Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Las últimas noticias de la Realeza. Monarquía vs. República
¿Cuánto reinarán Felipe VI y Letizia?


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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 21 Jul, 2022 2:46 am



Felipe, todos nos comentan que tenemos que pasear más a las niñas”. “Letizia, querrás decir a la infanta Sofía y a la princesa de Asturias... o la heredera de la Corona, como prefieras”. “Eso es una cursilada aquí y en Pompeya, mi amor. ¿Cuántas veces te tengo que decir que yo no soy como tu madre?”. “Perdona, cariño, no te enfades, que se te pone una arruguilla en el entrecejo. ¿Y dónde crees que pueden ir?”. “Hum. Lo del centro de refugiados ucranianos no resultó tan espectacular como me imaginaba, pero lo de Catalunya fue perfecto. Dejó a todos esos independentistas sin palabras. Ahora tenemos un viaje a Londres...”. “¿Londres? ¿Donde está Corinna? ¿No te parece peligroso?”. “Mi amor, no seas corto de miras. Es un partido de fútbol femenino, un combo irresistible... Aunamos deporte y feminismo, ¿a quién puede no gustarle eso? Encima las hacemos viajar solas, así nos queda un finde romántico para nosotros, ¡toda la Zarzuela será nuestra!”. “Qué bien, podemos comer con mamá y tía Irene”. “No es esa mi idea de un finde romántico”. “Claro, claro, no te enfurruñes. Eres un hacha, mi reina, este país te debe mucho”. Este diálogo imaginario se pudo dar perfectamente antes del viaje de Leonor y Sofía a Londres el pasado sábado, ya que de momento es la propia Letizia la que domina la agenda de sus hijas y es responsable de su educación.

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Para formar a las hermanas de Felipe, las infantas Elena y Cristina, se sucedió una larga lista de profesoras elegidas por Sabino Fernández Campo, entonces jefe de la Casa Real, que les enseñaron religión y protocolo. Hasta los 10 años, las infantas fueron Elena y Cristina para todos, pero a esa edad empezaron a darles tratamiento de alteza, les hablaban en tercera persona y les hacían reverencias, aunque se tratara de señoras ancianas. Las dos chicas creían que se burlaban y ellas a su vez contestaban con reverencias y grandes risotadas hasta que se dieron cuenta de que iba en serio y que, además, sería para toda la vida. “La deferencia no es para vuestras altezas, sino para la institución; la falta de respeto no es hacia las infantas, sino hacia la monarquía”, les enseñaba Sabino, que, además, apiadado de la falta de cariño con la que crecían las niñas, llegaba a acompañarlas al médico y escuchaba sus confidencias adolescentes.

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No fue igual con Felipe. A cambio de hacer la vista gorda ante la colección de mujeres que su marido paseaba (y mantenía) con total tranquilidad, la Reina consiguió que dejaran en sus manos la educación del príncipe. Su hijo adorado, del que decía a veces, arrobada: “¡Estoy enamorada de él!”. Así, Felipe se crio entre algodones, con una madre que todo se lo permitía, y se convirtió en un niño indolente, mimado, caprichoso, incapaz de esforzarse, que faltaba a sus clases con facilidad porque se le pegaban las sábanas y vivía rodeado de una endogamia de amigos pijos que no hacían más que separarlo de la realidad. ¡Aún recuerdan sus rabietas en el colegio de Los Rosales cuando no conseguía lo que quería!

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Fue otra vez Sabino el que protestó ante Juan Carlos y le dijo que la educación del heredero de la Corona no podía dejarse en manos de su madre, alejada de la cotidianidad del país sobre el que tendría que reinar en el futuro, que le hablaba en inglés y tenía nula experiencia en la educación de príncipes por mucho que en su juventud griega hubiera estudiado un curso de puericultura. Don Juan Carlos decidió entonces nombrar un instructor militar, el teniente coronel Juan Antonio Alcina, que se llevó las manos a la cabeza ante la deficiente educación de su alumno. “Tenemos que empezar de cero”, afirman que dijo con desaliento, pero al final, como el príncipe tenía buen fondo y era dócil, fue enmendándose y mucho más tarde, gracias a Letizia, aprendió el resto.

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Me contaban hace poco en Asturias que la primera vez que Felipe fue a ver a la abuela de su novia le preguntó si podía ir él personalmente a coger las bebidas de la nevera. La nieta le aclaró a Menchu el porqué de este capricho: “No ha abierto una nevera en su vida y le hace ilusión”. Desde el salón en completo silencio oyeron el clic clic de la puerta del frigorífico al abrirse y cerrarse. Varias veces.

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Es curioso porque, a pesar de la cerrazón informativa de aquellos años, conocíamos más el carácter de los hijos de los reyes de entonces que del de Leonor y Sofía ahora. Sus escasas apariciones públicas, rodeadas de fuerzas de seguridad, con la única compañía de funcionarios del Gobierno y con discursos cuidadosamente preparados no nos muestran cómo son nuestras princesas. Es evidente que el deporte no figura entre sus aficiones, ni la vela ni el esquí, aunque ahora han asistido a un partido de futbol entre Dinamarca y España dentro de la Eurocopa femenina, una competición de la que pocos sabían hasta ahora, e ignoro hasta qué punto esta actividad en Londres las acerca a los jóvenes de su edad, la generación sobre la que va a reinar Leonor.

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Han posado con las jugadoras, aunque no se han filtrado las conversaciones ni los comentarios. Da cierta pena constatar que los periodistas, faltos de material sobre el que hincar el diente, nos tiramos a lo fácil y desmenuzamos su ropa, su peinado, sus zapatos, usando las palabras más ditirámbicas y exaltadas de nuestro diccionario.

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Debemos darnos cuenta, y Letizia también, de que los altares están muy bien, pero para santos y vírgenes. Y de que cuanto más desmesurados sean nuestros elogios más alejamos a Leonor y Sofía del común de los mortales y más inaccesibles las volvemos, además de que el halago constante debilita. Como decía su bisabuelo, nunca un mar en calma hizo buenos marineros.

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Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 28 Jul, 2022 2:36 am



Abu Dabi. 45 grados de temperatura. Sensación: 53 grados, con 44 por ciento de humedad. Aquí vive Juan Carlos de Borbón desde hace dos años. ¡Desde el 3 de agosto de 2020! Más que vivir, vegeta, porque me dicen que está con el ánimo por los suelos. Y ya no le parece tan descabellado redimirse de su triste suerte pidiendo disculpas a los españoles por su comportamiento.

Esta semana, su mujer, la reina Sofía, se ha trasladado junto a su hermana Irene al encantador palacio de Marivent, en Mallorca. ¡El paraíso de don Juan Carlos, donde vivió sus momentos más felices cuando era el rey más admirado de Occidente! El 3 de agosto, sentada en el sombreado porche, con el delicioso aroma de los pinos y los limoneros, acunada por el canto de las cigarras y degustando la bollería recién horneada que le llevan todas las mañanas, Sofía tendrá quizás un leve recuerdo para su marido, que vive a cinco mil kilómetros y doce horas en avión desde allí, en medio del desierto.

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En su moderna e impersonal casa de la isla de Nurai, el rey Juan Carlos tiene por supuesto aire acondicionado, pero el insoportable calor exterior implica estar encerrado entre cuatro paredes todo el día, no salir, ni siquiera a nadar en la piscina, algo muy necesario para sus problemas de movilidad. No creo que Sofía sienta hacia él aversión, tampoco amor, solo le resulta indiferente. Sus caminos se apartaron hace muchos años, separaron sus habitaciones después del nacimiento de Felipe y nunca más han sido matrimonio. Hace décadas que no hablan, Juan Carlos no consideró necesario despedirse de ella cuando se fue de España.

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Pregunto cómo está Juan Carlos. “Lo que es la salud física, bien..., pero de moral está auténticamente hundido, este aniversario es mortal para él. Su venida a España en mayo ha sido demoledora, y las consecuencias, durísimas. ¡El severo correctivo que le propinó su hijo en la Zarzuela ha tenido consecuencias nefastas y brutales!”. La fuerte bronca que, recordemos, empezó con un “te hablo como jefe de Estado y no como hijo”, se originó por las condiciones de la visita a Galicia. Condiciones que se habían pactado apresuradamente, ya que el viaje fue casi improvisado: poca proyección, discreción, ningún acto semioficial... El programa no se cumplió y Felipe le reprochó que con su actitud solo perjudicaba a una institución que debe ir con un cuidado exquisito para mantener el apoyo de los socialistas, que son al fin y al cabo los que la han sostenido todos estos años.

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Quizás lo más negativo fue la arrogancia que mostró cuando los periodistas le preguntaron si iba a pedir disculpas. Esa risotada y ese “¿disculpas de qué?” molestaron a su hijo, que hace tiempo tiene la esperanza de que el padre reconozca sus errores y pida perdón públicamente. Y del viaje se pasó a los comportamientos pasados, con reproches mutuos, y a los comentarios que Juan Carlos ha estado filtrando estos dos años de exilio a través de sus amigos, en los que el hijo y la nuera quedan como los malos de la película. Aquel lunes, 23 de mayo, fue crucial para las relaciones familiares: padre e hijo enfrentados, con Letizia y Sofía el emérito ni siquiera habló, no vio a la nieta y el viaje de vuelta a Abu Dabi lo hizo en unas condiciones anímicas terribles. ¡Del país árabe había salido cinco días antes un hombre cargado de ilusiones y planes y regresó un ser derrotado! Las consecuencias de esta nefasta incursión están a la vista: Juan Carlos permanece mudo, como su entorno. Ni siquiera está previsto que conceda declaraciones en este funesto aniversario porque sabe que el único mensaje posible es pedir disculpas.

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Está muy solo y con mucho tiempo para pensar y desesperarse. Es cierto que viajar al Golfo en verano implica un esfuerzo considerable que pocas personas son capaces de llevar a cabo. Quizás vayan las hijas. No lo sabemos ni lo vamos a saber, pues siguen en nuestra memoria las burlas que despertó la foto de un desaliñado Juan Carlos con todos sus nietos... excepto la pierna de Pablo. ¡Cada vez son más escasas las visitas de amigos! A unos cuantos, los de toda la vida, los que le pedían que reflexionara y diera explicaciones, los ha apartado de su lado y solo frecuenta a los que lo halagan y le dicen lo que quiere oír, como la amiga entrañable o ese visitante habitual que opinaba hace unos meses en un artículo que solo desde la maldad se podía exigir a don Juan Carlos unas explicaciones “que la justicia no le ha pedido”. Una de sus nuevas amistades es la escritora francesa Laurence Debray, con la que tiene una relación tan fluida que el propio emérito ha llamado a ciertos medios de comunicación y ciertos foros para que se hagan eco del elogioso libro que ha escrito sobre él. Algunos han cedido y otros no le han hecho caso. Están muy lejanos los tiempos en que periodistas y políticos se ponían a su servicio como un solo hombre y sus deseos eran órdenes que debían cumplirse.

