BAILES REALES EN 1913 TODO ’GLAMOUR’. Esta ilustración recrea una supuesta escena acontecida en el Palacio Real un principio de año de hace un siglo. En ella se ve al rey Alfonso XIII bailando el foxtrot con la princesa Elisabetha de Rumanía, ante la mirada inquisitoria de la reina Victoria Eugenia, ‘Ena’, llena de joyas. Por cada hijo fuera del matrimonio, el rey le regalaba una pieza. Pilar Eyre es autora de Ena. La Novela y La soledad de la reina, ambas de La esfera de los libros, y acaba de publicar La reina de la casa (Destino).
ALFONSO XIII, VICTORIA EUGENIA, PRÍNCIPES DE PLESS...
LA VIDA SOCIAL DE ESPAÑA EN 1913
Las fiestas y los nacimientos en palacio llenaron las páginas de los periódicos en tiempos de los abuelos de don Juan Carlos. Las correrías de Alfonso XIII eran carne de rumores
PILAR EYRERevista
Blanco y Negro, diciembre de 1913: «La reina, con un vestido de color oro viejo, y su prima Beatriz de Orléans, de blanco bordado en cristal y luciendo un aderezo de brillantes y amatistas, formaban un conjunto encantador y era difícil determinar cuál era la más bella». Mientras Europa se preparaba para la guerra más cruel, que iba a costar la vida de nueve millones de personas, la aristocracia española se reunía en casa de la extravagante marquesa de Esquilache, una multimillonaria de origen cubano que había enviudado tres veces, la última del magnate Larios por lo que la llamaban «viuda de varios», en una fiesta en honor de la hija de los reyes de Rumanía, la procaz Elisabetha.
La cena consistió en «
côtelettes de bécassines a la Suvaronoff deshuesadas y rellenas de carne y
foie gras asadas a la parrilla y servidas sobre un lecho de trufas y salsa de Madeira, acompañadas de un champán especial Möet & Chandon con el nombre de la anfitriona». Lo que no salió en
Blanco y Negro ni en parte alguna, fue que el rey, después del preceptivo rigodón que le debía a la reina, no dejó de bailar toda la noche con la princesita rumana que había llegado a España con unas intenciones muy claras: «Ya he cometido todos los vicios posibles. ¡A ver si aquí me enseñan alguno nuevo!»
La noria sin fin de la sociedad española giraba incansablemente. Al día siguiente, el rey llevó a la princesita en su Hispano a la sierra de Guadarrama, donde se celebraba un concurso de coches, y por la noche a otro baile en el Palacio de los marqueses de Casa Valencia en la Castellana. El tenor Moreno cantó una jota mientras bailaba una pareja de baturros, lo que provocó el asombro de Elisabetha, según nos cuenta
La Vanguardia.
Pero esto no era todo: ¡por la mañana don Alfonso apareció en el palacio de los Orléans a recoger a Elisabetha para llevarla a patinar al lago helado de la Casa de Campo! ¡Y la rumana se puso la primera falda pantalón que se vio en Madrid! Por la noche hubo baile de nuevo; esta vez fueron los modernos príncipes de Pless los que inauguraron su casa de la calle de Quintana con una orquesta que tocaba ritmos nuevos como el
maxine, el
boston y el
foxtrot.
La comida fue un derroche de sofisticación: caviar Beluga, langostas americanas y angulas. En mitad de la noche se encendieron fuegos artificiales que asombraron a los madrileños. El evento incluía animales disecados diseminados por el jardín, una tómbola en la que podían tocarte unos patines, y hasta una búsqueda del tesoro en la que el premio principal era un zafiro metido en una patata cocida. El rey y Elisabetha se perdieron por el parque y nadie se atrevió a despedirse hasta que el rey no salió de la espesura con una ramita de boj prendida en el cabello.
‘LAS CANDIDATAS’Al día siguiente en
La Época se publicó un suelto refiriéndose a una princesita y a una alta personalidad del reino. Al parecer lo había filtrado el marqués de Viana, porque el rey ya no hacía caso a sus
candidatas españolas. Elisabetha no tuvo más remedio que irse y al cabo de un tiempo se casó con el rey Jorge de Grecia.
