Zapatero a la deriva y España ante el abismo

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la Psoe EN BLANCO

Mensajepor la Psoe EN BLANCO » Mar 15 Nov, 2011 8:14 pm



"Me he quedado en blanco"
Un dirigente socialista se olvida de los motivos para votar al PSOE

En el PSOE tampoco les es fácil dar razones para votar a Rubalcaba el próximo domingo. El socialista Óscar López se quedó en blanco.

El presidente del PSOE de Castilla y León, Óscar López, se quedó en blanco cuando en un acto del partido daba los "tres argumentos de peso, de mucho peso", para votar a Rubalcaba el próximo domingo. López sólo llegó a enumerar dos, las "pensiones" y los "subsidios de desempleo". Al llegar al tercero, se quedó sin palabras: "Espere un segundo... no... ahora se lo diré".

López lo dio por imposible y dijo que volvería a empezar el discurso desde el principio. "Luego les digo los tres, perdonen, me he quedado en blanco", explicó a los simpatizantes de su partido.

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Z

Mensajepor Z » Lun 05 Dic, 2011 7:44 pm


Z + PARO + ETA = ZAPATERO



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Mensajepor Invitado » Dom 25 Dic, 2011 5:34 pm



La pandilla de la Zeja celebrando con unas risas el hundimiento de España tras llevarnos a la ruina para varias generaciones.

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ZP

Mensajepor ZP » Dom 18 Nov, 2012 9:54 pm

TRIBUNA / POLÍTICA / JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ ZAPATERO
El autor sostiene que la independencia «es un tránsito a la soledad, a una soledad fría y ahistórica»

Nuestra Cataluña




    PARECE como si el debate en torno a nuestra Cataluña y España o, mejor, a Cataluña en España, fuese una especie de historia interminable, un devenir preñado de desencuentros y de éxitos compartidos poco reconocidos. De nuevo, vivimos una dialéctica de distancia separatista, quizá una de las más serias porque las palabras suenan más fuertes que nunca y la espiral se abre en el contexto de una grave crisis económica que facilita la aceptación de los mensajes contra lo establecido, en este caso contra la Constitución Española de 1978, nuestra ya madura Carta Magna.

    He iniciado este artículo hablando de «nuestra» Cataluña. No es una fórmula provocadora. Mi respeto y admiración por esa tierra es intenso. Así lo expresé en más de una ocasión en mi etapa al frente del Gobierno de España y así creo que actué en toda mi relación con Cataluña y sus instituciones y con la sociedad catalana en general. Para mí, Cataluña es algo más que una parte de España, es una de las mejores maneras de comprender España. Porque España es una vieja nación y una joven democracia sustentada en el afán común de diversas culturas e identidades que a su unidad histórica sumaron el pacto por la Libertad y la Democracia en 1978.

    Conozco, respeto y valoro el fuerte sentimiento de identidad catalana, la fuerza de su lengua, la creatividad de su cultura, su visión modernizadora de la sociedad y de la economía, su firme vocación europea, el apego por sus instituciones de autogobierno… Muchos españoles apreciamos esa fuerza identitaria y las aportaciones del llamado catalanismo político.

    La identidad es como la fuerza de la gravedad. Es un conjunto de referencias que nos arraiga, nos ancla, nos permite fijar valores y sentimientos y, de este modo, reconocernos y sentirnos seguros ante las incertidumbres. Pero la identidad que trasciende, la que deja huella, la que deja crecer, no es tanto la que procede de la visión que tenemos sobre nosotros mismos sino la que se deriva de cómo nos ven los demás. En un mundo abierto y globalizado, esta afirmación cobra aún más fuerza. Por ello, una Cataluña española es algo con relevancia en el mundo, una Cataluña sin España lo sería mucho menos. Igual que una España europea es mucho más de lo que sería una España en solitario. Aunque algunos la viesen como más «pura» y «auténtica».

