Hegemonía fachaJordi Évole
Serrat anuncia que lo deja y no veo a nadie en la banda calentando para sustituirle. En cambio, imagino a concejales ansiosos de votar en contra de nombrarle hijo predilecto de su ciudad, que es lo que se lleva ahora, porque en este país nos hemos olvidado de que hay artistas que deberían ser de todos. Decisiones que antes avergonzarían a cualquiera hoy se exhiben como una victoria, como una conquista de la hegemonía, de la deseada supremacía. Ideas que hasta no hace tanto se escondían por retrógradas hoy se muestran con orgullo.
Que unos líderes sudamericanos (incluido el papa Francisco) piden perdón por los excesos cometidos en la conquista de América, pues rápidamente salen a escena otros líderes conservadores respondiendo con chulería. “¿Perdón? ¿De qué tenemos que pedir perdón? Si aquello no fue un genocidio, fue una evangelización”. Argumentos que hace apenas unos años nos hubiesen sonado a rancio ahora son molones para una parte no tan pequeña de la población.
Que los científicos vuelven a advertir de los riesgos del calentamiento global y de que podemos cargarnos el planeta, pues se pone en entredicho la ciencia con argumentos de peso como “mira el frío que está haciendo este otoño”.
Que hay que regular el consumo de azúcares entre los más jóvenes por los problemas de salud que ocasionan, pues nada, vamos a hacernos fotos y las colgamos en las redes sociales comiendo donuts, donetes, filipinos o phoskitos. Cuanto más azúcar y más mierda lleven, mejor. “¿Quién me dice a mí las copas de vino que tengo que beber?”. ¿Se acuerdan? Pues quizás con él empezó todo, pionero de esa actitud chulesca hoy tan
trendy.
Ahora cualquier tipo de medida que consideren que pone en peligro alguna de nuestras tradiciones (matar toros, consumir carne por encima de nuestras posibilidades, ponernos de dulces hasta las cejas, piropear a una mujer) será tildada de medida propia de la “dictadura progre”. Da igual que la medida esté cargada de sentido común y abogue por una sociedad más civilizada. Muera la inteligencia.
Que aumentan las agresiones sexuales en grupo a mujeres por parte de depredadores, bueno, también habría que preguntarse por qué iban solas a esas horas de la madrugada, y a saber cómo iban vestidas y si en realidad todo lo que sucedió fue consentido, que ya sabemos cómo las gastan las
feminazis y su dictadura feminista, aunque la víctima acabase medio muerta en el hospital.
Que el líder de la oposición acude a una misa en recuerdo del dictador, pues oye, tampoco es tan grave. Si, total, nunca se ha manifestado con demasiada contundencia contra lo que supusieron esos cuarenta años de dictadura. Es que os escandalizáis por cualquier tontería.
A base de repetirlo, incluso en sede parlamentaria, el argumentario se va asentando y va ganando adeptos. Líderes de la derecha hacen todo lo posible por normalizar el término
facha. El alcalde de Madrid suelta con tono jocoso: “Es que seremos fascistas, pero sabemos gobernar”. Y le ovacionan. O Cayetana Álvarez de Toledo, de gira presentando su libro, afirma: “Si hoy no te llaman facha, es que no eres nadie”. Y así van banalizando el término, que en breve será aceptado como algo guay. Y a la vez se van apropiando de palabras que no deberían pertenecer a nadie, como
libertad.
Y en el súmmum de lo grotesco se apropian de Julio Anguita. Y ni se inmutan. A este paso, acabarán apropiándose también de Serrat, y por extensión de Antonio Machado y Miguel Hernández, a los que les hicieron la vida imposible. Y en sus mítines sonará “Para la libertad, sangro, lucho, pervivo, para la libertad”. Y a nadie se le caerá la cara de vergüenza.