Fernando Múgica (Pamplona, 1946) llega a la Plaza Santa Ana vestido con vaqueros, jersey, mirada limpia y espíritu pujante. Existen personas arrolladoras sólo existiendo. Se pregunta uno, expuesto a tanta energía y a tanta huella de juventud, dónde están los sesenta y ocho años. Dónde se le marca en la piel Vietnam y dónde Sarajevo. Fernando Múgica nunca parece Fernando Múgica. Su uniforme es el paisaje en el que esté. Hace falta elegancia y descaro para diluirse en cualquier lugar. Y entonces, una vez completado el proceso creativo y camaleónico, empuñar la cámara. Encuadrar la historia. Conseguir la foto.
“La pequeña diferencia entre hacerlo y no hacerlo, eso soy yo”, dice. Cuarenta años de reporterismo gráfico, de periodismo de investigación, de Diario de Navarra, La Gaceta del norte, El Mundo. Fernando Múgica caminando, alto y erguido, entre la gente. Como si no conociese Israel y Argelia, el Líbano y Guatemala, el Golfo Pérsico y Liberia. Como si no. Como si nunca. Dónde la guerra, el 11-M, el miedo, los amigos que nunca volvieron de Afganistán.
A Fernando Múgica parece olvidársele que es Fernando Múgica. Por la llaneza con la que habla.
Por la pasión reconstruida al comienzo de cada frase. Por el tono de minucia que se consiente tratando asuntos serios. Por la entereza con la que lleva cierto poso de desencanto.
“Soy mal periodista”, asegura. Y su enfoque veterano ha filtrado los acontecimientos más ígneos del último tramo del siglo XX. “Soy mal periodista”, repite, “y te voy a decir por qué: he descubierto que no me interesa la publicación. ¡Ah!, sorpresa. Las fotos que hago ahora no las ve casi nadie y no me preocupa en absoluto. A mí lo que me gusta es hacerlo, no publicarlo. Así que de buen periodista, nada. Seré buen activista”. Su motor se aleja del mercantilismo y del interés social para acercarse a la autodeterminación: “Si tú valiente llamas a alguien arrojado, no soy valiente. No es que me mueva lo que pase, el hecho en sí. Me inquieta si soy capaz de captarlo. Entonces valiente, pero con causa. Yo me tiro en paracaídas… si tengo que hacer la foto”. Y esboza una sonrisa sagaz a media asta.
El fotógrafo no sólo ama lo que hace. La afección abarca el mundo, el ser humano. De no ser así, dice, el reporterismo se convertiría en un oficio repugnante. Ama la maniobra, la estrategia, el celo, el testiculario inapelable. Y el click capaz de resumirlo todo. “Si hacerlo te divierte, hazlo. Si no, no. Vive por la sensación, no por el resultado. Mira, a mí me mandan a Saigon. Voy, vengo, ahora no se puede entrar, ahora no duermo en tres días, ahora van a pegarme un tiro… pero lo que me gusta es hacerlo. La acción. ¿Hubiera sido policía? Depende. De haber estado en un mostrador, pidiendo el documento nacional de identidad, no. Si hubiera sido de los de la patada en la puerta, que sigue a un tío cuarenta días y se lía un tiroteo… sí. Acción. Todo es la acción”.
Fernando Múgica reconoce haber encontrado en el periodismo más riqueza, más versatilidad, más renacimiento diario que en cualquier otra profesión. “Yo he sido Cristiano Ronaldo, Fernando Alonso, un minero. He estado en los suburbios, en los conflictos bélicos, en las fiestas. He hecho amigos. He hablado con artistas de cine, con escultores acojonantes. He discutido con Antonio López sobre pintura. He estado en Auschwithz, en las cámaras de gas, en el cemento. Y en el entierro de Willy Brandt con todos los mandatarios del mundo. Sólo por ser reportero. ¿En qué profesión se puede hacer eso?”
El pamplonés entiende el oficio “como un entretenimiento”, sin aspiraciones de modificar la sociedad. Cree, como John Le Carré –mitad espía, mitad novelista–, que la microbatalla personal es “influir en tu entorno, mejorarlo comportándote como una persona decente”.
