POSADO ‘SOFT’. El género del posado veraniego de la Familia Real muta de año en año desde que empezó la diáspora borbónica, ya sea por relevo generacional, divorcios o procesos judiciales. Las imágenes de unión a los pies de Marivent no volverán a repetirse y ahora, con la institución en horas bajas, se apuesta por las postales casual , aunque carezcan de toda improvisación y estén más orquestadas que cuando se convocaban en el palacio volcado a la bahía de Palma. Con el argumento de que la familia está de vacaciones y, por tanto, no obligada a comunicar sus actividades, nada se sabía de la Princesa de Asturias, inédita en el verano mallorquín. El posado en clave femenina llegó ayer —y con él Letizia— enmarcado en la estampa de Doña Sofía entregando los diplomas del curso de vela a todos sus nietos menos a las hijas de los Príncipes de Asturias, no iniciadas en la náutica. En este sentido, el bolso de la Reina —con la cara de todos los críos estampadas— ha resultado premonitorio. Éste es el posado en el que, una vez más, Doña Sofía toma el mando y ejerce de abuela, como si ese sentimiento de protección pudiera extenderse a la institución completa, inmersa en su peor momento de imagen.
LOS NIÑOS. Las fotos muestran a la Reina abrazando a sus nietos y a Letizia y la Infanta Elena cada una en un extremo. Pese a los rumores de desavenencias, comparecen en un mismo acto cuando el sotto voce aseguraba que una no llegaría a Marivent hasta que la otra lo abandonara. El posado de ayer en un ámbito privado y servido por una única agencia fotográfica protege a la Familia Real de la respuesta ciudadana. Desaparece el riesgo de abucheos, se neutraliza a Urdangarin, se ofrecen imágenes de la Princesa y los nietos contribuyen a la imagen de unidad familiar. Misión cumplida. / Marcos Torío
PRINCESA DE ASTURIAS
APARICIÓN DE ÚLTIMA HORA PARA CUBRIR EXPEDIENTE
Doña Letizia llegó, posó pero no convenció. Se habla de desdén por Mallorca. «Los letizistas desaparecen en masa», escribe Carmen Rigalt
CARMEN RIGALT / Palma de Mallorca
Germina el motín en las mochilas de los paparazzi. Dicho así queda hasta divertido, pero el asunto no tiene ninguna gracia. La Princesa de Asturias, en uno de sus arrebatos de autosuficiencia (¿o es inseguridad?) esta vez ha llevado la situación al límite. Pocas horas antes de finalizar las regatas, concretamente a las cinco de la tarde de ayer viernes, Letizia se manifestó como una aparición en Calanova, donde minutos antes los niños de la familia habían recogido los diplomas del curso de vela que les ha ocupado la semana. Iba con sus hijas, las Infantas Leonor y Sofía, su cuñada, la Infanta Elena (milagro, milagro) y por supuesto, la Reina, verdadera artífice del único posado del verano.
La organización de estas fotos siempre se las debemos a la Doña Sofía, que a fuerza de años y reportajes tiene el instinto en la pituitaria y valora la fuerza mediática de las fotos oportunas. Lo mismo alza en brazos a un niño que se agacha para acariciar a un perro callejero o se atreve con un bolso que lleva estampada la foto de sus nietos.
Aprovechó la ocasión para sugerirles a los chicos del sector que le rindan homenaje por su desinteresada colaboración. Se lo merece. Por cierto: la tarde de ayer, Doña Sofía vestía una prenda morada con trazas de chilaba. Nos gustaría creer que se la ha traído su marido del último viaje a Marruecos. Como idea no está mal.
RESPONSABLE
Volviendo a Letizia, ella se ha salido con la suya. No es la primera vez. Tampoco es la primera vez que los periodistas protestan y la Casa Real se ve obligada a sofocar el fuego improvisando un posado con migajas. Mal que bien, los plumillas salimos al paso recordándole su responsabilidad de Alteza Real o escribiendo sobre lo bien que le sienta el low cost, pero los reporteros gráficos se soliviantan enseguida. Para ellos, lo que no se fotografía no existe.