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¡Y no es solo su alma la que sufre! Su orgullo también está seriamente dañado por el juicio que, a instancias de Corinna, se está dirimiendo en Reino Unido, un país que Juan Carlos admira profundamente, con una monarquía que ha servido de guía y ejemplo para todas las casas reales europeas. Por si no lo sabéis, Majestad, os advierto además de que un reputado periodista norteamericano está preparando un programa con explosivas declaraciones de la princesa alemana y de que verá la luz en octubre.

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Lo que le causa un desánimo tremendo que algunos llamarían depresión es su futuro. A pesar de su comportamiento aparentemente alegre y superficial, desde niño Juan Carlos se ha visto afectado por crisis melancólicas que alterna con estados de ira. Es capaz de ponerse a llorar con algún recuerdo de su niñez y un minuto después arrancar un teléfono de la pared y tirarlo al suelo porque alguien ha cometido una incorrección. Encuentra injusto todo lo que le pasa, incluidas las descalificaciones de su último viaje a España. Cuando le sugieren que haga un acto de contrición público se rebela porque, de momento, es incapaz de hacer autocrítica y se considera una víctima de Sánchez y los “filoterroristas, independentistas y populistas varios”, como decía su amigo en el artículo antes mencionado que, a buen seguro, leyó y autorizó antes de ser publicado. A veces, dice con amargura, como hacía su abuelo en el exilio romano: “Ahora solo me queda morirme”. Estaría muy bien que el acto final fuera pedir disculpas al pueblo español. Es difícil decidirse, pero luego es muy fácil hacerlo. Solo se necesita una cámara y la palabra más hermosa del lenguaje humano: perdón.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Sab 06 Ago, 2022 2:48 am

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NO ES POR MALDAD / Pilar Eyre

El misterio de la fe religiosa de Letizia


Letizia ante el papa. En Roma. En la plaza del Vaticano. Fue el 3 de mayo de 2011 y yo había con un grupo de amigas a la beatificación de Juan Pablo II, una ceremonia presidida por Benedicto XVI. Me senté a muy pocos metros de ella y la observé atentamente. Vestida de negro, con una falda quizás demasiado corta, el rostro bellísimo y muy pálido enmarcado por una severa mantilla de encaje, sonreía levemente cuando la plaza de San Pedro atronaba con los gritos de los españoles: “Juan Pablo / segundo / te quiere todo el mundo”. Letizia seguía fervorosamente el ritual de la misa musitando las oraciones, poniéndose de pie, arrodillándose y santiguándose cuando era necesario.

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A la hora de la comunión el sacerdote dijo que se absolverían de forma colectiva los pecados leves, pero que, si alguien lo prefería, podía confesarse, ya que había varios curas de campaña repartidos entre los fieles. Yo elegí confesarme con un jesuita mexicano, pero Letizia permaneció en su asiento y, a la hora de comulgar, se levantó de su butaca bajo palio, se puso frente al sacerdote y con los ojos cerrados recibió la sagrada forma con tal unción que fue la admiración de todos los que estábamos allí. ¡Ni Paola de Bélgica ni Teresa de Luxemburgo ni la princesa de Liechtenstein se aproximaron siquiera a sus muestras de fe! Unas soberanas que, por cierto, iban de blanco, privilegio reservado para las reinas católicas y que Letizia no pudo compartir, pues en esa época era solamente princesa de Asturias.

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En ese momento la ruptura entre Juan Carlos y Sofía era total. El Rey viajaba siempre con Corinna, a la que había instalado en una propiedad al lado de la Zarzuela como amante oficial; incluso, en algunos países árabes creían que era su segunda esposa. Pero como estos detalles no habían trascendido a la opinión pública, a los españoles les sorprendió que a la ceremonia de beatificación papal fueran los príncipes de Asturias en lugar de los reyes de España, dado el acendrado catolicismo de doña Sofía. Este se ha dado por supuesto, pero nunca se ha confirmado, como tantas cuestiones que atañen a la misteriosa vida de esta reina. ¿Es tan católica como siempre nos han explicado? Aún recuerdo mi perplejidad cuando, investigando para mi biografía sobre ella, me contaron que frecuentaba la iglesia ortodoxa de Madrid. Cuando tuvo lugar el accidente de Juan Carlos en Botswana, se nos comunicó que la Reina estaba celebrando la Pascua ortodoxa en Grecia. Y es que Sofía es creyente en el sentido de que se lo cree todo. Desde la línea más estricta del catolicismo representada por quien fue su asistente muchos años, Laura Hurtado de Mendoza, miembro del Opus Dei, hasta las más sencillas manifestaciones de la fe católica, como las apariciones de la Virgen a las que quería llevarla Pitita Ridruejo, pasando por el esoterismo y el ocultismo al estilo de sus padres. Doña Sofía cree en todo.

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La reina Federica, ya viuda, hablaba con su difunto marido, quien le daba consejos para Constantino en el corto periodo que fue rey de Grecia. Con toda tranquilidad le contaba a su hijo: “Papá esta noche me ha dicho que tal y tal”, y, al parecer, Constantino obedecía, con gran espanto de las escasas fuerzas políticas que en esos momentos lo apoyaban. La reina Sofía comparte esas creencias. En los años 70 un grupo de periodistas le regaló una roca de Perú de 800 kilos. Se la entregaron con gran solemnidad para que la instalara en el jardín de la Zarzuela. El cabecilla del grupo, J. J. Benítez, le contó que era mágica y que los alienígenas habían escrito sobre ella un mensaje a la humanidad. Cuando Sofía estaba acariciando la roca tratando de descifrar aquellos garabatos ininteligibles, pasó por allí don Juan Carlos vestido de tenista y despachó el asunto en tono burlón: “Sofi, ¿sabes qué pone ahí en realidad? Beba Coca-Cola”. ¡Y el gozo de la Reina en un pozo! El mismo Benítez ha contado recientemente que una Nochebuena la Reina hizo salir a toda la familia al jardín porque unos ufólogos le habían comentado que esa noche pasarían varios ovnis sobre el palacio. Sofía es crédula, solo lee de los periódicos el horóscopo y los colgantes que suele lucir son amuletos contra el mal de ojo. Aun así, es el único miembro de la familia que acude a misa en la capilla de la Zarzuela.

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Cuando Juan Carlos vivía allí iba de vez en cuando, pero sin comulgar, ni en público ni en privado, ya que se considera un mal católico, al menos hasta que se fue al exilio, porque dicen que en Abu Dabi ha desarrollado una profunda religiosidad. Felipe asiste a veces para acompañar a su madre, aunque no consta que sea un católico muy ferviente, a tenor de lo mal que se santiguó en la célebre misa de Santiago. No así sus hermanas. Cristina es profundamente religiosa, yo misma la he visto en la misa de doce de San Odón en Barcelona, recibiendo con gran sentimiento la comunión junto a su marido y sus hijos. De la infanta Elena dicen que no se metió a monja después de su separación por sus hijos, pero vive de una forma monacal, fiel a los votos que compartió con su todavía marido, Jaime de Marichalar, delante de Dios, ya que, aunque tienen el divorcio civil, no han anulado el matrimonio. Se dijo que sí, pero no es cierto, nunca se plantearon acudir a la Rota porque consideraban que ese matrimonio, del que nacieron dos hijos a los que ambos adoran, fue válido. Una decisión que les honra, pero los condena a vivir castamente.

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Aunque las creencias religiosas pertenecen a la esfera íntima, me gustaría saber cómo ha evolucionado la fe de doña Letizia desde aquel día en Roma en que se arrodilló tras la comunión y estuvo largo rato con la cabeza baja, los ojos cerrados y las manos entrelazadas, hasta esa negativa a santiguarse en Santiago. ¿Ha sido una crisis? ¿Hizo lo que se esperaba de ella en Roma y hasta que no se ha sentido fuerte no se atrevido a actuar según sus convicciones? Por más que el año pasado Leonor recibiera la confirmación, es evidente que ni ella ni su hermana han sido educadas en la práctica religiosa. ¿Se casarán por lo civil? ¿Y tiene sentido mantener una capilla en la Zarzuela con un sacerdote en nómina solo para la reina Sofía? Interrogantes que tendrán que responderse.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Dom 14 Ago, 2022 3:48 am



Lo que más ha sorprendido de esta larga exposición fotográfica de la familia real en Mallorca ha sido sin duda la interactuación de Letizia y Sofía. ¡Dos mujeres que se detestan fingiendo por el bien de la institución que son como madre e hija! Dejando aparte el hecho de que jamás hemos visto a Letizia teniendo con su propia madre, a la que adora, unas muestras de afecto tan desaforadas, más propias de una serie turca, lo cierto es que esta puesta en escena no ha convencido a casi nadie. Porque una de las mejores cualidades de nuestra Reina es que no sabe mentir, finge muy mal.

En la primera recepción a la sociedad civil mallorquina en Marivent, su sonrisa crispada y su actitud corporal cuando estaba junto a Sofía manifestaban la tensión sobrehumana del que tiene que representar un papel sin estar preparado para ello. Fue llamativa su sobreactuación: hablándole a su suegra en voz baja fingiendo complicidad, presentándole a cada invitado como si le fuera la vida en ello, charlando con ella con tanta desenvoltura que parecía que olvidara que estaban en una recepción oficial, provocando que la cola para saludar se ralentizara. Se hizo patente el desconcierto de la propia emérita, que no sabía qué cara poner y terminó con una expresión sombría, como si le doliera la cabeza.

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No sabemos de quién ha sido la idea de escenificar en Mallorca estas reuniones en amor y compañía de toda la familia, una familia que no se trata en todo el año, a pesar de que ocupan viviendas separadas ran solo por 200 metros. También desconecemos por qué motivo se ha creído necesario hacerlo, pero seguro que las mentes pensantes no contaban con el hecho de que Letizia no lleva en su ADN la capacidad de simular con naturalidad, algo en lo que están versadas las personas que han nacido en el seno de una familia real, como es el caso de Sofía. "Nunca muestres tus sentimientos en público" le adiestraba su madre, la reina Federica, y Sofía ha aplicado esta máxima a todos los momentos de su vida y su desgraciado matrimonio.

