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De safari a ver indígenas

Mensajepor Invitado » Mié 04 Abr, 2012 1:56 am




De safari a ver indígenas

Bienvenidos al safari humano. No, no estamos en el año 1900, esto no es la “Exposición inuit” en el Parque del Retiro de Madrid y Sara Montiel no ha exclamado “¡Pero qué invento es este!”. Es 2012 (¡!) y las miradas de todo el mundo se centran en las pequeñas y remotas islas Andamán, pertenecientes a la India. Allí, las autoridades son cómplices de la explotación de personas como monos de circo, para beneficio de policías corruptos y agentes de viajes sin escrúpulos, y a la mayor gloria de turistas que se han olvidado de lo que conlleva ser humanos. Empatía, consideración, respeto por el prójimo, son conceptos ajenos a todos ellos. “La ruta a través de la reserva tribal fue como un safari, ya que viajábamos por una densa selva tropical, buscando animales salvajes, a indígenas jarawas, para ser específicos”, en palabras de un viajero.

Los jarawas son uno de los pueblos indígenas más amenazados del mundo. Una carretera ilegal atraviesa su reserva y pone en riesgo su supervivencia. El contacto incontrolado con foráneos podría provocar una epidemia que podría aniquilar a la tribu. Y además ahora ven cómo su dignidad humana es pisoteada sin miramientos.

Survival International denunció la lamentable práctica de los safaris humanos ya en 2010. Desde el gobierno local se acusó a la organización de mentir. En enero, el prestigioso The Observer británico hizo público un vídeo en el que se ve cómo un policía, que presuntamente habría sido sobornado con unos 240 euros, obliga a bailar a un grupo de mujeres jarawas para un grupo de turistas.

A continuación reproducimos el vídeo publicado orginalmente en The Observer, y posteriormente en The Guardian de dónde ha sido extraído.





El ministro de Asuntos Indígenas declaró sentirse “asqueado” por lo ocurrido y el ministro de Asuntos Interiores ordenó una investigación de emergencia y viajó a las islas para evaluar la situación. Las autoridades de las Andamán dijeron entonces que el vídeo se había grabado hacía más de diez años. A continuación Survival publicó una grabación en la que un periodista de incógnito negociaba recientemente una visita a la reserva con un tour operador que implica directamente a la policía. La evidencia era ya incontestable.

En realidad, la solución al problema es sencilla y se puede implementar inmediatamente: el Gobierno de la India debe tomar medidas expeditivas para el cierre de la carretera, tal y como fue ordenado por el Tribunal Supremo ya en 2002. Pero la cuestión de fondo, el racismo presente entre amplios sectores de la población india, que piensan que se debería “civilizar” a los jarawas e “integrarlos” en la sociedad mayoritaria, es algo que requiere de una ingente labor educativa a largo plazo. En palabras de la investigadora de Survival Sophie Grig: “Los jarawas han prosperado en sus selvas durante más de 55.000 años; pueden ser pobres en términos monetarios, pero su salud y calidad de vida es visiblemente mejor que la de sus vecinos granandamaneses, quienes recibieron los ‘beneficios’ de la ‘integración’”.

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Mensajepor Invitado » Sab 28 Abr, 2012 2:40 am



Turismo espacial
La órbita terrestre baja sólo se encuentra a una altura de aproximadamente 193 kilómetros sobre el nivel del mar y es donde la mayoría de las exploraciones tienen lugar. La órbita terrestre baja es una banda de 1.770 kilómetros alrededor de la Tierra y es aquí donde, por la impresionante cifra de 20 millones de dólares, cualquier ciudadano particular puede tomarse las vacaciones de su vida en una estación espacial internacional vía el cohete ruso Soyuz. Las numerosas perspectivas comerciales son inmensas, pero los peligros que acechan en la órbita terrestre baja también son enormes. La radiación cósmica y la basura espacial que se cuenta por miles amenazan a cualquier nave espacial que viaje en la órbita de la Tierra. Se trata de la nueva frontera, o de la última frontera, y las posibilidades son infinitas para aquellos dispuestos a viajar al límite del espacio.

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jaja

Mensajepor jaja » Lun 09 Jul, 2012 1:28 am


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Mensajepor Invitado » Mié 18 Jul, 2012 2:52 am

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Grūtas Parkas, la Disneylandia del Comunismo Soviético


La caída del comunismo dejó muchas imágenes para la historia, pero la que más se me ha quedado grabada de todas es la de la gente derribando las estatuas de Lenin, Stalin y otros próceres soviéticos que les habían vigilado y amenazado desde sus atalayas de mármol durante decenas de años. Y como en cierta manera siempre he sido una persona práctica más de una vez me he preguntado: ¿Qué harían con ellas? ¿Acabaron destrozadas por la enfurecida turba como primera muestra de la recuperada libertad? ¿Vendidas como quincalla para fundirlas como el Coloso de Rodas? ¿Abandonadas en la estepa siberiana a modo de venganza histórica?