Los modistos, con Crippa a la cabeza y también Monsieur Manolo para cosas más sencillas, no dan abasto para vestir a tantas elegantes. Los
dessous sólo se pueden llevar de seda natural cosidos a mano con hilos tan finos como telarañas que hacen en la
maison Lucile de París, claro que para las fiestas de la corte, se encargan vestidos en Worth, que se envían a Madrid en bolsas de papel de seda atadas con lazos color lavanda, el color inventado para la emperatriz Eugenia.
Doña Victoria Eugenia se ha cansado de llevar los trajes negros que imponía su suegra, la reina Cristina, a la que a sus espaldas llaman doña Virtudes, y ha optado por el moaré dorado y la seda color coral. Las medias y los zapatos también se tiñen de colores, se trae de los salones parisinos una crema que parece nata montada que elabora Elizabeth Arden y el maquillaje invade los tocadores de las señoras bien, cuando antes estaba relegado únicamente a las cómicas.
De contrabando aparecen los polvos Lilly Langtry, teñidos con minúsculas cantidades de carmín y siena. La reina fuma cigarrillos egipcios y las modistillas se ponen a fumar también con gran horror por parte de sus madres, todavía no recuperadas del escándalo de enterarse que la reina se baña en el mar, acompañada, eso sí, por dos robustos
gardes de corps. Con su cáustico humor inglés, doña Victoria asegura: «Rezo para que no se levante una tormenta, pues tendría que ser yo la que los salvase, ya que ellos no tienen ni idea de nadar».
Se ha comprado un pequeño Citroën y Lugones, el chófer, le ha enseñado a conducir, con gran alarma de los peatones, ya que la reina es algo alocada llevando el volante, lo que puede achacarse a su visión mermada por los tupidos velos con los que debe cubrirse totalmente para evitar el polvo del camino. Aun así alcanza la asombrosa velocidad de 30 kilómetros a la hora. Y eso a pesar de su estado. Porque el 30 de junio ha dado a luz a su hijo Juan, el único sano de la camada, y está de nuevo embarazada del que será su séptimo y último hijo, el pobre Gonzalín, también hemofílico.
¡Su marido ya sólo se acerca a ella un mes al año para dejarla
pregnant! «¡Y esta vez que esté sano, Ena!» no puede dejar de decirle con inconsciente crueldad.
Lo saben hasta los chicuelos que cantan por las calles:
Un mes de placer / Ocho meses de dolor /
/ Tres meses de descanso / Y en marcha otra vez / ¡Qué dura es la vida / De la reina de España!
Pero como don Alfonso padece «satiriasis» según su médico el doctor Pérez de Petinto, no hay dama de la corte o criada que pueda considerarse a salvo. Ya ha tenido dos hijas con las dos institutrices británicas de los príncipes, la primera niña fue dada en adopción y la segunda vive con su madre en París pensionada por el rey, que le ha proporcionado uno de sus apellidos, Milán. En esa época, además de Sol Santoña, su primera novia con la que nunca ha llegado a romper del todo, pasea por todo Madrid a una sofisticada francesita vestida con pieles de
renard argenté: Genevieve Vix.
La reina sabe que cada hijo y cada infidelidad le van a reportar una joya. Es un triste consuelo, pero como le dice a su madre «algo es algo». Como la diadema, el collar, las pulseras, pendientes y anillos de piedras del mismo color de sus ojos: en total cuarenta aguamarinas rectangulares únicas en el mundo montadas por Louis Cartier. Doña Victoria sabe perfectamente que su marido le encarga a Cartier dobles de sus joyas para sus amantes porque en una ocasión le enviaron un recibo que iba a nombre de
mademoiselle Mistinguette.
En los ecos de sociedad, en
Blanco y Negro,
La Esfera,
La Ilustración Española,
La Vanguardia o
ABC se repiten los mismos nombres: Conchita Heredia, una rejoneadora malagueña multimillonaria que fumaba puros habanos y que acudía a las fiestas armada con su imponente gramófono y los discos impresionados por Titta Rufo, Pareto, Garbin, Shialipin y Grisi.
No, Raquel Meller no había grabado ninguno y quien quería verla tenía que ir al teatro de la Comedia, donde cantaba dos veces al día
El relicario y La violetera. Otra habitual de las crónicas sociales era Piedita Iturbe, casada con el príncipe de Hohenlohe, que precisamente esas Navidades de hace 100 años puso en su casa de la calle San Bernardo el primer árbol de Navidad que se vio en España, un abeto traído de Bohemia.
