La actriz Cuca Escribano posa con un chal reivindicativo en la alfombre roja de los Premios Goya.
TESTIGO IMPERTINENTE / CARMEN RIGALT
Una turbia historia de patrocinios (Saphir y Puig) puede dar al traste con las ilusiones de los académicos | El Gobierno respira tranquilo. El ministro Méndez de Vigo dijo que no había motivos para preocuparse | Ana Belén resiste, y hace bien, pero su elocuencia está construida a golpes de silencio |
INTRIGA POR ‘VENDETTAS’ POLICIALES
Las viejas glorias vuelven a la carga. Ivonne Reyes, tan mona. Isabel Pantoja, tan bruja. Aparte está Bárbara Rey, tan todo. No h e hablado días atrás de ella y ha sido a posta. Si he podido vivir un cuarto de siglo con la boca cerrada, puedo seguir otro tanto más. Hoy me desahogo un poco, consciente de que al hacerlo n o favorezco los intereses espurios de nadie. Llevo días recibiendo mensajes con asuntos que están cansados de dar vueltas por internet. El último hace referencia a una supuesta herencia del duque de Hernani, que según el mensaje ha terminado en poder de la Familia Real. No lo sé ni me importa, pero el mensaje de marras no habría vuelto a rodar si no fuera porque el interesado lo ha subido de nuevo a la noria. Igualito que el tema de Bárbara.
Hace aproximadamente un mes alguien me hizo saber que el artífice de estos enredos era un comisario de policía en guerra con el CNI y el Estado. Villarejo, le llaman. Es conocido y está imputado (perdón: investigado) por un asunto con el ‘pequeño Nicolás’. El pone el anzuelo, y si alguien muerde, la porquería se expande. Sus métodos son de dudosa eficacia: demasiado rancios.
Los Goya de ayer (de hace un rato, si se prefiere) seguramente serán conocidos como los Goya más más tristes de su historia, con una gala propia de un estado de crisis en fase aguda. Sin embargo, este evento se produce a un mes de terminar las fiestas navideñas, con unos síntomas de euforia que no se recordaban desde hacía tiempo.
Escribo antes de la celebración de la gala, asistida por datos objetivos o cuando menos, objetivables. 1º) La Academia de cine está tiesa. 2º) Hay turbulencias en el núcleo (con enfrentamientos cruzados entre Resines y la presidenta) y sobre todo, en la periferia. 3º) Según un cálculo a bulto, la gala de ayer habría sido la más austera de todas. Una turbia historia de patrocinio puede dar al traste con las ilusiones de los académicos. Sigo. Saphir, grupo de empresas de perfumes que ha invadido el mercado de copias piratas, fue en su día demandado por Puig, la gran empresa española de perfumería. El Tribunal Supremo ha ratificado la sentencia dando la razón a Puig y condenando a Saphir por competencia desleal. Un desagradable marrón para la Academia, que ha incurrido en lo mismo que critica.
Por tercera vez, Dani Rovira saldrá al escenario para soltar las paridas de siempre. Este año le toca triunfar. Dani tiene madera de cómico (cejas caídas, ojos de perro triste, sonrisa burlona). Desde que rodó Ocho apellidos vascos el tío va en un crescendo mantenido, aunque menos sólido de lo que parece.
El Gobierno respira tranquilo. Los últimos acontecimientos (la firma de un convenio para crear un Museo del Cine y apoyar las producciones españolas) calmaron los ánimos y el ministro Méndez de Vigo dijo que no había motivos para preocuparse. Yvonne Blake, la presidenta de la Academia, le correspondió con buenas maneras. Sin embargo, el encuentro no arrojó ninguna novedad sobre el IVA del cine. Sólo el clásico «vamos por buen camino».
La vaselina de última hora facilitará el desarrollo del acto, pero sería un fracaso que transcurriera sin ninguna llamada de atención. El No a la guerra debería institucionalizarse, y del mismo modo que en algunas casas de Madrid cuelga una lápida con la inscripción Aquí murió Azorín, la Academia tendría que disponer de una lápida itinerante con la inscripción Aquí nació el ‘No a la guerra’.
Para mantener el espíritu del No a la guerra bastaría con una exposición de la historia de los Goya a través de su memoria gráfica (fotos de Wert, de Fernando León de Aranoa vestido de homeless, de los Reyes vestidos de sí mismos, etc). Pero diga lo que diga el Gobierno, la decepción estará asegurada si en el transcurso de la gala no hay un par de pitadas para Trump y alguna alusión al drama de los refugiados. Tampoco estaría mal una escenificación de Mediterráneo, con Serrat cantando al frente de la peña (el grupo que ha colaborado en la grabación del disco). Hace un par de años el toque reivindicativo lo pusieron los propios actores cantando Resistiré, del Dúo Dinámico, en versión himno. Una pasada.
De aquella secuencia nos queda Ana Belén, que ayer recibió el Goya de honor, un homenaje/bálsamo para todas las actrices que padecen el desdén de la industria del cine a causa de la edad. Ana Belén resiste, y hace bien, pero su elocuencia está construida a golpes de silencio, y con el silencio no se va a ninguna parte. Ella debería incorporarse al teatro, hogar de las mujeres inmensas.
No sólo la política es inseparable de los Goya. En estos dos últimos días he recibido información abierta (y encriptada también) sobre algunos asuntos paralelos al cine. Todo vale, empezando por los trajes que lucirán las actrices (ya estoy con el ojo puesto esperando a Macarena Gómez, que vestirá un Alberta Ferretti, y a Nieves Alvárez, fiel a Stéphane Rolland). Pero no sólo de trajes viven los nominados y su corte. También de limpiezas de cutis y de mascarillas en el pelo, como ha dejado escrito en LOC Beatriz Miranda. Para ir a los Goya, antes conviene ingresarse 48 horas en Cheska y en Massumeh, como Preysler y Vargas Llosa, que van de excursión a hacerse tratamientos...