Yo fui testigo de uno de esos episodios, cuando el Rey se operó de un nódulo pulmonar en el Hospital Clínico de Barcelona. Delande de una docena escasa de periodistas la Reina, seguramente en la única rueda de prensa que ha concedido, nos contó: "El Rey está muy bien, ha enviado recuerdos para vosotros, me ha preguntado por el príncipe...". Impertérrita, desgranaba una conversación con el Rey que, sencillamente, no se había producido porque ni siquiera había llegado a entrar en su habitación. Corinna acababa de irse y la Reina se había quedado en una sala un par de horas hojeando unas revistas.

En otra ocasión, en el verano del 92, hace ahora treinta años, el Rey había acompañado públicamente a su amante mallorquina a una clínica en Suiza para que se curase de una depresión. Cuando empezaron los Juegos Olímpicos de Barcelona todos lo sabíamos, incluso la Reina, y las broncas por las noches en el palacio de Pedralbes donde se alojaban, eran apoteósicas, según cotilleó luego una persona del servicio. Pero en público Sofía se deshacía en sonrisas con Juan Carlos, ni una mala cara, ni un gesto abrupto, todo era armonía entre esa pareja que se odiaba. "Jódete, porque no te vas a poder divorciar nunca de mí", le dijo la Reina a su marido según le confesó una persona del 'staff' palaciego al periodista Jaime Peñafiel. Sofía supo mantener el tipo incluso cuando compartía espacio con alguna de las amantes del Rey, tanto en el Club Náutico de Palma como navegando en el 'Fortuna'.

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Ni siquiera se le vio un mal gesto en público en la época de Corinna, cuando el Rey prácticamente vivía con ella en la casa que le había montado muy cerca del hogar conyugal. Se cuenta que en una ocasión una tienda muy elegante de Madrid llamó a la Reina para confirmar su visita esa tarde. "Yo no he reservado hora", se extrañó. Había sido Corinna, a la que rodeaba en Madrid el mismo protocolo que a su majestad.

Ya no digamos la actitud de Sofía con Letizia. Mientras fue 'solo' princesa, Sofía le dedicaba unos gestos cariñosos tan desmesurados que asombraban a las propias hijas, que se quejaban de que a ellas nunca les había dado ni siquiera un beso en público. Entonces se aclaró que lo hacía para que Letizia se sintiera amparada y cómoda en la familia real, pero lo cierto es que, a pesar de eso, a la princesa de Asturias nunca se la veía relajada, aunque se sometía dócilmente al paripé.

Después del incidente de Palma en la Semana Santa del año 2018, ambas se vieron obligadas a aumentar las muestras de afecto hasta el paroxismo para borrar la mala impresión que dieron. Fue cuando empezaron a ir de bracete o de la mano a la mínima ocasión. Un gesto propio de otras culturas que aquí resulta muy artificial, pero que han heredado las nietas, que, en cuanto ven que hay fotógrafos, van corriendo a agarrarse de la mano de la abuela, sosteniéndola como si fuera una anciana con dificultad para moverse cuando lo cierto es que Sofía está en plena forma.

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Me imagino a Letizia arengando a sus tropas -ay, perdón, a sus hijas- antes de presentarse en público: "Niñas, vosotras a coger la mano de la abuela, o si no el brazo, lo que sea". Por cierto, este año han incorporado a la 'performance' a la tía Irene. Ella sí se mueve con dificultad, pues tiene artrosis, con lo que los gestos inusuales de sus sobrinas nietas, a las que apenas conoce, era evidente que le resultaban incómodos. ¡Quizás temía que, llevadas por su entusiasmo, la tiraran al suelo! Su cara era un poema, no creo que volvamos a verla con la cuadrilla. En esa salida para cenar el el restaurante Ola del Mar de Portixol, como Felipe cogía de un brazo a su madre, la infanta Sofía del otro y la princesa de Asturias a su tía, Letizia se quedó algo desairada, sin saber a quién engancharse, relegada a un puesto secundario como un verso suelto. Quizás en la próxima salida deberían distribuir mejor los cometidos, este brazo para una, aquella mano para otra... Estaremos atentos.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Sab 20 Ago, 2022 3:32 am



El final de fiesta de la reina Letizia ha sido apoteósico. Hay que rendirse a la evidencia: ella es la que concita todas las miradas, y sus hijas y su marido no son más que elementos secundarios en la gran puesta en escena de este verano. ¡La reina está ‘on fire’! ¡En estado de gracia! Ha conseguido que la prensa se rinda a sus pies y cada día los elogios son mayores en una espiral ascendente que no sabemos cuándo alcanzará su techo. Ese paseo mañanero por la zona comercial del centro de Palma, el pasado miércoles, nos dejó a todos boquiabiertos. Las princesas son guapas, educadas y parecen simpáticas y si digo “parecen” es porque hasta el momento nadie ha podido conversar con ellas. El Rey siempre está correcto, sonríe amablemente, es considerado y atento con la gente. Pero la que destacaba, como siempre, era la reina Letizia.

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Y no porque se hubiera vestido con sus mejores galas, no porque llevara las joyas de la corona o fuera maquillada y peinada como para asistir a una recepción con embajadores, sino precisamente por lo contrario. Con unos pantalones cortos de rayadillo que pueden estar en el armario de cualquier adolescente, una camiseta blanca con mucho estilo y unas alpargatas que potenciaban sus fabulosas piernas, nadie le daba un día más de treinta años. Su último retoque estético en los pómulos, el mismo que se ha realizado la mujer de Pedro Sánchez, era un plus: le proporcionaba un aspecto lozano y saludable y le permitía prescindir (casi) del maquillaje. Sonreía, su coleta oscilaba de un lado a otro como un metrónomo, gesticulaba, se movía, dinámica y llena de energía y, por contraste, su familia caminaba con la lentitud y solemnidad de un paso de Semana Santa ¡Esa mañana no había en la isla de Mallorca una persona más glamurosa que nuestra Reina!

Y no es solo una apreciación de los españoles, sino que los periodistas extranjeros se postran de hinojos, extasiados, ante ella. Atrás quedan Máxima y sus risotadas, la pavisosa de Kate, las nórdicas y sus expresiones poco inteligentes, la belga y su aspecto de monja seglar... “La Reina más chic” la denomina la revista francesa Paris Match, la portuguesa Caras elogia “sus piernas tonificadas y bronceadas”, el Daily Mail habla de su “inimitable look” y la revista alemana Bunte señala que Letizia es un referente de moda “tanto cuando se viste de gala como cuando pasea por Palma con sus hijas como una turista cualquiera”. La revista italiana Oggi indica que la Reina “parece hermana de sus hijas”.

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Ahora estarán en sus vacaciones misteriosas. Nadie sabe dónde han ido, es casi seguro que ni los más avezados paparazis conseguirán encontrarlos. Y es que Letizia aprendió a elaborar estos itinerarios secretos de la maestra en estas artes: la misma princesa Corinna, que organizó su viaje de novios, donde fueron a 32 países en tres continentes y nadie se enteró. ¡Eso que llevaban diez maletas, debido a los cambios de temperatura! ¡Y quince personas de seguridad! Después, Letizia ha continuado con sus viajes incógnitos y, por consiguiente, las hipótesis y falsas leyendas se desatan cada verano: una borrosa fotografía en Chichen Itzá provocó la noticia de que habían estado allí, cada tanto alguien los había visto en Finlandia, en Croacia, en resorts de lujo, en la costa turca... Muchas veces se contó la fábula de que unos españoles estaban comiendo en cualquier lugar del mundo y de repente llegaba a la mesa una botella de champagne francés de pa te de los entonces príncipes de Asturias a cambio de que no contaran dónde estaban. Rumores que nunca se han confirmado, porque ni ellos ni nadie de su entorno han soltado prenda y si no hay foto, no se sustenta la noticia.

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Claro que, cuando no hay información, empieza la imaginación. Dicen que este verano se les ha añadido el ‘boyfriend’ de Leonor, que un gran amigo les ha prestado su barco para que se perdieran por las islas Eolias, partiendo del puerto de Lipari... Es algo difícil de creer, ya que ni Letizia ni sus hijas aman el mar, pero como tampoco lo sabemos a ciencia cierta, es imposible tanto confirmarlo como rebatirlo. Quizás siguen en Mallorca. Aunque los periodistas no deberíamos quejarnos por este deseo de privacidad, ya que la familia real, Letizia concretamente, nos ha dado mucho material este verano para llenar multitud de revistas y programas.

Cuando regresen le esperan a la Reina grandes desafíos: la celebración de su 50 cumpleaños el 15 de septiembre, que aún no se sabe cómo será. Y conformar una agenda cada vez más exigente, pues año a año se multiplican sus actividades ya que Letizia se ha convertido en la pieza esencial, en la imagen más visible de la familia real. Supongo que el staff palaciego es consciente que, si no fuera por ella, disminuiría el interés de los periodistas por toda la familia y por tanto su presencia en los medios. Nadie se haría eco de sus movimientos, ni aquí ni en el extranjero. Por buena persona que sea y por bien que realice su cometido, el Rey no es carismático y no despierta pasiones. Dentro de poco quizás Felipe diga lo mismo que tuvo que admitir el presidente norteamericano John F. Kennedy en una visita a París: “Yo solo soy el señor que acompaña a Jackie”. Tiempo al tiempo.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Sab 27 Ago, 2022 3:20 am

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NO ES POR MALDAD / Pilar Eyre

Los dos únicos apoyos de la reina Sofía


Después del agotador periplo fotográfico de la reina Sofía con su hijo, Letizia y sus nietas, después de esos posados y esas sonrisas más falsas que un duro de madera que no han convencido a nadie, la emérita puede relajarse y hacer su vida habitual en Mallorca. En el porche de su palacio de 9.000 metros cuadrados, con esculturas de Miró en los jardines franceses, tres edificaciones anexas, piscinas y solárium, con coches y barcos a su disposición, a 6.000 kilómetros de su casquivano e incómodo marido, la Reina desayuna cada mañana los productos naturales de la huerta leyendo los periódicos del día y escuchando el canto de los pájaros. Son tres meses de paraíso y, aunque tiene decenas de servidores, solo disfruta de la compañía de dos personas.