No sé qué pasaría con las estatuas en otras ex repúblicas soviéticas, pero en Lituania Viliumas Malinauskas (conocido hombre de negocios cuya familia hizo fortuna comercializando las setas, champiñones y moras de los densos bosques del sur del país) tuvo la brillante idea de alquilárselas al gobierno y montar un museo – parque temático con ellas. El sorprendente resultado se llama Grūtas Parkas, también conocido informalmente como “Stalinlandia”.

Un rápido repaso a la historia de Lituania en la primera mitad del siglo XX es un perfecto reflejo de lo convulso y sanguinario de la época. En 1918, unos meses antes del final de la Primera Guerra Mundial, una Lituania que se encontraba ocupada por el Imperio Alemán proclama su independencia. Ello no evita injerencias territoriales de sus poderosos vecinos y en 1921, tras una guerra de 3 años con Polonia, pierden el 20% de su territorio incluida su capital histórica, Vilnius. Kaunas es declarada capital provisional. Algunos años mas tarde (Marzo de 1939), apenas unos meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la expansionista Alemania de Hitler se anexiona la región de Klaipeda. Lo peor está por llegar.

Cuando tras firmar el pacto Ribbentrop-Molotov la URSS se apodera de la parte oriental de Polonia en 1939, los soviéticos devuelven Vilnius a los lituanos. La alegría dura muy poco: en Junio de 1940 el Ejército Rojo invade el país que pasa a ser integrado en la URSS como la Republica Socialista Soviética de Lituania. La primera invasión soviética termina pronto: la Alemania Nazi ocupa Lituania en Junio de 1941 cuando invade la URSS. Los lituanos reciben a los alemanes como libertadores e incluso colaboran en el exterminio de los judíos que vivían en el país (el 91% de los judíos lituanos, unos 190000, mueren durante el Holocausto). Pero una vez se dan cuenta cómo se las gastan los nuevos invasores, la actitud de los lituanos se transforma de colaboracionismo en resistencia pasiva.

En Julio de 1944, cuando los ejércitos alemanes en retirada abandonan Lituania, la Unión Soviética vuelve a hacerse con el control, esta vez con la intención de quedarse por mucho tiempo. La represión es terrible, con deportaciones masivas a Siberia de sus habitantes y purgas en todos los estamentos sociales. Durante 8 años los partisanos lituanos luchan contra el régimen impuesto desde Moscú pero acaban siendo derrotados y los resistentes que no mueren acaban en los Gulags. El hecho de estar en el camino de dos gigantes le cuesta a Lituania casi 800000 de sus habitantes durante la Segunda Guerra Mundial.


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Tras décadas de opresión soviética, Lituania es la primera de las republicas integrantes de la URSS en proclamar su independencia (11 de Marzo del 1990). Pero cuesta aún más de dos años de lucha contra bloqueos y represiones conseguir que la independencia sea completa: finalmente las últimas tropas del Ejército Rojo abandonan Lituania el 31 de Agosto de 1993.

No es de extrañar entonces que cuando en 2001 se presenta el proyecto de un parque temático sobre la ocupación soviética, la idea naciese envuelta en polémica desde el principio. Y no es para menos, apenas habían pasado 10 años desde la caída del muro y las heridas seguían (y siguen) abiertas, los difíciles recuerdos aun bastante frescos. Mucha gente se oponía considerando que la idea era directamente hacer apología de dicha época y una gran falta de tacto. Sin embargo, en su web, Grūtas Parkas dice que su misión es denunciar la ideología soviética, la cultura de la propaganda y la falta de libertad y mostrar el genocidio lituano.

Cuando le preguntaron que por qué lo hacía, Malinauskas dijo que “(el parque) es mi regalo para las futuras generaciones de lituanos, que pueden venir a reírse y mofarse de estas estatuas. Significa que Lituania ya no le tiene miedo al comunismo”. Algunos de los políticos que le acusaron de sentir indiferencia ante el dolor y los sentimientos ajenos intentaron, sin éxito, cerrar el parque. Malinauskas no tuvo mejor ocurrencia que hacer estatuas de madera con sus caras y ponerlas en el parque comentando “aquellos que aun tienen miedo de las sombras del pasado se merecen estar aquí con ellas”. ¿Nostalgia o condena? Seguramente juega con un poco de ambas. El público ha dado su veredicto y Grūtas Parkas recibe más de 100.000 visitantes por año a pesar de estar en una zona remota lejos de Vilnius.

En concreto Grūtas Parkas está cerca de Druskininkai, una pequeña ciudad balneario situada al sur del país, a poca distancia de la frontera con Bielorrusia. Es un destino muy popular entre los lituanos que frecuentan los spas y otras actividades al aire libre. De viaje por Lituania en Agosto de 2011, nos habíamos acercado a conocerla, visitando de paso los profundos bosques primarios de los alrededores. Desde Druski apenas tardamos 20 minutos en llegar al parque en nuestro coche alquilado. En mi opinión eligieron un buen lugar en el que ponerlo: un poco apartado de la carretera principal y junto a un idílico lago, un entorno tranquilo y lleno de paz en pleno Parque Nacional de Dzūkija.

A priori todo lo que yo sabía sobre Grūtas Parkas es que era una especie de exposición que contenía estatuas de la época soviética y que su apertura había sido muy polémica. Así que la primera impresión fue de sorpresa y cierta incredulidad al darme cuenta de que el aspecto exterior del parque imitaba al detalle a los tristemente célebres gulags soviéticos.

