allí lo visitaba su amante e incluso celebraron entre esas cuatro paredes su cumpleaños. Viajaban a París de incógnito, él se hacía llamar señor García y, a pesar de su tacañería, le enviaba flores a diario. Por San Valentín, un gran ramo de rosas amarillas. Por primera vez, Carlos se fijó en las flores y se extrañó: “Si yo las he encargado rojas…”. La criada Humildad dijo: “Es que no son las suyas…”. Y Carlos, incapaz de pensar que su mujer le estaba engañando, dijo: “Ah, bueno”, y los dos ramos convivieron en el vestíbulo una semana.

Por fin, el 6 de julio de 1985, Boyer dejó de ser ministro y los periodistas pudimos contar lo que hacía años callábamos. En Interviú titulamos: “Bronca con Guerra y amor con la Preysler”. Era, quizás, la primera vez que en portada aparecía una señora completamente vestida. ¡Fue récord de ventas! ¡El escándalo estaba servido! El día 29 de julio, Griñón se llevó sus cosas de la casa de Arga 1, un chalecito que había comprado Isabel con su propio dinero. Lo que llamó la atención a las decenas de fotógrafos apostados en la puerta fueron sus trofeos cinegéticos, incluido un gran cuerno de elefante. Y el día 31, Miguel Boyer, frente a los mismos fotógrafos, abrió la misma puerta con su llave y ya no volvió a salir del corazón de Isabel hasta su muerte, treinta años después. Cuando murió Miguel, un elegante marqués de Griñón declaró a la prensa del que había sido su rival y le había robado a su mujer: “Era muy inteligente y una gran persona”. Ahora que él también ha muerto, daría lo que fuera para saber de qué están hablando en las alturas celestiales, ¡qué gran exclusiva!

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Assia
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Re: Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Assia » Jue 02 Abr, 2020 5:25 am

'' NO ES POR MALDAD'' Pilarica, pero en los tiempos que estamos sufriendo en los 5 Continentes, NO creo que a nadie con media vela encendida en el cerebro, le interese los amores de la filipina con el pobre marques de Grinon. Confiemos que al viejete Varguitas no sienta el mas simple sintomas de ese Virus porque POBRE VARGUITAS! la filipina lo pondria de patita en la calle a su nuevo amante por muchos habitaciones vacias que hay en VILLA MEONA.

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Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 09 Abr, 2020 3:05 am



Corrían mediados de los sesenta en Sitges. Como en todos los lugares de veraneo, las discotecas, entonces llamadas boîtes, organizaban concursos de baile, el twist, la yenka, el rock, el madison, el hully gully… Pepe´s Club, un lugar inmenso al aire libre, era la más concurrida. Se anunciaban en todo el pueblo. ¡Tamouré! ¡El sábado! ¡Gran concurso de tamouré! ¡Cien pesetas y una botella de coñac a los ganadores! El tamouré era un baile polinesio que nadie sabía muy bien cómo se bailaba, que había puesto de moda ese verano un grupo de nombre impronunciable. Los chicos escogían a las chicas. Como es natural, las monas fueron las más solicitadas, después las menos guapas.

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Entre los árboles yo, con mis gafas gordas de pasta, mis piernas de palillo y mi enorme timidez, esperaba que algún muchacho se fijara en mí, ¡yo también quería bailar! ¡Me había aprendido en casa los pasos pintándolos en el suelo! Los minutos pasaban, el maestro de ceremonias, esmoquin blanco, bigotito negro, jaleaba a las parejas, “y ahora Mari Pepa y Luis, ¿de dónde sois? ¡De Barcelona!”. Ya iba a marcharme, desengañada, cuando un desconocido algo mayor y de aspecto “existencialista”, impecablemente vestido de negro, con la raya del pantalón muy marcada y las mangas del jersey sobre los hombros, surgió de entre las sombras. Sin decir palabra, me arrastró a la pista. O, oé, vahine tamouréeee...

Aquella figura melancólica como un cuadro del Greco se convirtió de pronto en una bomba sensual, moviendo caderas, brazos, hombros…. ¡Fue increíble! Los demás concursantes se apartaron apabullados, y nos hicieron corro, o, oé… dando palmas y gritando. Ganamos, el presentador le preguntó cómo bailaba tan bien y el muchacho respondió, en catalán, pero con un ligero e indefinible acento, “soy un poco oriental, porque, aunque mi padre es de aquí, yo he nacido en Filipinas”. ¿Y te llamas?, “Eduardo Aute”. Nos repartimos el dinero y nos pimplamos el coñac. Aquel día me sentí guapa. No lo vi más hasta…

Hasta 1984. Aute había ganado un Premio Nacional por ser el cantante que había vendido más discos en dos semanas, cincuenta mil de su Cuerpo a Cuerpo, cuya canción Cine, cine, se convirtió en un clásico. Vino a Barcelona y quedamos en el bar Sandor, centro del pijerío ciudadano. Con su media barba, su aspecto de poca salud, paliducho, despeinado, con dos kilos de cansancio en cada hombro, despertaba murmullos y miradas entre aquella concurrencia vestida de Valentino.

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Le pidió en catalán al camarero un café con leche, aunque eran los dos del mediodía. Se puso a toser. Le pregunté si se encontraba mal, “no, es mi forma de ser natural, como no hago ningún deporte... ¡El deporte mata, está comprobadísimo!”. Prosiguió desgranando su catálogo de defectos, ante el escándalo de una madre de familia que tendía la oreja en la mesa de al lado, “soy urbano, odio el campo, y tengo todos los vicios... Fumo y bebo muchísimo, y trasnocho todo lo que puedo... A las cinco de la mañana me siento el hombre más feliz del mundo trabajando en mi casa con un whisky y un cigarrillo”, aunque no dijo cigarrillo.

Insistí en que no lo veía feliz por haber ganado el premio, “psé”. ¿Cómo psé? “es que ¿sabes qué pasa? Que a mí esto de la música como que no…” Me asombré, se encogió de hombros “¿qué quieres? No me gusta mucho... ¡Es que todo ha sido por casualidad, yo me siento más pintor que músico!” Y ahora sí que le brillaban los ojos y se animaba, “fui un niño prodigio, a los 16 años ya hice mi primera exposición en Madrid, he sido seleccionado en las bienales más importantes y he vivido de la pintura mucho tiempo...”. De pronto se levantó y me dijo, “me gustaría ir a la sede de Tabacos de Filipinas... Mi padre trabajaba en la empresa y lo enviaron a Manila, conoció a mi madre y por eso nací allí”. Cogimos un taxi y fuimos hasta al historiado edificio cerca del Liceo. Aute se quedó extasiado ante la ornamentada puerta y susurró “cómo me gustaría pintarla... Plantar ahí mi caballete…” Yo le dije, pues se iba a armar… Y otra vez tuvo un gesto de desagrado que le puso una arruga entre las cejas, “¿ves? es otra de las cosas que no me gustan de esto, la popularidad, es algo ordinario, ¡pero si yo me metí en la música por casualidad!”.

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Pasó un grupo de chicas que le gritaron “aleluyaaaa”. Se encogió como si le hubieran dado una pedrada, y eso que era su gran éxito junto a Rosas en el mar. Dos canciones que escribió para Massiel. Con un gesto hastiado me explicó: “fue una tontería, entonces Massiel no era cantante ni nada, solo era una chica muy mona, amiga mía de las discotecas y eso. Son canciones de escritura automática que, a mí, durante mucho tiempo me han dado ganas de vomitar porque fueron las primeras que hice en mi vida y porque tuvieron éxito... Pero ahora lo he asumido y las vuelvo a cantar porque comprendo que son canciones absurdas sobre el absurdo”. Pero algo pasaría con aquella amistad entre Massiel y Aute porque al cabo de los años, muchos, Massiel me contaría que Aute y Sabina fueron los responsables de... ¡No, detente, dedo, que luego Massiel llama y pega bronca! ¡Ahí está la hemeroteca para quien quiera saberlo!


Pero entonces, en 1984, Aute temblaba con una camisa azul abierta tres botones que dejaba ver su pecho muy velludo, y yo a esas alturas de la entrevista ya estaba enamorada. Le pregunté si quería que entráramos en la empresa donde había trabajado su padre y se negó con gesto de fastidio, “no, aunque me encantaría, pero me pedirán autógrafos y esas cosas… ¿Sabes que el poeta Jaime Gil de Biedma es uno de los directivos?” Y allí, en medio, sin temor a que lo miraran se puso a recitar “pero, después de todo, no sabemos si las cosas no son mejor así, escasas a propósito…” Comprendí que quería dar por finalizada la larguísima entrevista, pero aún le lancé la última pregunta: “la otra filipina famosa del país es…” “¡Isabel Preysler!” “¿Tienes relación con ella?” Suspiró y dijo con pena, hombre al fin de carne y hueso, “no, ninguna… lástima, porque esta buenísima”. ¡Qué ataque de celos, Dios, qué ataque de celos!

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Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 16 Abr, 2020 2:58 am



Hola, Letizia. Ante todo, permíteme que te explique por qué te tuteo. Una de las cosas más cursis que he oído en mi vida fue cuando Carmen Martínez-Bordiú se casó con Alfonso de Borbón y Dampierre. Reunió a sus íntimas amigas en su casa y les dijo: “A partir de ahora me llamaréis alteza y me tenéis que hacer una reverencia”. ¡Y yo sé que tú eso no lo has hecho nunca y que tus amigas de siempre te siguen tratando de tú! ¡Y no solo tus amigas, sino la mayoría de las personas con las que te relacionas, incluyendo a Irene Montero y Pablo Iglesias! Es más, ellos, en las agendas de su móvil, te tienen como ‘Letizia’.

