El suicidio de Susana Díaz
PEDRO G. CUARTANGO
NADA es lo que era. Y tampoco la política. Lo hemos visto recientemente en Francia con el hundimiento de los dos partidos hegemónicos de la V República y el ascenso fulgurante de Macron. Y lo estamos viendo hoy con el convincente triunfo de Pedro Sánchez, al que muchos consideraban un cadáver político hace siete meses tras su defenestración en el Comité Federal del PSOE.
Hay muchas posibles explicaciones de lo sucedido, pero la causa fundamental de la victoria de Sánchez ha sido el profundo rechazo del aparato por parte de las bases, cada vez más distanciadas de una dirección que identifican con un establishment refugiado en una torre de cristal y sin apenas contacto con la realidad. Las bases se han rebelado.
El gran pecado original de los barones fue la conspiración de palacio para derribar a Pedro Sánchez, que tenía la legitimidad de haber sido elegido en unas primarias. Aquella maniobra tan sucia le convirtió en una víctima y reveló que sus adversarios estaban dispuestos a todo para mantener el control del partido.
No lo han logrado porque el vencedor ha sabido capitalizar el descontento de los afiliados, mientras que Susana Díaz optaba por una estrategia desastrosa: retratarse con todos los líderes socialistas que representan el pasado como González, Guerra, Zapatero y Rubalcaba.
El acto de Vistalegre fue un verdadero suicidio político que mostró a Susana Díaz como la candidata del continuismo, como una dirigente comprometida con los intereses del aparato e incapaz de hacer la menor autocrítica sobre la corrupción y los abusos del pasado. A ello se suma su falta de discurso y su mediocridad intelectual, que ha aflorado en una campaña en la que ha demostrado que sólo es capaz de enlazar un tópico tras otro y eslóganes para consumo interno.
Susana Díaz ha perdido afortunadamente para el PSOE porque hubiera sido una mala secretaria general y una peor candidata a las elecciones, ya que no les gusta ni a los jóvenes ni a las mujeres, ni cae simpática en la mitad norte de España.
Su gestión en Andalucía ha sido sencillamente pésima.
No digo que Pedro Sánchez sea un genio de la política, pero por lo menos ha demostrado que es coherente. Dimitió con dignidad tras su derrota y se fue a su casa, arrostrando el riesgo del ostracismo al que le había condenado la Gestora encabezada por Fernández, que ha cometido fallos garrafales en su estrategia. El primero de ellos, dar tiempo a Sánchez para resucitar de la muerte que le había decretado Ferraz.
Muchos de los que renegaron del perdedor estarán hoy pensando como congraciarse con él. Pero Sánchez no lo va a tener fácil porque el partido sale dividido y hay un sector que no le va a perdonar su éxito. Le auguro graves dificultades en el próximo Congreso, aunque a él le corresponde presentar la lista de la nueva dirección.
Anoche ya se especulaba con que la victoria de Sánchez va a suponer un adelanto electoral. Veremos cómo juega sus cartas, pero no creo que al nuevo secretario general del PSOE le interese ahora desestabilizar al Gobierno. Probablemente optará por ganar tiempo para construir una alternativa a Rajoy. Hay que reconocerle el valor de desafiar al aparato y el coraje de no tirar la toalla en una situación muy adversa, lo que permite albergar la esperanza de que sabrá ser un buen líder.