Opinión
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Las monjas de Granada y el caballo de Santiago
Jaime Peñafiel
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En el reciente homenaje del Congreso de los Diputados a las víctimas del terrorismo de ETA y yihadista no todas sus “señorías” se comportaron de igual manera.
Mientras la mayoría aplaudió, de pié, la intervención de la presidenta Mar Blanco, los representantes de Podemos, Bildu y ERC se negaron y el impresentable Rufián incluso se mantuvo ostensiblemente sentado.
Esta falta de respeto y sensibilidad me recordó una reciente visita a Granada, la ciudad en la que nací. Aproveché mi estancia para visitar el convento de las Comendadoras de Santiago, fundado en 1501 por los Reyes Católicos. Fue el primer convento de religiosas. Con su construcción, honraban al patrono y protector, el Apóstol Santiago que preside uno de los altares del templo.
La simpática priora me contó que el moro que aparece en la talla aplastado por el caballo blanco de Santiago, según la leyenda de la batalla de Clavijo, el 23 de mayo de 844, desaparece, se esfuma a voluntad de la comunidad religiosa, muy sensible a los actos de terrorismo.
A pesar de vivir enclaustradas entre los muros de este convento del siglo XVI, conocen y respetan la polémica contra la imagen de un apóstol Santiago, aplastando enemigos moros bajos las patas de su caballo. Sensibles a esa discusión sobre si es apropiado mantener esa iconografía, decidieron aplicar el quita y pon, según las circunstancias.
En febrero de 2012, el Foro de Curas de Madrid, asociación que agrupa a sacerdotes y párrocos junto con el Cristal (Cristianismo e Islam), hizo público un manifiesto abogando por la desaparición en iglesias y templos de “la imagen de un apóstol aplastando a enemigos moros que se retorcían bajo las patas de su caballo”.
Como consecuencia de ello, en la catedral de Santiago de Compostela se decidió cubrir de flores la parte baja de la talla del apóstol para evitar polémicas con los islamistas ya que mantenerlo a la vista perjudica el diálogo ínter religioso.
Pero mis monjas de Granada, a diferencia de sus señorías, siguen y seguirán utilizando la figura del moro, quitándole o poniéndole, según las circunstancias.
P.D
A “pep-Ito” me sorprende y desagrada su comentario sobre las presuntas relaciones de Victoria Federica con el torero calificándolas de “arrejunte”. No está bien.
A Mazarino: lleva razón en lo de elitista y siento que, para usted, sea aborrecible. ¡Qué se le va a hacer! Lamento no haya entendido el término “todo” al referirme a los invitados a las fiestas onomásticas del rey Juan Carlos en los Jardines de Campo del Moro. Es una fórmula que se suele utilizar en periodismo para explicar que había demasiados invitados.
Le agradezco a Alfonso A que reconozca que no me escondo tras eufemismos para dar rienda suelta a mi clasismo. Pero siento no haya leído la encuesta publicada recientemente sobre los más valorados en el seno de la familia real. En la citada encuesta aparece como la que más la reina Sofía y en último lugar Letizia. Lo siento porque se que usted se reconoce públicamente “pro-Letizia”.
Estimada Aurora: yo no siento ninguna “inquina” contra Letizia. Tampoco idolatro a una Monarquía que, como usted reconoce y estoy totalmente de acuerdo, no existe como tal ya que está “absolutamente desunida”. Y, por favor, no me atribuya elucubraciones “sobre la hermana muerta”. Ha sido la propia hija de la desgraciada Erika quien ha hablado de su madre y lo mucho que le duele su ausencia y “lo sola que la dejaron”. Y, por último, soy cualquier cosa menos cortesano”. Si un periodista leal que dice, siempre, lo que cree debe decir pero que silencia lo que, por principios y respeto, debo … silenciar siempre.