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Cuando Pilar Urbano, la única periodista que la ha entrevistado, le preguntó si tenía amigas, la Reina respondió con desarmante sinceridad: “¿Personas para contarles tus cosas y compartir confidencias? No, no tengo”. Y es cierto que no tiene amigas, porque los dos únicos seres humanos de su confianza son familia: su hermana, Irene, y su prima Tatiana Radziwill. Irene, gris como un ratoncillo, es tan discreta que nadie conoce el tono de su voz, porque todavía habla peor el español que su hermana.

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Aunque nunca ha dado un mal paso, las escasas relaciones amorosas que se le conocen han sido muy polémicas. La primera, con el primo golfo del Rey, Gonzalo de Borbón, pero Juan Carlos lo cogió por banda y le dijo que, si aquello continuaba adelante, lo expulsaría de España. Gonzalo, al que tampoco le debería gustar mucho la princesita griega, obedeció sin rechistar. Después, Irene empezó a salir con Jesús Aguirre, cuando todavía no se había casado con la duquesa de Alba. El ambicioso Jesús le escribía poemas y la llamaba incesantemente, hasta que un día fue Juan Carlos el que se puso al teléfono y le dijo: “Oye, tú, deja en paz a mi cuñada, que es una inocente y todo se lo cree... No la enredes, no quiero que vuelvas a llamarla”. ¡Y así cortó de cuajo un amor incipiente que podría haber cambiado el destino de muchas personas! Aquello hizo que Irene le cogiera tal aversión a su cuñado que, al parecer, nunca volvió a dirigirle la palabra. Después fue novia del embajador alemán Guido Brunner, pero la relación se rompió cuando Brunner fue implicado en un caso de corrupción.

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Desde entonces, su único amor ha sido su hermana, a la que admira desde que eran pequeñas. Aunque, a diferencia de ella, a Irene no le interesan las cosas materiales. Y no es sociable; ni siquiera con sus sobrinos, con los que ha compartido techo, tiene un contacto muy estrecho. Posee su propio mundo y, como su madre, prefiere hablar con los muertos.

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La otra persona que siempre está al lado de Sofía no es una amiga, por mucho que así la denominen las revistas. Es su prima Tatiana Radziwill. La abuela de Tatiana, descendiente de Napoleón Bonaparte, es una leyenda en Francia y hasta se ha hecho una película sobre ella, cuyo papel interpretó Catherine Deneuve. Marie Bonaparte fue la primera mujer psicoanalista: acudió primero a Freud como paciente para que curara su frigidez, luego se convirtió en su alumna y llegó a salvarlo de los nazis sacándolo de Austria y llevándolo a Londres. Estaba casada con el príncipe Jorge de Grecia, tío abuelo de Sofía, que era homosexual y fue el amante de su propio tío Valdemar, una relación aceptada por todos. Y es quelos temas sexuales siempre se han tratado abiertamente en la familia de Sofía, o sea que esa imagen pacata y puritana que tenemos de nuestra Reina no se corresponde con la realidad.

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Los lazos que unen a las dos primas son indestructibles, ya que compartieron los años de destierro y las terribles penalidades de la guerra mundial. Tatiana es inmensamente rica, pero tanto ella como su marido e hijos han optado por un perfil bajo y no hacen ostentación de su fortuna. Es curioso que, a pesar de haber convivido en Mallorca muchos veranos, los hijos de Sofía y los de Tatiana apenas se tratan.

Tampoco Tatiana, que es una feminista acérrima, tiene buena relación con el emérito. Al principio se quedaban en Marivent, pero han sido testigos de los desprecios y humillaciones de Juan Carlos a su querida prima y también han tenido que enjugar sus lágrimas, y, al final, no pudieron soportarlo. Ahora, con Juan Carlos en un exilio quizás permanente, y Letizia, Felipe y sus hijas en paradero desconocido, sin necesidad por tanto de hacer ningún paripé, la reina Sofía puede dedicarse a lo que más le gusta: charlar con su hermana y su prima de los viejos tiempos ¡e ir de compras! El Corte Inglés, Zara Home, la alpargatería, el Body Shop, tiendas de bisutería... son sus lugares de culto, donde mira mucho antes de comprar, lee cuidadosamente las etiquetas y se fija bien en los precios. En una de esas tiendas, por cierto, nos contaron hace un par de años: “La Reina intentaba expresarse en español, pero nos dimos cuenta de que no se sentía cómoda y entonces le hablamos en inglés”. La ingenua declaración de esta joven dependienta sobre Sofía es más explícita que todos los artículos que podamos escribir sobre ella.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 01 Sep, 2022 3:13 am



Ultrajada. Así se siente la infanta Cristina. Por los que repiten machaconamente que tiene el corazón roto y que sigue enamorada de Iñaki. Y no comprende de dónde sacan tales aseveraciones, ya que su círculo de amigos y su familia saben perfectamente que el disgusto primero, el intenso cabreo después y la frialdad ahora han sustituido al amor, y la intención de divorciarse sigue siendo irrevocable. Esa imagen bobalicona que dan de ella la ofende profundamente, porque cree que atenta contra su dignidad de mujer. Podrá compadecerse del padre de sus hijos y es probable que le esté ayudando económicamente, a espaldas de don Juan Carlos, por supuesto, que le ha aconsejado que rompa toda relación con el hombre que la ha humillado de tal manera después de todo lo que ha tenido que aguantar a su lado. Recordemos que las primeras palabras que pronunció don Juan Carlos cuando le enviaron pantallazos de la revista Lecturas con las fotos de su yerno Iñaki Urdangarin de la mano de su amante fueron: “Qué hijo de…”. Pero los billetes de avión para ir a Ginebra a ver a Irene o el viaje de vacaciones a Formentera con los chicos los ha pagado la infanta de su bolsillo. Y es que Cristina solo piensa en el bienestar de sus hijos. Y pide que no sigan diciendo que está enamorada de su todavía marido.

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Iñaki está al límite, es cierto. Lo que no sufrió en los casi tres años de prisión solitaria, ni en los seis años largos que duró la instrucción del caso Nóos, lo que no imaginaba siquiera que pudiera existir cuando era el chico de oro, lo está padeciendo ahora. Tristeza infinita, desgana al levantarse, ausencia de ilusiones, desánimo, falta de apetito (ha vuelto a adelgazar), miedo al futuro, melancolía, pensamientos negros... Tan negros que la familia está muy preocupada. Tanto que han debido aumentar la ayuda profesional, porque no puede salir por sí mismo del pozo donde está metido.

Iñaki no puede ni siquiera disimular y no le importa echarse a llorar en público, como le pasó en Vitoria dentro de su propio coche, a la vista no solo de Ainhoa, sino de los escoltas y de los periodistas que siempre están siguiéndolo. No pudo contenerse. No deja de ser una sorpresa, porque Iñaki ha sido un modelo de fortaleza; aguantó bien la presión del juicio y la prisión, pero al final parece que todo lo vivido le ha pasado factura. La cuesta abajo empezó con la infidelidad a su mujer, contada en exclusiva en Lecturas, una de las noticias más impactantes de la década. Una información que traspasó fronteras y obligó a la infanta a emitir un comunicado de separación. Nunca sabremos si la relación de Iñaki y Ainhoa era un ‘flirt’ sin importancia o estaban enamorados, lo que sí es cierto es que rompió dos familias y cambió la vida de un puñado de personas para siempre. Con cierta inmadurez emocional y demasiada premura, Iñaki se apresuró a dejar su trabajo en el despacho que tan amablemente lo había acogido para empezar a viajar a Barcelona dejando caer que muy pronto trabajaría en el Barça, presentando ante los fotógrafos grandes sonrisas y aspecto glamuroso. Siempre que tenía ocasión se fotografiaba con los hijos para dejar patente su vinculación familiar. Pero la realidad era muy distinta: a los chicos les molestaba ese protagonismo indeseado, apoyaban a su madre a muerte, sobre todo Irene y Juan, y esos posibles trabajos se han diluido en la nada: me dicen personas próximas al Fútbol Club Barcelona que las prácticas no remuneradas de entrenador que hizo en el mes de mayo se acabaron y no volverán a repetirse, y que no se contempla, de momento, ofrecerle ningún trabajo.

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Así, Iñaki se enfrenta al futuro sin ningún tipo de proyectos, sin un euro y sin el paraguas de la familia real. Es evidente que tampoco tiene planes compartidos con Ainhoa. Ni siquiera viven juntos, ya que Iñaki no podría contribuir económicamente a la pareja. No ingresa nada en absoluto, no tiene ninguna propuesta de trabajo en perspectiva y solo cuenta con la ayuda de la pequeña pensión de su madre. Ainhoa tampoco gana lo suficiente como para mantenerlo. Ella es una buena persona y siente cariño por él. También, como a la infanta, le da pena, pero la compasión no es un sustituto del amor... Y ahora, según me dicen, son más amigos que amantes. Amigos, eso que tampoco tiene Iñaki, que ve cómo sus días se alargan interminablemente, con demasiado tiempo para pensar, con demasiado equipaje en la mochila.

No se hace ilusiones con Cristina, porque sabe perfectamente que no hay vuelta atrás. Nos lo dijo ella misma en el primer momento, todavía calientes las fotos de su marido y Ainhoa que habían visto la luz el 25 de enero: “Yo no he fallado”. Nos lo repitió varias veces con amargura. Por eso continúa con su anillo de casada: “Respeto la institución del matrimonio, llevo el anillo desde hace veinticinco años y lo voy a seguir llevando hasta que me divorcie. ¡Quiero que el mundo sepa que yo no tengo nada de qué avergonzarme!”. Porque su intención era, y sigue siendo, divorciarse de Iñaki Urdangarin, no va a perdonar su traición. En esos momentos ya quiso dejar las cosas claras a través de la misma revista que había publicado la exclusiva de Bidart: “No va a haber reconciliación”. Y también: “Solo pido dos cosas, que respeten a mis hijos y que no digan que estoy loca de amor por Iñaki”. Nada más... pero también nada menos.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor +++ » Jue 01 Sep, 2022 3:14 am



Desde el disgusto de sus padres cuando se marchó de casa para vivir con uno de sus profesores hasta el día en que conoció a Felipe o su tenso encuentro con la reina Sofía. Los momentos clave que han marcado la vida de Letizia y que muy pocos conocen.