Pregunta- Resulta extraño que sostenga que el periodismo no puede cambiar las cosas cuando ha sido Redactor Jefe de Internacional de El Mundo y Redactor Jefe del mismo periódico. Un diario controvertido que ha trastocado el panorama nacional más de una vez. ¿Qué quería entonces Pedro J., el que ha sido su jefe tantos años, si no era cambiar el mundo?
Respuesta- Él quiere cambiar lo concreto, no el mundo. La política. Y lo ha hecho muchas veces. Ahora cree que Rajoy es un individuo que no vale para nada. Le pone nerviosísimo, y le apetece cambiarlo. Pero no sé si desde su nuevo diario tendrá la misma fuerza. En mi opinión, lo digital se disgrega. Además, a mí Rajoy me es indiferente. Es un hombre que nunca tuvo ambición de ser Primer Ministro. Mira, Franco estaba convencido. Hitler estaba convencido. Eran muy coherentes… no es gente que esté equivocada o no, es gente que cree que las cosas deben ser de una manera. Y el señor Rajoy no lo cree. No tiene una convicción, y se le nota.
Múgica opina que no existen buenas intenciones en política, sólo conveniencias. Tampoco las encuestas –ésas que, últimamente, desbancan a los populares y elevan a Pedro Sánchez o Pablo Iglesias– le dicen mucho: todo es cíclico. “Seamos serios. ¿Tú crees que hay alguna diferencia entre el PSOE y el PP? Ni siquiera la ley del aborto… ¡Si la han aceptado! [Hace un soniquete con la voz] ¡Si el PP más conservador la ha aceptado! ¡¡Por pragmatismo!! ¿Crees que a Rajoy le importa el aborto…? No le importa en absoluto. No es ningún Mesías con aspiraciones de mejorar las cosas. No-es-verdad”, silabea. El periodista va más allá: ni siquiera el Presidente del Gobierno es el poseedor de la capacidad de cambio. Tampoco la oposición. “Son los grupos de poder los que manejan el mundo. Obama lo ponen ellos, lo quitan ellos. Sí, a veces cambian de estilo un poco, pero…”. Chasquea la lengua, a medio camino entre la resignación y el enfado.
–Y, ¿cómo puede escapar un ciudadano normal, como usted y como yo, de todo eso?
–Por el arte –lo dice despacio, placenteramente, y regresa la distensión.
Fernando Múgica oscila entre dos mundos. Es animal artístico porque cree en el talento, que es “injustamente innato”. Le gusta el jazz. Toca la batería desde que se acuerda y, hace un par de años, se compró una trompeta. “El método, el esfuerzo, te harán tocar la trompeta, pero de forma mecánica. ¿Se puede llegar a tocar en un conjunto? Tal vez sí. ¿Y a ser Sonny Rollins? No. Yo te digo: sin talento, con disciplina, puedes escribir una novela. Pero, ¿tendría algún alma? ¿Sería
Los miserables? Nunca. ¡Nunca!”. Y aquí la sensibilidad. El lado inofensivo.
Pero Múgica es también animal político. No en cuanto interés en su incidencia, sino en cuanto a conciencia de su realidad. Y aquí el arrojo. El personaje incómodo. Ostenta la autoría de los treinta reportajes de investigación en torno al 11-M publicados en El Mundo titulados
Los agujeros negros del 11-M y colaboró en el libro
A tumba abierta, de Francisco Javier Lavandera (La Esfera de los Libros, 2006), acerca de estos mismos acontecimientos.