En la juguetería Madel se compran los regalos para los hijos: para las niñas, unas gigantescas muñecas Simon & Halbig con pelo de verdad, miembros articulados, las mejillas pintadas de rosa y los trajes de corte primorosamente realizados en gasa por costureras auténticas. Para los niños hay muñecos Koning & Wernicke con uniformes prusianos, incluido el casco de acero y las condecoraciones.
Piedita invita a tomar el té en su casa a la reina, y señalando a su yorkshire Carioca le dice con su dulce acento mexicano: «Majestad, tiene mejor pedigrí que yo, porque puedo seguir su genealogía durante tres generaciones». También acuden Casilda, duquesa de Santo Mauro; Carmen, duquesa de Casa Valencia, muy cosmopolita porque ha vivido en Estados Unidos ¡e incluso habla inglés! Y Luisa de Orléans, casada con un primo del rey, siempre envuelta en litros de su perfume favorito, La rose Jacqueminot, de Coty. A la reina le gusta rodearse de bellezas, como Mimí, la sobrina de la duquesa de la Victoria.
Su suegra la reina Cristina la riñe:
-Haces mal en rodearte de señoras guapas porque esto es ponerle la miel en los labios a Alfonso.
Pero la reina prefiere confiar en la lealtad de sus damas porque hace tiempo que ya no se hace ilusiones con su marido. Y así, Encarnación Silva, condesa del Puerto, guapísima, contrasta con la simpática marquesa de Puñoenrostro, muy inteligente y bondadosa, aunque no muy agraciada de cara. Cuando el populacho se ponía a la entrada de las grandes casas donde se celebraban bailes, se oyó decir una vez:
-¡Cucha que son feas las damas de la reina!
A lo que la campechana marquesa respondió con viveza:
-¡Y bien que lo sentimos!
La anécdota le hizo tanta gracia al rey, que le pidió a su mujer que le concediera la banda de María Luisa.
La reina termina 1913 en baja forma. Su actividad ha sido incesante desde que se ha casado, inaugurar tómbolas de beneficencia, repartir premios hípicos, asistir a funciones de gala, misas solemnes, capillas públicas, además de las audiencias diarias. En honor a personalidades extranjeras debe abrir el salón de baile y ofrecer banquetes en palacio ¡y encima los jueves tiene que contentar a sus damas ofreciendo un té y partidas de
bridge en su gabinete!
CÓCTELESEso por no hablar de los cócteles en los jardines de Sabatini el día de su cumpleaños o el santo del rey. La sociedad gira alrededor de estos actos que agotan, sin embargo, a la reina. Los sucesivos partos han deformado su figura y tiene continuos calambres y dolor de riñones. En el largo
tedeum con que se celebra el último día del año y al que asiste con peineta y mantilla, dos prendas que odia, debe apoyarse en un bastón todavía no recuperada de su última flebitis. Los españoles celebran el fin de año en los bailes de máscaras mientras la familia real en pleno asiste a una sesión de cinematógrafo, recién instalado en uno de los salones de palacio. Visionan la película
Josefina quiere patinar y todos ríen a carcajadas.
La reina, tan absorbida en sus problemas personales, sólo se da cuenta de que el mundo se viene abajo cuando recibe una carta de Cartier comunicándole su traslado de París a Nueva York y aconsejándole su nuevo diseño de joyas, con las piedras ocultas para evitar exhibiciones de mal gusto en esta hora de penuria: «La última tiara que he hecho para
mistress Vanderbilt aparentemente es una sencilla diadema de oro, pero en la parte interna lleva un delicado dibujo en espiga de brillantes y zafiros».
Empezaba la guerra mundial, en Ypres moriría desangrado por su hemofilia su querido hermano pequeño, Mauricio. Y también morirían diez familiares de la reina Cristina, la madre del rey, sólo que en campos opuestos. Llegaban los tiempos sombríos, la vida de sociedad desaparecía y ya nada volvería a ser lo mismo pero, como dicen los clásicos, esta es ya otra historia.
EL MUNDO / LA OTRA CRÓNICA / SÁBADO 5 ENERO 2013