Historia universal de la infamia

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Matteotti

Mensajepor Invitado » Jue 12 Ene, 2017 1:32 am

Matteotti

tsevan rabtan


El once junio de 1924 murió el diputado socialista Giacomo Matteotti. Tenía 39 años. Había sido elegido por tercera vez.

Mussolini, tras la marcha sobre Roma, había formado gobierno con la indecente complicidad de Victor Manuel III. La reforma de la ley electoral y las fraudulentas elecciones (Potevo fare di questa Aula sorda e grigia un bivacco di manipoli) convirtieron la cámara de diputados en un redil lleno de fascistas.

Matteoti pronunció dos discursos en los que denunció fogosamente el incumplimiento de la ley y el fraude. El último de ellos, de 30 de mayo de 1924, fue aplaudido con rabia por sus compañeros socialistas. Matteotti, al sentarse, dijo: Io, il mio discorso l’ho fatto. Ora voi preparate il discorso funebre per me.

La historia si se repite, se repite como farsa. En este caso, al menos, porque el precedente es inseguro y todo supura mala literatura. Se cuenta que Enrique II, conde de Anjou, conde de Maine, duque de Normandía, duque de Aquitania, conde de Nantes, señor de Irlanda y rey de Inglaterra, harto de su antiguo amigo, Tomás Becket, susurró esa pregunta: Who will rid me of this troublesome priest?

Dicen que Benito Mussolini, ese payaso aupado en los hombros de tantos intelectuales ahítos de sueños húmedos sobre el poder y la acción, le dijo a su perro: Cosa fa questa Ceka? Cosa fa Dumini? Quell’uomo dopo quel discorso non dovrebbe più circolare…

El 10 de junio, Matteotti fue secuestrado y asesinado. Su cadáver fue descubierto casi dos meses después.

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Mensajepor Invitado » Vie 17 Mar, 2017 8:29 pm


Lo que hizo la verja con la identidad de los gibraltareños


Un estudio analiza la influencia de la frontera en la forja de relaciones entre dos pueblos

Jesús A. Cañas Cádiz 12 MAR 2017 - 21:54 CET

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Tráfico en la carretera que lleva de España a Gibraltar, esperando en la barrera porque un avión está aterrizando en la pista. Terrence Spencer Getty


La frontera era tan porosa que la única forma de distinguir a un gibraltareño de un español era por la marca de tabaco que fumaba o por la forma de colocarse la chaqueta. De poco servía la verja que el ejército británico levantó en 1909 para separar los territorios. La Línea de la Concepción (Cádiz) era, poco menos, que un barrio de Gibraltar: en uno y otro lado se compartían idioma, costumbres, gustos musicales e incluso parentesco. Pero con el franquismo y su lema “Gibraltar, español”, la interculturalidad saltó por los aires. De 1969 a 1982, la frontera cerró. Se hizo impermeable, cruda y despiadada. Familias divididas y una comarca partida en dos.

La reacción lógica no fue menos hostil, los gibraltareños empezaron a imaginarse a sí mismos “más británicos que los propios británicos”. En esta convulsa y reciente historia, entre lo político y lo cotidiano, Gibraltar conformó una identidad propia, opuesta a la española pero también distinta de la británica. Esa cultura generada a raíz de los conflictos fronterizos la analiza ahora el estudio antropológico Bordering on Britishness (“Al límite de lo británico”).

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Un marinero británico de permiso en Gibraltar disfruta de un paseo con su novia en una calle estrecha (8 de mayo de 1954). Bert Hardy Getty


“Ha sido una labor casi de arqueología de la memoria oral”, reconoce el gibraltareño y catedrático de la Universidad de Essex Andrew Canessa. Él ha sido el encargado de dirigir un proyecto (financiado por el Consejo de Investigación Social y Económica de Reino Unido y apoyado por el Gobierno de Gibraltar) sobre la historia oral de la identidad gibraltareña en el siglo XX.
En colaboración con la doctora Jennifer Ballantine Perera, de la Garrison Library de Gibraltar, y de los investigadores posdoctorales Giacomo Orsini y Luis G. Martínez del Campo; Canessa ha reconstruido la cultura asentada en el recuerdo de 400 entrevistados a ambos lados de la frontera. La conclusión es casi obvia: “La cultura de Gibraltar está absolutamente marcada por la frontera”.
Los entrevistados, de 16 a 101 años, —en largas citas donde se les invitaba a recordar y a hablar en llanito, el dialecto que mezcla inglés y castellano— han reconstruido su visión de identidad “forjada en oposición al franquismo y en el rencor a lo español”, explica Canessa. “Existen espacios públicos, como los medios, las redes sociales o los discursos políticos, donde se proyecta una idea gibraltareña con una retórica casi racista. Pero, en general, la gente llora por la pérdida de lo que tienen en común con algunos aspectos de la cultura española”.

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Control de documentación en la frontera por parte de policías gibraltareños y guardias civiles, previo a la clausura de la verja en los años 60. Getty


Matrimonios mixtos

Antes de los años cincuenta, un tercio de los matrimonios eran entre gibraltareños y españolas. Con el cierre de la frontera, el pasado de esas mujeres se perdió deliberadamente. “Se hicieron muy gibraltareñas, como respuesta al dolor de verse separadas de su familia en España”, añade Canessa.

Respecto al idioma, el bilingüismo y el llanito están ahora en riesgo de desaparecer. “Los mayores son bilingües y sienten que los jóvenes pierdan el español. Sin embargo, es casi una regla social no hablar a los hijos en castellano, se vincula de alguna forma a la clase obrera”. Tampoco es sencillo el sentimiento que Gibraltar tiene hoy hacia la frontera. Pese al sufrimiento, siente necesaria su presencia “ya que es vista como una salvaguarda de la situación de privilegio económico de que disfrutan”, como remarca el estudio.

“Quiero que se vea la diversidad”

El catedrático Andrew Canessa no se quedará aquí en su proyecto ‘Bordering on Britishness’. Después de obtener conclusiones variadas de sus 400 entrevistas a personas de distintas edades, religiones, condición social y etnias; pretende elaborar todo el material en artículos científicos y un libro académico. En él, hará un esfuerzo divulgativo por acercar a la sociedad las conclusiones alcanzadas en las que, ante todo, quiere “que se haga patente la diversidad”.

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Mensajepor Invitado » Sab 22 Jul, 2017 12:44 am



Así era Hiroshima antes de ser destruida por la bomba atómica de EE.UU.
Las imágenes fueron filmadas en la primavera de 1935, diez años antes de que la ciudad fuera blanco de un ataque nuclear. El Museo Memorial de la Paz de Hiroshima ha puesto a disposición del público imágenes digitalizadas que revelan cómo era la vida en esa ciudad japonesa diez años antes de que fuera destruida por una bomba atómica estadounidense. Hiroshima fue la primera ciudad en ser atacada con armas nucleares, cuando las fuerzas norteamericanas lanzaron una bomba atómica al final de la Segunda Guerra Mundial, el 6 de agosto de 1945. Tres días después, EE.UU. lanzó una segunda bomba sobre Nagasaki. Las bombas atómicas destruyeron ambas ciudades cobrándose la vida de unas 246.000 personas, aunque solo la mitad falleció los días de los bombardeos. El resto de las víctimas murieron por lesiones o enfermedades atribuidas al envenenamiento por radiación. Ahora, un mes antes del 72.º aniversario del bombardeo, el Museo Memorial de la Paz de Hiroshima ha revelado un video en blanco y negro de tres minutos, que muestra cómo era la vida y la ciudad antes de la guerra. Las imágenes fueron filmadas aproximadamente en abril de 1935, y el museo ha invertido cerca de 900.000 yenes (unos 7.950 dólares) en la restauración y digitalización de la cinta, reporta el diario 'Japan Times'.



Lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima.

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Mensajepor Invitado » Lun 04 Dic, 2017 3:20 am

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El gobernador de Canadá Mitchell Hepburn y las quintillizas Dionne, en 1934


La triste historia de las quintillizas canadienses, a un paso del olvido

Vecinos y voluntarios están recogiendo firmas para salvar el museo dedicado a la memoria de las quintillizas Dionne, una pequeña casa en Ontario que alberga el legado de uno de los episodios más extraordinarios, y tristes, de la historia de Canadá: allí nacieron, hace 82 años, cinco hermanas cuyas vidas fueron convertidas en un ‘reallity’, y que llegarían a ser visitadas por tres millones de personas.

Miguel Máiquez


Vista desde fuera, la vieja casa de madera parece poca cosa. Apenas una pequeña edificación rural más, de las muchas que uno puede ver diseminadas a lo largo de las interminables carreteras de Ontario. Su interior, sin embargo, alberga el legado de uno de los capítulos más extraordinarios, y tristes, de la historia de Canadá: aquí nacieron, hace 82 años, Annette, Cécile, Émilie, Marie e Yvonne, las quintillizas Dionne, cinco hermanas cuyas vidas fueron convertidas en un auténtico reallity, y que llegarían a ser visitadas por más de tres millones de personas.