Otoño de 2003. Los campos asturianos se diluían en un atardecer color tabaco mientras el delicioso aroma de las manzanas recién cogidas invadía la casita de Menchu del Valle, en Sardéu. Letizia acababa de llamarla y le había dicho con ese tono apresurado y nervioso que era su marca de fábrica: “Abuela, voy a ir con mi chico y quiero que lo conozcas”. Menchu sonrió porque Letizia, después de su malogrado matrimonio, nunca le había presentado a nadie, aunque había tenido varios novios: “Ah, ya sabía yo que ahora ibas en serio. ¿Quién es? ¿Algún periodista?”. La nieta lanzó una carcajada: “Ya verás”. Menchu estaba en la puerta con su hermana y su perrillo, esperando, cuando un Mercedes negro –“como un coche de muertos”, dijo la hermana después– se detuvo frente a la entrada. Las dos mujeres pensaron que era alguien que se había equivocado cuando, ante su sorpresa, apareció otro coche y otro más. Y bajaron unos hombres fornidos tomando posiciones con un pinganillo en la oreja. Estupefactas, ambas creyeron que se trataba de un programa de televisión, del rodaje de una película... de... de... Hasta que de uno de los coches salió una pierna, luego otra y fue su nieta la que saltó alegremente y corrió a abrazarlas. Y señalando a uno de los hombres altos que habían surgido de la nada dijo: “Este es mi chico”.

Las dos hermanas pensaron que el rostro les era familiar hasta que Menchu se llevó la mano a la boca y gritó: “Es Felipe, ¡el principito!”. El hombre les dio dos besos sonriendo bondadosamente y Letizia les comunicó con desenvoltura: “Sí, es mi novio y vamos a casarnos. ¡No podía decir nada, lo siento!”. Y a continuación preguntó: “¿Hay CocaCola? Felipe, vete a buscarla a la nevera”. Y les contó a la dos atónitas hermanas: “Estoy enseñándole a hacer cosas corrientes... Nunca había abierto una nevera, ni llenado un vaso”. Al cabo de unas semanas, el 1 de noviembre de 2003, la Casa Real emitió un comunicado anunciando el compromiso oficial de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. ¡Y nos enteramos todos!

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Da vergüenza ajena leer ahora las primeras informaciones que aparecieron sobre Letizia. Que su primer matrimonio estaba anulado por la Iglesia, que medía 175 centímetros de estatura, que era la mejor periodista de su generación y pertenecía a una saga al nivel de los Luca de Tena o los Godó... La Casa Real aplicó desde el principio una censura estricta a todo lo que atañía a la futura princesa de Asturias. Se confiscaron las cámaras de los fotógrafos que hacían guardia en las viviendas de los familiares, se habló con amigos y compañeros para que no dieran declaraciones, se ordenó que el noviazgo no apareciera en los programas del corazón sino en los informativos... También se dijo que habían retirado los expedientes médicos de Letizia, sus certificados académicos, su partida de matrimonio y de divorcio. Mandos del CESID de máxima confianza investigaron personalmente durante seis meses todos los recovecos de la vida de Letizia Ortiz antes de que se convirtiera en personaje público para destruir lo que pudiera hacerle daño o neutralizar lo irremediable. También redactaron un contrato matrimonial leonino con cláusulas concretas sobre divorcio, muerte, segundos y terceros casamientos e hijos. Para consolarla, los abogados le decían: “No te preocupes, en caso de separación quedarás mejor que Lady Di”.

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Desde pequeña e influida por su padre, Letizia había querido ser periodista. Hacía entrevistas imaginarias en su cuarto con un micro también imaginario y tenía la mejor cualidad para este oficio: era muy curiosa y todo le interesaba. Cuando se fueron a vivir a Madrid y se matriculó en el Ramiro de Maeztu, tardaba en llegar hora y media en el autobús al que llamaban irónicamente “Veloz”, pero lo hacía sin protestas porque le gustaba estudiar... y uno de los profesores: Alonso Guerrero. Aquella relación entre una adolescente y un adulto causó en el instituto un revuelo considerable y fue un calvario para los padres. El ambiente de su casa resultaba irrespirable y, el día en que cumplió 18 años, Letizia se fue a vivir con Alonso.

Diez años después, con muchos parones entre medias en los que ella tuvo otras historias, se casaron en Almendralejo. Y el día de su boda, llegó a su fin el matrimonio de sus padres. El de Letizia y Alonso duraría solo un año. Después Letizia tuvo varias parejas, la mayoría periodistas, como un atractivo fotógrafo de un periódico nacional y también su compañero en las tareas informativas de la CNN, David Tejera, que se enteró del noviazgo de Letizia y el príncipe como todos los españoles: por el comunicado oficial. Se llevó tal disgusto que se refugió varios días en casa de un amigo llorando desconsoladamente mientras repetía: “¡A partir de ahora solo la veré por televisión!”.

Nunca se nos ha dicho cómo se conocieron Felipe y Letizia, porque la versión más difundida –que lo habían hecho en casa de Pedro Erquicia– ha sido desmentida por él mismo a sus íntimos. Lo que yo creo es que el navegante y explorador científico Kitín Muñoz, con el que Letizia tuvo un breve romance, se la presentó a su gran amigo el príncipe Felipe ¡y hubo flechazo!

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Lo único cierto es que el príncipe estaba saliendo con Eva Sannum, y cuando conoció a Letizia simultaneó a las dos una temporada, lo que vino bien para despistar a la prensa. Cuando le comunicó sus intenciones al Rey y le dijo que iba en serio, Juan Carlos protestó, no porque Letizia hubiera estado casada o fuera plebeya, sino porque era periodista: “¿No entiendes que le contará a todo el mundo lo que pasa en esta casa?”. Luego, le dijo que se jugaban mucho con ese matrimonio, a lo que Felipe contestó que a sus 37 años había encontrado a la mujer de su vida: “Si no soy feliz tampoco podría ser un buen rey, y es o Letizia o nada”. ¡Y todos tuvieron que transigir! Letizia se trasladó a vivir a la Zarzuela (no al pabellón de invitados, como dijo la puritana prensa española), compartiendo habitación con su novio, y recibió durante seis meses clases de Historia, Relaciones Internacionales, Protocolo e Inglés, además del cursillo prematrimonial preceptivo. En su primera comida juntas, la Reina le comentó las apariciones de Garabandal y Letizia contestó: “No entiendo de estas cosas porque soy atea”. Soltó, además, que le parecía muy bien el matrimonio homosexual, que en esos días aún no era legal. A Elena le dijo que también había viajado mucho, iba con su familia de ‘camping’ por toda Europa, lo que dejó a la infanta sin palabras, y con Cristina tuvo en principio buena sintonía, aunque luego dejaran de hablarse, al negarse Letizia a alojar a los padres de Iñaki en su casa con ocasión del bautizo de Irene en los jardines de la Zarzuela. Pero en esos primeros tiempos, cuando Letizia iba a Barcelona a probarse su vestido ‘chez’ Pertegaz, quedaba a comer con la infanta. El Rey también les pidió a sus amigos que la frecuentaran, para que se fuera acostumbrando a su nuevo ambiente. Juan Abelló los invitó a su finca y los pusieron en habitaciones separadas. Letizia se enfadó y el domingo se marcharon temprano dejando una nota de despedida.

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En los primeros tiempos de matrimonio se la veía tan triste que un amigo, preocupado, le preguntó en voz baja en un besamanos: “¿Necesitas algo?”, y Letizia le contestó echando una mirada a su alrededor: “¿Podrías conseguirme una nave espacial y llevarme lejos de todo esto?”. Se contaban sobre ella muchas historias, unas inventadas, otras exageradas y otras ciertas, y ella sospechaba que eran filtraciones interesadas desde palacio para apartar la atención de los desmanes de Juan Carlos y sus relaciones con Corinna. Letizia recuerda bien los periodistas que se apuntaron al carro de la maledicencia y, por mucho que ahora estos mismos viertan sobre ella la adulación más desaforada, no los ha perdonado.

Su matrimonio con Felipe ha pasado por varias etapas: primero se decía que el Rey estaba “locamente enamorado”, luego “encoñado”, después que se respetaban pero que cada uno hacía su vida. Han atravesado crisis muy fuertes, una de ellas estuvo a punto de costarles el matrimonio y pasaron separados unos meses. Discuten mucho, ahora no tanto porque el Rey es una persona calmada que ha optado por rehuir el conflicto y echa mano del humor o permanece en silencio. Ha aprendido a bregar con los defectos de Letizia –es muy controladora, quiere hacer siempre su santa voluntad, es muy impuntual, algo arrogante, en ocasiones resulta impertinente– y valora sus cualidades: buena madre, leal con sus amigos, responsable en su trabajo, se preocupa de verdad por sus semejantes. Y, lo más importante, tiene un sentido muy desarrollado de la prevalencia de la institución, mucho más que algunos que lo han vivido desde la cuna.

Letizia se ha convertido en el activo más potente de la monarquía, hasta el punto de que la actual popularidad de la familia real, tanto en España como en el extranjero, se debe a ella, algo que Felipe reconoce y admite sin problemas y sin complejos. Ambos permanecen fieles a sus votos “hasta que la muerte nos separe”. Ninguno de los dos, y pongo la mano en el fuego, ha cometido ninguna deslealtad. Letizia lo dijo muy claro antes de la boda: “Que sepas que no voy a aguantar ninguna infidelidad, yo no soy como tu madre”, a lo que Felipe contestó: “Yo nunca te voy a engañar, porque te quiero... y porque tampoco soy como mi padre”.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 08 Sep, 2022 3:07 am



Iñaki está al límite, es cierto. Lo que no sufrió en los casi tres años de prisión solitaria, ni en los seis años largos que duró la instrucción del caso Nóos, lo que no imaginaba siquiera que pudiera existir cuando era el chico de oro, lo está padeciendo ahora. Tristeza infinita, desgana al levantarse, ausencia de ilusiones, desánimo, falta de apetito (ha vuelto a adelgazar), miedo al futuro, melancolía, pensamientos negros... Tan negros que la familia está muy preocupada. Tanto que han debido aumentar la ayuda profesional, porque no puede salir por sí mismo del pozo donde está metido.