Los límites están marcados por una valla de alambre de espino que se extiende por todo el perímetro. A intervalos regulares hay torres de vigilancia, algunas con maniquíes uniformados de guardias del Ejército Rojo y en cada una de ellas un pequeño altavoz (también de época) reproduce la misma música desasosegante que acompañaba a los presos 24 horas al día para recordarles dónde estaban y que no estuviesen tranquilos ni siquiera mientras dormían: el Gran Hermano Soviético siempre estaba vigilando. La “banda sonora” era, por decirlo de alguna manera, suavemente marcial, como la que ponen de fondo en documentales propagandísticos estilo NODO.

En el camino que da a la entrada al parque hay un tren como los que utilizaban para transportar a los deportados al gulag. Los vagones eran muy parecidos a los que se ven en las películas sobre el Holocausto: diseñados para transporte de ganado, hechos de madera pintada de rojo y con ventanas minúsculas y cerradas con una gruesa reja. La locomotora tenía una característica estrella roja grabada en el morro. En un principio se habían planteado hacer llegar a los visitantes en un tren como éste, pero la férrea oposición de organizaciones de supervivientes del gulag lo evitaron. Era ir demasiado lejos.


Una vez pasada la entrada te encuentras con un cartel explicando que las referencias históricas las ha hecho el Centro de Investigaciones del Genocidio y la Resistencia Lituanas. A mí me pareció un gran golpe de efecto para que el parque ganase en credibilidad e interés, aunque supongo que Malinauskas no tendría más remedio tras sus problemas y polémicas a la hora de abrir el parque. Aun así me cuesta imaginar un parque temático sobre el franquismo en el Valle de los Caídos con los comentarios históricos escritos por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Quizá me falta imaginación…

Grūtas Parkas es bastante diferente a lo que imaginaba. Muchísimo más grande (cubre 20 hectáreas), bien montado e interesante que el “puñado de estatuas medio oxidadas arrambladas en una esquina” que yo esperaba. Además de diversas estatuas y bustos de Lenin, Stalin o Marx (las más repetidas), también hay grupos escultóricos representando idealizaciones de valores comunistas: estoicos soldados, trabajadores de aspecto incansable o mujeres con aire adusto y marcial representando la Victoria o el esfuerzo proletario (por ejemplo una enorme de Madre Kryzhkalnis, supuestamente simbolizando al Ejército Rojo que trajo la liberación del nacionalismo burgués).

Pero algunas de las que me resultaron más llamativas fueron las de los “renegados”, ciudadanos lituanos que fueron parte del bando soviético y que los lituanos consideran traidores a la patria, como Vincas Kapsukas y Feliksas Baltušis-Žemaitis. O figuras polémicas como Antanas Sniečkus, para muchos el traidor que es el símbolo mismo del terror y la opresión soviéticas y para otros un patriota que supo mantener la llama nacionalista ardiendo, enfrentándose a Moscú para defenderla. Un buen detalle es que la gran mayoría de las estatuas tienen leyenda explicativa en inglés incluyendo una foto con el emplazamiento original del que habían sido retiradas, generalmente en sitios prominentes de las principales ciudades lituanas.

Recorrer el parque entero lleva bastante tiempo, ya que hay decenas de estatuas y más de 3 kilómetros de estrechas pasarelas de madera, también imitando los caminos de los Gulags. Uno de las partes más interesantes del parque es la denominada Casa Museo o Centro de Información, construida en madera y recreando las casas de campo rusas típicas de los 40 y los 50. Dentro hay todo tipo de artefactos y memorabilia soviética: banderas de todas las exrepúblicas, medallas militares y conmemorativas, uniformes, objetos de uso diario… Las paredes están empapeladas con posters de propaganda y con las paginas frontales del periódico oficial del régimen en Lituania, que te llevan en un apasionante viaje en el tiempo con las noticias más importantes ocurridas durante la ocupación soviética de Lituania: las muertes de Stalin, Breznev, Andropov y Chernienko, los congresos del Partido Comunista Lituano, Gagarin en el espacio, visitas de altos mandatarios del Politburó a Lituania… Al igual que con las estatuas del exterior hay notas explicativas en ingles por todas partes, lo que no suele ser demasiado habitual en museos de países no muy turísticos y hace que la visita sea mucho más interesante y asequible.

La otro casa que se puede visitar contiene la Galería de Arte, con pinturas realistas soviéticas mostrando a sus líderes históricos, entre ellas múltiples retratos de Stalin y Lenin, el temible Dzerzhinsky (creador de la Checa y cerebro del Terror Rojo) en el Kremlin y por supuesto no faltan algunas idílicas de trabajadores cosechando. Para que no falte el aire a parque temático de visita familiar el complejo contiene una cafetería, un pequeño zoo y un parquecito para dejar a los niños jugando. Cada 9 de Mayo, aniversario de la victoria soviética sobre el fascismo, un grupo de actores vestidos de soldados recrean desfiles y otros actos habituales de esa fecha en la antigua URSS.

Si vas a Lituania y te interesa acercarte a conocerlo aquí tienes cómo llegar usando transporte público.