O sea, que dejemos los tratamientos para esos cuatro monárquicos rancios que han aprendido a hablar en tercera persona, ¡con lo difícil que es!, y que saben perfectamente qué tipo de reverencia se ha de hacer a las personas reales. Aún me acuerdo de la primera vez que estuve frente a Sofía. Me advirtieron: “No estreches su mano con fuerza, no hables y dobla la rodilla derecha echando la pierna izquierda hacia atrás”. ¡Madre mía, me aturullé tanto que creo que me postré de hinojos y hasta le canté una saeta! ¡Yo, que era jacobina!

También sé que no debería utilizar tu apellido, Ortiz, sino decir “la reina Letizia”. ¿Quién se acuerda del apellido de tu real suegra? Pero mira, no. Creo que debes estar muy orgullosa de tus orígenes y de la conducta ejemplar de tu familia. Y pensar que cuando Felipe dijo que se casaba contigo don Juan Carlos le gritó: “¡Te vas a cargar la monarquía!”. Y esos cortesanos de los que hablaba antes, que saben utilizar los tratamientos y hacer reverencias, nos vertían en los oídos hiel envuelta en el dulce veneno de la falsa compasión. “Pobre, tiene buenas intenciones, pero no sabe… dice qué aproveche… y ya verás las salidas de pata de banco que va a tener la familia… no ha sido educada para eso”.

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¡Corcho, tu real suegro ha sido educado para eso desde la cuna y mira cómo nos ha salido! ¡Que tanto tú como yo sabemos que lo de ahora no es más que la punta del iceberg! Tú lo sabes desde que pusiste un pie en aquella casa y tu gran mérito es haberte mordido la lengua mientras aparecían supuestas indiscreciones de tu tía o tus padres, que todos sabemos quién ponía en circulación. Y sacaban fantasmas de tu pasado que tampoco eran para tanto. Yo también indagué. “Ambiciosa”, “le pidieron sexo a cambio de un trabajo y se levantó indignada”, “era ligona y enamoradiza”, “nerviosa”, “no era muy simpática”, “adicta a las chocolatinas Kit-Kat…”. No te creas con esto que vaya a escribir tu biografía, Letizia, y conste que me lo han pedido varias veces. No me motivas, la verdad, esperemos unos añitos… Veinte o treinta.

Bueno, Letizia, ya ves que me enrollo como una persiana. Es por culpa del confinamiento: no hablo con nadie y, claro, me desquito con quien tenga a bien escucharme. Ah, pillina, porque sabemos que nos escuchas… ¡Está en tu ADN, reina, eres periodista, y eso no se borra nunca! También sé que a veces aceptas algunas de las sugerencias que te hacemos con la mejor de las intenciones… pero ahí te enfrentas a la gran maquinaria de la casa, ese paquidermo tan lento que cuando te dan el sí el asunto ha pasado y a otra cosa, mariposa.

Pues mira, de lo que quería hablarte era del coronavirus y del confinamiento. En realidad, no hablarte a ti, sino decírselo a toda España. Tú querías que tus hijas se manifestaran, como han hecho las princesas y príncipes de las restantes monarquías europeas e incluso la de Jordania, donde el hijo de Rania ha dirigido un mensaje desde televisión. Lo propusiste una vez acabada tu cuarentena. Se te dijo: “Veremos”, “consultaremos”, “quizás no es el momento”, “más adelante”, “a ver qué hacen los otros…”. Leonor y Sofía estaban dispuestas y han dado muestras de que son dos chicas resueltas, hablan muy bien y están al tanto de los temas actuales. ¿Qué ha pasado, Letizia? ¿por qué no te han dejado? ¿No comprenden esos señores que es así como se gana el amor de un pueblo?

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Cuando hubo una explosión de gas en el hospital de Ortuella (Bizkaia), Sofía corrió a consolar a las madres que habían perdido a sus hijos, aunque al principio se creyó que era un atentado de ETA y le desaconsejaron desplazarse, ¡y la reina desobedeció! Cuando las riadas del Vallés, en Barcelona, unos jovencísimos príncipes de España acudieron incluso antes que Franco y donaron un millón de pesetas de su magro presupuesto. ¿Y Lady Di abrazando a enfermos de sida? Letizia, son gestos, lo sé… pero si no hay gestos, ¿cómo nos vamos a enterar de que las princesas están sufriendo al lado de su pueblo y comparten sus pesares? Ahora ya no vale que hagan torrijas, como las niñas belgas, ni que aplaudan, como los príncipes de Inglaterra o de Holanda, ni siquiera que rueden un documental alertando de los peligros de la pandemia, como en Dinamarca, o escenas cotidianas de su confinamiento, como en Noruega…

Quiero ver a Leonor y Sofía de alguna manera cerca de los niños y niñas de su edad que están aislados en sus casas por una pandemia que marcará su generación para siempre. ¿Y la que quiere ser reina de España no va a estar a su lado para acompañarlos? ¡Niños de España que siempre van a recordar que las princesas no estuvieron a su lado! No es que sea indiferencia, es algo peor, es una torpeza que pasará factura.

Yo no soy nadie para aconsejarte, Letizia, pero sé cómo piensa la gente y no me voy a callar. Porque sé que tú, que ibas a hundir el barco, eres la única capaz de reflotarlo. ¡Te has forjado para la lucha! Recuerda el lema del abuelo de tu marido: nunca un mar en calma ha hecho buenos marineros.

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Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Vie 24 Abr, 2020 2:31 am



Sofía se enamoró de Juan Carlos hace 60 años. ¡60 años! En 1960, Sofía era una princesita griega modesta, muy callada, con unas maneras tan discretas que recordaban ligeramente las de una monja seglar, aunque de religión ortodoxa. Sofía vivía apabullada por la personalidad dominante de su madre, la reina Federica, que no solo mandaba con mano de hierro en su familia, sino también en su país.

Aunque parecían llevar una vida austera, en esos días la pícara prensa desveló un inventario sobre los fabulosos bienes atesorados por Federica, conseguidos seguramente por comisiones cobradas bajo mano a los riquísimos armadores griegos.

■ ■ ■

La reina griega, que dominaba una materia que entonces casi no tenía nombre, el marketing, pensó que, para desviar la atención sobre temas tan espinosos, su hijo debería participar en los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, a bordo de su balandro Nereus. Al fin y al cabo, el deporte era la única actividad conocida de aquel príncipe heredero al que su hermana Irene definía como ‘el bobo de la familia’. Sofía iría de copiloto.

Al mismo tiempo, en Estoril, los condes de Barcelona empezaron a fijarse en el plantel de princesas disponibles para su hijo Juanito. Había que apartarlo de sus amantes y novias, tan inconvenientes. ¡Era hora de casarlo! No les gustaban ni la princesa María Gabriela de Saboya, tan moderna y liberal, ni por supuesto la condesa Olghina de Robilant, tan fogosa que uno de sus muchos amantes confesó que, después de haber estado con ella en la cama, ninguna mujer podría contentarlo. En Grecia, había dos princesas reales de edad adecuada: Sofía e Irene.

Don Juan le envió una nota a Federica, que los invitó entusiasmada a Nápoles, donde se celebraba la competición olímpica de vela. Irene era medio novia de su primo Mauricio de Hesse, y Sofía… Ay, Sofía. Se había enamorado como una tonta del apuesto, pero insípido, príncipe Harald de Noruega. Su noviazgo se aireaba en la prensa. Salían fotos de los dos a bordo de una lancha motora en las regatas de Hankoe diciendo: “Los dos príncipes sostienen un tierno idilio con todo el esplendor de sus veinte años”. Pero la princesa sufría horriblemente porque Harald de quien estaba enamorado de verdad era de una sencilla modistilla de Oslo llamada Sonia, y a ella la utilizaba solamente de tapadera.

■ ■ ■

La ambiciosa Federica reconocía que Juanito era una opción interesante entre los príncipes europeos. Tampoco había muchos y tenía bastantes posibilidades de reinar ya que Franco había querido que se educara en España. Nápoles se convirtió en una pequeña Grecia. Los armadores coparon el puerto con sus espléndidos yates y cada noche celebraban una ruidosa fiesta. Sofía, al final, se puso tan nerviosa que decidió no participar en la regata, pero Constantino ganó y, como dijo la princesita: “Fue el día más feliz de nuestras vidas”. Ella misma bañó a los ganadores con una manguera. Todos reían y lloraban a la vez. Estallaron cohetes y se tiraron vestidos al agua con botellas de champagne y coronas de laurel. Por la noche, organizaron una celebración en el yate real, el Polemitis. Federica recibía a los invitados con el magnífico aderezo de rubíes de Birmania color sangre de paloma, compuesto por una tiara de hojas y flores y un collar que le llegaba hasta la cintura que había pertenecido a la gran duquesa Olga de Rusia. ¿Dónde estará ahora esa alhaja?

Su aire era tan triunfal que don Juan la saludó medio en broma:

-¡Ave, Freddy Augusta!.

