Aznar y yo
Julio Llamazares 30 MAY 2016
Siempre que veo a Aznar dirigirse al mundo desde su autoridad moral, política e intelectual indicando con el dedo el camino a seguir y advirtiéndonos de las consecuencias de no seguir sus consejos me acuerdo de una frase que mi padre nos decía siempre a sus hijos cuando lográbamos algún triunfo, fuera del tipo que fuera: recordad: un listo se recupera de un éxito, un tonto jamás.
Por los años noventa, cuando el joven Aznar llegó al Gobierno de España a rebufo de la corrupción socialista y de la prepotencia de un Felipe González ya abatido por aquélla, seguramente siguiendo el consejo de un asesor cultural que venía de las filas comunistas comenzó a nombrarme entre sus escritores preferidos junto a Antonio Muñoz Molina, Javier Marías, Landero y alguno más; todos jóvenes entonces y ninguno de su cuerda ideológica, cosa que le hacía parecer más abierto que sus predecesores en el liderazgo de la derecha, cuyos referentes literarios eran Cela y Delibes como mucho. En concreto, Aznar empezó a decir que su novela favorita era una mía, Luna de lobos, sobre los maquis, cosa que a mis vecinos y a algunos familiares muy lejanos les llenaba de satisfacción. Hasta me felicitaban por la calle en aquel tiempo sin saber que para mí la elección de Aznar, en vez de enorgullecerme, me llenaba de estupefacción ¿Cómo podía ser que alguien que representaba lo más opuesto a lo que yo pienso de la vida me tuviera entre sus autores preferidos y citara entre sus favoritas mi novela más roja y más radical? ¿Sería verdad aquello de que los escritores solo somos responsables de los libros que escribimos, nunca de nuestros lectores?
Los políticos, en cambio, sí que son responsables de sus declaraciones, pero eso parece que a Aznar, que vive hibernado en su fundación casi todo el tiempo pero que cuando se despierta y sale a la calle es para morder el cuello de alguien, da igual que sea enemigo que amigo, le trae completamente sin cuidado, pues su soberbia le impide ver los efectos de sus manifestaciones públicas. Y lo peor es que se las cree, como se cree un gran estadista, de esos que pasan a la historia por su capacidad para anticiparse a ella. Aunque aún es mucho más duro tener que soportarle esa expresión, como de estar por encima de todos los demás, que tanto gusta de exhibir y que a mí, además de recordarme el consejo de mi padre sobre los éxitos, me trae siempre a la memoria la frase mantra del Reverendo, el desaparecido pianista y compañero inseparable de conciertos musicales de Wyoming: “Toda mi vida he luchado por no ser como tú”.
JOSE MARIA AZNAR
JOSE MARIA AZNAR
Guerra de Irak
Aznar y Blair pactaron una estrategia para mostrar que intentaban evitar la guerra
El informe Chilcot sobre la invasión de Irak muestra las maniobras de los líderes previas a la acción bélica
El entonces primer ministro británico, Tony Blair, y el jefe del Gobierno español, José María Aznar, acordaron poner en marcha una estrategia de comunicación para intentar demostrar que “estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra”. Lo pactaron durante la reunión que ambos mantuvieron en Madrid el 27 y 28 de febrero de 2003, menos de un mes antes de la invasión de Irak. Así lo asegura el informe Chilcot, fruto de una exhaustiva investigación sobre la participación de Reino Unido en la guerra de Irak.
Blair y Aznar estaban muy preocupados por la dificultad que les creaba “la impresión de que Estados Unidos” estaba “determinado a ir a la guerra pasase lo que pasase". No era solo una impresión: el jefe del Gobierno español trasladó a su homólogo británico la preocupación que le había causado su última entrevista con el presidente estadounidense, George W. Bush, en quien había apreciado “exceso de confianza”.
En realidad, Blair y Aznar no hicieron todo lo posible por evitar la guerra o por disuadir a Bush de emprenderla, pero sí por dotarla de una apariencia de legalidad, intentando arrancar una segunda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU —la primera, de noviembre de 2002, no era lo bastante contundente— que la dotara de legitimidad.
El informe Chilcot contiene numerosas referencias a Aznar pero, pese a su presencia en la foto de las Azores, no le otorga un papel protagonista, sino solo el de comparsa de Bush. Fue el rechazo a la guerra por parte de Francia y Alemania y la circunstancia de que España ocupase un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU lo que permitió a Aznar gozar de un fugaz estrellato que se esfumó con la derrota del PP en las elecciones de 2004, tras los atentados del 11-M en Madrid.
En una primera entrevista, el 30 de enero de 2003 en Madrid, Blair explicó a Aznar que necesitaba una nueva resolución de la ONU, ya que la opinión pública estaba girando hacia posiciones cada vez más contrarias a la invasión. Ambos se concertaron para sacarla delante. Consideraban muy improbable que Francia llegara a vetarla, pero veían con preocupación los intentos de la diplomacia francesa por impedir que tuviera los nueve votos necesarios para forzar el veto. Aznar aprovechó su influencia en Latinoamérica para presionar a Chile y México, que también ocupaban un asiento rotatorio en el Consejo de Seguridad, sin éxito.
Ultimátum de las Azores
El informe constata que si Bush aceptó aplazar hasta marzo la invasión no fue porque considerase imprescindible el respaldo de Naciones Unidas, sino porque sus mandos militares le advirtieron de que todavía no estaban preparados para intervenir.
A mediados de marzo, Aznar arrojó la toalla y comunicó a Blair que era mejor desistir de presentar una nueva resolución al Consejo de Seguridad, que legitimase expresamente la guerra, si no estaba garantizada su aprobación. Y no lo estaba en absoluto.
En la cumbre de las Azores (Portugal), el día 16 de marzo, Bush, Blair y Aznar acordaron que, salvo que se produjera un cambio sustancial en las siguientes 24 horas, la vía de Naciones Unidas estaba ya agotada. En público, no obstante, presentaron su ultimátum como “una última oportunidad para la paz”.
Aun así, Blair insistió en los beneficios que tendría implicar a la ONU en el posconflicto. “Era necesario dar la impresión de que Irak sería administrada bajo la autoridad de Naciones Unidas”, señala el informe, aunque en realidad la ONU no podría dirigir nada. La declaración del Trío de las Azores se basó en el borrador preparado por Blair, aunque con alguna notable corrección: se suprimió toda refrencia al petróleo.
El 23 de abril, un mes después de la invasión, cuando todo el mundo preguntaba el paradero de las armas de destrucción masiva, Bush, Blair y Aznar acordaron contestar que encontrarlas ya no constituía una prioridad.
A diferencia de Bush o Blair, Aznar nunca se ha disculpado por la guerra. “No se puede pedir ayuda a un amigo [Bush], y luego, cuando él te la pide a ti, negársela”, se ha excusado.