MACHISMO
MACHISMO
Squash Lo recibieron las ganadoras del Campeonato de squash de Asturias
El premio más sexista y vergonzoso del deporte: un vibrador y un kit de depilación
Los regalos son súper sexistas, sólo los entendería en una despedida de soltera entre amigas, no para un evento deportivo"
Un vibrador, dos kits de depilación y una lima eléctrica fueron los regalos que se les dieron, junto con los trofeos, a las cuatro ganadoras del Campeonato de Asturias de Squash celebrado los días 10 y 11 de mayo. "Nos quedamos en shock, impactadas e indignadas. Tengo 37 años y llevo compitiendo desde los ocho y nunca, en la vida, me habían regalado algo tan sexista. Lo habitual es material deportivo. El vibrador son palabras mayores... Para nosotras fue una sorpresa. Yo traté de esconder los regalos detrás del trofeo", reconoce Elisabeth Sadó, una de las cuatro jugadoras ganadoras y, además, coordinadora de coordinadora de la Comisión Squash y Mujeres de la Federación Asturiana. Los cuatro ganadores masculinos sólo recibieron el trofeo, no les acompañaba ningún regalo.
"Es una barbaridad y esto no puede volver a suceder. Llevo toda una carrera deportiva viviendo estas cosas a menor escala, pero esto ya no se puede tolerar. La recompensa a nuestros entrenamientos no puede ser ésta. Hace falta una Ley del Deporte que ayude a que esto no pase, a que si hay situaciones de discriminación por género haya algún tipo de infracción para que no vuelva a ocurrir, que sepan que hacer esto ya no es posible y que las leyes nos amparan", reflexiona Sadó.
MACHISMO
El caso Woody
DAVID GISTAU
EL HECHO de que Woody Allen no encuentre un editor que se atreva a publicar sus memorias es una advertencia alarmante acerca de la inminente derrota definitiva del individuo ante los piquetes del puritanismo policial. Agréguese que, para estrenar Rainy Day In NY, apenas ha logrado obtener pantalla en dos o tres países europeos, entre ellos España, lo cual confiere a la película –y a las propias memorias– un extraño prestigio parecido al de los libros prohibidos que las librerías de las dictaduras escondían en sus sótanos para hacerlos circular entre los conocidos.
Casi al final de una carrera creativa maravillosa, si acaso algo irregular por demasiado fecunda, Woody Allen se encuentra convertido en uno de los grandes apestados contemporáneos, en un leproso al que los centinelas obligan a anunciar su llegada con una campanilla para que las personas de bien tengan tiempo de apartarse. ¿Por qué ha ocurrido esto? Por unos rumores jamás demostrados ni consagrados en los tribunales, puestos en circulación por la parte resentida de un divorcio traumático, y que fueron dotados de una increíble capacidad expansiva por los automatismos punitivos del metoo, momento a partir del cual se le fue confeccionando a Allen un retrato de predador sexual que lo ha devorado.
Aquí no se trata de defender para el artista, por el hecho de serlo, la concesión de una patente de excepcionalidad moral. El caso de Woody Allen explica muchos motivos por los cuales hemos consentido, en nuestro tiempo, la degradación de la libertad a manos del nuevo moralismo. Explica, sobre todo, la autocensura en la que se refugian aquellos que viven con verdadero pavor a ser pasados por la quilla, a ser destrozados, escracheados, por los mismos lapidadores que se han cepillado a Woody Allen y que tienen sucursales en España. Lo más doloroso tal vez sea la cobardía de los actores que, con tal de no enfrentarse a un rodillo de corrección, manifiestan no querer trabajar con Woody Allen o se arrepienten de haberlo hecho. En esto, y por permanecer en el ámbito cinematográfico, el metoo recuerda al macarthysmo, cuya agresión más vil no fue la persecución ideológica a los Dalton Trumbo y los Ring Lardner Jr. a los que se prohibió firmar y crear como ahora a Woody Allen, sino el haber promovido entre compañeros el miedo, la delación, la deserción, el ponerse uno a salvo entregando miserablemente al amigo.