El primer porro que se fumó mi hijo Miguel se lo di yo”, me confesó Luis Miguel Dominguín en una noche de vodka y confidencias en su apartamento de Marbella. “Se sentó ahí, en ese sofá, y yo le dije: ‘Miguelito, a partir de ahora no vamos a ser padre e hijo porque no nos ha ido muy bien desde que me separé de tu madre, vamos a ser amigos y te voy a explicar cosas de mí que nadie sabe’. ¡Nos reímos mucho y también lloramos!”. Se lo conté a Miguel Bosé pocos meses después y se sorprendió de que su padre me hubiera revelado esta intimidad: “Es cierto, mi primer porro me lo dio él cuando era un crío...”.
Le pregunté si había sido el último y rio con amargura: “Claro que no... A partir de ahí, ¡todo!”. ¿Y qué es todo? Se sobresaltó, me miró como calibrándome y se decidió: “Con drogas lo he experimentado todo, soy un hombre propenso a cualquier vicio y tuve una época, de los 17 a los 20 años, en que me metí de todo. Marihuana, heroína, cocaína, LSD... ¡Me trasformé en un drogadicto! Vivía en Londres y quería ser bailarín... Fue horroroso, porque cuando me di cuenta estaba enganchado y, en lugar de ser cada día más libre, cada día era más esclavo... Vi a mis tres mejores amigos muertos por el caballo, he visto a tíos y tías estupendos que hasta ayer eran gente maravillosa prostituyéndose, robando, convirtiéndose en mierda para conseguir un pico. Yo estaba pasando una crisis existencial fortísima, estaba deprimido, desesperado... hasta que vi en qué monstruo me estaba convirtiendo ¡y lo tiré todo a la basura!, ¡dije basta y ahora la droga me repugna! Si viera a alguien incitando a drogarse, ¡te juro que lo mataría con mis propias manos!”. Estas explosivas declaraciones me las hizo en 1983. ¿Qué habrá pasado para que esta semana le haya confesado a Évole que decidió probar la droga a finales de los 80 y estuvo consumiendo hasta hace siete años?
■ ■ ■
Nadie puede imaginar la locura que despertaba Miguel Bosé en aquella época. Lejos ya del grupo de amigos con los que había empezado, se rodeaba de decenas de profesionales, guardias de seguridad con pinganillo, asistentes, ‘road managers’, azafatas, su propio equipo de comunicación... que constituían una barrera infranqueable para periodistas y fans, pero, aun así, en el Palacio de los Deportes de Barcelona, vi como una niña consiguió colarse y arrancarle un mechón de pelo. Mientras le taponaban la herida con un algodón, me contaba con voz temblorosa: “Me da miedo, pánico, todo este follón que me rodea, temo no poder controlarlo...”.
Un par de años después lo vi aún más destrozado. “Mi existencia es un infierno... Es espantoso no poder salir a la calle, no tener vida privada, que el Bosé gane al Miguel, ¡y ser un ‘teenager’ toda la vida me parece ridículo y humillante!, ¡me odio a mí mismo!”. Me decía también: “Me llaman maricón, lo sé, pero no me importa porque respeto a los homosexuales”, aunque solo me hablaba de sus novias y de que, cuando tenía una gira, “puedo estar sin tocar a una mujer diez meses con total tranquilidad”. Le conté que su padre me había dicho lo mismo, que cuando toreaba no tenía relaciones sexuales, y me soltó: “Ya sé que eres amiga suya”. Carraspeó, se miró las uñas y añadió: “¿Y qué más te cuenta?”.
■ ■ ■
Porque en aquellos años apenas se hablaban, a pesar de que se habían fumado ese porro juntos y se habían sincerado. Cuando se separaron Lucía y Dominguín, al que los amigos llamábamos Miguel, empezó una guerra entre ambos parecida a la de Rocío y Antonio David, aunque con las tornas cambiadas.
“Es un machista, un mal padre y un mal marido, me ha puesto los cuernos, no soporto su forma de vida”, declaraba Lucía, mientras Dominguín, que la había abandonado por su sobrina Mariví, la alababa sin tasa: “Lucía es una mujer excepcional... Después de unos años llenos de conflictos, la invité a cenar y a partir de ahí nos convertimos en casi amigos. Cada día me llama por teléfono y me cuenta sus planes porque es muy inquieta... Si me necesitara se lo daría todo”. La hermana de Dominguín, Carmen, la mujer de Antonio Ordóñez, que estaba presente, apostillaba en voz baja: “Ya se lo ha dado todo... Mi hermano no tiene un duro y Lucía se ha quedado con la casa y los 10 picassos...”. El torero apuraba su enésimo cigarrillo rubio, fingía no escucharla y proseguía: “Lo que más agradezco es que los tres hermanos están muy unidos”.
■ ■ ■
Miguelito sentía adoración por Lucía y Paola: “Mis hermanas son dos pedazos de bestias, son de una pureza y una honestidad brutales... Soy el más enano de la familia y el peor”. Y reía, súbitamente infantilizado. “Tenía una novia muy famosa que se enfadó mucho porque la dejé una noche en el hotel para salir con mis hermanas ¡y después me fui a dormir con ellas!”, añadía. Pero de pronto se abría la puerta del camerino y se oía el rugido de miles de adolescentes que lo esperaban con ansia caníbal, y se quejaba mientras se secaba el sudor con el pañuelo que siempre llevaba en el bolsillo trasero del pantalón: “¿Sabes qué me pasa, Pilar? Estoy harto de ser Miguel Bosé”. ¡Lo decía hace 38 años!