ACTUALIDAD NACIONAL DE ESPAÑA
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Mensaje de los frikis del ISIS en español tras los atentados de Barcelona y Cambrils
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Invitado escribió:
CÁDIZ | ASTILLEROS
Kichi da su apoyo al contrato de Navantia para construir cinco corbetas para Arabia Saudí
Ante la tesitura a la que se enfrentaba el alcalde, José María González, Kichi, éste eligió Cádiz, y quien dice Cádiz, dice la Bahía en su conjunto. El regidor gaditano debía prácticamente elegir entre la postura de su partido, Podemos, o la carga de trabajo para los astilleros de la provincia... y eligió la segunda opción, es decir, la posibilidad de crear empleo en la zona.
Hablamos del contrato que estaría a punto de cerrarse entre Navantia y Arabia Saudí para la construcción de cinco corbetas, lo que generaría carga de trabajo para cinco años en los astilleros de la Bahía, tal y como indicó el presidente del comité de empresa de Navantia San Fernando, Jesús Peralta.
El contrato asciende casi a 3.000 millones de euros, va a dar empleo a unas 10.000 familias, entre directo e indirecto, y “vamos a tener a cerca de 1.000 personas viviendo con sus familias aquí en la Bahía”, indicaba el sindicalista antes de indicar que le preocupaba la postura de Podemos en este asunto, pues junto con algunas ONG, estaba en contra de construir buques de guerra para un país que precisamente no es conocido por respetar los Derechos Humanos.
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Crimen y culpa
A esta hora en Barcelona, sin embargo, el atentado no sólo ha agitado debates existentes sino creado algunos nuevos y excitantes.
Manuel Jabois
Una de las teóricas costumbres de los sucesos excepcionales es que obligan a reacciones de excepción. Después de un atentado, por ejemplo, los países buscan refugio en un eufemismo alentador: unidad de los demócratas. Es un necesario ejercicio de hipocresía social que se da en todos los órdenes, no solo en los que afectan a la vida pública. Esa unidad tiene la obligación de blindar la discusión y protegerla del terror; esa unidad es un instrumento muy útil para separar a los asesinos del resto.
El último gran ejercicio en España se produjo en 1997 tras la muerte de Miguel Ángel Blanco: su secuestro y asesinato fue el origen y el final de cualquier debate. No hubo más reacción que la reacción a un asesinato. No hubo sobre la mesa más asunto que los propios de un chico atado y tiroteado en medio de un monte. Un crimen tratado en sus primeras horas como un suceso de enorme magnitud protagonizado por delincuentes, no como parte de un debate político y social según el cual los independentistas tenían que hacerse mirar lo suyo y la sociedad, en general, tratarse en el diván para que la chavalada no descarrilase.
De este modo los terroristas son actores criminales, no políticos. No interfieren en los asuntos de los gobernantes, no ponen más cuestiones en la agenda que las obligadas: entierros, actos de rechazo y seguridad pública. En último caso, su acción sabotea su propio objetivo; para las cuestiones de fondo se busca un contexto distinto, una distancia higiénica respecto a los muertos. Si es verdad que los terroristas no consiguen nada, entonces no puede haber nada detrás de su acción, más allá de aquello que tenga que ver con la prevención. Un asesinato tratado como lo que es, incluso con frialdad de laboratorio, no como un artefacto político que incrustar en el debate poniéndolo todo perdido.
En Barcelona el atentado no solo ha agitado conflictos existentes sino creado algunos nuevos y excitantes, como si los muertos legitimasen cualquier tipo de munición en lugar de prohibirla. Ante un suceso excepcional se han conseguido reacciones perfectamente estándar sobre el procès, la extravagancia del idioma catalán en Cataluña, la monarquía y hasta la Iglesia, que ha mandado a un cura CSI para estudiar la participación de la alcaldesa; un regidor del PP ha acusado directamente a Colau basándose en un bulo. Tantos frentes que, como dice Gistau recordando el 11-M, solo falta que los terroristas reclamen su parte de culpa, haciéndose notar para que alguien repare en ellos.
Lo que somos - David Gistau
Lo que somos
David Gistau
EN LA TERAPIA de grupo posterior a un atentado, hay que ser indulgente con la exaltación sentimental de lo propio. Si se trata de un recurso para «tirar p’alante», qué médico no la dispensaría en dosis prudentes, que no creen dependencia. Los Valores. La Civilización. Lo Que Somos, y en esto último mejor no ahondar mientras permanezcan las necesidades terapéuticas de las voluntades destrozadas por la matanza. Hubo, durante las horas de tráfico sentimental, quien escribió incluso que era el atentado lo que consagraba Barcelona como ciudad hermosa, libre y especial, porque esas virtudes eran las que alentaban el afán destructivo del terrorismo. Suspéndanse, entonces, los protocolos preventivos en las ciudades feas y poco carismáticas de la montonera española. Quién va a molestarse en atacarlas con la poca literatura que rezuman.