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Seville, Madrid and El Chorro - Timelapse

Mensajepor Invitado » Jue 19 Jul, 2012 2:25 am



Seville, Madrid and El Chorro
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Mensajepor Invitado » Lun 13 Ago, 2012 4:44 am

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La Habana, bicicletas y almendrones


Bicicletas y almendrones

La primera sorpresa que aguarda al turista tras abandonar el aeropuerto José Martí y entrar en La Habana es un bache del tamaño de la Bahía de Cochinos que le obliga a cambiar una rueda de noche, en la oscuridad más densa que ningún europeo pueda imaginar dentro de los límites de una ciudad. Esta anécdota puede parecer irrelevante; con el paso de los días, sin embargo, se convierte en una especie de ceremonia de iniciación para lo que nos ofrece Cuba; una metáfora involuntaria y casual del país en la que están reflejadas muchas de sus peculiaridades: la escasez de alumbrado, la ausencia de mantenimiento (así, en general), una casi olvidada necesidad de utilizar el cuerpo, de sudar. La recuperación de conocimientos apenas recordados —¿cuánto tiempo hace que no cambias una rueda? ¿Cuándo fue la última vez que tuviste que calcular la distancia para adelantar a un carro de caballos? ¿Has utilizado alguna vez una brújula porque el mapa es sólo ‘aproximado’?— Tardaré un poco en darme cuenta, pero Cuba es, sobre todo, un viaje al pasado.

Diferentes puntos de vista

Como todos los países, pero más que muchos otros países, Cuba permite plantearse viajes distintos con diferentes perspectivas. Un turista tradicional —el que no levanta la nariz diciendo que él es un viajero, para entendernos— encontrará cuanto necesita en La Habana y sus alrededores: buen tiempo incluso en enero, precios razonables para todo, pintoresquismo en abundancia para contar a la vuelta, música local bien interpretada en casi cualquier bar por casi cualquier grupo (la profesionalidad y el gusto de los músicos son realmente llamativos), buen tabaco, playas amables y, sobre todo, la belleza, más ruinosa que decadente, de una ciudad en la que no tiene que vivir, trabajar, coger el autobús o hacer una cola cansina e inevitable para mirar su correo electrónico.

La única manera de mejorar La Habana para este tipo de turista sería que su hotel tuviera wifi. Eso sucederá antes o después, pero me temo que en la realidad actual de Cuba solamente unos cuantos establecimientos de verdadero lujo, como el Hotel Sevilla, ofrecen ese servicio. No, en el Nacional tampoco tienen wifi.

Mochilismo

Otro arquetipo clásico de turista, más cercano a mi propia manera de viajar, es el afamado lonliplane. Cogemos la guía por excelencia, la ponemos en la parte superior de la bolsa y seguimos sus sabias recomendaciones como si fueran instrucciones del propio Moisés. Así encontramos hotelitos baratos pero con encanto (y algún motor cercano que no descansa de noche), casas particulares especialmente confortables cuya misteriosa localización corre de boca en boca por una quinta parte de la población mundial y en las que nunca hay habitaciones libres pero en donde te indicarán otra casa cercana en la que sí podrás quedarte, un poco peor, un poco más cara; cabañas de madera frente a la playa, restaurantes que ‘no vienen en otras guías’ y están llenos de holandeses; la menos mala de las dos compañías de autobuses, y si hay que alquilar una bici, pues se alquila. En mi viaje, que cubrió casi toda la mitad occidental de la isla, tuve ocasión de cruzarme con tres jóvenes alemanes nada menos que en cinco lugares diferentes —los más alejados de los cuales distaban entre sí algo más de quinientos kilómetros.

A los lonliplanes no nos importan estas alegres coincidencias, y nos saludamos más joviales en cada ocasión, miembros de una secreta caballería espiritual que ríete tú de Umberto Eco y el péndulo aquel. Después de todo, estamos viendo lo que hay que ver, y nos da lo mismo bucear en María La Gorda, fumarnos un purazo en el bellísimo valle de Viñales o visitar el imprescindible Museo Nacional de la Lucha contra Bandidos, en Trinidad (ciudad de arquitectura colonial, un adjetivo que nunca falta). Si acaso, en un involuntario e irreprimible gesto de hombres leídos, comentaremos a media voz que ese museo es la otra cara de las salvajes cacerías de cabelleras que los amigos de Pete Bondurant llevan a cabo en las novelas de Ellroy. Viendo las caras de los veinteañeros muertos en las vitrinas llenas de fotografías, a cualquiera se le quitan en seguida las ganas de bromear demasiado con el asunto, así que nos vamos a tomar un mojito y nos despedimos hasta el próximo encuentro.

El resort, ese ecosistema

Además de su sincera preocupación por el Barça y una educación estética muy por encima de las vulgaridades de ARCO, el lector de esta grata revista compartirá conmigo que la confraternización con el pueblo cubano, la ingesta alterna de cerdo y pollo acompañados de arroz y plátano frito, la batalla en las duchas con la temperatura, la presión o ambas magnitudes simultáneamente y otros placeres que proporciona la cercanía con la verdadera Cuba están bien para un ratito, pero todos echamos de menos un poco de confort, que ya hasta sale en el diccionario de la Academia, así que como para andarnos con remilgos y empatías.

