El genial torero de La Puebla visita el mausoleo de Joselito, en el centenario de su muerte, y desnuda su alma en un paseo inaudito por el cementerio sevillano de San Fernando MORANTE EN LA TUMBA DEL REY Ante el mausoleo del rey de los toreros, despliega un tributo íntimo. Y desempolva su palabra entre tumbas como hace con viejas tauromaquias en los ruedos. Su nombre ya se anuncia en Sevilla y quiere volver a Madrid. La lealtad a Vox le ha traído vetos, pero sigue firme en su idea: “Estoy orgulloso”ZABALA DE LA SERNA SEVILLA / FOTOGRAFÍAS: JOSÉ AYMÁ
Las trampillas abiertas de las criptas subterráneas parecen bocas de serpientes que respiran. Llueve sobre las lápidas, crucifijos y flores, y las capillas de los muertos enterrados en familia necesitan orearse contra la humedad. La grisura del cielo es espejo de tanto mármol. Sevilla no parece Sevilla en esta mañana londinense de enero. Morante de la Puebla camina entre las tumbas del cementerio de San Fernando como una aparición de tiempos pasados. El abrigo largo y negro, el sombrero calado del mismo tono, el puro humeante. Sonríe con complicidad ante el encanto sinaloense de los grandilocuentes panteones de patriarcas gitanos, y pasea con la naturalidad del sepulturero. Acude al camposanto con una frecuencia supersticiosa en busca de la suerte que los toros le niegan. «Los cementerios me traen buen bajío y me dan paz, pero tampoco me gusta abusar de los muertos…», dice bromeando en serio. «Aquí traje a Santiago [Abascal] el día antes de las elecciones andaluzas». Y quedan las frases y las risas colgadas en el aire de la genialidad.
José Antonio Morante Camacho, el coleccionista de viejas tauromaquias, venera a Joselito, el rey de los toreros, su santo de cabecera, su dios idolatrado. Y prepara un ritual ante su doloroso mausoleo, en la tumultuosa escultura funeraria de Benlliure que escenifica su entierro. Despaciosamente enciende una vela roja en recuerdo de su trágica muerte en Talavera, hace 100 años. Cuando la Macarena vistió luto y Sevilla entera procesionó su pena. Desde una silla de anea, prende la llama del respeto Morante, casi rodilla en tierra. Y con pulso exacto incendia el veguero que muerde en su boca.
A un costado del monumento yace Rafael el Gallo, maltratado por sus espantás; al otro, Sánchez Mejías con toda su muerte a cuestas. Y en el frontal, la madre de odre calé, la señá Gabriela Ortega. Flota en el ambiente una bruma de leyenda, un misterio becqueriano. Desde sus fosas, Belmonte, Paquirri, Manolo González y El Espartero –«nacido para el arte», reza su epitafio– ven a Morante pasar. Al fondo de la avenida, como clavado en una cruz con altura de mástil mayor, el Cristo de las Mieles vigila todo este mar de silencios y piedra.
Hasta el cementerio sevillano viajamos con la silla y la vela desde La Puebla del Río. Allí hunde Morante sus raíces. Construyó su refugio donde el pueblo se precipita hacia el Guadalquivir por una vaguada. Una hilera de naves bajas, que sólo el blanco de la cal unifica, dibuja la columna vertebral del puñado de hectáreas. La «Huerta de San Antonio» alberga un campo de fútbol, que usa la chavalería, una placita de tientas, hecha con traviesas de vía férrea, un salón para comuniones, que arrienda por primavera, y la casa de invitados. El despacho de Joselito, comprado como reliquia en una subasta, es la joya que enseña. Hay una cava de cigarros puros, un búcaro con su nombre y una figurita rondeña que le representa.
La chimenea ilumina y colorea a Morante. Que hace el toreo en sepia. En torno a la lumbre, habla sin filtros, con frases pensadas, entrecortadas, perezosas. Una gestualidad hiperexpresiva las envuelve; un agudo sentido del humor las salpica. A su pueblo le ha regalado unas fiestas por San Sebastián, una novillada sin caballos y un encierro multitudinario.
Morante prende una vela, sentado en una silla de anea, en la tumba de José Gómez ‘Gallito’P. En estas calles jugaba al toro de crío, ¿qué le provoca la política que aleja a los niños del toro?