Lo Que Somos, insisto, es la parte molesta. Lo que somos más allá de esos impulsos espontáneos de empatía que desde hace algún tiempo se están convirtiendo en la sórdida materia de la vertebración europea: no parece haber otra posible, sólo aquella donde la Torre Eiffel adquiere por turno la tonalidad de la nación agredida, como un faro que siempre se prende cuando el naufragio ya ocurrió y hay restos en los acantilados. Lo que querríamos ser es una sociedad cohesionada y ejemplar que responde a los atentados como a un fenómeno meteorológico –como a un golpe de ira de la naturaleza con la que no tiene sentido enojarse– que ha de superarse cuanto antes, tapando el hecho y sus imágenes crudas con biombos como en la película «Brasil» para que nada remueva tanto la cólera como para no ser capaces de seguir viviendo como si nada hubiera sucedido, como si nada hubiera que hacer para que no vuelva a suceder.
Una visión más próxima a lo que somos y a cuáles son nuestros valores la aporta el hecho de que el atentado no ha reparado, sino aumentado, la disfunción social española, los antagonismos internos –los dos centros de reacción al asesinato que se obligan a fotografiarse juntos para mitigar el papelón–. Ignoro si existe una falta de comunicación entre policías, recelosas las unas de las otras, que haya podido perjudicar el descubrimiento de la célula: no despacharé sin conocimientos crítica alguna a ningún cuerpo policial, y menos después de batirse éste en la calle para salvar vidas. Pero, en lo político, sí veo el morboso anhelo de patrimonializar un horror para convertirlo en uno de los hechos fundacionales de una nueva república cuyos próceres tratan de desviar las consignas y los espíritus colectivos hacia su cálculo, aunque sea a costa de distinguir entre muertos iguales para fabricar una falaz noción de extranjería que aplica, incluso en el escenario del crimen y del llanto, los resortes exclusivos del nacionalismo. Lo que somos. Joder, lo que somos. Somos los que hasta en el 11-M se pelearon entre sí mientras los terroristas exigían las credenciales de la culpa, que alguien se fijara en ellos.
Pangloss en las Ramblas - David Gistau
Pangloss en las Ramblas
David Gistau
EN CIUDADES europeas atacadas recientemente, como París, así como en otras que no lo han sido, como Roma, los militares están desplegados. Ello no es un elemento añadido de inquietud sino de tranquilidad. Por eso es frecuente ver, sobre todo entre los turistas, personas que les agradecen el servicio al pasar junto a ellos, por más que la presencia de soldados perturbe el ideal de la tarjeta postal que sólo admitía pintores con boina existencialista y candaditos del amor en los puentes. Los primeros despliegues en Francia parecían más un alarde, un bálsamo psicológico, ya que pensábamos que esta guerra era para que la libraran oscuros servicios de inteligencia. Sin embargo, los soldados terminaron interviniendo, evitaron atentados, e incluso atrajeron sobre sí los ataques que en su caso son un gaje del oficio, como lo vienen siendo en Israel desde los tiempos en que Europa ni sospechaba siquiera que los coches utilitarios y los cuchillos de cocina podían convertirse en armas terroristas artesanales.
No pretendo diagnosticar en términos técnicos si la seguridad en España estaría mejor garantizada con los soldados desplegados. No tengo conocimientos para ello, es algo que me corresponde preguntar, no responder. Pero sí me parece interesante plantear que la superstición antimilitarista española impediría hacerlo aunque fuera necesario. Y de hecho se lo ha impedido a un gobierno medroso, acomplejado, que se ha resistido a aumentar el grado de alerta por temor a que la propaganda independentista fabricara con los soldados patrullando Barcelona, no una estampa protectora, sino una propia del Ulster. Este componente político con resultados debilitantes es otra de las características excéntricas de España. En ningún otro país bajo ataque existe una fobia tal al ejército como para preferir asumir más riesgos personales antes que rescatarlo de su perímetro de exclusión social. Si en Barcelona un bolardo agrede la libertad, imaginen un «paraca». Por eso interponemos letras de John Lennon.
Más allá de la particularidad política en un contexto de fuerte militancia independentista, parece que ciertas reticencias, lo mismo a los bolardos que a los «paracas», tienen un origen «panglossiano». El optimismo no los estimaba necesarios y por ello no quería arruinar la tarjeta postal de la ciudad abierta, libre, intocable de tan hermosa. Estos días, los cronistas de Barcelona, lo mismo los nostálgicos que los que se alquilan bicicletas municipales ahora, nos recuerdan, estupefactos, a Cándido contemplando el terremoto de Lisboa y descubriendo que fue estafado en su ideal del mejor de los mundos posibles, que cosas así no pueden suceder en la jurisdicción de un Dios benevolente. Los bolardos y los «paracas» son un modo, al contrario, de conocer la condición humana y la inexistencia de dioses benevolentes antes del terremoto, y no después.