Ahora tiene entre manos otro proyecto en solitario: una novela histórica donde resida el trasfondo del atentado y su veracidad político-estratégica. “Me están tentando para hacerla, pero
sé que si me meto en esta historia, voy a sufrir. Y sufrir voluntariamente es jodido. Yo dediqué cuatro años de mi vida a la investigación del 11-M. Enteros. Día y noche. Sábados y domingos. Cuatro años. Viajando miles de kilómetros, hablando con miles de personas. Y me costó personalmente muchas cosas: un matrimonio, que todo el periódico me dejara prácticamente de hablar, el desprecio de mis compañeros de tantos años… creyeron que estaba loco, que estaba mintiendo. No me preocupa. Lo cuento con dolor, pero no me preocupa”. Se detiene a pensar unos segundos. Toma aire y continúa: “Esto no es el evangelio San Mateo. Me ha costado mi propia vida. Ha sido una putada de un calibre… y me he preguntado muchas veces, ¿merecía la pena?”. “Pero es una causa noble”, le aliento yo. “Es una causa inútil”, sentencia.
El periodista se desliza los dedos entre el pelo canoso, apoyando la frente en la palma de la mano. Está cansado. Súbitamente, y por primera vez desde el inicio de la conversación, parecen coincidir su edad real y su edad física.
–Mi argumentación fue “por qué los llamados culpables no pueden serlo”. A partir de ahí trabajé. Pero ahora sé quiénes son. Por eso es el momento de escribir.
–¿Cuál será la reacción de la gente al saberlo?
–Se quedarán, primero, decepcionados. La verdad siempre es decepcionante. Luego, escépticos. Recuerda esto, porque será así.
–¿Es alguien de quien no se espera?
–Está bien, está bien… lo intentas de forma eficaz– esquiva.
–¿Y usted no me va a responder de forma eficaz?
–La realidad siempre sorprende. Siempre es más sencilla, más absurda, menos novelesca. No fueron los islamistas. ETA tampoco. Mira, yo predico algo de periodismo gráfico. De lo demás nunca, nada. No quiero convencer a nadie de nada, pero creo que puedo ayudar a abrir alguna mente. El problema es que la gente no quiere saber la verdad. ¿Voy a convencerles yo ahora de quién es Obama o de cómo funciona el CNI…? Los cuerpos de inteligencia… eso es el infinito insondable. Las cloacas. A mí me interesa la verdad. Lucho por ella. ¿Sabes? Tengo ya una capacidad física, económica, empírica… que defeco en todo. A mí ya no me van a echar de ningún lado- y da un sorbo lento a su cerveza.
Fernando Múgica dice no tener secretos. “Una de las cosas que he aprendido en la vida es que los secretos son estúpidos”, asegura. “A mí se me ve venir, soy una persona clara”. Le pregunto entonces qué opinión le merece el periodismo que se apoya en una mentira para tratar de desentrañar una verdad, como hizo Jordi Évole en el falso documental
Operación Palace.
Levanta la ceja. “Eso fue una campaña orquestada. No era tan simple, no era una gracia. Se hizo para algo: para parar el libro de Pilar Urbano. Ellos contaron una medio verdad para que cuando se contara la verdad, la gente dijera “¡pero si esto ya lo contó Évole y era un chiste!”. “¿Usted cree?”, le digo. “¿¡Que si creo!?”, exclama.
¿Se puede vivir desconfiando de todo?
–Se puede vivir desconfiando de lo global. Yo creo en las personas concretas. Pero cuando se unen en masa… olvídate. En este sentido, soy lo opuesto a Podemos. Y mira que no les tengo ni antipatía ni simpatía. Unos chavalillos… y alguien que está creando ese movimiento. Nada es espontáneo.
–Entonces, ¿usted no cree que el 15-M creó eso?
–Pero, ¿¡y quién creó el 15-M!? ¿O piensas que la revolución árabe de internet se ha dado sólo porque existen nuevas tecnologías? Si hay algo que está controlado absolutamente, es eso. Internet. Los fenómenos sociales. Google. ¿Por qué crees que Whatsapp es gratis? Por Dios…
–No cree usted que la gente se pueda movilizar de forma natural.
–Siempre hay alguien que lo canaliza. El individuo puede querer hacer algo, pero eso lo gestiona alguien después. Un partido político, un grupo, una corriente social… marxismo, cristianismo, leninismo, su pvta madre.
–¿Y si el experimento se va de las manos? ¿Y si Podemos gana?