Iñaki no puede ni siquiera disimular y no le importa echarse a llorar en público, como le pasó en Vitoria dentro de su propio coche, a la vista no solo de Ainhoa, sino de los escoltas y de los periodistas que siempre están siguiéndolo. No pudo contenerse. No deja de ser una sorpresa, porque Iñaki ha sido un modelo de fortaleza; aguantó bien la presión del juicio y la prisión, pero al final parece que todo lo vivido le ha pasado factura. La cuesta abajo empezó con la infidelidad a su mujer, contada en exclusiva en Lecturas, una de las noticias más impactantes de la década. Una información que traspasó fronteras y obligó a la infanta a emitir un comunicado de separación. Nunca sabremos si la relación de Iñaki y Ainhoa era un ‘flirt’ sin importancia o estaban enamorados, lo que sí es cierto es que rompió dos familias y cambió la vida de un puñado de personas para siempre. Con cierta inmadurez emocional y demasiada premura, Iñaki se apresuró a dejar su trabajo en el despacho que tan amablemente lo había acogido para empezar a viajar a Barcelona dejando caer que muy pronto trabajaría en el Barça, presentando ante los fotógrafos grandes sonrisas y aspecto glamuroso. Siempre que tenía ocasión se fotografiaba con los hijos para dejar patente su vinculación familiar. Pero la realidad era muy distinta: a los chicos les molestaba ese protagonismo indeseado, apoyaban a su madre a muerte, sobre todo Irene y Juan, y esos posibles trabajos se han diluido en la nada: me dicen personas próximas al Fútbol Club Barcelona que las prácticas no remuneradas de entrenador que hizo en el mes de mayo se acabaron y no volverán a repetirse, y que no se contempla, de momento, ofrecerle ningún trabajo.

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Mensajepor Invitado » Jue 08 Sep, 2022 3:10 am



Así, Iñaki se enfrenta al futuro sin ningún tipo de proyectos, sin un euro y sin el paraguas de la familia real. Es evidente que tampoco tiene planes compartidos con Ainhoa. Ni siquiera viven juntos, ya que Iñaki no podría contribuir económicamente a la pareja. No ingresa nada en absoluto, no tiene ninguna propuesta de trabajo en perspectiva y solo cuenta con la ayuda de la pequeña pensión de su madre. Ainhoa tampoco gana lo suficiente como para mantenerlo. Ella es una buena persona y siente cariño por él. También, como a la infanta, le da pena, pero la compasión no es un sustituto del amor... Y ahora, según me dicen, son más amigos que amantes. Amigos, eso que tampoco tiene Iñaki, que ve cómo sus días se alargan interminablemente, con demasiado tiempo para pensar, con demasiado equipaje en la mochila.

No se hace ilusiones con Cristina, porque sabe perfectamente que no hay vuelta atrás. Nos lo dijo ella misma en el primer momento, todavía calientes las fotos de su marido y Ainhoa que habían visto la luz el 25 de enero: “Yo no he fallado”. Nos lo repitió varias veces con amargura. Por eso continúa con su anillo de casada: “Respeto la institución del matrimonio, llevo el anillo desde hace veinticinco años y lo voy a seguir llevando hasta que me divorcie. ¡Quiero que el mundo sepa que yo no tengo nada de qué avergonzarme!”. Porque su intención era, y sigue siendo, divorciarse de Iñaki Urdangarin, no va a perdonar su traición. En esos momentos ya quiso dejar las cosas claras a través de la misma revista que había publicado la exclusiva de Bidart: “No va a haber reconciliación”. Y también: “Solo pido dos cosas, que respeten a mis hijos y que no digan que estoy loca de amor por Iñaki”. Nada más... pero también nada menos.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 08 Sep, 2022 3:12 am



El final de verano llegó... también para la familia real. ¡El verano más atípico de sus vidas! En mayo nada hacía presagiar que lo fuera a ser: las niñas acabarían apaciblemente el colegio, estaban programadas unas salidas inocuas para contentar al personal y Letizia iba a clausurar su agenda a lo grande, siendo anfitriona de las primeras damas en la cumbre europea que iba a celebrarse en Madrid. Después, unas bien ganadas vacaciones en un lugar desconocido y a otra cosa mariposa. Pero ¿quién vino a ponerlo todo patas arriba? ¿Qué fantasma del pasado se quiso hacer presente, cuando ya nadie se acordaba de él, estropeándolo todo?

Pues, para sorpresa de nadie, don Juan Carlos de Borbón, por otro nombre el Emérito. Que, de forma imprevista, decidió venir a España en un viaje sin pies ni cabeza: según él, para respirar el aire de su patria; según su hijo, para tocarle las narices. El resultado fue esperpéntico. Un anciano jaleado por la multitud al grito de “¡Viva el rey!”, una corte de aduladores acudiendo a Sanxenxo como el que va de romería, cien veces más periodistas que en cualquier acto de Felipe y declaraciones extemporáneas tanto de las personas que lo rodeaban como de él mismo. Sobre todo, ese pequeño diálogo a pie de coche: “¿Va usted a pedir perdón, majestad?”. Tremenda risotada de Juan Carlos: “¿Perdón? ¿De qué?”. En esa frase se resumía todo. La soberbia de un rey incapaz de reconocer sus errores que se sigue creyendo más allá del bien y del mal y que se siente víctima de las maquinaciones de una nuera malvada y de un hijo débil convertido en un juguete de los también malvados socialistas. La forzada comida final en la Zarzuela, que a nadie apetecía, la bronca a gritos con Felipe, que tuvo que decirle: “Te hablo como rey y no como hijo”, y la negativa de Sofía y Letizia a estar en la misma habitación que el emérito fueron el broche de oro para unos días de pesadilla para la casa real.

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Los asesores debieron echarse las manos a la cabeza, ¿cómo borrar el mal efecto que esta visita produjo a la ciudadanía? ¿Cómo recuperar la imagen de austeridad, honradez y seriedad que tan trabajosamente se había conseguido? ¿Cómo recordar que la familia real son cuatro y solo cuatro? Y se recurrió al comodín, a lo fácil: Letizia. El activo más potente, en estos momentos, de la monarquía española. Y las niñas. Pero nos hemos dado cuenta de que Leonor y Sofía, por sí solas, no resultan un reclamo tan atractivo. En junio fueron a Londres y a Catalunya, vimos lo guapas que son, lo educadas que están y que hablan idiomas, ¡pero nada hay parecido a la expectación que genera la presencia de Letizia! Y en Mallorca se puso en marcha lo que podríamos denominar la ‘operación borrado de Juan Carlos’.

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Felipe, Letizia, Leonor y Sofía, como un ejército bien entrenado, se lanzaron a las calles para copar la atención pública. Salidas a cenar, paseos por lugares idílicos de la isla, visitas a museos... En algunos actos se incorporaban secundarias de lujo como doña Sofía o su hermana Irene, pero no demasiado para no opacar el brillo de la familia nuclear. Pero era igual, porque quien concitaba los focos a su persona era Letizia: con pantalones cortos, con minifalda, enseñando barriga, con alpargatas, con sandalias, con bolso, con canas, con pómulos, maquillada, bronceada, con los brazos musculosos de una deportista, sonriendo, haciendo gestos, arengando a sus tropas... Todo acaparaba la atención exhaustiva no solo de los medios españoles, sino también de los extranjeros. ¡A ojo, he podido contar este verano cincuenta portadas dedicadas a nuestra Reina! Una atención apabullante que ha dado sus frutos, ya que nadie recuerda ahora al exiliado de Abu Dabi, y se ha borrado de nuestra memoria el malhadado viaje, cuyas heridas se han podido restañar sin consecuencias.

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Supongo que, agotada por esta exposición pública con todo lo que conlleva, preparativos, seguridad, elección del vestuario, itinerarios, convocatoria a los medios, etc., la Reina se sumergió, exhausta, en sus bien ganadas vacaciones privadas. ¿Dónde han estado? ¿Qué han hecho? Parece imposible que en la era de los móviles, cuando cada ser humano lleva en el bolsillo un equipo fotográfico y todos los pechos albergan un alma de periodista, no se haya podido averiguar en qué lugar se han refugiado, lo que parece corroborar la información de que han estado en un barco, donde se consigue la máxima privacidad. Porque la familia real arrastra en sus viajes al extranjero un operativo colosal que es muy difícil que pase desapercibido: por lo menos 16 miembros de seguridad que deben tramitar sus permisos de armas en cada país que crucen, coches blindados, contactar con la policía local y autoridades para advertir de la presencia de los reyes de España y sus hijas... Todos son movimientos con muchas personas implicadas, por eso resulta tan extraño que no haya habido ninguna filtración.

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Entretanto, en Abu Dabi el rey Juan Carlos es consciente de que su retorno definitivo es imposible y que morirá en el exilio, como su abuelo. Se muestra resignado, el viejo león no tiene ganas de luchar, aunque de vez en cuando dé un zarpazo a los barrotes de esa jaula de oro en la que está preso. Es un hombre sin futuro, y él lo sabe.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Mar 13 Sep, 2022 1:36 am

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NO ES POR MALDAD / Pilar Eyre

Carlos III y Camila, el amor llega al trono


La voz enronquecida de Carlos temblaba levemente, como si estuviera presa de una profunda emoción: “Lo que te hace distinta de las demás mujeres es que tú me quieres, es tu gran logro”. Camila suspiró y respondió después de un corto silencio: “Sufriría cualquier cosa por ti, esto es amor, es la fuerza del amor”. Era un domingo por la noche del mes de diciembre de 1989, poco antes de Navidad. Camila estaba en su casa de Corsham con su marido y sus dos hijos y Carlos en la finca de un amigo. Los amantes, separados por apenas una decena de kilómetros, no podían verse, solo podían hablar por teléfono, una conversación que grabó casualmente un radioaficionado y que al cabo de tres años reprodujeron todas las revistas del mundo, incluidas las españolas. La que firma esta crónica trabajaba entonces en el programa de Luis del Olmo y dedicamos semanas enteras a remedar el diálogo. Jimmy Giménez-Arnau, que habla un perfecto inglés, imitaba la voz del príncipe Carlos.

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Como todos los amantes clandestinos, Camila le confesaba a Carlos: “Los domingos por la noche son los peores... Bueno, en realidad, te echo a faltar todos los días de la semana”. Carlos respondía con un quiebro en la voz: “Te necesito desesperadamente”. Un quejido por parte de ella: “No puedo empezar la semana sin ti”. Él: “Te necesito varias veces por semana”. Ella: “¡Yo todo el tiempo!”. Y aquí Carlos sugiere con voz pícara: “Viviré en tus pantalones”. Ella se burla cariñosamente: “¿Cómo un par de bragas?”. Él se lanza: “No, ¡como un támpax!”. Camila suelta una carcajada: “Eres un completo idiota, pero qué idea tan maravillosa”. Él continúa especulando, animado por las risas de ella: “Me echarás al váter y seguiré girando interminablemente sin hundirme nunca”. Los dos amantes se divierten con estas puerilidades que hoy nos parecen un juego erótico casi inocente, una vía de escape para dos adultos que se aman y no pueden verse porque están sujetos a matrimonios desgraciados y formas de vida muy distintas, pero que entonces supusieron un escándalo desproporcionado, hipócrita y espeluznante. Es curioso constatar que nadie cuestionó el hecho de que una llamada privada pudiera grabarse y difundirse; al contrario, el ‘tampongate’ tiene su propia entrada en las enciclopedias y en los libros de historia.