Federica abrazó a los condes de Barcelona y Sofía e Irene les hicieron una encantadora reverencia, pero Juanito no estaba. María dijo con vaguedad que no se encontraba bien, pero en realidad todos sabían lo que había pasado, porque era el escándalo de los Juegos. La voluptuosa condesa Olghina de Robilant había aparecido por sorpresa en Nápoles, y los dos amantes habían cogido una habitación en una pensión modesta y llevaban 24 horas sin ver la luz del sol.

La cubierta estaba llena de ramos de flores, cenaron caviar del Mar Caspio a cucharadas, se tiraron platos al mar a la manera griega y, cuando Sofía, cansada, iba a retirarse a su camarote, apareció Juanito. Con ojeras, un ligero bigote sobre el labio, descalzo, con camiseta de rayas y las mangas del jersey colocadas descuidadamente sobre los hombros, estaba irresistible. Su madre lo empujó hacia Sofía y, cuando iba a darle un beso en la mejilla, Sofía apartó la cara. ¡Olía a otra mujer! Juanito se sorprendió:

-¿Qué te pasa?

-No me gustan los hombres con bigote.

Juanito, al ver el atrevimiento de la pacata princesita, divertido, le preguntó:

-¿Ah sí? ¿Y qué quieres que hagamos?

Sofía lo cogió del brazo con descaro, lo llevó a rastras hasta el cuarto de baño, le hizo sentarse, le puso una toalla encima de los hombros, le levantó la nariz, ¡y lo afeitó!

¿Cómo fue posible que esa tímida muchacha tuviera este rasgo de coquetería? Quizás se dio cuenta de que si tenía que competir con las ‘olghinas’ y las ‘gabrielas’ de este mundo debía sacar sus armas de mujer.

Juan y Federica se miraron con complicidad mientras sus hijos se encerraban en el cuarto de baño y solo se oían risas… y algún largo silencio.

Al cabo de una semana, cuando Juanito se reunió con sus amigos en Estoril, sacó con aire fingidamente descuidado una pitillera de oro adornada con piedras preciosas al modo oriental. Y los amigos, sabiendo que los Barcelona estaban a la cuarta pregunta, se admiraron de ese objeto tan ostentoso:

-¿Pero de dónde la has sacado?

-Me lo ha regalado la princesa griega.

-¿Irene?

-Sofía.

Y añadió, encogiéndose de hombros con resignación:

-¡Supongo que al final terminaré casándome con ella!

■ ■ ■

Hoy, Juan Carlos y Sofía, que no se han divorciado a pesar de las múltiples ‘olginhas’ que ha habido junto al rey, llevan vidas separadas desde hace muchos años; en realidad, desde la muerte de Franco para ser más concretos.

Estos días están obligados a confinarse en el mismo recinto, aunque en alas distintas del palacio. Un palacio silencioso, ya que se ha reducido el personal al mínimo. Solo se anima algo por las mañanas, pues Letizia y Felipe utilizan el despacho para sus entrevistas virtuales.

Pero los reyes actuales y los eméritos no se ven ni cruzan palabra. Don Juan Carlos se entera de las actividades de su hijo por la prensa. Aunque tiene problemas de movilidad, hasta el punto de que se desplaza ya siempre por Zarzuela en silla de ruedas, de cabeza está activo y en forma.

Lee los periódicos en su tablet, habla mucho por teléfono con sus hijas, con amigos y amigas, y siguió con preocupación el estado de su antiguo condiscípulo, Jaime Carvajal, que estuvo gravemente enfermo a causa del coronavirus y lo llamó cuando regresó a su casa. Quizás aprovecha para releer ‘Platero y yo’, según las malas lenguas el único libro que ha leído en su vida, que siempre le hace llorar. Ni Juan Carlos ni Sofía han visto a sus nietas.Ellos no se han cruzado una vez ni han intercambiado palabra, cosa habitual, por cierto, aunque no haya pandemia.

Me dicen que una de las tareas que se ha impuesto Sofía, que está confinada junto a su hermana Irene, es ordenar los viejos álbumes de fotos, en los que están anotados cuidadosamente lugares y fechas. Quiero pensar que ha buscado el álbum de 1960 y alguna lágrima se le habrá escapado al ver las imágenes de aquellos tiempos en que eran jóvenes y felices.

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Assia
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Re: Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Assia » Sab 25 Abr, 2020 3:26 am

'' NO ES POR MALDAD'' Pilarica pero tu, como 1 kotorra dijo: '' PILAR EYRE MIENTE MAS QUE ESCRIBE'' Ayer, lei tu articulo y es 1 fabricacion lo que escribiste del noviazjo de Sofia de Grecia con el rey de Noruega. La primera razon por lo que ese matrimonio se se celebro fue por esta: el parlamento noruego pidio 1 dote muy grande al parlameto griego que se negaron a pagar. Hubo mas razones, pero creo que la primera fue, por el dinero que pidio el parlamento nortuego.

Es cierto que durante ese incipiente romance entre Sofia de Grecia y el Principe noruego, este tenia de amante a la que hoy es su esposa; Sonia. Pero Sonia SI se tomo en serio esa incipiente relacion entre la princesa griega y su amante. Fue por eso por lo que Sonia intento suicidarse varias veces, PERO ''CON PREVIO AVISO PARA QUE LE SALVARAN LA VIDA''

Ya he leido mas de 1 vez, esa fabricacion de que la actual reina noruega era 1 ''modista,'' cuando era 1 disenadora y el padre de Sonia era 1 comerciante de mucho dinero.

PD Alguien con sentido comun puede pensar que Sofia de Grecia NO sabia lo de amantes que tenia su Juanito antes de casarse con ella.? A la emerita, NUNCA LE IMPORTO LLEVAR CORNAMENTA CON TAL DE SER REINA.

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Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Mié 29 Abr, 2020 5:57 pm

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Pilar Eyre: "Me han llamado dos exministros para preguntarme por el caso Merlos"

“Felipe y Letizia han estado ausentes en la pandemia y deberían haber estado al lado del pueblo”/ “Me indigna que en el telediario de TVE dedicasen espacio a los toros y no a la cultura en el Día del Libro” / “Somos ejemplares: se señalan comportamientos irresponsables porque son aislados”.

Pilar Eyre es una narradora incombustible y una periodista que mira hasta el fondo del ojo: lleva muchos años -y muy jugosos, y muy hábiles- escrutando las guerras y los bailes de la vida y da la sensación de que vale aún más por lo que calla.

Lo mismo se asoma a las sábanas de la monarquía que a los traumas infantiles de Franco; igual se entrega a una novela autobiográfica que queda finalista del Planeta que se embarca en un libro histórico para amasar el deseo de los poderosos. La de Eyre es la revolución de la elegancia. Hoy charlamos con ella, al teléfono, sobre los tentáculos del Covid-19, y se muestra tan generosa y lúcida como acostumbra.


¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?

Me tenía bastante conocida, porque llevo muchos años conviviendo conmigo misma. Cuando era joven estuve dos años enferma, confinada. Esto no me coge tan de nuevas. Tengo capacidad de no aburrirme nunca. El otro día leí una cosa en Twitter que decía algo como: “¿Desde cuándo no te aburres?”. “Desde que aprendí a leer”. Me ha curado de todo el leer y el escribir. De los demás he aprendido más sobre la solidaridad.

Yo vivo en un barrio con muchas oficinas, una zona residencial con pocas viviendas, pero ya conozco las manos de todos los que aplauden en mi mismo edificio. Nunca había hablado con ellos, y ahora sé distinguir quiénes son por las manos: las de una señora mayor, manchadas; las de un chico joven; las de otra señora enjoyada… conozco todas las manos. Eso crea un sentimiento de colectivo que en todos mis años no había experimentado nunca.

¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?

Muchos sueños, y mira que a mí el tema sueños me aburre muchísimo. Las páginas de los libros, cuando hablan de sueños, me las salto. Lo hablaba el otro día con Julia Otero y a ella le pasa lo mismo que a mí, que está soñando con naturaleza, con bosques, árboles, ríos, aire libre. Soñamos con horizontes, porque ahora mi horizonte es el edificio de enfrente como máximo. Eso de volver a tener el horizonte lejos es un anhelo que se manifiesta en los sueños.

¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo? ¿Cómo valora la actuación del sector cultural estos tiempos -apagón cultural, hiperproducción por otra parte, etc-?

El mundo editorial se está moviendo en condiciones penosísimas. Está luchando como gato panzarriba. En Planeta, mi editorial, siguen trabajando en márketing, programando nuevos libros… de hecho, yo voy a sacar un libro en noviembre. Estos días han programado múltiples actividades, y ha llegado un momento en el que le he dicho a Isa Santos: porfa, no me pongas nada más, que no tengo tiempo de escribir. Mil directos, muchas peticiones. Es cierto que yo también soy periodista, así que cada vez que me llamáis os digo que sí, porque sé cómo estamos todos. Indudablemente ayudaré.

Ha habido un calor espectacular hacia las librerías y los editores pequeños que me parece muy emocionante. Es un sector muy unido a pesar de que estamos marginados por las instituciones. A mí me indigna que en el telediario de la primera se dedique espacio, un cuarto de hora, por lo menos, a la tauromaquia (pobres toreros, no pueden torear, oh, no tienen dinero) y ni un sólo segundo al Día del Libro. Ese día no salió nada dedicado a la cultura. Me enfada.