R. Lo hacen para acabar con la tradición y la cultura. No hay ningún estudio psicológico que diga que ir a los toros afecte a su comportamiento. No sólo atenta contra la libertad de los padres, sino fundamentalmente contra la de los del niños.
P. ¿El pin parental sí vale para la tauromaquia?
R. Yo tenía una exposición de fotos y trajes de toreros, una especie de museo que viajaba en autobús. Lo llevé al colegio de La Puebla en los recreos después de hablar con la dirección. Pues algunas maestras prohibieron entrar a los niños. Imagine que hubiera una asignatura del toreo o un torero que fuese a dar charlas a los colegios... ¿Qué dirían los progres? El pin sería poco.
P. ¿Le preocupa una posible Ley de Bienestar Animal frontalmente antitaurina?
R. Lo interesante son los precedentes de las sentencias del Tribunal Constitucional en Cataluña y en Baleares. Pero lo vivo con preocupación. Hoy el animalismo, el ecologismo y el feminismo forman ya parte del nuevo comunismo y su propaganda.
Y mira de reojo las ajadas fotografías de Gallito y Juan Belmonte que cuelgan de la pared. Como sombras chinescas de la génesis del toreo moderno. Una proyección de los albores del siglo XX, la Edad de Oro que Morante estudia y cultiva.
P. ¿Qué tiene Gallito que le provoca tal devoción?
R. Lo fui descubriendo solo, a medida que avanzaba en mi profesión. Simplemente por propia inquietud en el saber. Sus acciones eran todo honestidad y corazón. Aunaba la sabiduría y la gracia sevillana, medio gitana y medio flamenca. Reunía lo que nunca he vislumbrado en ningún otro torero.
P. José era el rey de la luz y Belmonte el señor de las tinieblas, escribió Alameda.
R. Belmonte era un ser especial. Pensativo, íntimo, dramático. Su toreo tenía que ser así por sus condiciones físicas. José era tan grande y superior que se hacía transparente. Cualquiera le decía «has puesto un par por este lado y no por el otro». Y cogía y ponía tres por el otro. O alguien le recriminaba que no era capaz de matar cualquier corrida y mataba las que hicieran falta. Era inalcanzable. Yo, sin embargo, crecí con la información de Belmonte.
P. Por Chaves Nogales…
R. Y por el toreo que se siguió haciendo.
P. El toreo ligado y en redondo y las plazas monumentales fueron aportaciones gallistas.
R. José creó plazas acordes a su figura de torero monumental [se sonríe por el hallazgo]. No ha habido otro con tanta plaza, con esa capacidad de llenar el escenario.
P. Le fascina el toreo en movimiento.
R. ¡Claro! ¡Es lo difícil! José hacía algo a lo que nadie se atrevía. A lo de Belmonte se atrevían todos. Les saliera o no, era imitable.
P. Gallito inicia la búsqueda del toro moderno.
R. Digamos que ayudó a Juan Belmonte con un toro apropiado. Lo protegió. Cosa que no solía hacer con nadie. Casi nunca se habla de lo que hizo por él. Y, lo que es la vida, luego Belmonte le dejó muy solo en la polémica por la Monumental de Sevilla que José levantó. El otro día decía, medio en broma, que la culpa de que no se le haya hecho un monumento a José la tiene Belmonte. ¡Debió ser el primero en impulsarlo!
P. Entre su admiración gallista y su fondo marcadamente belmontino hay una contradicción: como Belmonte usted necesita el toro especial.
R. Hoy hace falta ese toro, llamémosle belmontino. Los públicos giraron al toreo de Belmonte y yo también soy una consecuencia.
P. Ya salió el cartel de la temporada en Sevilla y se olvidaron de Gallito en su centenario…
R. Lo del cartel de la Maestranza no tiene nombre. No por el ninguneo de José, sino porque año tras año se superan a ver cuál es más horrible.
P. El nombre de Morante ya se anuncia en Resurrección y en tres citas más.
R. Sevilla siempre es un sueño a pesar de los años. Uno se prepara, inventa, imagina, con la mente puesta en ella.
P. El último año se le vio preparado y mentalizado en su paso por la Maestranza.
R. Salí contento. Fui capaz de hacer cosas nuevas y mantener viva la ilusión en el aficionado y el interés. Tres tardes en la feria y cada una tuvo una cosa. Me convencí de que se puede seguir creando. Esa creatividad es lo que a mí más me preocupa. Que después de tantos años pueda llegar a estancarme, perfeccionar pero no crear. Y me da miedo porque a mí no me gusta la perfección, me gusta la creatividad.