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Lady Di se apresuró a manifestar que a ella estas dos personas le parecían unos “enfermos” y que le repugnaban, los mesurados ingleses escupían a Carlos por la calle, le tiraban tampones y lo abucheaban si intervenía en algún acto público. Los niños Parker Bowles necesitaron ayuda psicológica para superar los comentarios y risas de sus condiscípulos y tuvieron que cambiar de colegio. La propia Camila debió trasladarse a una nueva vivienda con seguridad, ya que su situación física peligraba: los coches intentaban echarla de la carretera y una vez, en la panadería, las mujeres, indignadas, le tiraron encima una cesta de pan y le causaron una leve contusión. Aunque después los hechos se sucedieron vertiginosamente –el divorcio de los príncipes de Gales, la muerte de Diana, el matrimonio de Carlos y Camila –, nadie ha olvidado esta impactante conversación telefónica. Nadie, ni el propio protagonista, por supuesto. Carlos, no hace mucho, le confesó a su biógrafo y amigo: “Me estarán coronando y la gente se estará acordando del maldito támpax”

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Esa mancha ha pesado desproporcionadamente en el pasado de Carlos y Camila, cuando en realidad lo que debería asombrarnos es la persistencia de este amor a través de los años y de las múltiples dificultades en su camino. Desde que se conocieron siendo veinteañeros hasta ahora han sido cinco décadas de pasión ininterrumpida. No entendemos muy bien por qué no llegaron a casarse entonces, pero sí sabemos que su relación clandestina no se interrumpió ni siquiera en el viaje de novios de Diana y Carlos. Lady Di contó que a bordo del ‘Britannia’ su flamante marido llevaba una pulsera con las iniciales CC y que solía embeberse en la contemplación de una foto de Camila. Pero, como dijo Maquiavelo, no es malo que los reyes hayan cometido pecados de juventud, porque eso los impulsará a realizar grandes esfuerzos para hacerse perdonar y ganarse el amor de su pueblo. ¡Y por fin ha llegado su hora! Después de tantas vicisitudes, Camila y Carlos se enfrentan, como reyes de Inglaterra, a un futuro lleno de responsabilidades como lo que son: una pareja que se ama, un gran equipo. Ella encarna las virtudes que agradan al inglés medio: amante de los caballos y los perros, siente aversión por la moda y la vida de sociedad y no le gusta viajar al extranjero. Solo se encuentra cómoda en su finca de Highgrove con una vieja falda de franela, un pañuelo de Hermès cubriendo sus rebeldes cabellos y sus botas Hunter para entrar en las cuadras y chapotear por el barro. ¡Y que al servicio no se le olvide ofrecerle una copita de ginebra para acabar el día! Ella misma se define como una sencilla “chica de campo”, muy parecida, en realidad, a su recién fallecida suegra, la reina Isabel. Más, incluso, que su propio hijo. Carlos, al contrario de Camila, es culto, leído, moderno de ideas, sofisticado, cosmopolita y un gran conversador, aunque es cierto que comparten el mismo sentido del humor y se ríen mucho juntos. Sustituir a la reina de las reinas no va a ser fácil. Tampoco es fácil sustituir a un rey nefasto. Por motivos opuestos, Carlos y Felipe han debido empezar desde abajo construyendo una nueva forma de reinar, piedra a piedra. Con la ayuda de Camila y de Letizia. Vienen tiempos interesantes.

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Aguas turbulentas - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Sab 24 Sep, 2022 3:55 am



¡Cuarenta y cinco minutos! Cuarenta y cinco minutos son los que hizo esperar Meghan a sus cuñados William y Kate la tarde del sábado 10 de septiembre, porque se negaba a aparecer con ellos en público, visitando las ofrendas de flores que la gente había dejado en las rejas del castillo de Windsor en memoria de la reina.

La propuesta había partido de William (“Tenemos que ayudar a papá y dar una imagen de familia unida en recuerdo de la abuela”) y Harry, en principio, había accedido a realizar ese trayecto de cuarenta minutos saludando a la multitud y posando para la prensa con sus cónyuges. Harry dijo que sí..., pero Meghan no quería. Argüía cuestiones de seguridad, ya que, según ella, no está suficientemente protegida frente a las amenazas que ha recibido. También de protocolo, ya que ellos no eran los secundarios de nadie porque tan nieto era Harry como William, pero, sobre todo, temía encontrarse con su cuñada, a la que ha señalado como la culpable de todos sus males y sobre la que ha vertido críticas e infundios en todas esas entrevistas tan bien pagadas que ha concedido en EE UU. Durante tres cuartos de hora su marido intentó convencerla mientras los ya príncipes de Gales esperaban en la puerta del palacio de Frogmore Cottage, dentro del coche. Todo el operativo estaba calculado para las cuatro de la tarde, la gente aguardaba, pero Meghan se negaba en redondo a salir, hasta que alguien dijo que al final se filtraría que ella no había querido homenajear a la abuela de su marido y reina de Inglaterra, lo que los hubiera convertido en auténticos parias. A regañadientes, subió al coche y fue llorando todo el camino. Kate, indignada, no le dirigió la palabra; cuando llegaron, ella misma abrió la puerta para no continuar compartiendo el mismo espacio que la americana y caminó con grandes zancadas, procurando apartase de Meghan todo lo posible. Fue su marido el que tuvo que cogerla suavemente del brazo para que llevara el mismo ritmo que ellos.

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Y a partir de aquí, la incomodidad, la frialdad, la tirantez entre las dos cuñadas eran tan evidentes que hicieron temer una tragedia. Pálida, con el rostro en tensión, Kate lucía entre severa ‘nanny’ inglesa, celadora de un campo nazi o mujer atormentada por un insoportable dolor de cabeza. Y, como nadie sabía lo que había tenido que aguantar, los comentarios eran demoledores: “¡Qué antipática está con su pobre cuñada!”.

Y la “pobre” cuñada, por contraste, parecía un ratoncillo asustado que se agarraba a la mano de su marido como si temiera que detrás de cada esquina hubiera un nido de ametralladoras dispuesto a liquidarla. Se notaba que a duras penas contenía las lágrimas y que ese corto paseo era un suplicio para ella. Y, cuando llegó donde estaba la gente y algunas mujeres le negaron la mano, fue el acabose, le dirigió una mirada de socorro a Harry tan angustiosa que él, que estaba saludando a pocos metros, acudió rápidamente a su lado cual fiel escudero a cogerla por la cintura y ella, en agradecimiento, le dio un masaje en la espalda. Mientras, Kate, acostumbrada a estos rituales, se sobreponía a su malestar y hablaba, saludaba, sonreía, acariciaba niños y perros con una seguridad en sí misma y una profesionalidad a prueba de todo tipo de cuñadas problemáticas. Meghan se movía ciegamente, como un autómata, deseando que todo acabara de una maldita vez.

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“Cariño, tu familia es horrible, son unos estúpidos estirados. Tú vales más que todos ellos juntos. Las americanas no podemos entender cómo existen mujeres tan bobas y ridículas como tu cuñada. Son inhumanos, se divierten humillándome porque no tengo sangre azul y a veces temo por mi vida”. Son palabras de... Wallis Simpson, la estadounidense divorciada por la que Eduardo VIII, tío bisabuelo de Harry, perdió la cabeza hasta el punto de dejar trono, familia y país para seguirla. Lo que dijo Wallis hace casi 90 años podría haberlo pronunciado Meghan Markle en la actualidad.

De hecho, ha dedicado palabras muy ofensivas a la familia real británica: dijo que Kate la hizo llorar durante su boda, que un pariente indeterminado había preguntado si sus hijos serían negros (se especuló que pudiera ser el duque de Edimburgo, a cuyo funeral de Estado no asistieron, Camila o la propia Kate de nuevo) y contó que, a la muerte de la reina, sus hijos tendrían tratamiento de príncipes, pero que “ellos” querían arrebatarles tal honor. Dejando aparte que no ofreció prueba alguna y que resulta raro que una persona que presume de demócrata dé tanta importancia a estos privilegios, también da mala impresión que especulara sobre la muerte de la reina mientras estaba viva. Harry echó más leña al fuego manifestando que él personalmente se había ocupado de que su abuela estuviera protegida por personas de confianza, como si los hijos la tuvieron desatendida.

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Los ingleses, por supuesto, odian a Meghan. Se ha visto estos días, no solo por esas mujeres que se negaron a estrecharle la mano, sino también por los abucheos con los que era recibida cuando acudía a un acto público, hasta el punto de que sus apariciones se han reducido al mínimo, algo extraño, ya que Harry no deja de ser hijo de rey, hermano del príncipe de Gales, duque de Sussex y el cuarto en la línea de la sucesión de la Corona. Cuando William acceda al trono, Harry ocupará el mismo lugar que la infanta Elena en España. Lo que sí veremos es cómo Meghan rentabiliza todo lo que ha sucedido estos días ante la prensa americana, ¡ellos sí que la adoran! Se avecinan jugosas revelaciones a cambio de fabulosas contrapartidas de dinero acrecentando así una fortuna incalculable que les permite llevar una vida de lujo máximo. Pero no todo se quedará en el papel efímero de las revistas semanales... La salida del libro de memorias de Harry, en el que habla de todo, desde el accidente de su madre hasta su relación con la “malvada” Camila, se ha retrasado hasta diciembre para incluir la muerte de su abuela y los acontecimientos que la han jalonado. El número de ceros sube y sube en ese cheque que ya era colosal. Me temo que este año nadie osará decirle “feliz Navidad” al rey Carlos.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 29 Sep, 2022 2:48 am

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NO ES POR MALDAD / Pilar Eyre

Carlos y Camila ningunearon al rey emérito


Le hicieron el vacío. Lo ningunearon. A Juan Carlos, el emérito, en la recepción del Palacio de Buckingham del domingo 18 por la tarde. Él se había empeñado en asistir al funeral de su parienta lejanísima, al que había sido invitado ante la sorpresa de la prensa británica: “El deshonrado rey desafía a su gobierno y a su hijo”, decía el Daily Mail mientras The Times fingía horrorizarse: “¡Los pelos de punta ante esta invitación!”. Quizás los ingleses pensaban que daría una excusa para no asistir, pero se equivocaban, porque allí estaba Juan Carlos, contra viento y marea, echándole un pulso a Felipe y a una institución que se aguanta de forma precaria. Quería romper el cordón sanitario que se ha establecido a su alrededor desde que se hicieron públicas las tropelías que ha cometido y demostrar a España y a su hijo (y su nuera) que él, como la ranchera mexicana, sigue siendo el rey. Pero la jugada no le salió como esperaba.