En el conjunto de España, quien lo está haciendo bastante bien culturalmente es la Comunidad de Madrid, y eso que yo soy de Barcelona. Está lanzando bastantes iniciativas. Creo, por otra parte, que en el sector cultural no sabemos vendernos bien. La sociedad nos percibe como frívolos, accesorios… que sólo queremos medrar, promocionarnos… egoístas… no hemos sabido explicar bien en qué consiste lo que ofrecemos. Deberíamos transmitírselo mejor a la sociedad, porque una sociedad sin cultura, sin información, sin periodismo, sin libros, sin cuadros, sin teatro y sin música es una sociedad muerta.

Respecto al entretenimiento: ¿cómo valora que el tema más comentado en medio de una pandemia sea el llamado Merlosgate, polémica liderada por Sálvame, donde Jorge Javier Vázquez ha pasado a convertirse en un icono de la izquierda?

Esta mañana he recibido una foto de Jorge con la cara de Kim Jong Un. Me parto. No, no, a mí este culebrón me ha dado la vida. Me parece una cosa divertidísima la que se ha formado, que hasta Jon Kortajarena, el pobre, ha salido indemne de lo de la tortilla. Ha aparecido esto y ha barrido con todo. La gente podría aprovechar ahora para hacer tropelías, divorciarse o lo que sea, porque no les íbamos a prestar atención.

Pasa una cosa curiosa, y es que gracias a las redes todo adquiere una intensidad mayúscula, desmesurada, pero es muy efímera, porque hoy, como ya no nos ofrecen nada nuevo, nos interesa menos. Sube y baja rápido. Vamos, también te digo que el sábado me llamaron dos exministros, gente súper seria, no te imaginas, para preguntarme por el caso Merlos. “¿Tú sabes algo más?”, tal. Y yo, no, no tengo ni idea. Somos bulímicos, necesitamos nuevas emociones todos los días.

“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra futura concepción del tiempo, del trabajo y del placer?

No soy experta en ucronías. Me gustaría que nos quedáramos con esta ola de amor y solidaridad y arrinconáramos a la gente que quiere difundir odio y crear tensión. Se señalan mucho, se les puede identificar fácilmente. La vida en la historia se compone de pestes, de guerras… pero el ser humano siempre resurge como el ave fénix, nada le destruye, siempre sale indemne de las circunstancias, ese quizá sea uno de los mayores defectos pero también de las mejores cualidades.

¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual, durante el confinamiento estricto y también ahora, con las primeras medidas de alivio? ¿Qué valor le da a ésta?

Hemos sido ejemplares. El hecho de que se señalen comportamientos irresponsables quiere decir que son hechos aislados, si fuera lo general no llamaría la atención. Además, lo de “el día de los niños”… mira, si se deja salir a los niños es normal que ocupen espacio y lugar físico. No esperaríamos encima que las calles estuvieran solitarias. Me parece que no ha habido ningún tipo de debacle o ningún tipo de gente irresponsable saliendo a las calles con sus hijos. Siempre estamos a la altura de nuestra fortaleza como pueblo, y digo esto sin tener yo ningún sentimiento de patria. El órgano este con el que se aprecia la patria yo no lo tengo. No te diré que me siento orgullosa de ser española, pero sí de pertenecer a la raza humana, con nuestra capacidad de resistencia y nuestras ganas de sobrevivir.

¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿En qué se canjea?

Pues cosas tontas… irme al Corte inglés. Ir a la peluquería. Antes que nada, ir a la peluquería, que tengo ya cinco dedos de pelo blanco, me da una vergüenza horrible que me vea alguien. La libertad sigue siendo lo mismo: disponer de tu propio dinero para hacer lo que quieras y tener un trabajo que te guste. Respirar a pleno pulmón. Poder irme a mi casa de la Costa Brava y, no quiero dejar de decirlo, ver a mi novio… que llevo cinco semanas sin verlo.

¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis? ¿Qué cree que sucederá? ¿Cómo valora la gestión del Gobierno?

La valoro bien. Creo que lo han hecho lo mejor posible. No tengo ninguna idea original que ofrecerte. La pandemia es algo nuevo, a lo que no nos hemos enfrentado nunca, y creo que cualquier gobierno se encontraría con las mismas dificultades y cometería los mismos errores. Parece que estamos saliendo adelante y que se ha ido acertando con los tratamientos. Lo están haciendo bien.

¿Qué hay de la actuación de la Casa Real?

Lo he denunciado varias veces: los reyes han estado ausentes. Si son los reyes de todos los españoles… si tenemos monarquía para bien o para mal (habrá gente que en un referéndum votaría otra cosa, pero de momento, tenemos esto)… Si realmente representan al pueblo español deberían haber estado al lado del pueblo, pero se han quedado en un estricto segundo plano.

Han sido neutrales, no han querido mancharse. No se han arriesgado a someterse a críticas, pero los que tenemos una función pública tenemos que hacerlo, empezando por ti y acabando por mí. Nos tenemos que arriesgar a que haya gente a la que no le guste lo que decimos o hacemos. Ellos han ido rectificando sobre la marcha, en algo… bueno, primero el discurso del rey, los dos de las princesas, y antes de ayer la visita de los reyes al 112, que sí fue un lugar muy bien elegido.

Una canción, una película y un libro para resistir en cuarentena.

En vez de película, la serie Fauda, es maravillosa. Acaban de estrenar la tercera temporada y la recomiendo un montón. Estoy leyendo ahora las obras completas de Colette, una escritora francesa maravillosa que describe a la perfección el alma humana, sobre todo la femenina. Sus libros tienen más de cien años. Es muy emblemática, tenía que firmar con el apellido de su marido porque no estaba bien visto que una mujer escribiese. Me gustaría que se volviese a poner de moda. Y bueno, las rancheras me encantan… no me canso de escucharlas. Me pongo muchas veces a Chavela Vargas.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Mié 29 Abr, 2020 8:45 pm



Todo lo eligió Letizia. Por una vez hicieron las cosas bien en Zarzuela y se dieron cuenta de que no había nadie mejor para organizar las dos apariciones de Leonor y Sofía en televisión –las primeras de su vida– que Letizia Ortiz, que no solo es la madre, no solo es reina, sino que ha trabajado en el medio y conoce perfectamente cómo funciona. La lectura del Quijote tenía que ser el primer y único acto.

Se decidió después de varias conversaciones y un tira y afloja entre Letizia y el staff de Zarzuela, esos señores en la sombra que mueven los hilos de la intendencia de las casas reales a los que la duquesa de York calificaba de “hombres de gris”. A Letizia no le parecía que la lectura del Quijote fuera a aportar nada a los niños de España y prefería un acto más distendido, pero los “hombres de gris” dijeron que ni pensarlo, que no se podía exponer a la princesa de Asturias a la más leve crítica y que lo mejor en estos momentos tan difíciles era recurrir a lo que nunca falla: El Quijote.

■ ■ ■

Claro que, cuando se anunció el acto en el que iban a participar Leonor y Sofía, surgió una inmensa avalancha de críticas por la frialdad del mensaje, críticas que Letizia se apresuró a poner en conocimiento de los “hombres de gris”. Y, con esa mano izquierda que ha adquirido después de dieciséis años de tira y afloja con ellos, propuso añadir una comparecencia de las princesas un par de horas después, en apoyo de los sanitarios y de los niños de España confinados en sus casas desde hacía cinco semanas.

Fue un acierto, pues hasta los acérrimos enemigos de la monarquía, tuvieron que callarse. Ahí se le dio carta blanca con un suspiro de exasperación. Letizia eligió los modelos, huyendo de los vestiditos infantiles que hasta ahora lucían las princesas, propios de niñas que aún no se han desarrollado. Y optó por dos camisas de Zara, sin entallar, pero que tampoco trataban de ocultar que se han convertido en dos adolescentes espléndidas. Azul para la moderna expresividad de Sofía, rosa para los rasgos más clásicos de Leonor. La espesa melena heredada de la parte Ortiz, porque los borbones tienen un pelo escaso y rizoso, lucía en todo su esplendor, sin esas trencitas aniñadas que creo que ya no vamos a ver nunca más.

Los mensajes se grabaron en su casa, es decir, no se desplazaron a la Zarzuela primitiva, donde residen los abuelos y están los despachos en que Felipe y Letizia suelen realizar sus audiencias por vía telemática. Para el fondo, Letizia no tuvo dudas: si salía alguna escena doméstica, el cuarto de estudio, la cocina, despertaría críticas. El sofá de color beige, donde se sentaron para leer el Quijote, está en un lugar secundario del salón, tiene detrás una pared neutra y un enorme cuadro abstracto, que se descolgó para que no se viera. Y de pie, y en esa misma pared de fondo, se realizó la segunda comparecencia.

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La dicción de las princesas fue buena pero no forzada, buscando la naturalidad ante todo, aunque tiene más mérito la segunda aparición pues se preparó en pocas horas. No había peluquero ni maquillador ni estilista y fue la propia Letizia la que tuvo que maquillar levemente a sus hijas: base, gloss en los labios y oscurecer un poco las cejas, ya que ambas las tienen muy rubias. También llevaban un ligero toque de rímel en la punta de las pestañas.