Situada actualmente en North Bay, a orillas del lago Nipsing, en el centro de Ontario, la vivienda donde vinieron al mundo las hermanas Dionne se encontraba originalmente a unos 15 kilómetros de allí, en una granja de la pequeña y remota localidad de Corbeil, cerca de Callander y no lejos de la frontera con Quebec. Desde 1985, la casa ha sido la sede de un pequeño museo dedicado a la memoria de las quintillizas, pero hace unos dos meses, el que ha sido su propietario durante los últimos 30 años (la Cámara de Comercio de la ciudad) decidió poner la propiedad en venta. Vecinos y voluntarios están recogiendo firmas para salvarlo, y las autoridades municipales no han dicho aún la última palabra, pero el futuro del museo es, siendo optimistas, incierto, y su pérdida puede resultar irreparable. Como señalaba recientemente a un diario local Mark King, miembro del comité de servicios comunitarios de North Bay, “es cierto que la historia de las quintillizas tiene un lado oscuro, pero ocurrió, y es parte de nuestra historia”.


Cinco de cinco

El 28 de mayo de 1934 los periódicos de toda Norteamérica aún seguían obsesionados con el final de las andanzas de Bonnie y Clyde, la pareja de bandidos más famosa de todos los tiempos, que una semana antes habían sido abatidos a tiros por la policía en una solitaria carretera de Louisiana. En Europa, entre tanto, los forajidos también eran noticia, pero de otra índole: Hitler y Mussolini estaban a punto de reunirse por primera vez, en un encuentro que tendría lugar quince días después, durante la Biennale de Venecia. Y en Callander, Ontario, el doctor Allan Roy Dafoe, que el día anterior había celebrado su 51 cumpleaños, se preparaba para asistir a un parto que sabía especialmente complicado. Lo que Dafoe no sabía era que aquel parto estaba a punto de acabar para siempre con su tranquila vida de médico rural, y a convertirle, de la noche a la mañana, en mundialmente famoso.

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La casa-museo de las quintillizas Dionne

Dafoe, especialista en obstetricia y ginecología, había llegado a Callander hacía casi dos décadas, y conocía bien a su comunidad. La parturienta, Elzire Dionne, era una joven de 25 años perteneciente a una familia francófona de la región. Vivía, junto con su marido, Oliva-Edouard, en una granja a las afueras del pueblo, y no era precisamente una primeriza: la pareja tenía ya cinco hijos, el último de los cuales había nacido tan solo once meses antes.

El médico esperaba, como mínimo, gemelos, pero era consciente de que la cosa podía complicarse. Elzire había sido diagnosticada con una “anomalía fetal”, y sufría de fuertes calambres desde el tercer mes de embarazo. El parto era, además, prematuro. A mitad de la noche ya estaba claro que se trataba de un alumbramiento múltiple. Con el apoyo de dos comadronas a las que Oliva-Edouard tuvo que llamar urgentemente, Dafoe acabaría ayudando a venir al mundo a cinco niñas, todas vivas, aunque de salud aún frágil, que pasarían a la historia como las primeras quintillizas idénticas de las que se tiene noticia que lograron sobrevivir a la infancia.


“Mostrarlas al mundo”

En una sociedad aún convaleciente de los estragos de la Gran Depresión, con el fantasma de otra gran guerra a las puertas, y con el potencial de evasión que suponía el nuevo entretenimiento de masas proporcionado por el cine y la época dorada de Hollywood, la historia de las quintillizas Dionne, su mezcla perfecta de esperanza y atracción circense, resultó irresistible. Los pulmones de aquellas cinco niñas eran tan pequeños que necesitaban constantemente respiración asistida para funcionar, y sus posibilidades de supervivencia eran, según contaban los diarios de la época, de una entre 50 millones. Y, sin embargo, ahí estaban, agarradas a la vida. En el siguiente audio, el doctor Dafoe narra, entusiasmado y lleno de fervor religioso, sus impresiones tras el parto:



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Un anuncio de Palmolive de 1937, con las quintillizas Dionne
La noticia corrió como la pólvora, y Oliva y Elzire empezaron a recibir ofrecimientos desinteresados de ayuda. Mujeres de la zona les llevaban leche materna para amamantar a las recién nacidas, la Cruz Roja de Canadá envió enfermeras… Las cartas de solidaridad llegaban desde todas partes de Norteamérica, y pronto llegaron, también, otras propuestas menos altruistas: tan solo unos días después del parto, responsables de la Exposición Universal de Chicago (inaugurada en 1933, y que estaba celebrando una segunda edición) se pusieron en contacto con los padres y les convencieron de que “mostraran sus hijas al mundo”, exhibiéndolas en una incubadora en la muestra, a cambio de dinero (algo no tan inusual con bebés prematuros, en una época en la que triunfaban los animales amaestrados, los niños prodigio y las rarezas de feria). El matrimonio llegó a firmar un contrato, pero el Gobierno de Ontario intervino y, teniendo en cuenta la difícil situación económica de la familia (con otros cinco hijos ya), el entonces gobernador de Canadá (el territorio pertenecía aún formalmente al Reino Unido) retiró a Oliva y Elzire la custodia de las niñas, y las quintillizas fueron puestas a cargo del doctor Dafoe y de tres guardianes.

Los nuevos custodios, sin embargo, no tardaron demasiado en percibir el potencial económico de las hermanas, y en convertirlas en una auténtica atracción turística. Junto a la casa donde nacieron se construyó el Hospital-Guardería Dafoe, a donde fueron trasladadas las quintillizas. Allí, además de recibir manutención, educación y cuidados médicos, y de ser constantemente examinadas y estudiadas, las niñas podían ser observadas por el público a través de espejos especiales semiplateados (de una sola cara). Como si de personajes de una novela se tratara, cada hermana, por ejemplo, tenía asignados un color y un símbolo propios. El lugar llegó a recibir más de 3 millones de visitantes (hasta 6.000 por día), llegados desde toda Norteamérica, e incluyendo estrellas de cine y celebridades del momento, como Clark Gable, James Stewart, Bette Davis, James Cagney, Mae West, Amelia Earhart… Las quintillizas llegaron a facturar, solo en el primer año, cerca de un millón de dólares canadienses, y el ‘parque’ se transformó en la atracción turística más importante de Ontario, por delante incluso de las cataratas del Niágara. Las quintillizas, apodadas ya simplemente The Quints, sin apellidos ni lugar de procedencia, eran habituales en los pases de noticias de los cines, aparecieron incluso en dos películas de Hollywood, y ayudaron a aumentar las ventas de numerosos productos, participando en anuncios publicitarios.

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Las quintillizas Dionne, camino de Toronto para conocer a la reina Isabel, en 1939


Abusos

Como relata Cynthia Wright en el trabajo académico They were five: The Dionne Quintuplets revisited (Journal of Canadian Studies, Winter 1994/95), las quintillizas estaban al cuidado de enfermeras, y, salvo por las rondas diarias de turistas (a quienes generalmente oían, pero no veían), tenían poca relación con el exterior, incluyendo contactos ocasionales con sus padres y sus hermanos, que vivían al otro lado de la calle. Su horario era rígido y metódico: cada mañana las vestían a todas juntas en un gran cuarto de baño, tomaban zumo de naranja y aceite de hígado de bacalao, les rizaban el pelo, rezaban una oración y, tras sonar un gong, iban a desayunar. Luego jugaban durante 30 minutos en una habitación soleada, antes de ser examinadas por el doctor Dafoe, por entonces convertido ya en una auténtica celebridad.

Las quintillizas permanecieron en este centro un total de nueve años, a lo largo de los cuales los padres denunciaron reiteradamente el “abuso afectivo y psicológico” al que presuntamente las sometía el médico, al obligar a las niñas a hablar solamente en inglés, pese a su origen franco-canadiense (las quintillizas participaron en una obra teatral, Siempre seremos inglesas, que causó una gran irritación en la comunidad francófona). El médico llegó incluso a expulsar del centro a la única enfermera que se comunicaba en francés con las niñas. Los padres se quejaban asimismo de las pocas oportunidades que tenían para integrar en la familia a las quintillizas, quienes frecuentemente realizaban viajes para participar en funciones, siempre vestidas de forma idéntica.

Finalmente, en 1943, los padres ganaron un juicio contra las autoridades de la Gobernación, y las niñas fueron devueltas a su familia. La recién constituida Fundación Dionne les construyó entonces una gran mansión, equipada con 20 habitaciones. Con los años, la Guardería acabó convertida en un colegio y, posteriormente, fue usada como convento. El doctor Dafoe murió poco después del juicio, en junio de 1943.