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Estoy leyendo en el foro inmundo de las cocretas a algunas que culpan al gobierno español y a Europol de no haber dejado permitido a los mossos acceder a su información. Eso es falso. Europol da un enlace a cada país, uno solo, que en España lo tiene el Ministerio del Interior. Los mossos podían entrar a la web de información de Europol través del enlace del ministerio del Interior, pero no les daba la gana porque querían que Europol les diera el suyo propio.
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Los Mossos no pueden formar parte de Europol, lo diga Puigdemont o su porquero
En aras de la corrección política, no molestar a autoridades e instituciones catalanas hasta el 1-O, el gobierno está permitiendo que la Generalitat convierta los atentados de Barcelona y Cambrils en una plataforma para reivindicar una policía autosuficiente y en pie de igualdad con la Policía y la Guardia Civil. En la rueda de prensa del pasado lunes, en la que se informó de la muerte por disparos de los Mossos del autor del atropellamiento masivo de La Rambla, Younes Abouyaaqoub, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, anunció que, a partir de septiembre, reclamará la participación de la policía autonómica en Europol. Al día siguiente, el conseller de Presidencia, Jordi Turull, insistió en el mismo asunto en una entrevista en Onda Cero.
En primer lugar hay que advertir que los Mossos tienen acceso a toda la información que maneja Europol sobre terrorismo y que tienen a dos de sus representantes específicamente designados para recabar dicha información. El gobierno no ha dicho nada sobre esa reivindicación para no molestar, pero lo que pide la Generalitat sencillamente es imposible. Europol sólo permite la presencia de un cuerpo policial por país en su estructura. Incluso Alemania, siendo un Estado federal, sólo tiene la representación de su cuerpo de policía. Así que la incorporación de los Mossos a Europol es imposible, lo pida Puigdemont o su porquero.
No estaría de más que desde el Ministerio del Interior se advirtiera sobre esta circunstancia no vaya a ser que alguien piense que la no inclusión de los Mossos se debe a la voluntad del gobierno y no a la propia reglamentación interna del órgano de coordinación policial europeo.
Al margen de los fallos (que los ha habido) en la investigación de los atentados de la semana pasada, hay problemas competenciales que convendría aclarar. Es verdad que los Mossos tienen capacidad para investigar delitos de terrorismo y crimen organizado (lo establece el Estatuto de Autonomía de 2006 en su apartado 5-c), pero también es cierto que la ley orgánica 2/1986 de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad debería prevalecer sobre el contenido de cualquier estatuto de autonomía. Según dicha ley orgánica, es el gobierno quien dirige a las fuerzas de seguridad estatales, autonómicas y locales.
El gobierno no ha dicho nada sobre la negativa de la consellería de Interior de la Generalitat a permitir que los Tedax de la Guardia Civil inspeccionaran el chalé de Alcanar tras la explosión que se produjo la noche anterior al atentado de Barcelona. Si se hubiera establecido desde el primer momento una colaboración operativa entre los distintos cuerpos policiales seguramente la investigación hubiera avanzado mucho más deprisa y se podrían haber evitado algunos errores.
Una vez que la investigación del caso pasa a la Audiencia Nacional (por ser un delito de terrorismo) y el juez Andreu decide que sean los Mossos quienes actúen como policía judicial, la polémica pierde trascendencia jurídica, aunque el debate tanto operativo como político sigue abierto.
Ayer los sindicatos mayoritarios de Policía (SUP) y Guardia Civil (AUGC) denunciaron su “exclusión y aislamiento” en la investigación de la masacre. Pero lo más importante de su queja es que atribuyen su marginación al “objetivo de transmitir una imagen exterior de un Estado catalán autosuficiente”.
Algún malpensado podría atribuir ese reproche a un problema de celos profesionales, pero no es el caso. Tanto la Policía como la Guardia Civil son cuerpos que tienen la máxima experiencia en la lucha contra el terrorismo y, por tanto, eludir o rechazar su colaboración en la investigación de un atentado es un lujo que una institución como la Generalitat no se puede permitir. Ni los ciudadanos entienden.
Es verdad que en las reuniones de coordinación celebradas en Interior (en las que han participado los responsables de Información e Inteligencia de los Mossos, junto a la Guardia Civil, Policía Nacional y CNI) se ha compartido toda la información disponible. Pero lo que no ha habido ha sido una participación activa en la investigación.