En Cuba hay hermosos hoteles con playas privadas paradisíacas. En las cayerías del Norte o Varadero, en playa Ancón o en Cayo Largo del Sur, el señor Meliá o el señor Barceló se encargan de ponerte una pulsera de plástico y te llevan la caipiriña hasta la tumbona. Compartirás veladas deportivas frente al televisor gigante con los rusos y sus jineteras, los españoles y sus jineteras, los canadienses y sus jineteras y algunos pocos cubanos. Y sus jineteras. Pero no quiero dar una falsa impresión: abundan las familias y llegué a ver una excursión de veinte o veinticinco alemanes de varios sexos que habían llevado sus Harley Davidson en contenedor hasta la isla y se dedicaban a recorrerla de hotel en hotel. Tampoco tendrás wifi, así que no faltarán las ocasiones para aburrirte al sol. ¡Y no tienes que salir del resort para nada! En fin, dejémoslo aquí.

Ni para tomar impulso

El viaje ideológico es una de las opciones más interesantes para visitar Cuba. Lo cierto es que, al menos desde España, feraz en irreductibles veterocomunistas y rica en derechistas malasangre, encontrarán satisfactoriamente confirmadas sus intuiciones las dos opciones políticas más enfrentadas: la del castrista pertinaz y la del neoalgo liberal.

Por su parte, el izquierdista tendrá sobradas razones para clamar contra el bloqueo, disfrutará de la colaboración venezolana —aunque no, repito, no podrá visitar la refinería Camilo Cienfuegos—, verá el imparable avance de la Revolución —la palabra ‘camping’ ha sido barrida por el ‘campismo’ y la CocaCola sustituida ventajosamente por la Tropicola o las refrescantes bebidas de Ciego Montero— y se enorgullecerá de la monotonía del nomenclátor (absolutamente todo se llama ‘José Martí‘, ‘Ernesto Guevara‘ o ‘Camilo Cienfuegos‘[/url]; desde un puesto de comida hasta una universidad y desde los hospitales hasta la ponchera en la que te reparan la llanta doblada por el primer bache).

(Como un regalo inesperado, el turista de izquierdas podrá despotricar de la mezquindad de Dropbox cuando vea que no se puede instalar en los ordenadores de una facultad —como en Corea del Norte, Libia, Alderaan y otros peligrosos sistemas rebeldes.)

Otros placeres comunistas que no deben desdeñarse: cantar Yolanda de pe a pa con los músicos (para subir nota: De Alto Cedro voy para Marcané ); fumar cigarrillos Criollos (solo se encuentra en los mercados para cubanos y son como aquel Bisonte de antes); tomar el peor mojito del planeta en un bar de estudiantes de Vedado, en La Habana; pasear por los mercadillos en los que se exhibe la pasión de los cubanos por la lectura y comprobar con satisfacción que ni uno solo de los miles de libros en venta se aparta siquiera un poco de la ortodoxia: desde los superhéroes rojos de tebeo hazañasbélicas, pasando por todos los retratos existentes del Che que lucen en cientos de portadas, hasta llegar a un bestseller espeluznante que reivindica orgulloso el atentado de Lockerbie —y que lamento no haber fotografiado, pues soy incapaz de encontrarlo en la red.

Efectivamente, como ya habrá adivinado el lector más perspicaz, nada superará la satisfacción que proporciona una certeza irrebatible: en Cuba no hay ricos. Y ese era el objetivo. Digo yo.

La gusanada lo goza

Pero sin duda alguna el más satisfactorio de cuantos itinerarios se puedan proponer es el del rencoroso adorador del becerro de oro. El disfrute del capitalista irredento, vendido al imperialismo y refractario a la conmiseración no tiene límites; la dejadez de los edificios (muy destacadamente en La Habana Vieja), la omnipresencia de Havana Club en su esponsorización ‘oficial’ de locales de ocio o aparcacoches-funcionarios con chaleco publicitario como uniforme, la velocidad exasperante de las conexiones a internet en los Telepuntos estatales, la historia pánica de las sucesivas construcciones, demoliciones y reconstrucciones de plantas azucareras… todo ayuda a convertir la isla en una confirmación sin escapatoria posible del fracaso de su modelo de producción y distribución. Hay incluso mendicidad; no es muy abundante, pero la hay.

El verdadero disfrute del gusano alcanza su punto más alto en la contemplación de los medios de transporte y producción cubanos. Autobuses y camiones que en buena parte del planeta serían apedreados sin misericordia por hordas de Greenpeace, los legendarios almendrones —coches de los 50 y los 40 ‘un ya lejano ayer’ maravillosos—, motos con sidecar y motor de dos tiempos, bicicletas, bicitaxis, carros y calesas, caballos (que sólo son herramientas de trabajo: sin peinar, sin cepillar; no famélicos, pero tampoco orondos; animales de labor en uso), machetes de cortar caña. Arados de bueyes. Insisto: arados de bueyes.