La vida después de la fama

Al cumplir los 18 años, las quintillizas se marcharon de casa. Émilie se hizo monja y murió dos años después, en 1954, en el convento, durante un ataque epiléptico. Las otras cuatro hermanas intentaron llevar una vida normal, sin recibir, aún, ni un dolar de los inmensos beneficios que habían generado durante su infancia. Marie murió en 1970. Cuando la encontraron en el apartamento en el que vivía sola, llevaba varios días fallecida.

En 1995, las tres hermanas supervivientes por entonces (Annette, Cécile e Yvonne) afirmaron que su padre había abusado sexualmente de ellas durante su adolescencia, y revelaron asimismo que se habían sentido discriminadas por sus padres, y peor tratadas que el resto de sus hermanos. En 1997 escribieron una carta abierta,dirigida a los padres de los septillizos McCaughey, en la que les advertían de los riesgos de permitir demasiada publicidad para los niños.

Las tres hermanas, que vivían juntas en el suburbio de Montreal de Saint-Bruno-de-Montarville, llegaron en 1998 a un acuerdo económico con el Gobierno de Ontario, como compensación por la explotación a la que habían sido sometidas. Recibieron cerca de 3 millones de dólares libres de impuestos, y una disculpa formal. Yvonne falleció el 23 de junio de 2001, víctima de un cáncer.

Annette y Cecile, de 82 años de edad, tienen actualmente vidas muy distintas. En la primera entrevista concedida por ambas en 18 años, publicada el pasado mes de octubre por el diario Montreal Gazette, Marian Scott cuenta que las hermanas aún se sienten cerca (“se llaman por teléfono a diario”, “terminan las frases de la otra cuando hablan”), pero, mientras que Annette “vive de forma independiente en un agradable apartamento”, Cécile sobrevive gracias a una pensión del Gobierno de 1.443 dólares al mes, que apenas llega para pagar la residencia de ancianos en la que se encuentra.

A orillas del lago Nipsing, en el centro de Ontario, el museo de las quintillizas Dionne, una institución sin ánimo de lucro, guarda aún el testimonio de estas cinco vidas. Fotos, utensilios, juguetes, vestidos, documentos… La antigua casa de madera es, tal vez por poco tiempo ya, el testigo de una época de prodigios y atropellos no tan lejana como parece. Como dice Mark King, en North Bay, “si no queremos repetir los errores, tendremos que recordar cómo los cometimos”.

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Las quintillizas Dionne en 1947, con sus padres

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Mensajepor Invitado » Dom 15 Nov, 2020 3:09 am

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El palacio de Sobrellano en Comillas, construido por Antonio López, marqués de Comillas.

De Medina Sidonia a Goytisolo: las casas y las fortunas que se levantaron en España con el dinero de la esclavitud

Centenares de españoles levantaron sus fortunas, compraron títulos nobiliarios y construyeron sus palacios con el dinero que obtuvieron con la trata o con la mano de obra esclava


“Yo no tengo corazón para tener a alguien privado de libertad”. Cuentan las crónicas que Pedro de Guzmán y Pacheco, XIV duque de Medina Sidonia, contestó así a su madre cuando esta le ofreció una joven esclava negra como regalo. Hoy parece una respuesta lógica, pero en el siglo XVIII era extemporánea tanto en el tiempo que le tocó vivir al noble como en la ciudad en la que tenía uno de sus palacios, Sanlúcar de Barrameda, tan acostumbrada de antaño a la presencia de esclavos que hasta un marinero podía permitirse tener uno.

La esclavitud en España pasó de la normalización al silencio y después al olvido. Sin embargo, movimientos sociales como el #BlackLivesMatter han removido conciencias y provocado un cambio en la forma en que miramos los monumentos históricos y nos invitan a poner sobre la mesa un pasado no siempre tan brillante como su arquitectura. En nuestro país muchos de estos edificios están relacionados directa o indirectamente con la trata de esclavos o con los negocios que florecieron gracias a la mano de obra esclava. Los herederos de este legado han sido en ocasiones los principales interesados en reconciliarse con su pasado.

Ya entonces la aparente concienciación de Pedro de Guzmán no oculta que parte de la fortuna de esta influyente familia vino del ingente tráfico esclavista que se vivió en el sur peninsular entre los siglos XV y XVIII. Los Medina Sidonia “usaban esclavos, aunque ellos mismos no traficaban”, explica Liliane Dalhman, historiadora, presidenta de la Fundación Medina Sidonia y viuda de la XXI duquesa, Luisa Isabel Álvarez de Toledo. Tampoco lo necesitaban. El enriquecimiento vino por la alcabala, un impuesto por el cual la casa se quedaba el 10% de cualquier venta que se produjese en su jurisdicción de Sanlúcar en un momento, el siglo XV, en el que el Guadalquivir era uno de los puntos centrales del comercio esclavista mundial, gracias a su posición geográfica privilegiada. Solo por la ruta atlántica, desde África hasta América, llegaron a trasladarse forzosamente a unas 12 millones de personas entre los siglos XVI y XIX.

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Palacio de Medina Sidonia en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz.

El historiador Antonio Moreno Ollero está acostumbrado a encontrar en el valioso archivo de la Fundación Medina Sidonia multitud de referencias a los esclavos que vivían en el palacio. “Llegó a tener 50 hombres y mujeres”, cuenta el experto. Todos ellos atendían una opulenta residencia que hoy en día se conserva casi intacta, gracias a la cuidadosa restauración acometida por Luisa Isabel Álvarez de Toledo. El edificio es una rara avis para el estilo arquitectónico que se espera de un palacio sevillano (de planta cuadrada o rectangular, con un gran patio central, abierto y porticado, en torno al cual se articulan las estancias y jardines traseros). Este “se levantó en el siglo XV sobre un antiguo alcázar musulmán que condiciona la distribución”, explica Moreno.

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El Salón de Embajadores del palacio de los duques de Medina Sidonia en Sanlúcar de Barrameda, de 1640, es la última gran obra que se efectuó en la residencia.

La actual sede de la Fundación Medina Sidonia se erige de forma longitudinal sobre la parte alta de Sanlúcar. Con las rentas que obtenían, entre ellas las de la alcabala, se levantó tanto este edificio, como el que la familia tuvo en Sevilla, hoy desaparecido, en la actual plaza del Duque. La última gran obra del edificio de Sanlúcar es el fastuoso Salón de Embajadores, levantado en 1640. La sala conserva el techo de yeso con las armas del duque. “Sirve para distribuir dependencias”, describe Liliane Dalhman, actual moradora del palacio, de ahí sus seis puertas.

Sevilla: Pedro de Morga, el negrero receptor de la Inquisición

Con sus impuestos –que cesaron con el fin de su jurisdicción en Sanlúcar en 1645–, los Medina Sidonia se convirtieron, según cuenta Dalhman, en el punto de unión de dos ciudades, Cádiz y Sevilla, dedicadas al comercio de ultramar entre los siglos XVI y XVIII, en las que pocos eran los comerciantes que no estaban vinculados a la venta de esclavos. Catalanes, vascos, cántabros, asturianos o riojanos. Muchas de las grandes fortunas que se levantaron sobre la trata ejercieron su actividad comercial en Cádiz y Sevilla.

En la capital andaluza, la primera en despuntar en los intercambios con América, el banquero vizcaíno del siglo XVI Pedro de Morga destaca de entre todos aquellos que hicieron fortuna con el tráfico de personas, tal y como apunta el historiador vasco Javier Ortiz, autor de la tesis La comunidad vasca en Sevilla y la trata de esclavos (siglo XVI).

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Plano de la casa-palacio de los duques de Medina Sidonia en Sevilla, hoy desaparecido. Guarda la estructura típica que adoptaron para sus nuevas viviendas los comerciantes de esclavos en Cádiz.

“A ver quién se arriesgaba a llevarse mal con esa persona”, esgrime Ortiz. Comerciante y receptor de bienes de la Inquisición –"era quien confiscaba las propiedades a los condenados"–, De Morga llegó a hacerse con varias fincas contiguas en el sevillano barrio de Santa Cruz. Una de ellas ha llegado hasta hoy con sus rasgos de palacete renacentista prácticamente intactos e integrado en la clausura del convento carmelita de San José desde 1576. Santa Teresa de Jesús compró a De Morga el edificio, del que destaca su patio de dos plantas con esbeltas columnas y sus artesonados mudéjares.

Más rural es el estilo de la Hacienda de Bertendona, que adquirió en Dos Hermanas Jimeno de Bertendona, socio de De Morga. “Muchos de los que hicieron fortuna con el comercio de esclavos fundaron después mayorazgos”, cuenta Ortiz. La hacienda, con un patio grande pavimentado con cantos rodados, se destinó al almacén de aceitunas, según la descripción de edificios singulares del ayuntamiento.