Ellas mismas se peinaron. Las camisas se habían elegido en la tienda online de la marca y se recibieron pocos días antes. Las dos iban con pantalones vaqueros, aunque no se vieron. Probablemente la abuela Paloma esté confinada también en Zarzuela, ya que vive más allí que en su propia casa, pero no tengo constancia cierta de ello. Quienes no aportaron nada a esta comparecencia fueron los reyes eméritos, que se tuvieron que limitar a ver a sus nietas por televisión. Separados, pues Juan Carlos y Sofía, aunque están en el mismo recinto, siguen sin verse. Después Sofía, siempre tan atenta, les escribió un mensaje de felicitación.

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Sofía está confinada en sus estancias con su hermana, la inseparable princesa Irene, que tiene su habitación fija con un gabinetito. Dos hermanas muy unidas… tanto como puedan estarlo Leonor y Sofía, aunque sus circunstancias han sido muy distintas. Las princesas españolas se han criado entre algodones, pero Irene nació en plena guerra mundial, en Sudáfrica, donde estaba exiliada la familia real griega. Eran tan pobres que llegaron a comer hasta la hierba de los caminos. No podían alimentar al bebé recién nacido y le tenían que dar una lata de carne a cucharaditas. Durante cinco años vivieron en veintidós casas de varios países porque nadie quería a los reyes de esa Grecia que circulaba por las carreteras secundarias de la historia. Su dura infancia unió a las hermanas para toda la vida, y Sofía siempre ha intentado proteger a su hermana pequeña, en la que se ha cebado la mala suerte.

Una Irene jovencita se enamoró de su primo Mauricio de Hesse, que la dejó por otra. Después, se hizo ciertas ilusiones con el irresistible don Juanito, que coqueteaba con ella antes de decidirse por Sofía. Y luego ha tenido algunos noviazgos discretos. Jesús Aguirre, más tarde duque de Alba, la pretendió mientras fue director general de música, la invitaba a conciertos y se carteaban, hasta que Juanito lo llamó: “Oye, tú, a mi cuñada la dejas en paz”. Luego mantuvo un noviazgo truncado también con el embajador Guido Brunner. Sofía le cedió su parte de la herencia familiar, que la princesa gastó en un proyecto benéfico en la India que no salió bien. Desde entonces, discreta y callada, vive a la sombra de su hermana. Los sobrinos la llaman ‘tía Pecu’ por sus originales ideas, que expresa en un castellano todavía peor que el de Sofía. Un visitante de Zarzuela, amigo del rey, me contó que una vez se había perdido por el palacio y había ido a parar a las estancias particulares de Sofía: “Solo iluminadas por una lámpara de pie, estaban cenando las dos hermanas en una mesa camilla, vestidas de negro… En silencio y sin esas sonrisas profesionales que siempre exhiben en público parecían dos ancianas. ¡Se las veía tan griegas! Me impresionó la escena”. ¿Cuál será el futuro de las hermanas Borbón Ortiz? ¿Sentirá celos Sofía ante el destino de Leonor, como los sentía doña Pilar hacia Juan Carlos? Le “daba mucha rabia que, de pronto, porque iba a ser rey, mi hermano pequeño se llevara todas las atenciones”. ¿O pensará como don Alfonsito, el malogrado hermano de su abuelo, que rezaba cuando Juanito se embarcaba para que no tuviera un accidente y le tocara ser rey a él? Creo que han pasado con nota su primera aparición pública y que no debe ser más que el principio. Cuando don Juan Carlos le preguntó, angustiado, a Franco qué debía hacer para que lo quisieran los españoles, Franco le contestó: “Muy fácil, alteza, viajad y que os conozcan”. Era Franco, vale, pero el consejo está muy bien.

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Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 07 May, 2020 2:56 am



El día 2 de mayo hubiera cumplido 65 años! Carmen Ordóñez Dominguín, a quien la prensa llamaba Carmina Ordóñez, hoy sería una señora que podría salir a pasear en la franja de 6 a 10 de la mañana y de 8 a 11 de la noche y que, estoy segura, conservaría intacta su legendaria belleza. Cuando la conocí, en casa de sus padres en Ronda, su hermana Belén me había advertido: “¿Tú sabes Sofía Loren, la virgen de la Macarena, la emperatriz Soraya y Ava Gardner? Pues mi hermana, más”. Cuando llegó en un coche destartalado, con sus dos niños, en medio de una nube de polvo, me quedé sin respiración.

Era una belleza sin artificios, con la piel marfileña levemente azulada debajo de los ojos negrísimos y los labios muy rojos y sensuales, como si se los hubiera mordido. Llevaba el pelo medio recogido y parecía una beldad antigua de calendario.

Estaba recién separada de Paquirri y me saludó con dos besos cálidos y apresurados: “Ya os conozco de Marbella, tú eres la que das palmas a la catalana”, y nos reímos porque en los tablaos todos se cachondeaban de mi poca gracia para seguir el ritmo. Ella siempre era el centro, y no solo por ser guapa, sino por la alegría de vivir que desprendía, su desenvoltura, su naturalidad, lo generosa que era con todo el mundo, lo buena gente. Salía con el playboy local Antonio Arribas, el hombre más simpático que he conocido, pero un golfo sin remedio y sin un duro. Yo ese verano estaba pasando unos días en el Recreo San Cayetano porque estaba escribiendo una especie de memorias de su padre, Antonio Ordóñez, que iban a salir por capítulos en Interviú. En la revista acababan de sacar a Carmen desnuda de cintura para arriba y temíamos que nos cerraran las puertas, pero la verdad es que no nos comentaron nada y Carmen madre, que ya padecía el cáncer de pecho que la llevó a la tumba, me cuidó amorosamente cuando cogí uno de esos resfriados persistentes de verano, y me regaló unos cojines hechos a punto de cruz que todavía conservo.

■ ■ ■

También estuve el día en el que Javier Escobar, el mítico dueño de la agencia Buque, le dio su primera oportunidad como modelo en Barcelona. No lo hacía muy bien, pero de todo te olvidabas cuando contemplabas su rostro y su forma de moverse. En esa época ya le había cogido gusto a las exclusivas y se desplazaba siempre con la periodista Mayka Vergara. Pero nosotros nos colábamos en el taxi, le hacíamos preguntas, como era tan educada nos contestaba, y Mayka le pegaba bronca. Una noche estuvimos tomando copas en Bocaccio –yo varias y ella pocas, porque no bebía mucho alcohol– y me confesó lo que había pasado con su desnudo en Interviú.

Su padre les había dado un taco de entradas para la corrida goyesca de Ronda que organizaba todos los años, y Arribas se había gastado el producto de la venta. Habían tenido que realizar el reportaje para poder entregarle el dinero a su padre, y me dijo que nunca se había sentido más humillada que ese día. “No lo voy a hacer más”, repetía obsesivamente una y otra vez, y me explicó que había tenido pesadillas porque Paco le hubiera podido quitar a sus hijos. Desde entonces, buscaba las mil y una maneras para ganarse la vida, hacía de relaciones públicas para un local de Ruiz Mateos en Sevilla, “y venderé todas las exclusivas que haga falta”. “Vestida, por supuesto”, le dije, y se echó a reír porque tenía mucho sentido del humor: “Sí, vestida”. También me contó que su adorada madre estaba muriéndose y que no sabía cómo iba a poder vivir sin ella.

■ ■ ■

Cuando a Paco lo cogió el toro Avispado ella estaba en Madrid, ya casada con Julián Contreras. La llamé y me citó en su casa de Sevilla. Iba vestida de blanco. “Su viuda, digna y dolorida, es Isabel Pantoja”, y me dijo: “Ahí, donde estás sentada, le tuve que contar a Francisco, un hombrecito de diez años: ‘Papá se ha ido al cielo vestido de torero...”. Llevaba cinco años separada de Paquirri: “Solo recuerdo las cosas buenas y le estoy muy agradecida a Isabel por lo bien que se ha portado estos años con mis hijos…”. Le pregunté si se habían visto: “No quise ir al funeral porque no era mi lugar, pero ayer estuve en su casa y sobre la cabecita de los tres niños nos comprometimos a que seguiríamos unidas por su bien”.

Ya se hablaba entonces de una herencia cuantiosa, pero cuando se lo comenté, Carmen tuvo un gesto elegante con la mano que me hizo sentir como una arpía, aunque luego el tiempo me haya dado la razón: “El dinero de Paco no me importa nada… No lo necesito porque tengo mi trabajo y Julián va a grabar un disco con una compañía muy importante… Hay la parte de mis hijos, la que marca la ley, voy a coger un abogado para que defienda sus intereses, claro está, porque yo no quiero mezclarme en eso, pero confío en Isabel”. En la casa se oía el llanto de un bebé, Carmen me aclaró: “Es Pituchi, la hija de mi hermana Belén, ¡vaya temporada horrible llevamos!, primero mamá, luego Curro, el compañero de Belén, que ha muerto de leucemia, y ahora esto... A veces tengo ganas de hundirme, pero debo luchar por mis hijos y para que no se olviden de su padre y estén orgullosos de él”.

Luego, la vi pocas veces, siempre ya en los platós de televisión, donde nos abrazábamos y recordábamos a su madre y nuestros días felices de juventud. También me pedía que le enviara fuet de Vic: “Chica, no me puede gustar más”. Hoy esa mujer generosa, que amaba tanto este mundo que lo apuraba más allá de sus posibilidades, habría cumplido 65 años. Me la imagino celebrando una gran fiesta rodeada de gitanos y flamencos, de sus hijos y sus nietos, levantando su copa por los vivos y los que ya se han ido, en ese canto a la vida que fue su existencia. Pobre mariposa, que de tanto acercarte a la luz, te quemaste las alas.