P. ¿Es el galleo del Bú su máximo grado creativo?
R. Fue un gozo volver a rememorar esa suerte en una plaza como Sevilla. Uno lo entrena en el campo pero a veces no sale en la plaza. Me llena saber que todavía estoy capacitado para crear.
P. Sucedió en el toro del que dependía la Puerta del Príncipe de Aguado, ¿tuvo guasa de perro viejo?
R. Nunca he sentido la tentación de tal maldad. Lo único que conseguí con el quite fue provocar que el público se motivara y vibrase. Cuando Pablo Aguado salió a replicarme, brotó una emoción más elevada que le ayudó a salir por la Puerta del Príncipe.
P. ¿Le tocó el orgullo sentir que alguien mueve su silla?
R. Claro, hombre. El público además se entrega con lo nuevo. Y uno se rebela. Me puse de rodillas en mi segundo toro. No quería que me ganase la pelea. Yo me alegro de que salgan toreros nuevos. Que los que estamos ahí somos ya muy viejos. Y necesitamos la competencia.
P. ¿Entiende la ausencia de Aguado en Resurrección?
R. Creo que no debía haberse quitado de la corrida de Garcigrande, pero si la hubiesen cambiado no pasa nada.
P. ¿Diría que hay que protegerlo?
R. Protegerlo tampoco. Hay que esperarlo y ayudarlo.
No parece que haya sido una cosa ni la otra la zancadilla de la empresa Pagés. El fuego de la chimenea acompasa la palabra de Morante. Que habla lento y libre en su fragua. En el patio trasero forja suertes añejas. Y se prepara haciendo guantes y sombras como amante del boxeo: «Da fondo, coordinación de piernas y guarda similitudes con el toreo».
P. Pasada la frontera de Sevilla en 2019, descuidó su forma física.
R. Pienso que no. Pero si no vas a Madrid, Pamplona o Bilbao, careces de objetivos…
P. ¿Cree que su significación política con Vox le trajo el veto de Bilbao?
R. De Bilbao no me llamaron. No tiene otra explicación que la política. Son heridas que hay que asumir cuando uno defiende sus ideas.
P. ¿Se arrepiente?
R. En absoluto. Al revés, estoy orgulloso.
P. ¿Y seguirá el veto?
R. Percibo mucho miedo. El País Vasco es una región en la que los ideales de Vox son difíciles de tratar. Nunca un torero se había significado políticamente en una tierra de represalias tan fuertes. El asunto es triste y grave.
P. Si se hubiera significado con la extrema izquierda...
R. No habría pasado. Eso seguro. Lo hice porque España se merece vivir en concordia e igualdad.
P. Donde sí vuelve es a Valencia en marzo.
R. Valencia tiene mucha grandeza. Su plaza, su ubicación, la primera feria importante de la temporada. Casi siempre he tenido suerte. Así que regreso. Total, ya me da igual al tener la batalla perdida con con la tele [Canal Toros]…
P. ¡¿Pero cuál es esa batalla?!
R. El toreo es un arte con-tem-pla-ti-vo que entra por los ojos y no por los oídos… [El duende desata la chispa con resignación y humor].
P. Siga.
R. Me gustaría una locución más como un documental. Sin tantas palabras.
P. ¿Sugiere que el toreo no hace falta explicarlo tanto?
R. No hace falta cuando se ve. En la radio, sí. En la radio no se ve, ¡pero en la tele lo estás viendo! Es como cuando termina un torero de torear y empieza a ponerse muy bien en el micrófono. ¡No digas más ná, que te hemos visto! «Y le he hecho esto al toro…». ¡Que te hemos visto!
P. Sin problemas con televisión, ¿volverá a Madrid o faltó por otra causa en 2019?
R. El bombo de San Isidro tampoco dio pie ni a discu-tir. Ahora quiero volver.
P. Disfrutará por fin del ruedo aplanado que consiguió y gozan otros.
R. ¡Les he allanado el terreno a los demás! En serio, los toros tienen muchas querencias y si se fija en cualquier plaza inclinada todos los toros se rajan en la zona baja. Es una alteración de la pureza de la lidia. En Las Ventas justificaban la pendiente por su utilidad para desaguar. Decían que si la quitaban y llovía, había que suspender. ¡Pues claro! Las pistas de tenis también son llanas y se suspende si jarrea. Y no pasa nada. Además, desde que bajé el ruedo se devuelven menos toros.