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Hacienda de Bertendona, de Jimeno de Bertendona, socio de Pedro de Morga.

La tipología de casa-palacio sevillana de De Morga fue la que el comerciante gaditano adaptó para sí cuando tomó el testigo como potencia del comercio de ultramar, a partir del traslado a Cádiz de la Casa de la Contratación en 1717.

Cádiz: los nobles que morían pobres

De los burgueses gaditanos dedicados al comercio con las Indias se decía que se pasaban buena parte de su vida persiguiendo vivir bien y hacerse con un título nobiliario, pero que acababan muriendo pobres. En ese anhelo, el empresario de Cádiz construyó notables palacetes neoclásicos de hasta cuatro plantas en las que la planta baja y la entreplanta se dedicaban a mercancías y oficinas, la principal se destinaba a las estancias nobles y la superior y la azotea, al servicio. Muchas de estas casas, tal y como quedan descritas en Cádiz: guía artística y monumental, de los hermanos Alonso de la Sierra, estaban coronadas de torres-miradores, esbeltos salientes que servían para controlar la entrada y salida de barcos desde el puerto.

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La casa de las cuatro torres de Cádiz es un ejemplo de la arquitectura típica de los cargueros de Indias, con una gran patio interior y torres vigías. En la imagen, vista de una de las torres desde la ventana de una habitación del hotel que hoy ocupa el edificio.

El mobiliario, en buena parte de caoba americana, habla de ese hedonismo que sorprendía incluso a los nobles venidos de Madrid, como recuerda en sus memorias el político del XIX Antonio Alcalá Galiano. Todo ese esplendor era evidente en grandes fortunas como las de Pedro Colarte, un comerciante de origen flamenco, que falleció en 1701 con una inmensa herencia, en la que se contaban 15 fincas y siete esclavos “con edades comprendidas entre los 14 y los 60 años”, como recoge su testamento.

El comercio de personas en el Cádiz de esos años conecta a diversas personalidades. “Quien más o quien menos, muchos estaban relacionados”, apunta el historiador Arturo Morgado. Así es como se cuela el nombre del marquesado de Purullena en la fundación de la Compañía Gaditana de Negros, creada en septiembre de 1765, primera sociedad de este tipo surgida en España. Aunque siete años después fue a la quiebra, sus escrituras sirven para saber que José Ortuño, sobrino del VII marqués de Purullena y consorte de la única hija de este, se embarcó en tal empresa.

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Palacio Purullena.

El palacio de los Purullena, en El Puerto de Santa María, sigue siendo hoy una de las muestras de arquitectura doméstica más sobresalientes de la localidad. El VII marqués, Agustín Ortuño-Ramírez, fue el responsable de adquirir el edificio a los anteriores propietarios y darle la apariencia actual. “Es uno de los pocos palacios que tenían una decoración rococó tan exuberante”, recuerda el historiador local Miguel Ángel Caballero.

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Escalera central de estilo imperial del palacio de los Purullena.

Los descendientes, entre ellos su sobrino e hija, mantuvieron y ampliaron el patrimonio de esa casa, que, como toda vivienda de comerciante que se precie, se articula en torno a un patio abierto del que parte una gran escalera –en este caso, de estilo imperial–, tan espacioso como para ser útil a la entrada y salida de mercancías, tan lujoso que pudiese servir para recibir a un embajador.

Cantabria: de Antonio López al omnipresente marqués de Comillas

Ya en el siglo XIX –ilegalizado el tráfico de esclavos en España, aunque no la esclavitud, a partir de un acuerdo con Reino Unido en 1817–, el cántabro Antonio López y López terminó eligiendo Cádiz como sede de operaciones para incrementar su fortuna y hacerse un nombre a su regreso de Cuba. La historia de este conocido esclavista tiene varias versiones, según apunta el historiador de la Universidad Pompeu Fabra especializado en la esclavitud en el siglo XIX Martín Rodrigo y Alharilla. “Su madre enviudó cuando sus hijos eran pequeños, lo que induce a pensar que creció con pocos recursos económicos”, explica. “Pero cuando Antonio se encontraba en Cuba y aún no era un rico empresario, su hermana se casó con un notario en Comillas, lo que a la gente del pueblo le hace sospechar que en realidad tenían una buena situación”.

Al morir su marido, Antonia López de Lamadrid se empleó como limpiadora en la casa de una familia potentada en Comillas, los Fernández de Castro. Según el archivo de esta familia, Antonio López se embarcó de urgencia a Cuba tras verse envuelto en una reyerta callejera. “O también pudo ser para evitar el servicio militar”, matiza Rodrigo y Alharilla. Cuentan las crónicas de la época que Antonio López malvivía con los ingresos de un baratillo que había montado en Santiago de Cuba, hasta que se prometió con la hija del propietario del local que alquilaba, un catalán de dinero. De modo que “entre la dote de la joven Luisa Bru Lassús y la inversión de su suegro en el negocio, la economía de Antonio López comenzó a despuntar”.

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Pasillo del palacio del marqués de Comillas en Barcelona, que luego fue la sede de la Compañía de Tabacos de Filipinas, de la que la familia era propietaria, y hoy es el hotel 1898.

La boda se celebró en Barcelona, donde, al poco, compró en la Rambla el Palacio Moja, una casa señorial de estilo neoclásico. Este edificio del arquitecto José Mas Dordal, autor también de la basílica de La Merced, se convirtió en la casa familiar hasta que se terminaron las obras, a pocos metros, del majestuoso palacio colonial que Antonio López encargó al arquitecto Oriol Mestres. Años más tarde, la familia decidió transformar el edificio en la sede de la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Hoy lo ocupa el lujoso Hotel 1898.

En Cádiz comenzó con una compañía naviera que cubría la ruta Cádiz-Marsella, que con la guerra de África (1859-1860) se transformó en la compañía oficial para llevar el correo y pertrechos a las Antillas españolas. El Banco de Crédito Mercantil, el Banco Hispano Colonial, la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte, la Compañía Trasatlántica Española, plantaciones de tabaco en Cuba y en Filipinas y, por supuesto, esclavos... La reputación de Antonio López y López crecía al ritmo de sus negocios y Alfonso XII le otorgó el título de marqués de Comillas, con estatuas en su honor en Cádiz, Comillas y Barcelona (el ayuntamiento de Ada Colao la retiró en 2018).

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Palacio de Sobrellano, en Comillas.

Además del patrimonio arquitectónico que dejó en Barcelona (promovió también la urbanización del Ensanche), el marqués se construyó en su ciudad natal el Palacio de Sobrellano, una fantasía neogótica de aires venecianos del arquitecto historicista catalán Joan Martorell, con muebles de Antonio Gaudí y Eduardo Llorens y esculturas de Joan Roig.

A 60 kilómetros, en Santoña, construyó su palacio Juan Manuel Manzanedo, marqués de Manzanedo y duque de Santoña, “amigo de la infancia de Antonio López, que también se dedicó al comercio de esclavos”, según revela Rodrigo y Alharilla. “Fue el primer presidente de la Cámara de Comercio de Santander y montó una naviera que se llama Pérez y García, que aún funciona”.

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Palacio del marqués de Manzanedo en Santoña.

El palacio de Manzanedo, del arquitecto Antonio Ruiz de Salces, es uno de los centenares de ejemplos de arquitectura indiana que se extienden por la cornisa cantábrica. De planta casi cuadrada, estilo neoclásico y con su característica palmera en la entrada, el de Santoña era el palacio de veraneo de la familia, que se estableció en Madrid a su regreso de Cienfuegos (Cuba) en 1853, donde Manzanedo fue el principal promotor de la Puerta del Sol y del barrio de Salamanca.

La misteriosa fortuna de los indianos de Asturias

Poco se sabe de la relación de sus vecinos asturianos con la esclavitud, pese a la proliferación de palacios de indianos, símbolo de las fortunas hechas desde cero en Cuba. “Es un aspecto que hemos estudiado poco en Asturias”, admite el historiador Francisco Erice, autor del libro Los asturianos en Cuba y sus vínculos con Asturias. “Es posible que muchos de los indianos adinerados tuvieran esclavos, pero no se sabe cuántos ni quiénes”.

El archivo de indianos situado en La Quinta Guadalupe, en Colombres, tampoco guarda ninguna documentación que relacione la emigración asturiana con la esclavitud. “Estaba la compañía Noriega, Olmos y Cía., del empresario asturiano José Noriega y su socio Francisco Olmos”, apunta Martín Rodrigo y Alharilla. N.O.C. dirigía La Compañía Territorial Cubana y fueron de los mayores accionistas fundadores del Banco Español de la Isla de Cuba. Pero la crisis de 1857 llevó a la empresa a la quiebra y la pista de Noriega se pierde desde ese momento.