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MIENTES PILARICA

Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor MIENTES PILARICA » Vie 08 May, 2020 6:28 am

Antonio Ordonez NUNCA dio 1 ''taco de entradas de la corrida goyesca'' a su hija Carmina. Antonio Ordenez NUNCA CONFIO EN NINGUNA DE SUS 2 HIJAS. EN LOS TIEMPOS DE ANTONIO ORDONEZ, SE VENDIAN LAS ENTRADAS DE LA CORRIDA GOYESCA POR LO MENOS 2 SEMANAS ANTES DE QUE SE CELEBRARA ESA CORRIDA. RONDA SIEMPRE RECUERDA QUE FUE PEDRO ROMERO EL QUE DIO FAMA A RONDA Y ESA CORRIDA GOYESCA SE CELENBRA CADA ANO EN HOMENAJE A PEDRO ROMERO.

Otra de tus mentiras que te he pillado. Como cuando hara mas de 1 ano…? escribistes que Carmina Dominguin te dijo que su cunado Juan de la Palma, se suicido tirandose por 1 ventana. Cuando cualquier persona puede comprobar en GOOGLE que Juan de la Palma se suicido con 1 monton de tabletas.

Si Carmina Ordonez se fotografio desnuda de cintura para arriba NO FUE PARA PAGARLE AL PADRE ESE '' TACO DE ENTRADAS'' PARA LA CORRIDA GOYESCA.

ANTONIO ORDONES SE ESCANDALIZO CUANDO VIO COMO SUS HIJAS CARMINA Y BELEN, EN MENOS DE 1 ANO, TIRARON LA FORTUNA QUE LES DEJO SU MADRE. POR ESO ANTONIO ORDONEZ DEJO MUY POCA FORTUNA A SUS 2 HIJAS Y LA MAYOR PARTE DE LA FORTUNA SE LA DEJO ORDONEZ A SU NIETO FRAN CON EL ENCARGO DE QUE CUIDARA O ASISTIERA A LA FAMILIA SI LO NECESITABA. COSA QUE HA CUMPLIDO FRAN.
AHORA BIEN, ANTONIO ORDONEZ NO TENIA NI QUERIA A JULIANCITO CONTRERAS NI A BELENCITA, HIJA DE SU HIJA BELEN.NO OBSTANTE, ANTONIO ORDONEZ CREO QUE LE DEJO 1 MILLON DE DUROS O DE EUROS...? A JULIANCITO CONTRERA Y A BELENCITA.
MENUDA FORMO TU GUAPA CARMINA CUANDO SE LEYO EL TESTAMENTO DE SU PADRE QUE QUISO RECURRIRLO, PERO NO TUVO EL APOYO DE SU HERMANA BELEN Y NO DIGAMOS COMO TU GUAPA CARMINA INSULTO A LA SEGUNDA ESPOSA DE SU PADRE.

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Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 14 May, 2020 12:58 am



Tamara y Chábeli

Cuando Isabel Preysler dio a luz a Tamara Falcó, el padre de Julio Iglesias, al que familiarmente llamábamos Papuchi, un nombre que inventó Alfonso Arús, nos dijo a los periodistas que ese nacimiento le ponía muy triste. Cuando le preguntamos la razón respondió, suspirando: “Porque el papá de Tamara, Carlos Falcó, que es un chico al que quiero mucho, es marqués y, cuando Tamara sea mayor, heredará el título”. ¿Y?, preguntamos sin entender. “¡Pues que la pobre Chábeli, que encima es la hermana mayor, será una plebeya toda la vida! ¡Su hermana aristócrata y ella, una simple plebeya! ¡Tendrá que hacerle reverencias y dejarla pasar antes por las puertas! ¡Infeliz Chábeli! ¿No entendéis que será muy traumático para la pobre niña?”. Sorprendidos, preguntamos la opinión al respecto del gran Julio, su hijo, el cantante: “Piensa lo mismo que yo… Chábeli es la niña de sus ojos, teme que se acompleje. ¡Le da pena esta diferencia de rango!”.

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Julio Iglesias y Papuchi

Y añadió: “Nosotros tenemos derecho a un título por parte de Charo, la madre de Julio, pero lo ha reclamado un sobrino y se lo han dado”. Papuchi nos hizo una tímida sugerencia: “Claro que los periodistas podríais ayudarnos”. Entusiasmados, preguntamos cómo y nos respondió, exaltado: “¡Haciendo presión! Pidiendo públicamente un título para Julio, ¡se lo merece más que nadie! ¡Y así las dos hermanitas el día de mañana serían marquesas, sin distinciones!”. Elucubramos un poco acerca de qué título merecía Julio, pero el padre lo tenía muy claro: “Marqués de Orense. De allí viene mi familia y Julio ha paseado nuestra tierra por todo el mundo con su ‘Canto a Galicia”.

Era una época en la que el rey empezaba a conceder títulos no relacionados con la política y la idea no parecía descabellada. Julio Iglesias, cuando se le planteaba la cuestión, fingía no saber nada, pero añadía: “Ahora que lo dices, sería bonito… y lo recibiría con mucha honra”. Lo cierto es que este objetivo se convirtió en una obsesión para el padre de Julio. La periodista Maruja Torres, quien realizó un reportaje y más tarde un libro sobre una gira de Julio por EE UU, contaba que Papuchi la perseguía por el jardín, apuntándole: “Di que le den un título a Julio, se lo merece… Lo llevaría con orgullo. Es el único que haría buen papel como marqués porque es un señor y viste muy bien… ¡No se lo van a dar a esos comunistas, Víctor Manuel y Ana Belén, a Aute o a Serrat, digo yo!”. Lo cierto es que el rey estuvo a punto de concederle un marquesado a Julio Iglesias, incluso se consultó si procedería a Juan Balansó, experto en títulos nobiliarios y escritor, y Balansó dijo que claro que sí, que la reina de Inglaterra ennoblecía a artistas como Laurence Olivier o John Gielgud. Pero que, quizás antes de concedérselo a un cantante de música ligera, sería conveniente dárselo a un divo de la ópera como Alfredo Kraus, Montserrat Caballé o… ¡Plácido Domingo! Al final se optó por hacer marqués de Salobreña al guitarrista Andrés Segovia y el título a Julio Iglesias fue desestimado. Papuchi se puso triste: “Estuvimos a punto, mecachis… Seguro que se metió por en medio algún hijo de p... que le tenía envidia a mi chico, ¡algún comunista de esos!”.

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Tamara

Estoy segura de que estos días en que Tamara es ya marquesa de Griñón como auguraba su abuelastro, Julio habrá recordado este episodio de su azarosa vida y habrá brindado con un vino de cosecha propia por ese padre suyo que está en los cielos.

Por cierto, en el caso de que hubieran hecho marqués a Julio Iglesias, Isabel Preysler hubiera entrado en el libro Guinness de los Récords por haber hecho casi pleno. ¡Tres de cuatro! ¡De cuatro maridos, tres marqueses! Julio, Griñón y Vargas Llosa, al que concedieron el título de marqués de su apellido en 2011, aunque él declaró en ese momento que siempre seguiría siendo plebeyo de corazón.

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Lola Flores

Conste que Julio Iglesias no ha sido el único artista que ha reclamado un título nobiliario. En los años 60, Franco dijo que la mejor aristocracia era la del trabajo. Lola Flores se lo tomó al pie de la letra y le pidió que le concediera el título de marquesa de Torres Morenas. Lo solicitó insistentemente a través de las páginas de los diarios, acababa de nacer su hijo, y explicó que le haría mucha ilusión que heredara el marquesado. Nadie sabía muy bien de dónde venia el nombre, que inventó el periodista Antonio Olano. Se dijo que esas Torres Morenas eran sus legendarios muslos. Quizás esta alusión tan explícita no gustó al dictador, que, sin embargo y según decían, bebía los vientos por otra folclórica, Juanita Reina, pero en plan platónico, ya que doña Carmen vigilaba mucho. También el bailarín Antonio me confesó que quería ser marqués del Martinete, que era un baile de su creación. Me lo dijo para que lo publicitase en Interviú, con éxito nulo, todo hay que decirlo, porque en esa época el genial bailarín se había convertido en un apestado por contar públicamente sus amores con la duquesa de Alba.

Otros artistas fueron o son nobles porque les venía de familia, como Luis Escobar, que era marqués de las Marismas del Guadalquivir, Raphael, que es marqués de Santo Floro consorte, pues la titular es su mujer Natalia Figueroa, Bertín Osborne, hijo del conde de Donadío, o Mari Trini, que hubiera podido reclamar el título de marquesa de Peñacerrada. El escritor José Luis de Vilallonga heredó el marquesado de Castellbell de su padre, con el que no se hablaba. Y Jaime de Mora y Aragón, además de hermano de la reina Fabiola de Bélgica, hubiera podido ostentar un título, pese a que estaba peleado con su familia y su hermana había conseguido que le prohibieran la entrada en Bélgica. Aun así, en Argentina, donde vivió varios años y se ganaba la vida con la lucha libre, figuraba en los carteles del Luna Park con el seudónimo de ‘El Conde’. Salía a pelear con capa española y sombrero, besaba la mano a las señoras de primera fila y, en esos combates amañados, era el bueno y elegante que acababa ayudando a levantarse a su oponente, un armenio feo y ordinario, después de haberlo tumbado con una llave (fingida) de karate. “La gente me adoraba, pero a mí me daba pena el armenio y terminaba regalándole la mitad de mi bolsa”, me contaba Jaime. Era lo que se llamaba ‘ovejas negras’ o ‘chicos mal de casa bien’. Nada que ver con la dulce Tamara, cuya máxima travesura ha sido participar en ‘MasterChef’. De momento.