El tiempo se paró con la Revolución, esa impaciencia burguesa. No es imposible que Cuba estuviera por delante de España en los años 20 en muchos aspectos productivos, y probablemente no mucho peor en desigualdad económica y diferencias de clase. No es improbable que una Cuba socialdemócrata y abierta, sin Batista y con partidos y urnas, hubiera podido crecer al ritmo de, por ejemplo, Barbados o Puerto Rico. Lo evidente es que el enfrentamiento radical con el mundo capitalista (y su eficiencia para el estímulo, la producción y el comercio) de una pequeña isla sin más recursos relevantes que el tabaco, el azúcar y el níquel no parece una buena idea.

Sobre todos los demás turistas, el facha patrio, el mariconsón español —por utilizar la terminología castrista adecuada— tiene una ventaja añadida en su disfrute del régimen cubano: resulta sencillo entrecerrar los ojos, el mapa y el calendario e imaginar que nos encontramos en una suerte de franquismo caribeño, un país en el que nunca hubieran existido conceptos como ‘Transición’, ‘Tarancón’, ‘destape’ o ‘pluralismo político’. Es fácil, si se practica un poco, jugar a engañarse —no mucho—, mirar por la ventanilla e imaginar que Martí —último fragmento visible de una Cuba ajena a la revolución castrista— es el Cid o Viriato, Guevara es Queipo de Llano, Camilo Cienfuegos es Mola y Fidel, un gallego ferrolano espabilado. Cartelería con la épica belicista de los años treinta y El Alcázar, pintadas unidireccionales que fingen una espontaneidad imposible de arribaespañas y vivacristorreyes (con sinónimos de la trinchera de enfrente), tropas, banderas y cuarteles tan destartalados como abundantes, esos tablones de anuncios universitarios siempre con los mismos rostros heróicos hablando hasta del menú o los horarios adecuados de la biblioteca, sin una sola nota aperturista, no politizada, siquiera un poco punki… Una absoluta uniformidad ideológica que hubiera sido el sueño de nuestro Búnker setentero. Las ráfagas de pintorescos y arcaicos localismos ayudan a mantener la ficción desde la radio: ‘traidor’, ‘patria’, ‘esbirro’, ‘tiranía’, ‘oligarquía’, ‘campesinado’, ‘jamás’ o ‘siempre’ nos retrotraen a una España Eterna con plantas de tabaco y gente más morena que será muy del agrado del nostálgico con una mínima capacidad de intercambiar mentalmente unas consignas por otras.

Últimas impresiones

Aquí es donde debería empezar el párrafo escribiendo que “Cuba presenta ciertas incomididades para el turista occcidental, pero todo lo salvan los cubanos con su humor, su hospitalidad y su educación”. No sería cierto. Los cubanos son gente como los demás; como los daneses, los mexicanos, los italianos o los habitantes de Elche. Hay cubanos amables, cubanos muy amables, cubanos pesadísimos, cubanos que venden cohibas o montecristos húmedos y mal conservados, cubanos que cruzarán la calle para indicarte una dirección cuando te vean simplemente mirando un mapa y cubanos a los que no arrancarás una sonrisa ni bajo tortura severa. El viaje a Cuba, si se realiza fuera de los circuitos de touroperador en los que da lo mismo ir a Canarias que a Túnez, exige un período de aclimatación. Como buena parte de África o Asia, Cuba no es un país del primer mundo y no iremos a ninguna parte quejándonos del ruido que arman desde bien temprano, los cabrones. Pero lo cierto es que no es un destino cómodo para quien quiera pasar unas vacaciones poco complicadas. Hay arena en los engranajes; pequeñas o moderadas molestias que estorban suave pero constantemente la simplicidad de quien suele viajar con la Visa en la boca y, con mucho o poco dinero, pretende ventanas que cierren bien, duchas con presión, y mapas que se acerquen, al menos de una manera moderada, a las carreteras que quiere recorrer.

El viaje, por supuesto, merece la pena. Pero para eso hay que ir.

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Yolanda

Mensajepor Invitado » Lun 13 Ago, 2012 4:59 am



tintineos de corazón

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Yakutos

Mensajepor Yakutos » Mar 11 Sep, 2012 9:35 pm



Yakutia o República de Sajá, en Siberia. Su terriotorio es 6 veces España y produce el 98% de los diamantes de Rusia. En Invierno la temperatura baja a los -50 y en verano roza los 40. Viven sobre una capa de permafrost de 200 metros. Hoy se ha sabido que en ella, a 100 metros, se han descubierto restos orgánicos de mamut cuyo buen estado de ADN permitirá una clonación.

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Río Cerves - Melón - Ourense

Mensajepor Invitado » Dom 21 Oct, 2012 2:47 am

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Jornada de reflexión... impresionista

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pongamos que hablo de...

Mensajepor pongamos que hablo de... » Vie 16 Nov, 2012 2:54 am

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Las tribus de la playa


“Cuando vuelves a tu propia cultura, brilla de una forma diferente”. Lucía Herrero llevaba unos años viviendo fuera de España y empezó a sentir una cierta fascinación otra vez por su país. Por primera vez era capaz de verlo todo con otros ojos más objetivos.