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Palacio del marqués de Argudín en la calle Goya de Madrid. Este conocido esclavista de origen asturiano financió buena parte de la promoción urbanística de la Puerta del Sol y del barrio de Salamanca en Madrid.

Más conocida es la historia de los marqueses de Argüelles y de Argudín. En 1864, José Antonio Suárez Argudín, un funcionario colonial nacido en Cuba pero cuyo padre había nacido en Soto del Barco, fue acusado de apropiarse de 140 “negros bozales” de un alijo ilegal. Asegura Erice en su libro que Argudín llegó a merecer el “poco honroso título del mayor traficante de esclavos del mundo”. Llegado a España construyó su palacio en la calle Goya de Madrid.

Ramón de Argüelles, gran propietario de esclavos y tratante, acabó siendo un reconocido empresario en La Habana, con tantos títulos que lograron tapar su pasado negrero. El palacio de la marquesa de Argüelles en Llanes guarda ese estilo colonial neoclásico de los palacios indianos.

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El palacio de la marquesa de Argüelles, en Llanes.

País Vasco: Zulueta, el negrero más importante de Cuba

“El legado arquitectónico relacionado con la esclavitud en España viene sobre todo de la inmigración de retorno de Cuba en el siglo XIX”, explica Rodrigo y Alharilla. Son estas fortunas las que sembraron de escuelas, hospitales y obras de beneficencia el norte de España.

El ejemplo más grandilocuente es la Universidad de Comillas que Antonio López donó a la ciudad. Pero hay muchos más. Como el Hotel Portugalete u Hotel del Puente colgante, que legó el empresario vizcaíno Manuel Calvo y Aguirre a la ciudad de Portugalete para que con sus beneficios se alimentara a los pobres. Calvo llegó a ser vicepresidente de la Compañía Trasatlántica Española del marqués de Comillas, con quien trabajó también en el Banco Hispano Colonial.

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A la izquierda, el edificio neoclásico azul de estilo indiano junto al puente colgante que cruza la ría de Portugalete.

La relación del portugalujo con la esclavitud queda reflejada en el Diario de la Marina, según indica Jon Ander Ramos Martínez en su trabajo Manuel Calvo y Aguirre, una eminencia en la sombra: “Poniendo a uno sobre otro, hombro y pie, los negros importados por Calvo de la costa de África [...] pasarían el límite de la atmósfera terrestre”. Calvo formó parte de la delegación cubana de la Junta Protectora de Inmigración (pónganse todas las comillas a “Inmigración”, en un momento en el que el comercio de personas empezaba a estar mal visto).

Aunque “el negrero más importante de Cuba”, señala Rodrigo y Alharilla, “fue el alavés Julián Zulueta y Amondo”, alcalde de La Habana y marqués de Álava, quien aprovechó su cargo para lucrarse con sus negocios privados. De aquella fortuna que amasó con el tráfico de personas queda en Vitoria el palacio Augustin-Zulueta, un edificio de estilo ecléctico declarado en 1962 Monumento Histórico-Artístico, que se construyó para el matrimonio formado por su hija Elvira Zulueta y Ricardo Augustín, y hoy convertido en Museo de Bellas Artes, en el que además se hacen representaciones de la vida del negrero Julián Zulueta.

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En el palacio Augustin-Zulueta, actual Museo de Bellas Artes de Vitoria, se realizan representaciones de la vida del negrero Julián Zulueta y Amondo.

Desde su hangar en el puerto de La Habana envía a España azúcares y otros productos de ultramar; de regreso, mercancías provenientes de Europa y de África. Cuando se trataba de personas, el desembarco se producía al abrigo de la noche.

Temerosos por un comercio de personas que ya se acababa, otros muchos de los españoles en las colonias decidieron regresar a lugares de industria pujante, como Cataluña, para invertir el dinero ganado en sus campos de azúcar o algodón, mantenidos con mano de obra esclava.

Cataluña: la cara B del desarrollo industrial

El marqués de Comillas fue solo uno de los potentados negreros que destacaron en la sociedad catalana moderna. La región se convierte en uno de los ejemplos de la importancia que España adquirió en el tráfico de personas en el siglo XIX, después de que Inglaterra lo prohibiera en 1807 y comenzara a presionar internacionalmente para evitar este comercio. “En teoría, en 1817, los españoles ya no podían traficar. Las autoridades lo encubrían con supuestos barcos de vacío o que salían a otros destinos. Descargar 400 esclavos sin que nadie se dé cuenta no es fácil”, asegura Gustau Nerín historiador especializado en el colonialismo español en África.

Aunque los estudios de Nerín y otros expertos han arrojado mucha luz a la trata de estos años, el también antropólogo cree que aún hay mucho margen para nuevos descubrimientos: “Sabemos que el tráfico de esclavos influyó en el urbanismo de las ciudades españolas. Pero es arriesgado decir aún que tuviese un gran impacto”. Lo que el historiador da por seguro es que se dejó sentir en barrios barceloneses como el Eixample, donde notables comerciantes adquirieron o promovieron la construcción de decenas de edificios, como es el caso del cántabro Antonio López o de la familia Goytisolo, ascendientes de los escritores.

No está claro que la familia Goytisolo se dedicase al tráfico de esclavos, apunta el historiador Martín Rodrigo y Alharilla, “pero sí se sabe que tuvieron centenares de ellos trabajando en las fincas de azúcar”. A su regreso a España, el patriarca no quiso recalar en Lekeitio, de donde era natural. “Su descendiente, el escritor Juan Goytisolo, dijo que fue porque era hijo bastardo de un carpintero del pueblo”. Así que se instaló en Barcelona y, “en un momento determinado, fue el principal propietario del Ensanche. En la ciudad dejó dos edificios, uno en la calle Pelayo y otro en el número 46 del Paseo de Gràcia”.

Los Goytisolo emparentaron con los Taltavull, una familia de origen menorquín con negocios en Cuba, entre ellos plantaciones de azúcar en las que trabajaban esclavos. El matrimonio, abuelos del escritor, se construyó un palacio morisco en el Eixample, que ya no existe, para el que según el autor de Los Goytisolo, Miguel Dalmau, se inspiraron “lejanamente en el modelo de la Alhambra de Granada”.

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Aunque Eusebi Güell no tuvo relación directa con el tráfico de esclavos, el Palacio Güell, obra de Antoni Gaudí, se construyó con la fortuna amasada tanto por su padre, Joan Güell, conocido esclavista, como por Antonio López, marqués de Comillas, su suegro.

Sí se mantiene en pie el Palacio Güell, que mandó construir Eusebi Güell i Bacigalupi, mecenas de Gaudí e hijo del empresario y político Joan Güell i Ferrer, vinculado a la trata en la investigación Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX). Eusebi Güell se casó con Isabel López Bru, hija del marqués de Comillas, un matrimonio que prueba la relación que los grandes esclavistas españoles en las colonias mantuvieron a su regreso a España, cuya fortuna permitió vivir a generaciones enteras.

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Recreación del primero daguerrotipo hecho en España, de 1839, en el que se ve la Casa Xifré.

También han quedado las promociones inmobiliarias de Josep Xifré, que desembarcó en la plaza de Palau para construir un imponente conjunto de cinco edificios recorridos por una zona baja porticada, en una manzana conocida hoy como la Casa Xifré o Los Porxos d’en Xifré. Las representaciones del Comercio, la Industria, la Marina, Mercurio, Neptuno y América decoran una fachada coronada por un reloj. Aunque el exterior que da a la plaza y al paseo Isabel II tienen un aspecto homogéneo, su interior está compartimentado como casas independientes.

Mientras Xifré levantaba su inversión inmobiliaria procedente del dinero negrero, los hermanos Vidal-Quadras –ascendientes del político del PP catalán Alejo Vidal-Quadras– hicieron lo mismo en 1839 con idéntico origen de su liquidez. Escogieron también el paseo de Isabel II para levantar una manzana entera proyectada por Antoni Rovira Riera, en la que también siguieron el esquema compositivo de pórticos, en los que ubicaron la sede de su Casa de Banca.

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Además de los Porxox de Vidal-Quadras, la familia se construyó un chalé en la Avenida de Vallvidriera en Barcelona. Se trata de un diseño modernista de estilo historicista del arquitecto Miquel Madorell i Rius.