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Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 21 May, 2020 12:33 am



Lola y Antonio Flores

Ay, mi Antoñito. ¡Tiene una gracia tremenda! Me dice: ‘Odio a Lola Flores, pero quiero a mamá’… porque yo le gusto ‘asina’, con mi bata de boatiné y un moñito cogido en lo alto de la cabeza con una horquilla”. Lola Flores, sentada en una butaca de la sala Scala de Barcelona, en un alto del ensayo de la tarde, suspiraba delante de mi magnetofón de cien kilos. “Yo quería que fuera abogado o arquitecto, pero no sé… Ahora se deja los pelos largos, que yo ya le digo que se los corte, pero no quiere. ¡Aunque se ducha cada día, eso sí, no vayas a creerte!”.

Claro que Lola Flores esa vez no iba vestida con bata de boatiné, sino con mucho joyerío de oro en cuello y muñecas, un conjunto blanco con pinta de caro, con botines, blancos también, y un abrigo de visón de color beige. “Tengo cinco”. Y su hijo Antonio no transitaba aún por las rutas de la droga. “Bueno, algunos porros se fumará pero no hacen daño, no son droga dura… Yo misma me he fumado bastantes y aquí estoy, tan bien y tan hermosota, con esta piel y este cuerpo que no se puede aguantar”. Y me arrimaba la cara: “Mira, pellizca, no se me puede coger la piel… Y nada de tironcitos, ¿eh?”. Se ponía de pie: “Y mira mi cuerpo, todo fibra”.

■ ■ ■

Un cuerpo que, sin embargo, ya había sido atacado por el mal que habría de llevarla a la tumba doce años después, un cáncer de pecho que la obligaba a internarse, medicarse, y, cuando se creía curada, salir a los escenarios. Entonces, exigía a los periodistas que le tocaran un pecho, para que vieran lo bien que estaba. “Y todo es mío”. Pero volvía a recaer porque no se cuidaba. ¡Tenía tantas bocas que alimentar! ¡Y sus deudas con Hacienda! Debía sacar adelante a los suyos como fuera, y los suyos eran muchos, porque poseía una generosidad apabullante: a su ‘novio’, el Junco, le compró un apartamento en Sevilla, mantenía a las hijas de Antonio y a varios amigos desvalidos. Llevaba un bolso con dinero y, cuando se acababa el día, estaba vacío. Cuando ya no le quedaba más, daba hasta los billetes de lotería que había comprado. “Toma, hijo, a ver si te toca algo”.

El escritor José Luis de Vilallonga la llevó a París, a una consulta con el mejor oncólogo del mundo, en el instituto Pasteur. Le dijo que había posibilidades de cura, una operación, un tratamiento, unos meses retirada... “¿Meses?”, dijo ella. “¡No puedo!”. Y se fue tal como había entrado, aunque quizás ese doctor le hubiera podido salvar la vida. Pero lo que más le dolía era Antonio, su Antoñito, el sensible, el más artista, el vulnerable... El que no se parecía a nadie. ¡Un alma libre, un talento inconmensurable!

De los porros pasó a drogas mayores, la madre recorrió con él todas las estaciones de su vía crucis, se llegó a decir que era Lola la que iba a comprar la heroína a la Cañada Real para que no lo timasen. Y le dijo que quería pincharse con él, para que se diera cuenta del sufrimiento horrible que era ver morirse lentamente al que más amas. Para espantar sus demonios, Antoñito escalaba hasta la ventana de la habitación de su madre, se metía en su cama y hablaban toda la noche, de animales, de la vida, de la dureza de la vida, la madre lo abrazaba entre lágrimas. “Eres demasiado bueno para un mundo tan malo”. Le construyó una cabaña en el jardín, para que fuera independiente y no se marchara más lejos, pasó una buena época cuando estuvo con Ana Villa y tuvieron a su hija, Alba, pero al final el caballo, la pandemia del siglo XX, arrasó con todo. Era más fuerte que él.

■ ■ ■

Lola aún salía al escenario, ahogándose, hinchada por la cortisona, con enormes picores y llagas en todo el cuerpo. Actuó en las Fallas de Valencia e hizo una última visita, genio y figura, al casino de Monte Picayo. Después se metió en casa y dijo: “Que nadie venga a verme, no puedo más”. Ya no había dinero, Lolita aportaba todo lo que podía, Lola se miraba en el espejo, sin peluca, con el cuerpo escuálido y gemía: “¡Ay, Lolita Flores, para lo que has quedado!”.

Lola se asfixiaba, pero sus pensamientos eran para Antoñito, siempre Antoñito, y si no quería irse, a pesar de sus sufrimientos atroces, era por ese niño, esa criatura descarriada, para no dejarlo desamparado. Era consciente de la inmensa carga que ponía en los hombros de su hija mayor, porque sus últimas palabras antes de morir fueron para decirle: “Hay que ver lo que te dejo...”. Poco antes había llamado a su marido y le había suplicado con su voz honda que apenas se entendía: “Te pido perdón por todo el mal que te he hecho”, y Antonio le contestó entre lágrimas: “No me has hecho nada, nada tengo que perdonarte”.

A las seis de la mañana del día 16 de mayo de 1995 murió en los brazos de su amiga más fiel, Carmen Mateo. Todos lloraban cuando llegó Antoñito gritando: “¿Dónde está mi madre?”. Cuando le dijeron que estaba muerta, pegó un puñetazo en la pared y se rompió la mano, que llevó escayolada hasta su propia muerte. Entró en la habitación de Lola y estuvo horas allí dentro, encerrado. Lo oían hablar, gritar, reñir, suplicar, cantar… Silencio.

No quiso ir al entierro. ¡Empezaba para él su tiempo de descuento! 15 días. En esos 15 días no comió ni durmió, vivía a base de tranquilizantes, bebía, adelgazó brutalmente. Tenía una novia azafata de televisión, pero dejó de verla. Las hermanas Chamorro, amigas suyas y de la familia, fueron a visitarlo e Irene se quedó a vivir en la cabaña.

■ ■ ■

Antonio puso una foto de su madre y cada día le llevaba rosas, sus flores favoritas. Tuvo una última actuación en Pamplona, donde cantó con la voz rota y levantó la mano vendada al cielo, con unos ojos tan heridos que los periodistas no se atrevían ni a mirarlo. Se metió en la cabaña la noche del 29 de mayo. Fue Antonio Carmona a hacerle compañía y se quedó hasta las dos. Luego se echó una manta por encima y se acostó. Irene Chamorro, en su cama, dormía desde hacía rato.

A las 7 de la mañana se dio cuenta de que Antonio estaba inmóvil, plácidamente echado sobre el costado derecho, solo desordenada su larga cabellera. Salió gritando al jardín, llamaron a la doctora Pulido, del centro de salud de Miraflores, y cuando llegó ya estaba allí un equipo de la Cruz Roja. La doctora solo pudo certificar que Antonio González Flores tenía los pulmones encharcados y estaba muerto. A los 33 años. Una muerte que los periódicos atribuyeron al consumo de alcohol, barbitúricos y otras sustancias, debido a la depresión que arrastraba desde el fallecimiento de su madre. Guillermo Furiase, que ya se estaba separando de Lolita, aunque nadie lo supiera en ese momento, gritó: “¡pvta droga!”.

Lolita, abrazada a la manta que había cubierto el cuerpo de su hermano, se enfrentó a la prensa. Hablaron los taxistas que lo habían llevado a comprar heroína, se identificó al último camello que se la vendió, se especuló que si suicidio, que si sobredosis accidental… La respuesta era simple y la dio, una vez más, Lolita: “No sabía vivir sin mamá”. Ahora hace 25 años que se han muerto y estarán en el cielo porque el cielo, para ellos, era estar juntos.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Vie 29 May, 2020 1:48 am



Lovía sobre Manila y sobre el corazón de Isabel Preysler ese mes de enero de hace 50 años cuando se embarcaba rumbo a Madrid, ¡rumbo a lo desconocido! Hasta el último momento esperó que su novio, Juny Kalaw, apareciera en un caballo blanco y la raptara para llevársela con él. ¡Madrid! ¿Qué se le había perdido a ella en Madrid? Quería seguir en Filipinas, quería casarse, quería tener muchos hijos, dejarlos en manos de las criadas y pasar el verano en una isla privada bajo una sombrilla para no broncearse demasiado. Quería tener, en fin, el destino de todas las chicas de su edad y de su clase.

¡Para eso la habían educado! Yo conocí a unas primas suyas muchos años después y eran así, desdeñosas, educadas, de piel muy clara y tan ociosas que nunca habían entrado en la cocina de su casa. Porque Isabel era de familia bien venida a menos, su padre saltaba de trabajo en trabajo y su madre, que tenía un cuarto de sangre mestiza, porque descendía de la nobleza indígena, los kapampangan, era quien sacaba adelante la familia. Y era precisamente esa gota de sangre indígena la que aportaba a la niña Isabel esa belleza exótica y femenina que volvía locos a los hombres.