Una cosa es que el asunto se trate con delicadeza, teniendo en cuenta que a la vuelta de la esquina está el 1-O, y otra muy distinta es que se olvide que la prioridad de Interior debe ser la efectividad en la lucha contra el terrorismo. Y que mientras unos miran para otro lado, otros siguen pensando en la construcción nacional.
En aras de la corrección política, no molestar a autoridades e instituciones catalanas hasta el 1-O, el gobierno está permitiendo que la Generalitat convierta los atentados de Barcelona y Cambrils en una plataforma para reivindicar una policía autosuficiente y en pie de igualdad con la Policía y la Guardia Civil. En la rueda de prensa del pasado lunes, en la que se informó de la muerte por disparos de los Mossos del autor del atropellamiento masivo de La Rambla, Younes Abouyaaqoub, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, anunció que, a partir de septiembre, reclamará la participación de la policía autonómica en Europol. Al día siguiente, el conseller de Presidencia, Jordi Turull, insistió en el mismo asunto en una entrevista en Onda Cero.
En primer lugar hay que advertir que los Mossos tienen acceso a toda la información que maneja Europol sobre terrorismo y que tienen a dos de sus representantes específicamente designados para recabar dicha información. El gobierno no ha dicho nada sobre esa reivindicación para no molestar, pero lo que pide la Generalitat sencillamente es imposible. Europol sólo permite la presencia de un cuerpo policial por país en su estructura. Incluso Alemania, siendo un Estado federal, sólo tiene la representación de su cuerpo de policía. Así que la incorporación de los Mossos a Europol es imposible, lo pida Puigdemont o su porquero.
No estaría de más que desde el Ministerio del Interior se advirtiera sobre esta circunstancia no vaya a ser que alguien piense que la no inclusión de los Mossos se debe a la voluntad del gobierno y no a la propia reglamentación interna del órgano de coordinación policial europeo.
Al margen de los fallos (que los ha habido) en la investigación de los atentados de la semana pasada, hay problemas competenciales que convendría aclarar. Es verdad que los Mossos tienen capacidad para investigar delitos de terrorismo y crimen organizado (lo establece el Estatuto de Autonomía de 2006 en su apartado 5-c), pero también es cierto que la ley orgánica 2/1986 de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad debería prevalecer sobre el contenido de cualquier estatuto de autonomía. Según dicha ley orgánica, es el gobierno quien dirige a las fuerzas de seguridad estatales, autonómicas y locales.
El gobierno no ha dicho nada sobre la negativa de la consellería de Interior de la Generalitat a permitir que los Tedax de la Guardia Civil inspeccionaran el chalé de Alcanar tras la explosión que se produjo la noche anterior al atentado de Barcelona. Si se hubiera establecido desde el primer momento una colaboración operativa entre los distintos cuerpos policiales seguramente la investigación hubiera avanzado mucho más deprisa y se podrían haber evitado algunos errores.
Una vez que la investigación del caso pasa a la Audiencia Nacional (por ser un delito de terrorismo) y el juez Andreu decide que sean los Mossos quienes actúen como policía judicial, la polémica pierde trascendencia jurídica, aunque el debate tanto operativo como político sigue abierto.
Ayer los sindicatos mayoritarios de Policía (SUP) y Guardia Civil (AUGC) denunciaron su “exclusión y aislamiento” en la investigación de la masacre. Pero lo más importante de su queja es que atribuyen su marginación al “objetivo de transmitir una imagen exterior de un Estado catalán autosuficiente”.
Algún malpensado podría atribuir ese reproche a un problema de celos profesionales, pero no es el caso. Tanto la Policía como la Guardia Civil son cuerpos que tienen la máxima experiencia en la lucha contra el terrorismo y, por tanto, eludir o rechazar su colaboración en la investigación de un atentado es un lujo que una institución como la Generalitat no se puede permitir. Ni los ciudadanos entienden.
Es verdad que en las reuniones de coordinación celebradas en Interior (en las que han participado los responsables de Información e Inteligencia de los Mossos, junto a la Guardia Civil, Policía Nacional y CNI) se ha compartido toda la información disponible. Pero lo que no ha habido ha sido una participación activa en la investigación.
Una cosa es que el asunto se trate con delicadeza, teniendo en cuenta que a la vuelta de la esquina está el 1-O, y otra muy distinta es que se olvide que la prioridad de Interior debe ser la efectividad en la lucha contra el terrorismo. Y que mientras unos miran para otro lado, otros siguen pensando en la construcción nacional.
ACTUALIDAD NACIONAL DE ESPAÑA
Sin desmerecer la dedicacion de los mozos el problema viene de los altos mandos y la politizacion institucional de la region Catalana en la que los intereses independentistas estan por encima de todo incluida la seguridad ciudadana. Una verguenza.