Los Vidal-Quadras invirtieron parte de su patrimonio en Sitges. Es en estas zonas de la costa donde las fortunas indianas –con dinero procedente del mercado negrero o no– dieron más rienda suelta a la exportación de elementos de la arquitectura colonial, bien sea en la reforma de casas existentes o en levantar edificios de nueva planta. En zonas urbanas como Barcelona se dejaron influir por corrientes neoclásicas, modernistas –las mayoritarias– o novecentistas, la suma de las dos anteriores. Bien de una forma más profusa o recatada, tanto las fincas costeras como las urbanas, destacan por sus fastuosas escaleras y por murales que, en no pocas ocasiones, rememoran escenas del Caribe, como playas paradisíacas o jardines y plantas exóticas, como explica la Red de Municipios Indianos de Cataluña.

Es en estas 11 localidades o en la misma capital donde aún queda mucho por estudiar de la vinculación entre estos indianos y el origen de su fortuna. “Focalizarlo en una persona es como buscar un chivo expiatorio para no culpabilizar al resto cuando había una connivencia masiva. Parecía que era un tema intocable, pero ahora hay interés. Estas investigaciones deben ir asociadas a una reflexión colectiva y vinculada a los derechos de la alteridad”, reflexiona Nerín.

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Mensajepor Invitado » Dom 11 Abr, 2021 11:27 pm

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El pueblo que pidió a ETA que matara por un chalé
Y CÓMO UNO DE LOS DOS ENVIADOS QUE VIAJARON A FRANCIA A SOLICITAR A ‘PAKITO’ EL ASESINATO DE SU DUEÑO FUE LUEGO PARLAMENTARIO DEL PNV

Ocurrió en Corro (Álava) en 1980. Los vecinos, hartos de un forastero que cercó el manantial del que todos cogían agua, acudieron a un respetado empresario y al médico rural, amigo del terrorista ‘Pakito’, para que ETA les resolviera el problema. La banda puso dos bombas en la casa y el Ayuntamiento pagó un autobús a Madrid para animar a los acusados


Leyre Iglesias

Todo empezó como empiezan miles de conflictos vecinales. Un foráneo llegó a un pueblo, se construyó un chalé sin las licencias debidas y los vecinos se enfrentaron a él para que no invadiera las propiedades comunes. Lo que ocurrió después es lo que hace de ésta una historia distinta: la de un pueblo que pidió el auxilio de una banda terrorista para quitarse al forastero de encima. Una Fonteovejuna del norte con ETA como nigérrima justiciera vecinal.

El primer personaje de esta historia es la víctima: José Daniel Rodríguez Ruiz.

Constructor de origen gallego pero afincado en Bilbao, en 1977 José Daniel Rodríguez levantó su chalé de veraneo en Corro, un minúsculo pueblecito de viejos agricultores (alrededor de 70 habitantes) en el despoblado valle de Valdegovía, en Álava. Los problemas no tardaron en llegar, pues Rodríguez cercó la finca de forma irregular, se apropió del manantial al que todo el pueblo acudía a por agua y los vecinos del concejo se pusieron en su contra.

«Los vecinos reunidos en su concejo acudieron al Ayuntamiento, a la Guardia Civil, al gobernador civil, a los juzgados... pero no conseguían nada», relata Javier Gómez Calvo, historiador del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda de la Universidad del País Vasco, que ha reconstruido los hechos basándose en documentos judiciales, actas municipales, referencias de prensa y fuentes orales del pueblo, y los relata en el libro Historia y Memoria del Terrorismo. Volumen I: 1961-1981 (ed. Confluencias).

La tensión creció cuando en marzo de 1978 Rodríguez asistió a la reunión del concejo vecinal y la cosa acabó con los asistentes dando una paliza al forastero. Pero éste ni siquiera reculó tras los golpes. Así entró en escena el segundo personaje clave de esta historia.

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A cambio del atentado, el médico [foto de la derecha] envió a ‘Pakito’ una lista de vecinos reclutables por ETA

El forastero [izda.] reconstruyó el chalé pero acabó marchándose. Los dos instigadores del atentado fueron condenados a prisión

Alfredo Orive Barrado era un paisano de Corro que había prosperado. Tenía su propia empresa en Bilbao y era un hombre respetado, de modo que los vecinos acudieron a él para que los ayudara. Orive intentó encauzar el caso por las vías legales, pero tampoco obtuvo resultados. Sólo litigios interminables. Y más problemas. Su coche apareció despeñado y su hermano recibió amenazas telefónicas. Ambos señalaron a un único sospechoso: el forastero.

Entretanto, Herri Batasuna (HB), sin arraigo social en el municipio —que es colindante con Burgos y apenas tenía implantación nacionalista—, «aprovechó la situación para tratar de canalizar en su favor el descontento», indica Gómez. Y aquí aparece el tercer protagonista de esta historia.

Se llama Jesús Pérez de Viñaspre Churruca, es el joven médico municipal y decide implicarse. Según contará él mismo 30 años después a la revista local El eco de Valdegovía, el asunto le preocupa porque en sus consultas en Corro ve cómo aumenta «la tensión arterial de todo el pueblo» por culpa del forastero. Además, la gente sabe dos cosas sobre él: que su hermano Joaquín era miembro de ETA y había sido abatido por la Policía en 1978, y que un viejo compañero suyo de pupitre ha escalado en la banda. Se trata de Francisco Múgica Garmendia, Pakito.

«Los vecinos pensaban que yo podía tener ciertos contactos», dirá Pérez de Viñaspre. Así que «algunos representantes de los vecinos de Corro» le pidieron, en sus palabras, «una entrevista con la dirección de ETA». La sentencia de la Audiencia Nacional indica que entre esos vecinos estaba el respetado Orive. ¿Y qué querían? «Acabar con la vida de José Daniel Rodríguez, o bien atentar de alguna forma contra su integridad física», cuenta el historiador.

El plan echó a andar. En marzo de 1980, el empresario Orive y el médico Pérez de Viñaspre cruzaron la frontera francesa y se reunieron con Pakito en Urrugne. Los dos representantes de Corro le expusieron las quejas del concejo y le entregaron los datos de la ubicación del chalé. Pakito les respondió que la banda decidiría cuál sería el escarmiento, relata Gómez. También les exigió una contrapartida: que Pérez de Viñaspre le facilitase una lista de los jóvenes de la zona que pudieran ser reclutables por ETA. Todos cumplieron.

Tres meses después, ETA hizo efectiva su solución intermedia: no matar al veraneante, sino destruir el origen de todo el conflicto, el polémico chalé. En la madrugada del 28 de junio de 1980, dos bombas (tres kg de goma-2) explotaron en el sótano y en el primer piso del edificio, esa noche vacío. ETA lo reivindicó como «un esfuerzo intimidatorio» para que el propietario se aviniera a «aceptar las exigencias de la asamblea de vecinos de Corro».

También el médico cumplió su parte: escondida en una garrafa de vino, envió a Pakito una relación de «seis o siete personas» que podrían integrarse en ETA, según la sentencia.

Tras el atentado, el empresario gallego reconstruyó su vivienda, aunque se marchó de Corro unos años después, detalla Gómez. El investigador halló su rastro en una delirante entrevista publicada en El Correo Español-El Pueblo Vasco en 1984. En ella, Rodríguez se presenta como constructor y dueño de un servicio asistencial de Citroën, pero al mismo tiempo habla de sus servicios de hipnosis «para curar toda clase de vicios».

¿Y qué fue de los dos interlocutores con ETA?

Ambos fueron detenidos en marzo de 1981. Un año más tarde se sentaron en el banquillo de la Audiencia Nacional en un juicio al que acudió un autobús lleno de vecinos. Según dos fuentes consultadas por el historiador, el viaje a Madrid fue sufragado por el consistorio.

Defendidos por el histórico líder de HB Iñaki Esnaola, los dos fueron condenados por inducción a un delito de estragos mediante el uso de explosivos. A Orive le cayeron cuatro años de cárcel. A Pérez de Viñaspre, cinco, ya que, por la lista de nombres, le añadieron colaboración con banda armada.

Orive (ya fallecido) cumplió su pena en la cárcel de Nanclares de la Oca, relacionándose con los presos comunes. En 1984 el Gobierno acordó indultarle en el marco de las negociaciones para la disolución de ETA pm.

La vida del médico fue distinta. Tras cumplir condena en distintas cárceles, entre 1995 y 1996 se convirtió en parlamentario del PNV, en sustitución del futuro lehendakari Juan José Ibarretxe. Años después firmaría algunos manifiestos cercanos a la izquierda abertzale. En 2010 Pérez de Viñaspre se prestó a rememorar su historia para la revista local del valle. El artículo lo firmaba el entonces alcalde de Valdegovía, el nacionalista Juan Carlos Ramírez-Escudero, recordando elogiosamente al médico y glosando como una gesta su lucha, con dos bombas de ETA, contra aquel «espécimen de veraneante que nadie quisiera tener en su pueblo».

Ocurrió en Corro (Álava) en 1980. Los vecinos, hartos de un forastero que cercó el manantial del que todos cogían agua, acudieron a un respetado empresario y al médico rural, amigo del terrorista ‘Pakito’, para que ETA les resolviera el problema. La banda puso dos bombas en la casa y el Ayuntamiento pagó un autobús a Madrid para animar a los acusados.

