El ala Oeste
DAVID GISTAU

El personaje que mejor representa todo esto en la actualidad, obviamente, es Iván Redondo. El perfecto asesor de fortuna, que lo mismo intriga para un partido que para el antagonista interiorizando con la misma convicción unos valores o los contrarios. Redondo, para aureolarse con un prestigio propio más o menos misterioso, está sabiendo aprovechar dos factores. Que a los periodistas nada les gusta más que disponer de un número de teléfono conectado directamente con el poder que provea de entrecomillados para el artículo. Y que, como hemos visto El ala Oeste y nos lo hemos creído, estamos predispuestos a esa fotogenia en la que Rob Lowe, que está buenísimo, sale a conspirar con un senador llevando en la mano un café de Starbucks.
Que Redondo parasite recursos públicos en el interés partidista y para sus operaciones de sabotaje detrás de las líneas enemigas tampoco es cosa que él haya inventado. Vaya, acabamos de dejar atrás a un Gobierno, el del PP, que usaba el CNI y a operadores policiales como Villarejo para confeccionar carpetas con las cuales destruir reputaciones, ya fuera en el contexto de la lucha contra el independentismo o en el de las pugnas internas. No nos hagamos, por tanto, el capitán Renault. Pero sí constituye un síntoma que Redondo sea el hombre clave de Sánchez, que no haya un contrapeso moral o de honestidad ideológica cerca del presidente, porque ello revela que es un Gobierno enteramente entregado a la mezquindad conspirativa, al ventajismo, a la táctica de supervivencia, a la ocurrencia perfectamente calculada para sacar tajada e ir salvando los días uno a uno. Es decir, un Gobierno que, en horario de oficina, sólo piensa en cómo joder al prójimo, y que luego se lleva el trabajo a casa.

Constituye un síntoma que Redondo sea el 'hombre clave' de Sánchez, que no haya un contrapeso moral cerca del presidente