Durante unas vacaciones se topó con una playa turística. Una de esas que te encuentras en cualquier rincón del Mediterráneo. De arriba abajo estaba tomada por grupo de personas cuya seña de identidad eran las sombrillas, toallas, colchonetas, palas y sillas. Cada uno acompañado por un compendio de suministros para pasar horas y horas en la arena.

Herrero no estaba observando personas sino tribus con el ojo de una antropóloga. La fotógrafa empezó a recopilar estas escenas con su cámara, inspirada en los retratos antiguos de clanes que posaban orgullosamente rodeados de su parafernalia.

El proceso de trabajo lo dividía en tres pasos. Primero Herrero se bajaba del coche con una cámara acompañada de su asistente y empezaba a observar el entorno. “La gente te mira y empieza a hablar. Algunos piensan que vienes de la tele”.

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Desde la distancia sus presas empiezan a estar familiarizados con ella. La artista aprovecha para escanear el espacio en busca de la familia que más le interesa. “Generalmente buscaba a gente de clase media porque en el fondo somos mayoría”.

Una vez localizada la presa, la artista se presentaba y tardaba unos 10 minutos en explicar el proyecto. “Requiere un cierto tipo de poderes de convicción. La gente está en la intimidad y semidesnuda. Juega a mi favor que están de vacaciones, contentos y dispuestos a aventuras. Cuando explicas que no vienes a vender mecheros y que estás realizando un proyecto artístico el 98% acepta”.

Las reglas del juego están establecidas y los siguientes 5 minutos se emplean para hacer las fotos. “Giraba a las familias para que el mar quedara a sus espaldas al igual que la luz. Hay una dirección teatral, no son actores ni quiero que lo sean, necesito pureza, que sean ellos pero con un punto de actuar a ser ellos mismos”.

Una vez terminada la sesión, Herrero se sentaba con cada familia y empezaban a hablar. “Me invitaban a una Coca Cola. La mayor parte de las veces acabamos hablando de la crisis, por lo tanto de alguna forma este trabajo tiene algo que ver con ello. Todos habían sido tocados por ella directa o indirectamente”.

Paradojicamente, la crisis ha contribuido a recuperar la tradición familiar de descender en grupo a la playa. “Se están recuperando esas vacaciones espontáneas con toda la familia en el que se llevaba comida y se pasaba todo el día junto al mar. En los años de bonanza en vez de ir a la playa se iba a Londres a tomar el té”.

Curiosamente, el trabajo ha recibido mucho más reconocimiento fuera de España que dentro. “La gente en California o en México se ven plenamente identificados. Ha sido el proyecto que ha lanzado mi carrera. He ganado premios y a raíz del trabajo me han llamado para hacer un encargo para Time Magazine. El próximo paso será crear un libro con fotos de inéditas de este proyecto”.

Tribus también sirvió para que Herrero definiese su estilo e identidad en la fotografía. “Siempre me preguntan qué tipo de fotografía hago y este trabajo me ayudó a inventar el término antropología fantástica para describir lo que hago”.


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Mensajepor Invitado » Jue 22 Nov, 2012 2:07 am



Un paseo por Jerusalem

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Benidorm

No esperes a viejo para ir a Benidorm

Mensajepor Benidorm » Jue 22 Nov, 2012 2:31 am


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Lucerna

Mensajepor Lucerna » Mié 16 Ene, 2013 3:14 am

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Yoko y Kichiro se casan en Lucerna


Yoko (ella) y Kichiro (él, que quede claro, que en Idiosincrahs! somos muy clásicos) han decidido casarse. Han pasado ya tres años desde que se conocieron en un Kitty Café de Osaka, cuando ella y él eligieron el mismo gato para acariciar. Muy tierno todo. Desde entonces todo ha ido sobre ruedas. Yoko maduró y decidió dejar de teñirse el pelo con colores postapocalípticos mientras que Kichiro optó por cortar de raíz su afición a las películas porno occidentales (en su anterior etapa, intentó convencer a su ‘ex’ para que hicieran el helicóptero).

Llevan ya 8 meses conviviendo en 80 m2 y se quieren. Ambos tienen un trabajo fijo, bien remunerado, una feligresía casi religiosa hacia su empresa y una pleitesía preocupante hacia sus jefes. Sí, ya es el momento de la boda. Pero la decisión más complicada no está en qué menú van a tomar o si bailarán un vals o el Sex Bomb de Tom Jones. No. La disyuntiva que subyace en sus miradas inocentes es si se van a casar a 10.000 kilómetros de distancia o en su Osaka natal.

¿Por qué? Pues por el maldito protocolo. Mientras que España nos daría un poco igual todo y resolveríamos el conflicto posterior de no invitar a la prima Mari (la del pueblo) de esta manera:

    - “Tía, ya vi en Facebook las fotos de tu boda. Estabas monísima (zorra)”

    - “Uy chica, si fue una cosa íntima. Ya sabes la familia cercana y los testigos (5000 personas entre las que no estabas tú, por pendón)”
En Japón se complican la vida y en lugar de tachar sádicamente nombres de la lista de invitados, sacan la calculadora y descubren que –qué carajo- es más rentable celebrar la boda en el viejo continente que en casa, teniendo que invitar a todo hijo de vecino y a tooooda la empresa (tengamos en cuenta que el concepto PYME no existe en el país del sol naciente). Y entonces es donde entra en juego la bonica ciudad de Lucerna (Suiza).