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Mensajepor Invitado » Dom 11 Jul, 2021 1:52 am

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Flores y zapatos infantiles colocados frente a una iglesia en protesta tras el hallazgo de los restos de 215 niños en un orfanato.

El fango y las azucenas

Tras el hallazgo de los cuerpos de 215 niños en un orfanato de la Iglesia, Canadá está desenterrando un horror indescriptible

ERNESTO FILARDI

En el viejo internado de Kamloops, en la provincia canadiense de la Columbia Británica, se descubrieron a finales del pasado mes de mayo los restos sin identificar de 215 menores indígenas. Desde entonces han aparecido más cuerpos en otros dos internados, elevando así la cifra a 1.112. Todo apunta a que el horror y la conmoción que sacuden al país no han hecho más que comenzar, ya que quedan 136 escuelas más por investigar.

Esta red de internados, llamados escuelas residenciales, fue creada en 1883 por el primer ministro John A. Macdonald con el objetivo de “civilizar” a la población indígena erradicando su cultura. Todos los niños y niñas de las tres comunidades aborígenes canadienses (First Nations, Inuit y Métis) eran arrancados a la fuerza y separados de sus familias para ser trasladados a estos internados financiados por el Gobierno y gestionados por diversas iglesias cristianas, siendo la Iglesia católica responsable de aproximadamente un 60% de estos centros. Todo esto podría parecer una historia lejana en el tiempo, como tantos otros atropellos colonialistas del siglo XIX, si no fuera porque el último de estos internados cerró sus puertas en 1996. Es decir, hace tan solo 25 años.

Las condiciones de vida de los menores en estas escuelas eran vejatorias, inhumanas y en muchos casos constitutivas de delito: el maltrato psicológico y físico y los abusos sexuales eran frecuentes, así como los suicidios de los alumnos. Se han llegado a documentar casos de niñas a quienes, tras quedar embarazadas como consecuencia de los abusos de los responsables de las escuelas, se les arrebataba a sus bebés, que eran posteriormente arrojados a hornos para deshacerse de las pruebas.

El Gobierno de Canadá creó en 2008 la Comisión por la Verdad y la Reconciliación con el objetivo de investigar lo sucedido en estos centros, crear un espacio seguro para las víctimas y promover la reconciliación entre las comunidades indígenas y no indígenas. Tras siete años de indagar en archivos y reunirse con supervivientes, la Comisión, a cargo del senador y juez indígena Murray Sinclair, emitió un informe en el que calificaba los hechos como genocidio cultural acometido por el Gobierno canadiense. El actual Centro Nacional por la Verdad y la Reconciliación, que se define como “un entorno de diálogo y aprendizaje para honrar y mantener viva la historia de los supervivientes de las escuelas residenciales, así como de sus familias y comunidades”, está colaborando en varias de las excavaciones que se están llevando a cabo.

En las últimas semanas, a raíz de los descubrimientos de los cuerpos, varias iglesias canadienses han sido vandalizadas y, en algunos casos, incendiadas. Algunas estatuas de personajes históricos, desde el propio Macdonald a la reina Isabel II (actual monarca de Canadá), han sido derribadas. De modo similar a lo que sucedió el año pasado tras el asesinato de George Floyd en Minnesota, la furia por la injusticia racial ha saltado a las calles. Aunque parece aún pronto para augurar una catarsis colectiva con una repercusión global similar, todo parece apuntar que sí sucederá. Tras la aparición de los primeros cuerpos en Kamloops, el senador Sinclair ha avisado de que Canadá debe prepararse porque lo más duro está por llegar. En 2015, la Comisión pensaba, en base a los archivos a los que había podido acceder, que el número de cuerpos sin identificar sería cercano a 4.000 en las 139 escuelas. Por el momento han aparecido 1.112 cadáveres en tan solo tres centros.

Tanto el primer ministro, Justin Trudeau, como su antecesor Stephen Harper han pedido disculpas a la comunidad indígena por el trato sufrido en estos internados. Lo mismo han hecho responsables de algunas iglesias anglicanas, y el Papa Francisco recibirá en el Vaticano a líderes indígenas canadienses en diciembre. Por supuesto, las disculpas son imprescindibles, pero deben ir acompañadas de acciones concretas para paliar el dolor de las víctimas, compensarlas por el daño causado y asegurar que desaparezca la violencia sistémica que continúa sufriendo la población indígena.

¿Es posible que Canadá, aun con los impedimentos legales por parte del Gobierno y las diferentes administraciones, esté mostrando el camino de lo que debería hacerse en otros países? En junio de 1936, Federico García Lorca afirmaba en una entrevista al diario El Sol: “Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas”. Al cumplirse este verano 85 años de su muerte, y a pesar de las excavaciones realizadas hasta el momento, aún se desconoce el paradero del cuerpo del poeta, como el de miles de niños indígenas en Canadá, solo que en el caso de estos menores ni siquiera constaba que habían muerto. El horror que se está desenterrando en Canadá es indescriptible, pero dolorosamente necesario. Como dijo el primer ministro Trudeau hace unos días, con motivo del día nacional de Canadá “debemos ser honestos con nosotros mismos y nuestra historia, porque para poder trazar un nuevo y mejor camino hacia adelante tenemos que admitir los terribles errores de nuestro pasado”.

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Mensajepor Invitado » Dom 29 Ago, 2021 2:30 am

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Explorador blanco, corazón negro

Tsevan Rabtan

En noviembre de 1883, el explorador Henry Morton Stanley volvía a las cataratas que llevaron su nombre, el lugar en que el Lualaba se empieza a llamar Congo, y que ahora llamamos cataratas Boyoma. Era su tercera incursión por la zona, enviado, una vez más, por Leopoldo II, el rey constitucional de los belgas, y déspota y dueño de un país gigantesco ganado en una estrambótica lotería diplomática. Stanley venía remontando el río desde Leopoldville cuando empezó a encontrar signos de destrucción. Al acercarse a un poblado del que solo quedaban restos quemados, vio, inmóviles, a cientos de personas que los «miraban con lerda indiferencia, como si estuvieran más allá del bien y del mal».

Stanley escribía, sin la maestría de Conrad, una precuela real del corazón de las tinieblas, la negra visión europea de un río voraz y miasmático, oculto por la bruma y la selva impenetrable en la que resuenan ominosos tambores que anuncian antropófagos, pleno de peligros y malos augurios. Sin embargo, si este artículo habla del Congo no es para insistir en un mito literario en el que la población sirve como fondo para experiencias al límite de personajes ambivalentes. O sí, pero mirando desde el otro lado del espejo: el explorador blanco que admiramos, pese a su brutalidad, por la naturaleza inequívoca de sus hazañas, se convierte en un instrumento del desprecio por la vida y la libertad de personas que no tenían nada que ver con juegos imperiales y narraciones para ociosos nuevos ricos. Del negro corazón de los que eran recibidos como héroes en la civilizada Europa, y del negro corazón de los que diseñaron una tiranía supuestamente bienintencionada, usando para ello la negra tinta de tratados esperpénticos, es de eso de lo que quiero hablar.

Habíamos dejado a Stanley escribiendo sobre la lerda indiferencia de las miradas de negros más allá del bien y del mal. Continúa describiendo orillas quemadas y canoas carbonizadas puestas en pie, a modo de columnas, mientras suben por el río. «Detectamos un objeto, color pizarra, que flotaba río abajo», nos explica. El «objeto» eran los cadáveres atados de dos mujeres. Los negreros de Tippu Tip habían arrasado la región buscando esclavos. Más de dos mil —la mayoría mujeres con sus hijos—, encadenados y amontonados, quedaban de los miles que habían perecido intentado salvar a sus familiares. Stanley, en sus escritos, clama contra el horror que presencia. Reflexiona incluso sobre la posibilidad de vengar a esos pobres diablos. Sin embargo, termina renunciando por carecer de autoridad y por la necesidad de mantener buenas relaciones con los culpables de la masacre. La impostura hiede y viene de antiguo. Stanley no solo renunció a la venganza, sino que propuso a Tippu Tip como gobernador del Congo oriental. Leopoldo II aceptó y el negrero pudo campar a sus anchas durante cinco años, justo hasta que dejó de ser útil. En ese momento, y utilizando nuevamente la excusa de la persecución del esclavismo, Leopoldo desencadenó una guerra brutal en la que la mayoría de los soldados que usaron ambas partes eran nativos de las zonas cercanas al Lualaba, que solían darse festines con los prisioneros, a los que rompían brazos y piernas y sumergían en agua, aún vivos, para ablandar su carne con el sufrimiento, antes de echarlos al caldero.