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La recepción palaciega tuvo lugar en los cuatro salones principales de Buckingham –el azul, el verde, la sala de música y la galería de pinturas– y estaban invitadas 500 personalidades: miembros de casas reales, jefes de la Commonwealth, altos diplomáticos, militares y aristócratas. Juan Carlos y Sofía entraron por la puerta principal, habían llegado en un coche que compartieron con el presidente de Irlanda, Michael Higgins, también con ciertos problemas de movilidad. Sería curioso conocer la conversación que ambos hombres mantuvieron durante el corto viaje, ya que Higgins, que es de izquierdas, poeta y de origen humilde, habla perfectamente el español. El resto de los invitados, incluidos Felipe y Letizia, llegaron media hora después en los autobuses reales. Desde el principio quedó muy claro que el objetivo del emérito era tener una conversación con el rey Carlos. Quería contarle quizás sus cuitas, pedirle tal vez su apoyo en el frente que tiene abierto con Corinna en los tribunales ingleses, pero también pretendía recuperar su imagen frente a su hijo y frente a la opinión pública. ¡El tan denostado rey de España, el exiliado, el apestado, alternando con el titular de la monarquía más poderosa del mundo! ¡Una charla entre iguales! ¿Qué mejor apoyo que eso a su biografía y a su causa?

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Después de recorrer las cuatro grandes estancias, apoyado en el brazo de su asistente llevando a remolque a Sofía, al final Juan Carlos coincidió con el nuevo rey en el salón verde. Carlos parecía accesible, se movía entre los invitados charlando cordialmente, se le notaba relajado. Camila, a su lado, también saludaba y sonreía. El emérito, a la vista de su objetivo, avanzó con tanta rapidez que su ayudante apenas podía sujetarlo. Pero, como un bailarín bien entrenado, Carlos se alejaba, saludaba a Macron y a Brigitte, se ponía de espaldas para hablar con Máxima de Holanda o hacía corrillo con sus primos Kent. Parecía, en fin, no advertir la presencia del antiguo rey de España, que consiguió aproximarse a Camila y agarrarla con intención de darle dos calurosos besos en las mejillas. Pero la reina consorte pareció resistirse al gesto, apoyando las dos manos en el pecho del emérito. El runrún de las conversaciones aumentaba, cada vez había más gente, algunos le dirigían miradas de curiosidad y Juan Carlos se iba poniendo más y más nervioso, tenía el rostro congestionado, la expresión impaciente, hasta que optó por colocarse en una especie de pequeña cola que se había formado para saludar a Carlos con Sofía detrás, que ya no sabía qué cara poner. El emérito le dijo a su asistente que lo dejara solo y aguantó el equilibrio a duras penas mientras el monarca inglés saludaba cariñosamente a Rania de Jordania y a su hijo mayor, Hussein.

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Cuando ya se iba hacia otro grupo, Juan Carlos consiguió retenerlo estrechándole la mano, aunque era evidente la incomodidad del rey de Inglaterra y la intención de no concederle ni un minuto de atención. Debía tener presentes las críticas que salían esos días en la prensa con el recuento de todos los comportamientos irregulares, y también el malestar de su propio hijo, que estaba en otro salón con Letizia. Aun así, a la desesperada y con una sonrisa que era más trágica que alegre, Juan Carlos se puso a hablarle con rapidez, de forma íntima y suplicante, lo que provocó que Carlos, con el pretexto de saludar a otro invitado, lo dejara literalmente con la palabra en la boca. La persona que me cuenta estos hechos me confiesa: “Daba entre pena y vergüenza ajena... Se apartó a un lado sin que nadie interactuase con él, se le notaba enfadado, incluso tuvo un gesto brusco hacia doña Sofía, quien parecía tratar de consolarlo”.

El rey Juan Carlos ha regresado a su infierno particular, Abu Dabi, peor de lo que estaba. Más desalentado, más triste, por mucho que sus escasos amigos (y amiga, sí, la de siempre, su fiel compañera, su auténtica pareja), intenten animarlo. Pero él es consciente de que su última oportunidad de reivindicarse en la esfera pública se ha esfumado y no habrá otra, porque Felipe no va a permitirlo. Quizás algún día Juan Carlos coja el teléfono para cantarle a su hijo esa ranchera que tanto le gusta y que parece que haya escrito él mismo: “Yo sé bien que estoy afuera/ pero el día en que yo me muera/ sé que tendrás que llorar”.

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NO ES POR MALDAD - Pilar Eyre

Mensajepor Invitado » Jue 06 Oct, 2022 2:56 am



Palabras de Tamara Falcó: “Mami ha estado siempre ahí, aconsejándome”. Mami es Isabel Preysler y mami sabe mucho del tema, porque durante tres años nada menos fue protagonista de una infidelidad que conmovería a toda España. Pero no como víctima, como Tamara, sino como ‘la otra’. Fue la gran historia de los años 80, que catapultó a los protagonistas hasta alturas siderales de popularidad: Isabel y Carlos, Miguel y Elena.

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Todo empezó cuando Tamara tenía cinco meses. En la primavera de 1982 Isabel Preysler, que llevaba dos años casada con Carlos Falcó, llamó a la peruana Mona Jiménez para autoinvitarse a la cena a base de lentejas que organizaba los martes, a la que acudía la jet set madrileña: “Mona, me encantaría ir”. “Fantástico, lo pasarás bien. Además, asistirá Miguel Boyer, que será ministro cuando los socialistas ganen las elecciones”. Miguel e Isabel, que acudieron sin sus respectivas parejas, cayeron instantáneamente enamorados. Tanto, que se quedaron hablando a solas hasta las cuatro de la mañana; tanto, que al día siguiente algunos invitados llamaron a Elena Arnedo, la mujer de Boyer, para contárselo.

Elena, una reputada ginecóloga, desdeña los chismes y no hace caso. Tampoco hace caso cuando empiezan a encontrarse ‘casualmente’ a Isabel en todos los actos sociales a los que acuden. Incluso, cuando Carlos viaja a Estados Unidos por negocios, Miguel y Elena le sirven de acompañantes. Los marqueses invitan a la pareja socialista a El Rincón, donde Isabel se viste de tirolesa. ¿Cómo no enamorarse de ella? Un invitado toma fotos y las vende por un millón de pesetas. Empiezan el runrún y las sospechas de los periodistas, pero resulta tan increíble que el austero hombre de izquierdas y la famosa aristócrata estén liados que nadie se hace eco del rumor.

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La relación entre los dos matrimonios es tan estrecha que se les fotografía juntos en Ibiza paseando por el puerto. Las revistas cortan a Elena y da la impresión de que Isabel camina entre los dos hombres de su vida. En invierno, los amantes se reúnen en el piso de una amiga recién separada, pero nadie se atreve a decir nada públicamente porque Miguel es ahora el superministro de Hacienda, uno de los hombres con más poder del país. Pero sí se habla en privado, y mucho, hasta el punto de que Boyer decide confesarle la verdad a Felipe González, quien le agradece la sinceridad y le pide discreción. Mientras tanto, Isabel toma la dirección contraria: a instancias de su marido, ofrece una entrevista exclusiva en la que desmiente los rumores de divorcio y dice no entender de dónde han salido.

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Siguen viéndose, se habla de citas en los apartamentos Colón, los Galgos, el hotel Eurobuilding. Para estos encuentros secretos, la secretaria de Miguel adjudica a su jefe en la agenda ministerial el nombre en clave de ‘Begoña’. Dicen que hay fotos, que se compran y se meten en un cajón, de los dos cenando en un italiano; en los Premios Naranja y Limón, que recogen juntos, la expresión de Miguel es la que se conoce vulgarmente como de cordero degollado. El Día de San Valentín, Boyer le envía a Isabel rosas amarillas. El marqués se las encuentra en casa y dice, extrañado: “Qué raro, yo las encargué rojas”. ¡Pero, aun así, no sospecha! ¡Tampoco Elena! Hasta el 4 de julio de 1984. Unos amigos dan una fiesta en su casa de San Agustín de Guadalix, Miguel e Isabel desaparecen, pero Elena se da cuenta de que la gente mira al jardín. Allí los ve, a los dos, en la zona de la piscina, bailando como si estuvieran solos en el mundo, y ya no tiene dudas. Cuando llegan a casa se lo plantea a su marido, que no se molesta en desmentirlo: sí, se quiere divorciar; sí, se quiere ir con Isabel.

Pero como la filipina no se decide a dejar a Carlos, Elena concibe esperanzas y ese verano el matrimonio alquila un chalé en Marbella, junto a los Solchaga, aunque Miguel no hace vida con ellos. Jaime de Mora nos sopla a los periodistas que por las noches Boyer se ve con Isabel en un apartamento que está al lado de su casa. En invierno la situación se hace insostenible. Elena está destrozada, los hijos también y Miguel decide quedarse a dormir en el ministerio, donde tiene la humorada de dar una fiesta de cumpleaños con la Preysler de anfitriona. En enero Isabel le dice a su marido que se va a París a hacer un curso de idiomas y ahí la visita Miguel, que viaja con el nombre de señor García. Todos conocemos los detalles, pero callamos hasta que el 6 de julio de 1985 Boyer es obligado a dimitir. Cuatro días después publicamos en Interviú una portada histórica: ‘Boyer, bronca con Guerra y amor por la Preysler’.

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El mundo entero, incluido Carlos Falcó, se enteró de lo que sabíamos casi todos. Elena, la cuarta implicada, estaba al corriente desde hacía un año, pero cada vez que la abordaban contestaba amargamente: “Pregunten a la otra parte, que a ella sí le gusta hablar”. El marqués se fue del hogar familiar con sus maletas y trofeos cinegéticos y al día siguiente Miguel Boyer entró en la casa de Arga 1 con su propia llave. Era el 31 de julio de 1985. Tamara tenía cuatro años.






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