P. Se lo agradecerá la empresa de Las Ventas en la próxima negociación…
R. A Simón se lo dije: «¿Cuánto me vas a dar por los toros que no te han echado para atrás?».
P. ¿Ver a Morante en Pamplona ya es imposible?
R. A mí me gustaría regresar. En Pamplona sale un toro muy difícil para hacer el toreo bueno, el toreo clásico. Es difícil reunirse con un toro tan destartalado. Como decía El Gallo «no es miedo, es desproporción». Por su ambiente no hay trabas. Es el eslabón más alto en la concepción del toreo como una fiesta. Tanto lo apoyo, que en mi pueblo organizo un encierro.
P. Donde está el toro en la calle, la tauromaquia es intocable, como en el Mediterráneo.
R. Es que de ahí viene todo. También las corridas. Que con el tiempo se fueron convirtiendo en algo más alejado del pueblo, con un mayor protagonismo de los toreros sobre el toro. Por eso me gusta Pamplona. Vaya o no vaya Morante, Pamplona sigue siendo Pamplona. El toro es lo importante.
P. No corresponde esto con la idea que se tiene de usted.
R. Equivocadamente. Como si todo lo que dijese fuera sólo para beneficiarme. Una vez quise usar mis puyas en Zaragoza, porque con las actuales el toro sangra mucho, y no me dejaron. Yo me obligo a involucrarme y respeto el rito. Cuando el torero busca colocarse por encima de todo, roba más de lo que da. José Tomás es un torero extraordinario pero se ha creado un personaje muy elitista. Sus apariciones lo son. Y crea tendencias nada buenas para las tradiciones taurinas. Lo otro es muy tentador, pero se aleja del compromiso con el toreo. Hay que ir allí donde se necesita. Acudir al fuego, no traer el fuego a ti. Me dan mucha tirria los artistas que se apropian del arte al que se deben. Huyo del elitismo.
P. ¿Tiene que regresar el toreo a las capeas y talanqueras para renacer?
R. ¡Así es! Estoy en contra de las escuelas taurinas. Ese dinero que tiran en ellas habría que invertirlo en organizar festejos. ¿Para qué queremos enseñar una profesión que después no se ejercita? ¡Hay que acabar con los chiringuitos!
P. Le altera enormemente.
R. Las escuelas hacen daño. De entrada, los chavales se tienen que poner a las órdenes del maestro de turno que ni siquiera ha sido un torero importante. Me da coraje que les coarten. Para colmo, la Federación de Escuelas se ha apoderado del circuito de novilladas sin picadores. ¡Si el toreo es un arte libre y lo encorsetan!
P. No fue su caso, que bebió en sus propias fuentes, en la naturalidad de Pepe Luis, sin ir más lejos.
R. Y en la finura y la gracia, que ya es más difícil de encontrar. Esa cosa que había en Curro o en Pepín [Martín Vázquez]. La naturalidad va con al aura de tu cuerpo. Es despojarse de todo oropel. Y a veces quedarse desnudo. Adquiere una profundidad no de efectos instantáneos pero sí eternos. Es inimitable, la sobreactuación se copia.
P. ¿Hace falta más valor para la quietud o para torear despacio y embraguetado?
R. El valor hace falta hasta para anunciarse. Decía Bergamín que cuando se torea no se engaña, se desengaña. El toreo es como un romance, una danza entre el toro y el torero, lo dos extremos se tienen que encontrar en un punto medio. Quedarte quieto tiene el mérito de la voluntad, para torear bien hace falta otros mucho más importantes. Quieto se quedaba Don Tancredo y no toreaba. Torear es un juego mucho más movido.
P. Por tres veces protagonizó adioses efímeros en sus más de 20 años de alternativa, ¿ve la retirada definitiva lejana?
R. La veo cada vez más cercana. Es un pensamiento que ronda. Pero a la vez todos estos ataques antitaurinos me hacen compromoterme aún más. No se puede ir uno tranquilo.... Hay que estar atento y expuesto para frenar esta amenaza.
P. ¿Tiene su vida organizada para el día en que se vaya?
R. No soy capaz de programar apenas. Tengo una cabeza muy mala.
EL MUNDO / PAPEL / SÁBADO 1 DE FEBRERO DE 2020