Así son, casi siempre, las narraciones de la época. Describen un mundo cruel, ya preexistente, en el que todas las acciones se justifican precisamente por esa crueldad y por la necesidad de sacar a los africanos de su existencia bárbara. Ese era el mainstream. Hoy se suele pensar que la Conferencia de Berlín de 1884-1885 pretendía y consiguió repartir África, pero no es cierto. Los objetivos eran más limitados: sí, se trataba de fijar algunos principios para la futura colonización, pero una parte sustancial de los trabajos previos y las declaraciones se centraban en la promesa civilizatoria. Lo cierto es que esa promesa solo se tradujo de manera efectiva en la protección a los misioneros. Lógico, eran blancos. Ni la prohibición de la trata de esclavos, ni la puritana idea de impedir la venta de alcohol, ni la defensa del libre comercio sobrevivieron a la realidad. Nominalmente dejó de haber esclavos, pero el Estado libre del Congo se convirtió en ese espanto en el que para lograr las cuotas exigidas de caucho se obligaba al trabajo forzoso y se recolectaban manos y cabezas como represalia (las manos llegaron a servir como moneda); la prohibición de venta de alcohol duró lo que tardaron en aparecer las reclamaciones de los comerciantes alemanes; en cuanto al libre comercio, como la AIC que descendía de la CEHC que era bastarda de la AIA (no se preocupe, estimado lector, en buscarlas, son las asociaciones fantasma creadas por el rey de los belgas) terminó siendo dueña de toda la tierra no cultivada, también lo era de los lugares en los que se producían el marfil y el caucho. Así, lo único de valor que producía esa tierra castigada era monopolio de un monarca genocida, responsable, en los veinte años que duró su propiedad personal, de cinco millones de muertes.

En cuanto a los principios básicos para el reparto de África, hubo uno, el de respeto a los tratados, en el que los exploradores europeos tuvieron un papel predominante. Examinemos el más conocido de cerca.

Cuando Stanley, ya mundialmente famoso por su célebre encuentro con Livingstone, y tras casi tres años de penalidades, llegó a la desembocadura del río Congo, intentó convencer al Gobierno del Reino Unido de las inmensas posibilidades de las tierras que acababa de recorrer. La recepción a sus ideas fue fría. Todavía entonces los ingleses preferían mantener el statu quo con los portugueses para impedir la expansión francesa en la zona. Leopoldo II se aprovechó y captó a Stanley para una causa que se resumía en obtener un territorio colonial en cualquier sitio. No es broma: el putero rey belga solo se interesó por África al descubrir que encontrar alguna colonia disponible en Asia era muy difícil. Estamos hablando del hombre que dijo en voz alta que el tesoro imperial japonés era valiosísimo y que estaba muy mal resguardado. Stanley, reclutado por Leopoldo, volvió al Congo con la finalidad de construir un ferrocarril entre su desembocadura y su parte navegable, para luego firmar tratados con todos los reyezuelos que fuese encontrando. Ese era el plan. Sin embargo, un francés de origen italiano, Pierre Paul François Camille Savorgnan de Brazza, que ya se había dado varios tours por Gabón y el río Ogooué, y había estado a punto de llegar al propio río Congo antes que Stanley, terminó robándole la cartera.

Se trata de una historia de ladrones que aparentaban ser caballeros. Stanley estaba en Isangila, muy cerca de la desembocadura del Congo, cuando un nativo le entregó un papel en el que Brazza había escrito su nombre. El francés, que venía acompañado por quince gaboneses armados con fusiles, había descendido por el río desde Stanley Pool (hoy Malebo Pool), el lugar en el que se enfrentan las capitales de dos países (Brazzaville, capital de la República del Congo y Kinsasa, la de la República Democrática del Congo). Stanley le dio al francés algunas provisiones y le cedió unos guías que lo conducirían a la costa. Lo que no sabía —y Brazza no le contó— es que el francés había firmado un tratado con un jefe local de Stanley Pool, llamado Makoko. El documento firmado por Makoko colocaba las tierras de la orilla derecha del Congo bajo protectorado francés y autorizaba a Brazza a construir un fuerte en la aldea. Imaginen en qué consistía el fuerte. Brazza tenía que volver rápidamente a Francia para conseguir el apoyo de su Gobierno, que no había dado poderes de ningún tipo al aventurero, pero sabía que antes de su regreso Stanley llegaría a Malebo Pool. Así que dejó en la aldea de Makoko a dos soldados gaboneses al mando de un sargento senegalés llamado Malamine, con un ejemplar del documento. Le ordenó no abandonar el lugar bajo ninguna circunstancia y enseñar el papel a cualquier blanco que apareciera por allí. Nueve meses más tarde Stanley llegó a la aldea de Makoko y se encontró con el sargento que, avisado de la llegada del explorador, vestía con su uniforme del ejército francés y llevaba una bandera tricolor. El sargento, mostrando el papel, comunicó a Stanley que el señor de Brazza había tomado posesión de todas esas tierras en nombre de Francia. A Stanley no se le ocurrió otra cosa que ponerse a investigar quién era Makoko y, como era de esperar, resultó ser uno más de los múltiples jefes tribales de la zona. Intentó firmar tratados con otros reyezuelos, pero el sargento senegalés, un tipo de cuidado, hizo correr el rumor de que los blancos comían niños negros, y desbarató cualquier posibilidad. Stanley renunció y Brazza, que finalmente logró el apoyo de su Gobierno gracias a una campaña de prensa fervorosamente nacionalista, sentó la base de lo que más tarde sería el África Ecuatorial Francesa.

Bismarck lo dijo en la Conferencia de Berlín: todos podían conseguir esos trozos de papel con «cruces de negros debajo». Sin embargo, muchos de ellos fueron decisivos a la hora de determinar las fronteras que hoy dividen África arbitrariamente. Lord Salisbury ironizaba al afirmar que en Berlín se habían estado regalando unos a otros montañas, ríos y lagos, pese al nimio detalle de ignorar por completo dónde estaban. Dio igual. Los «tratados» fueron firmados literalmente a miles. Solo Stanley fue responsable de más de quinientos a lo largo de la orilla izquierda del Congo. La Royal Niger Company casi de cuatrocientos. Carl Peters, el tarado alemán que provocó una revuelta por imponer impuestos hasta por respirar, firmó decenas en lo que hoy es Tanzania y más tarde en Uganda, y sus compatriotas, los Denhardt, lograron de Ahmed «el León» de Witu la cesión de veinte millas cuadradas que ellos, cuando decidieron convertir a Ahmed en jefe de todo el pueblo suajili, transformaron en el título con el que reclamar para el Imperio alemán desde Mozambique hasta el Cuerno de África. Muchos de esos tratados, en los que se imponía el protectorado, se redactaban y firmaban en un solo ejemplar, en la lengua del explorador. Stanley los llevaba incluso «normalizados», como si fueran impresos administrativos con sus timbres y sellos estampados. Los pocos que se tradujeron al idioma local eran simplemente incomprensibles para los que los firmaban o no coincidían con el ejemplar escrito en la lengua europea. Y uno de los reyes que se resistió a firmar un documento similar, Misri de Katanga, fue tiroteado por un oficial del ejército privado de Leopoldo II.

Lo más indecente de este sainete es que, pese a que los fobiernos europeos eran absolutamente conscientes de lo absurdo que era basar sus pretensiones en esos documentos, insistieron casi siempre en su valor legal y terminaron apoyando en ellos reclamaciones sobre territorios no controlados. Lo hicieron así porque, en un juego en el que todos eran tramposos, denunciar al rival implicaba poner en cuestión tus propios títulos de soberanía. Y así, reputados eruditos y expertos en derecho internacional terminaron uniéndose a la farsa, al dar el visto bueno a papeles que no pasaban de ser una burda justificación para el saqueo.

Puede que la región del Congo no fuese el lugar más agradable del mundo antes de que llegasen los europeos. Y es seguro que no lo ha sido en estos años de guerras civiles y genocidio. Los millones de muertos de los últimos veinte años no han de incluirse en el debe de la colonización europea, siquiera porque los pueblos y los que los dirigen han de ser responsables de su destino, y no hay nada peor para lograr esto que aferrarse al culpable exterior. Esta verdad no adelgaza el triste legado que dejamos los que pretendíamos ser más civilizados, cultos y humanitarios. Llegamos con una arrogancia inaudita, los tratamos como a algo peor que objetos, los parcelamos con divisiones sin sentido, los oprimimos y explotamos y, al marcharnos, los dejamos prácticamente a su suerte.

En nuestro imaginario, el Congo es negro, el corazón de las tinieblas. Pusimos allí lo que llevábamos dentro.

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Holocausto colonial

Mensajepor seguir el hilo » Lun 08 Ene, 2024 2:40 am





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