–No va a ganar. Existe algo llamado factor corrección. Por ejemplo, un periódico serio, como El Confidencial, saca lo de que Errejón cobró de la Universidad de Málaga. Eso es el factor corrección. Y la gente, rápidamente: “Vaya, todos son iguales”.
–Eso que dice es grave. Está implicando a los medios en esa marcha.
–Sólo existen los medios para eso.
–¿Están todos comprados?
–No están comprados. Siguen al sistema. O sea, los medios son el sistema. Así como los políticos son el sistema. [Suspira] Sí, debería existir el amor libre… pero la vida es así.
Múgica asegura, con cierta tristeza, que el verdadero periodismo está desapareciendo en pos de la política. “Si no existiese la política nacional, los directores de los grandes medios de este país no se dedicarían a lo que se dedican”, explica. El pamplonés expone que el periodismo se encuentra en una fase de captación, de supervivencia, y que para ello es requisito indispensable diferenciarse. “Hay cuatrocientos redactores en un periódico. Si cada uno trajera una exclusiva importante una vez al año, el periódico tendría una exclusiva todos los días. Pero ¿lo hacen? No lo hacen. El periodismo de investigación se basa en la ley de probabilidades. Si lo intentamos cinco, a alguno le saldrá”.
El profesional ahora se encuentra en una “fase intimista”, como un silencio merecido tras demasiados años pisando territorio hostil. Fernando Múgica sabe que la fórmula para mantener la frescura es tener siempre más proyectos que recuerdos, aunque algunos de estos sigan en carne viva. Y así lo procura, con una lucidez recién conquistada. “Antes buscaba algo que no sabía qué era. Y era una persona tremendamente insegura. ‘Qué bonitas fotos’. ‘¿Tú crees?’. Necesitaba que me lo dijeran. Ahora he encontrado lo que buscaba. Soy capaz de hacerlo habitualmente. Y el reconocimiento ajeno me importa una mierda”. Le pregunto si en su vida ha desechado trabajo que podía haber merecido la pena por culpa de esa inseguridad. “No”, responde, tajante. “Es que me atrevería a decirte que, en mi vida, no he hecho muy buenas fotos. ¡He hecho un trabajo mediocre! Es una lástima. Cuando encuentras la lucidez no recibes los mismos encargos de antes. Estás fuera. Y piensas ¡si yo ahora fuera a Vietnam…!”
Dice padecer shock postraumático. “Cuando miro para atrás, hay veces que me asusto. De las cosas que he hecho, de los lugares en los que he estado, de los riesgos que he corrido. ¿Cómo…? ¿Cómo pude…?” Múgica conoce la vida en crudo, sin artificios. Y ha tenido la muerte más cerca de lo que le gustaría. Cuenta que, estando en Sarajevo, iba con Ramón Lobo en un coche mientras fuera no cesaban los fogonazos. “Vimos que nos iban a matar, y yo le dije: Ramón, quiero que te acuerdes de una cosa si me pegan un tiro ahora. Y él: dime, dime, lo que quieras… pues quiero que pongan en el epitafio, en la esquela, en el periódico, donde sea, una frase… ¿te vas a acordar?… sí, sí… quiero que ponga “que le den por culo al director”. Disimula la sonrisa. “Era una broma. Jamás haría nada por un director. Todo lo que he hecho, lo he hecho por mí. El periodismo es de dentro hacia fuera. Nace de tu propia llamada, no de las órdenes de ningún superior”.
Fernando Múgica llegó a la Plaza Santa Ana vestido con vaqueros, jersey, mirada limpia y espíritu pujante. Claro que existen personas arrolladoras sólo
existiendo.
–Y ahora mismo, ¿qué pondría en su epitafio?
– (Lo piensa unos instantes)…pondría “Fue razonablemente feliz”–me mira hondo, con franqueza– estoy satisfecho, contento, tranquilo. No existe la palabra arrepentimiento. Me han salido cosas muy mal… pero cuando las hice, las hice porque creía que tenía que hacerlas. Si la vida fuera a posteriori…
– Es como una foto, ¿no? Ya no se puede trastocar.
– Ya no se puede trastocar– repite.