    Determinados líderes políticos catalanes parecen presentar la independencia como un tránsito a la soberanía real. Es falso. Es un tránsito a la soledad. A una soledad fría y ahistórica. Esos mismos líderes políticos saben, o deberían saber, que la soberanía ya no es lo que era. Hoy, el espacio de las grandes decisiones, de las decisiones que en mayor medida afectan a la vida de los ciudadanos, desborda el ámbito de actuación de los Estados tradicionales, y en nuestro caso se sitúa ya, sobre todo, en la Unión Europea. Por eso, el debate verdaderamente decisivo ahora es cómo lograr que la Unión Europea actúe como una organización política unida, como un país, para ocupar el papel que debe tener en el mundo y preservar su modelo de vida colectiva, su democracia social. A los ciudadanos de Cataluña no se les puede exigir esta reflexión, a sus líderes sí.

    He hablado en diversas ocasiones con Artur Mas y con Duran i Lleida sobre Cataluña, España y Europa. Singularmente, cuando negociamos el Estatuto de Cataluña que votaron y respaldaron en el referéndum. No hace tanto de ello. Y aunque reclamaban altas cotas de autogobierno para Cataluña, plasmadas por cierto en el texto estatutario, nunca plantearon una propuesta que desbordase expresamente la Constitución. No se puede tejer y destejer continuamente, no se puede pedir hoy al pueblo de Cataluña que vote un Estatuto y, apenas seis años después, desde el Gobierno de la Generalitat, decir que todo aquello no valía para nada. Ni se entiende ni se puede asumir en silencio. Es verdad que hubo una sentencia del Tribunal Constitucional que fijó límites al nuevo Estatuto. Podrá gustar más o menos, a unos o a otros aquella decisión, pero la democracia es al final un continuo aceptar los límites del poder, del poder legislativo y del poder ejecutivo. Y también los límites de la propia voluntad democrática. El juego de los límites en las formas políticas que se gobiernan por el derecho es, en última instancia, la garantía de la libertad política y de una convivencia racional.

    Esa es la gran aportación de las democracias más sólidas y veteranas del planeta. Gracias a que los límites de la Constitución se han respetado y se han hecho respetar, España ha gozado de democracia durante estos últimos 34 años ¿Son inmutables esos límites? Lógicamente, no. Cabe reformar la Constitución, y es un terreno que se podría explorar para afrontar la situación actual. Dicho en otras palabras, se puede ser en la España democrática independentista, faltaría más. Pero no se puede ser no dependiente de las reglas de oro constitucionales, de la democracia de los límites. Si se pretende desconocer o quebrantar este principio nos situamos en un estadio prepolítico.

    Con frecuencia, se invoca el derecho a decidir. Y en abstracto no es fácil oponerse a él. Pero al igual que todos los derechos, éste sólo puede ejercerse si está reconocido por las leyes democráticas. No cabe un uso alternativo de la Constitución, del Estado de Derecho. Y, avanzando un paso más, es fácil entender que, en la hipótesis de un reconocimiento constitucional de aquel derecho, no podría ser configurado como unilateral. El derecho a decidir debería ser ejercido en relación con la voluntad general de España, porque parece obvio que España tiene un interés legítimo en una decisión sobre el futuro de sí misma, de uno de sus territorios, faltaría más.

    ImagenTengo pocas dudas de que estos valores forman parte de las convicciones democráticas de muchos de los que hoy hacen de la independencia su programa político en Cataluña, a modo de «programa máximo». Y sabemos por experiencia que intentar aplicar los programas máximos es un camino que conduce a la nada. La democracia es un cortafuegos de los programas máximos. Ya sea en los sistemas constitucionales, estatales, o en las uniones supraestatales, como la UE. El fuego que aviva este debate de máximos se apagará y habremos de volver a sembrar nuevos lazos para la convivencia, para la conllevanza orteguiana de Cataluña con el conjunto de España, recomponiendo los espacios que puedan haber quedado calcinados por la acción de ese fuego.