■ ■ ■

En las pocas revelaciones que Julio Iglesias hizo a un amigo sobre la que había sido su mujer, dijo: “Es asombrosa. Bajo su aparente frialdad, oculta un volcán de fuego”. Un volcán que ya había entrado en erupción algunas veces: con dos grandes herederos de la aristocracia local, uno después de otro, y con el depredador de mujeres y millonario Juny Kalaw, motivo por el cual el padre la había embarcado hacia España. ¡Para evitar el escándalo y para que lo olvidara!

Cuando llegó a Madrid, la estaban esperando sus tíos, Tessy Arrastia, hermana de su madre, y el embajador Miguel Pérez Rubio. Eran una pareja muy rica y muy bien conectada con la alta sociedad, donde nadie sabía que habían abandonado a sus cónyuges para vivir juntos, lo que hubiera supuesto un escándalo, ya que entonces el adulterio estaba penado con seis meses de cárcel. Pero como todos creían que eran matrimonio alternaban con la duquesa de Alba y con los marqueses de Villaverde, de cuya hija Carmencita, Isabel en seguida se hizo íntima amiga. Precisamente, su primera aparición en una revista se produjo con ella, en un desfile del modisto filipino Pitoy. Escribían: “El todo Madrid estaba en el Tiro de Pichón... Las maniquíes, pertenecientes a la sociedad madrileña, se detenían y giraban ante el marqués de Cubas y el marqués de Villaverde que, galantes caballeros, correspondían con aplausos y requiebros…”.También iba al Pardo a ver cine. Una vez apareció Franco, el ‘abu’, y les preguntó si las películas eran “aptas para menores”.

La nostalgia por Juny duró muy poco. Casi lo mismo que sus estudios en las irlandesas de la calle Velázquez, que cambió por un cursillo de secretariado, que era lo que hacían las chicas bien en esa época en la que solo las ‘raras’ íbamos a la universidad. Y empezó a salir con Johny Güell, tío político, por cierto, de Cayetana Álvarez de Toledo.

Hasta que, como un bulldozer arrasándolo todo, aparece en su vida Julio Iglesias. Se lo presenta Julio Ayesa en una fiesta ¿Qué quién era? ¡Pues nadie! Sí, había ganado el Festival de Benidorm, pero Isabel ni siquiera sabía dónde estaba esto de Benidorm. Y es que era… ¡Cantante! Cuando el padre se enteró de que la niña tonteaba con un artista, se llevó las manos a la cabeza. ¿Para eso la habían enviado a España?

■ ■ ■

Salieron a cenar. La primera vez Julio la llevó a ver un concierto de Juan Pardo, pero la hizo sentar de espaldas al escenario porque Juan era muy atractivo. Después la llevó a ver a José Feliciano y no le importó que se sentara de cara porque total era ciego, la riñó porque iba con minifalda y, como hacían todos los chicos de esa época para poder ligar a fondo, le dijo que se quería casar con ella. Después fueron a casa de unos amigos al pantano de San Juan y en una de las tres noches que pasaron juntos se quedó embarazada.

¡Isabel se horrorizó! Se reía con Julio, le conmovía que la quisiera tanto... Pero no estaba enamorada. Le propuso irse a Estados Unidos y tener su hijo allí sin necesidad de casarse, pero Julio se negó en redondo. Se lo repetía su padre, que era ginecólogo, tanto a él como a su hermano Carlos:

-¡Si dejáis a una chica embarazada hay que cumplir y casarse con ella, como caballeros españoles que sois!

■ ■ ■

La boda, el 29 de enero de 1971, fue un despropósito, fueron 1.500 personas, todos los vecinos de Illescas, se colaban los perros en la iglesia y hacían pipí contra las patas de los bancos, los fotógrafos empujaban a los familiares, se tuvieron que repetir tomas porque los focos no se encendían. Enrique Herreros, el mánager de Julio, le gritó al cura:
-¡Repita el discurso que no va el micro!

El padre José Aguilera protestó débilmente:

-Oiga, que esto no es un show.

Y Herreros rugió:

-¡Claro que es un show! ¡No ha habido uno mejor desde la boda de Sarita Montiel! ¡Desde la de Elvis Presley!

Así llamaban a la novia, ‘Presley’, nadie sabía aún pronunciar su apellido.

Isabel, tan tranquila siempre, se echó a llorar y el cura dijo:

-Nunca había visto a una novia tan triste.

¡Le daba miedo su futuro desordenado con aquel hombre al que apenas conocía! El viaje de novios a Maspalomas (Gran Canaria) –no había dinero para más– fue el momento de su matrimonio en el que estuvieron más unidos, aunque hay que señalar que apenas vieron la luz del sol. Luego lo acompañó de gira, viajando en aviones de mala muerte, en autobuses desvencijados por México, en pensiones con chinches, con contratos que no se cumplían... Iban con Alfredo Fraile y su mujer.

Alfredo me contó:

-Isabel todo lo aguantaba... No se quejaba nunca y a todo le encontraba su lado bueno.

Cuando llegó la hora de dar a luz, su suegro le dijo:

-Mira, Isabelita, tú te vas a Cascais y allí te atenderá un ginecólogo muy amigo mío.

■ ■ ■

Y Julio le contó que los periodistas no se podían enterar de que se habían casado ‘de penalty’. ¿Cómo quedaría él? ¿Y ella, que vendía esa imagen de chica decente? La embarcaron como un fardo en un taxi, dio a luz completamente sola y Julio fue desde Albacete, donde estaba actuando, aguantó media hora para las fotos y, luego, mintieron diciendo que el parto se había adelantado y que la oronda Chábeli había sido ochomesina.

Aquí voy a dar un salto en el tiempo e introduciré un recuerdo personal. En Telecinco grabamos unos ‘Hormigas blancas’ dedicados a Isabel dirigidos por mi querida Carlota Corredera. Yo hablaba por las noches con Isabel y le contaba cómo habían ido las grabaciones. Un día le dije: “Hoy he visto que se va a comentar que te acostaste con Julio antes de casaros”. Le tembló la voz. “Pilar, eso es una mentira horrorosa, por favor, desmiéntelo… ¡Es una más de las calumnias que me dedican!”. Yo la creí y esa noche me batí como una jabata con el bueno de Jaime Peñafiel, que la conocía mucho mejor que yo y contaba que se había casado embarazada de dos meses. Al final, Jaime, que es hombre educado, se retiró con elegancia: “Lo que tu digas”.

Llamé a Isabel sintiéndome el caballero de la brillante armadura. Me dijo: “Muchas gracias, Pilar, has estado muy mona”. Yo aún protesté: “¿Pero cómo podía decir eso Jaime?”, y ella me contestó dulcemente: “Lo dice porque… es verdad”.

Sí, llamadme imbécil. Cierro paréntesis.

■ ■ ■

Isabel llevaba una vida escondida, de ama de casa, de madre de familia. Tuvieron dos hijos más, cuidaba de ellos, todas las tardes la visitaba su suegro, que atravesaba por problemas matrimoniales, y su suegra también iba a vigilarla. Era amiga de Carmencita Martínez-Bordiú, pero tampoco mucho porque a su marido, Alfonso de Borbón, no le hacía gracia que salieran juntas. Julio siempre estaba de gira, pero por Navidades se encontraban en el aeropuerto de Madrid e iban juntos a Manila. Los periodistas aprovechaban y les hacían un reportaje. Pero un año Julio se retrasó –se había quedado dormido en brazos de miss Puerto Rico– e Isabelita estaba sola con sus hijos. El periodista le dijo que le iba a hacer una foto de todas formas para amortizar el desplazamiento a Barajas. Y cuál fue la sorpresa de Julio al ver que, a la vuelta de Manila, el rostro de Isabel estaba en todas las portadas. ¡No con él, sino sola y posando como una modelo!

En un ataque de rabia tiró todas las revistas al suelo, pero no sirvió de nada porque la carrera de Isabel estaba lanzada… A partir de entonces siempre tuvo que aparecer con su marido en las fotos y, con el tiempo, los reportajes, su popularidad, su fotogenia, llegarían a ser su medio de vida. Ocho años tardó Isabel en enterarse de que su marido le era infiel desde el primer mes de matrimonio. Se lo dijeron unos primos que vivían en Argentina: hacía vida marital con la actriz Graciela Alfano y nadie sabía que en España estaba casado. Al poco tiempo, lo sorprendió en el hotel Meliá con Virginia Sipl, a la que llamaba ‘La Flaca’. ¡Lo peor de todo es que no le dolió porque ya no lo amaba!

Fue a buscarlo al aeropuerto y le dijo que su matrimonio se había terminado. Julio, a pesar de todo y sabiéndose culpable, se quedó tan hundido que tuvo una depresión que lo llevó a cometer una locura. ¡Dicen que Isabel ha sido el gran amor de su vida y que nunca la ha olvidado!

Desde entonces, Isabel se ha casado varias veces, ha tenido hijos, ha llevado una vida movida e interesante, pero quién sabe si en el fondo no sigue siendo aquella niña que esperaba, hace 50 años, que su príncipe azul viniera a buscarla a lomos de su caballo. Porque, créanme ustedes, lectores, todo envejece menos el corazón.




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