En Lucerna no solo inventaron hace 175 años el turismo de montaña rollo IMSERSO de luxe (viejos ricos que se marchan a dar paseos) sino que desde hace 3 décadas explotan esta realidad nipona. Les ofrecen un viaje cómodo, un paisaje idílico, un puntito cultureta y, sobre todo, la distancia. ¿Quién narices se pagaría un billete de 50.000 yenes (unos 450 euros al cambio), más el regalo, más el traje, más los gastos de hotel para ir a la boda de Kichiro, el payaso sonriente de administración? Ah, y en Lucerna tan contentos, como se puede ver en este vídeo.



De hecho, han ampliado su target, y ahora no solo se centran en jóvenes sin presupuesto, sino en parejas mayores que en su día no tenían dinero para casarse y ahora sí, y que en lugar de responder a incómodas preguntas en su país, prefieren unirse en matrimonio a orillas del Lago de los 4 cantones.

El caso es que la estampa en Lucerna llega a ser preocupante para el turista desinformado, para el hombrecillo incauto que no lee iWrite y que vive en la ignorancia. Paseando entre floridos puentes de madera se puede encontrar una estampa sorprendente y adorable: una pareja de novios desorientados, guiados por un fotógrafo con solera que les ordena sonreír, besarse o poner carusa para la posteridad posan delante de todo edificio susceptible de ser monumento. Y cuando digo todo, es todo, incluyendo el feúcho teatro precintado (sí, se supone que eso es arte) que se ve en la imagen. Pero a Yoko y a Kichiro no les falta motivos para mostrar su alegría: invitar a la familia al convite les ha salido por cuatro duros.

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MOVE

Mensajepor MOVE » Jue 14 Feb, 2013 3:09 am


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Invitado

Mensajepor Invitado » Jue 21 Feb, 2013 5:47 am

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Mi hotel está salado


H
ay quien tiene una pizca de sal para darle sabor a las patatas, quien utiliza el salero para que nada quede soso en la mesa, y quien compra la albina por kilos porque es producto esencial para cocinar. Lo que tenía a mano el boliviano Juan Quesada Valda era nada más y nada menos que el Salar de Uyuni, es decir, 12.000 kilómetros cuadrados de desierto de sal enclavado en la región altiplánica de los andes Bolivianos. El mayor desierto continuo de sal en el mundo. Suficiente ingrediente para echarle a todo un palacio.

El Palacio de Sal es el primer hotel construido íntegramente de sal en el planeta. A Quesada, fundador, arquitecto y dueño del complejo, se le ocurrió levantarlo en 1998 en medio de aquel desierto inmaculado. Su intención era permitir a los miles de turistas que cada año acuden a Uyuni admirar el níveo paisaje sin que su posada rompiese con la uniformidad del horizonte blanco.

Cloruro de sodio había para rato. “Todo es de sal, las 23 habitaciones y las demás zonas: Paredes, techos, esculturas, mesas, sillas…”, enumera mobiliario e inmobiliario Lucía Quesada, gerente del hospedaje. En total hicieron falta más de un millón de bloques de sal, algo de sal fina y otro tanto de sal granulada extraídos del propio desierto para poder conformar la estructura de este sabroso hotel de 4.500 metros cuadrados. Por ser de sal, no se libran ni las patas del billar.

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Sostener todos esos granitos no fue fácil. Resulta que para unir cada uno de sus bloques, teniendo en cuenta que el cemento no es una opción a contemplar, hace falta “una cuidadosa mezcla de sal fina y agua”, explica Quesada. Además, y a pesar de su gran resistencia arquitectónica, este edificio cuenta con la lluvia como enemiga. “Lo podría disolver, pero la sal no se puede bañar con ningún material para protegerla porque no existe un producto compatible. Así que solo nos queda hacer mantenimiento después de cada temporada húmeda”, revela la portavoz de la soluble morada.

Desde 2004 el Palacio ya no se encuentra en el medio del Salar de Uyuni, algún problema burocrático y la necesidad de hacerlo más accesible para turistas llevaron sus blancos ladrillos hasta la orilla del desierto (entrando por la población de Colchani). Todo un balcón a la inmensidad blanca de paredes a imagen y semejanza. Claro, que el condimento se paga. Cada noche en el Palacio son 98 dólares por aposento.

Cada año “más de 1.000” huéspedes acuden hasta este enclave situado entre ‘el salado sáhara’, el volcán Thunupa y la Isla Pescado. Algunos durante la época seca, otros, durante los meses en los que todo está inundado. La capa de agua que se forma de enero a junio cubriendo la inmensidad del plano “les gusta más a los japoneses porque parece un espejismo”, ha analizado Quesada. “A los europeos les gusta más cuando está seco. Cuando parece arena blanca”.

A colación de su comedor granulado, la gerente habla de algunos de los platos que se realizan en su hotel con los productos de la tierra: “Carnes de llama, cordero de la región…”, va enumerando. La guinda que corona su menú, sin duda, se hace previsible: “Pollo a la sal”, indica Quesada. Algo hacía intuir que esa sería la especialidad de la casa.


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