El Rey Emérito Juan Carlos, a bordo del ‘Gallant’, en una imagen de 2016 tomada en Sanxenxo.
TESTIGO IMPERTINENTE / CARMEN RIGALT
‘Emérito’ se ha ido a Sanxenxo, donde le han organizado una regata a medida | Sus amigos le han comprado el velero ‘Ian’ en Finlandia, una auténtica joya | Tras las pruebas, cultivan la amistad a golpe de ‘percebada’, un deporte exquisito |
Presagios de otoño en el Ampurdán. Ayer la lluvia mojó los alcornoques y dejó la tierra cubierta por una fina capa de barro. Luego salió el sol y pudimos darnos un baño. Por la tarde, la atmósfera olía diferente y recordé a Pla; él dejó escrito que en Palafrugell muchos días el aire olía a corcho y yo lo tomé como un dogma.
Atrás han quedado Palma, las jornadas de la Copa del Rey de Vela y el calor inhumano que nos acompañó hasta que tomamos el avión de vuelta. Nada más llegar al Ampurdán, las nubes formaron un tupido velo y descendieron bruscamente las temperaturas.
El diario Expansión, recogiendo datos de un informe de Engel & Völkers, publicaba ayer que el puerto más caro de Europa está en Ibiza, por delante de Porto Cervo, Portofino y, por supuesto, Marbella. Hay puertos que proyectan imágenes sedentarias. Es el caso de Puerto Banús, donde los barcos (yates, dicen allí) parecen viviendas-palafito porque están permanentemente atracados.
Hoy hablaré de Emérito. Un día cogió los bártulos y trasladó sus reales a Sanxenxo, donde su amigo Pedro Campos, presidente del club náutico local y hasta hace poco una de las figuras más influyentes de la Copa del Rey, creó una regata y lo convenció para que se apuntara. Emérito se apuntó. Llevaba siete años sin regatear y no hizo falta insistirle. Pedro Campos quería organizar una regata a su medida, pero faltaba lo más importante: el barco.
Emérito Borbón, Pedro Campos, José Cusí y Mauricio Sánchez-Bella–armador del Acacia, un barco que Juan Carlos había probado ya y le venía como un guante– organizaron una excursión a Finlandia para comprar la embarcación. Dado que las condiciones objetivas de Emérito Borbón le hacían incompatible con la mayoría de barcos, los amigos fueron en busca del gemelo del Acacia y lo encontraron. Se llamaba Ian y era una auténtica joya.
Gustaf Estlander, uno de los arquitectos navales más prestigiosos del s. XX, construyó en 1929 el Acacia por encargo de un señor de Bilbao, pero hizo otro barco a su imagen y semejanza y lo dejó en Finlandia, donde tuvo varios propietarios, uno detrás de otro.
El último armador fue un empresario escandinavo que, pasado el tiempo, firmaría su venta con lágrimas en los ojos. Hecho de madera y reconstruido con minuciosa fidelidad, el Ian conquistó a la expedición de Emérito que había viajado hasta Finlandia para conocerlo. Según dijeron los expertos de la pandilla, «tenía un aparejo de velas y una maniobra muy competitivos».
Los barcos de vela clásica han protagonizado románticas historias que merecen pasar a los libros de literatura. Es el caso del Acacia y del Ian. Desde que salieron del los astilleros de la ciudad sueca de Gotemburgo, donde fueron construidos, poco o nada se había vuelto a saber de ellos. Los Allende de Bilbao se desprendieron del Acacia, que acabó en poder de unos catalanes, los Cuyás, quienes a su vez también lo vendieron sin lograr olvidarlo. Ellos creían que se había hundido, pero un día lo encontraron en internet completamente rehabilitado.
Corría el año 2015 cuando en Finlandia se produjo el reencuentro de los barcos gemelos. Ahora, el Acacia está en poder de Mauricio Sánchez-Bella y el Ian es el obsequio de Cusí y Cía. a Emérito Borbón. Un regalazo.
En la actualidad no llegan a 100 los barcos como el Ian. Son embarcaciones de vela clásica pertenecientes a la clase 6mR, una categoría que estuvo en auge durante los años 30 y que ahora regresa al mundo de la competición gracias a Emérito y a su vocación marinera.
En la ría de Pontevedra se celebra el circuito anual con la mirada puesta en el campeonato de Toronto. El barco de Emérito, que ya no se llama Ian sino Gallant, navega y corta el viento caminito del mundial. Entre prueba y prueba, nuestros hombres cultivan la amistad a golpe de percebadas. Porque comer percebes también es un deporte exquisito.