La Princesa de Asturias no ha existido en los cinco días de regatas. Se la echaba en falta y ella lo sabía. Sin embargo, nosotros también sabíamos que ha dado muchas muestras de su desapego por la isla, así como de su fobia a la prensa del corazón. Se le nota porque, lejos de facilitar la labor a los fotógrafos, parece empeñada en obstaculizarla. Comparece a destiempo y a menudo crea confusión con el atuendo elegido (por ejemplo, repitiendo un vestido que ya ha lucido en otra comparecencia fotográfica). Ella es periodista y conoce bien los códigos de la profesión. Sabe lo que gusta y lo que no gusta, lo que se agradece y lo que vende. Tratándose de la prensa del cuore, de la que echa pestes con frecuencia, no está dispuesta a colaborar.
Que no se me olvide, la princesa lucía ayer unos pantalones pitillo (qué digo pitillo: al vacío) color lima y una camiseta blanca con la U estampada (de la línea teenager de Adolfo Domínguez), sandalias planísimas de pedrería y gafas de aviador de quita y pon (se las ponía mucho y se las quitaba poco). Sonreía. No mucho, pero sonreía. Algo es algo.
Que mal repartido está el mundo. A medida que crece la imagen de Kate Midleton (perdón, la duquesa de Cambridge) se deteriora la de Letizia Asturias. Con ella parece que nos ha mirado, no un tuerto, sino una legión de tuertos. Si no teníamos bastante con la crisis, Rajoy, Bárcenas y Urdangarin, encima nos han caído los desplantes de la Princesa.
Según se acercaba el final de las regatas, la prensa se crispaba. Y no sólo la prensa. Personas muy afectas a la Monarquía no han dudado en expresar su descontento, llegando a decir que el Príncipe debería marcar unas pautas para evitar que la voracidad de su esposa desestabilice el futuro. Cada poco salta el rumor de que los Borbón Ortiz andan en crisis. Si fuera cierto, todos lo lamentaríamos. Pero si no es cierto que los Borbón Ortiz andan en crisis, los príncipes están moralmente obligados a proyectar esa imagen y compartirla.
Cada vez que la Princesa arrambla con las niñas y desaparece, el Príncipe se muestra contrariado y con el humor de perros. Es lo que ha ocurrido en esta edición de la copa del Rey de vela. Felipe no ha estado obsequioso con nadie y hasta parecía dispuesto a arrojar el capital de afecto popular por la borda sin calibrar lo mucho que le ha costado conseguirlo.
Letizia llegó a la Casa Real con maneras dóciles y conciliadoras. Eran los tiempos de preparación al matrimonio, cuando, por consejo de la Reina, sonreía a todo el mundo e intentaba acercar a los españoles la imagen del Príncipe, que se había enquistado en la memoria colectiva de los españoles como un pijo a la manera de sus amigos. Los esfuerzos surtieron efecto, pero pasado el tiempo la Princesa se ha hecho adicta a las espantadas y parece que se pasa a los Borbones por el arco del triunfo, como si de ella dependiera la Tercera República.
VÍCTIMAS
La insensatez —dicen— preside muchos de los gestos de Letizia. El Heredero —añaden— se malogrará si no mete a su gineceo (mamá y niñas) en cintura. La Institución monárquica casa mal con las parejas abiertas. Los abruptos movimientos de Letizia no solo la perjudican a ella ( principal víctima de sí misma) sino a su marido y de rebote, a la Institución. Escribo estas líneas el viernes a última hora de la tarde. Letizia se ha hecho visible hace tres horas y yo sospecho que su presencia en la entrega de premios de Calanova obedece a un plan premeditado. Ha elegido el último momento para llegar, pero no será la última en marcharse.
Los letizistas están desapareciendo en masa. Yo misma, que abracé la causa de Letizia como se abraza una religión, no salgo ahora de mi asombro ante su actitud. Lo suyo es ir a la contra. Impone su real gana y nadie en la familia parece tener ascendiente sobre ella.
EL MUNDO / LA OTRA CRÓNICA / SÁBADO 3 AGOSTO 2013