    Pero si la independencia de Cataluña no es posible si respetamos las reglas, y hay que respetarlas, tampoco es deseable. No lo es, por supuesto, para España y no lo es menos para Cataluña. ¿Deconstruir siglos de convivencia? ¿Romper profundos lazos sociales, económicos, culturales, geográficos...? Sería un gran paso atrás. Nadie avanzará ni progresará con saltos en el vacío, con portazos a la historia y a la convivencia compartida. Porque ni Cataluña se entiende sin España, ni España sin Cataluña.

    España no es el problema de Cataluña. Ni la solución de ésta se encuentra en la soledad. El destino de todos juntos no es otro que la Unión. La generación que hoy lidera políticamente Cataluña y el conjunto de España tiene como gran desafío construir una Europa unida, como si fuese un solo país. Es un desafío mayor que el de los padres fundadores de Europa. Tan difícil como el de nuestros constituyentes del 78.

    ELECCIONES, referéndum, proclamación de soberanía, negociación con Europa… no sé si es la hoja de ruta pretendida. Pero lo que sí resulta claro -o, al menos, es lo que se nos dice- es que el detonante de ese programa máximo habría sido la no aceptación por el Gobierno de España del llamado pacto fiscal defendido por el Gobierno de CiU. No parece que se haya dialogado mucho. Y no parece que en esta ocasión CiU, a diferencia de otros muchos momentos, haya exhibido paciencia y moderación. De un día para otro, del pacto fiscal a la independencia. Casi nada.

    Detrás del pacto fiscal estaría, en opinión de sus proponentes, el hartazgo fiscal de Cataluña por el volumen de aportaciones a la caja común de España. Siempre he reconocido el esfuerzo solidario de Cataluña. Por ello, mi Gobierno publicó, por vez primera, las llamadas balanzas fiscales.

    Ahora bien, hagamos un repaso de estos 30 años. El modelo de financiación autonómica se ha reformado en siete ocasiones. Cada reforma, incluida la última de ellas, aprobada por cierto con el voto de ERC, ha supuesto una mejora clara en la financiación de Cataluña. Y es lógico que así sea en la medida que el Estado autonómico ha ido logrando reducir las diferencias de desarrollo y de PIB per cápita entre comunidades autónomas.

    La solidaridad es consustancial a un proyecto de convivencia. Lo es en España y también en la UE. Si el relato de los defensores de la independencia separatista se verificase, y Cataluña, como Estado independiente, formara parte de la Unión Europea, tendría que aportar su «cuota de solidaridad» a Europa, dado que sería contribuyente neto de la Unión (su PIB per cápita es superior a la media europea), ¿Solidaridad, con Europa sí, y con España no? Insólito. Podría llegar a suceder, siempre en hipótesis, que una parte de la «solidaridad catalana» llegase a España a través de Europa si nuestro país fuese aún receptor neto en la Unión. Absurdo. Sencillamente absurdo.

    Ahora hay elecciones. Después toca hablar, restablecer la cultura del pacto, apelar a la común visión europeísta. Al esfuerzo compartido. Y si hay que hacer reformas, háganse. Treinta y cinco años después, no carece de sentido adaptar la Constitución a la experiencia vivida. Aunque hoy parezca difícil, habrá que volver a empezar, recuperar el diálogo, el trecho a compartir, el respeto recíproco... unidos en un ancho destino común, el mejor destino posible para todos. Que es tanto como decir que habrá que dejar los postulados máximos y volver a los consensos mínimos, esos que tan útiles son a los pueblos.

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    José Luis Rodríguez Zapatero fue presidente del Gobierno.

EL MUNDO. DOMINGO 18 DE NOVIEMBRE DE 2012

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jaja

Lola Flores "Como me las maravillaria yo"

Mensajepor jaja » Dom 18 Nov, 2012 9:58 pm



yo he venido a hablar de mi libro (morrocotudo!)

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Mensajepor Invitado » Jue 06 Mar, 2014 2:53 am



Joaquín Leguina, autor de 'Historia de un despropósito'. 25-2-2014




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