Aguas turbulentas - Pilar Eyre
Aguas turbulentas - Pilar Eyre
Françoise Hardy. ¿Por qué la quisimos tanto?
Se ha ido una gran cantante, pero también muchos recuerdos de nuestra juventud. Aquí algunos de ellos.
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Kate al rescate de la monarquía inglesa (y contraprogramando a la nuestra).
Aguas turbulentas - Pilar Eyre
Día negro para la familia real española ¡ni una portada! Crónica a vuelapluma.
Diez años de la proclamación de Felipe y ninguna revista del corazón le dedica ni un pequeño recuadro en portada. Aunque parezca un detalle banal es un hecho histórico que merece un análisis.
Aguas turbulentas - Pilar Eyre
Carlos III suplicó a Guillermo que Kate asistiera a la celebración del cumpleaños del monarca. Los últimos actos del Rey no han despertado mucho entusiasmo.
¡Qué mal despertar debe haber tenido el rey Carlos de Inglaterra el domingo pasado! Cuando su ayuda de cámara le sirvió el desayuno, riñones, té con pastas y zumo de naranja, junto a los principales periódicos ingleses, el Sunday Express, el Sunday Telegraph, el Guardian, el Daily Mail, –una escena que hemos visto recreada muchas veces en ‘The Crown’–, debió contener el impulso de arrojarlos todos al suelo. Porque el día anterior había sido “su” cumpleaños simbólico, el Trooping the Colour, el día grande del Rey de Inglaterra, instaurado en 1748, cuando las tropas desfilan ante el monarca como agradecimiento y homenaje.
¿Y quién había sido el protagonista del día? ¿Quién había salido a toda portada, con grandes titulares lisonjeros? ¿Él y la reina Camila? ¿Carlos con su brillante uniforme rojo? No, ¡su nuera!, a la que todos con cariño llaman Kate. “Es amoroso verte de nuevo, Kate”. “Lo único que necesitábamos era ver a Kate”. “Nuestra primera dama encarna el espíritu de la nación”. “Kate es nuestro faro de luz”. “Estamos felices de que nuestra princesa haya vuelto”.
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Carlos debería sentirse satisfecho de que Gran Bretaña volviera a despertar admiración e interés, sí, pero... Pidió su iPad, vio que Kate había sido trending topic mundial durante todo el día y dio un repaso a las portadas de medios internacionales, desde Australia a Estados Unidos ¡Leyó incluso que en España, en la lejana España, la aparición de la princesa de Gales había abierto los telediarios! ¿Y él que? ¿Ni una mención? ¿No estaba también enfermo? ¡Con cáncer y a los 75 años! ¿No llevaba tres meses entregado en cuerpo y alma a sus tareas oficiales a pesar de los tratamientos, los profundos dolores que padecía y el cansancio? Hacía dos días había recibido a Biden, el provecto presidente de Estados Unidos, y no se sabía cuál estaba peor de los dos porque ambos se movían dificultosamente y exhibían sonrisas rígidas y forzadas.
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Era su día, pero, claro, ¿quién puede competir con una mujer guapa, sonriente y joven? Tuvo que reconocer con amargura que la historia se repetía puesto que lo mismo le había pasado cuarenta años atrás, cuando era su mujer, Lady Di, la que atraía todos los focos y miradas. Al lado de Kate, a él y a Camila todavía se les veía más mayores y cansados, Carlos ni siquiera pudo seguir las tropas a caballo, como hizo su madre hasta los setenta años, y se tuvo que limitar a cuadrarse en la puerta del palacio de Buckingham.
Aunque en realidad no debería quejarse porque había sido él mismo el que había suplicado a su hijo que Kate asistiera a la celebración. Sus asesores le habían revelado con brutal sinceridad que no garantizaban que, con la simple presencia de los reyes, la multitud se echara a las calles, como ocurría en tiempos de la reina Isabel o el año pasado sin ir más lejos. Le señalaron que sus últimos actos despertaban tan solo un entusiasmo moderado y le recordaron que la institución descansaba en la popularidad de la familia real. Fue el propio Carlos el que tuvo que convencer a su hijo de que le "prestara" a Kate un día, solo un día, unas horas. Guillermo intentó protestar, arguyó que su mujer estaba en tratamiento y su estado continuaba siendo grave... Pero las peticiones del rey son órdenes, por mucho que sea tu padre, y se doblegó a sus deseos. Con la única condición: el día anterior la propia princesa de Gales iba a publicar un comunicado en el que contaría cuál es su verdadero estado, para que nadie pensara que se había curado y empezaran a lloverle peticiones y compromisos. "Estoy avanzando bastante, pero como cualquiera que se está sometiendo a quimioterapia hay días buenos y días malos", "estoy bajo tratamiento y continuaré así hasta que mejore", "estoy aprendiendo a luchar contra la incertidumbre". Y el hachazo final, lo más definitivo, "no estoy fuera de peligro". Nótese también que ha dejado de usar el eufemismo "preventiva" para referirse a su quimioterapia. El estrés que debió sufrir Kate en los días previos al acto tuvo que ser enorme, pero, a pesar de haber nacido sin sangre azul, conoce perfectamente cuales son los deberes de su rango: todo por Inglaterra.
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Bellísima, muy delgada, con un vestido que ya se había puesto en otra ocasión, pero actualizado con lazo y cinturón nuevos, encaramada a unos buenos tacones cuando seguramente no se ha apeado en estos seis meses de retiro de sus zapatillas de deporte, se mantuvo durante todo el recorrido en carruaje con una sonrisa deslumbrante, aunque luego, en el balcón, se la viera más fatigada. No se congregó una multitud tan grande como antaño, pero todos los que fueron, lo hicieron para ver a Kate. Aunque Carlos la puso en lugar preferente, a su derecha, llamó la atención que no tuviera hacia ella un gesto amable o cariñoso agradeciéndole el esfuerzo, tampoco a sus nietos. Quizás le molestara que la multitud coreara su nombre, "Kate, Kate" cuando había una reina de verdad en el balcón. Pero lo cierto es que por mucho que se haya esforzado, Camila no es una persona querida, nadie ha borrado a Diana del corazón de los británicos. Para bien o para mal, siempre ha habido una mujer eclipsando a Carlos: su madre, Lady Di y ahora su nuera. Triste sino.
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Eugenia de Montijo (2). O cómo volver loco a un emperador.
La española que consiguió el premio más alto, ser emperatriz de Francia. ¿Cómo consiguió conquistar a Napoleón III? ¡No fue fácil, pero tenía el mejor consejero!
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Eugenia de Montijo (3). Los trucos secretos para enamorar a un emperador.
Eugenia de Montijo no tenía escrúpulos y con tal de ser emperatriz de los franceses fue capaz de todo. Mentiras, engaños, teatro... Todo, pero lo consiguió.
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¡Familia real! ¡Qué pasa con ellos!
Últimas novedades, últimas impresiones.
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¡Mamá, papá, gracias”. Tan solo tres palabras que dicen mucho. Que lo dicen todo, en realidad. Le salieron a la infanta Sofía de forma espontánea, al final de ese pequeño parlamento apuntado en el móvil que habían leído ambas hermanas, en el banquete conmemorativo de los diez años de reinado de su padre. Cada una tenía una frase, pero al final Leonor pareció coger carrerilla y leyó también las palabras que le tocaban a su hermana, así interpretamos al menos ese “qué desastre” dicho entre dientes por Sofía, que intentó arreglar de inmediato con un emocionado “mamá, papá, gracias” que Leonor corroboró con una amplia sonrisa. Por primera vez las hijas de reyes se dirigían a sus padres en público con el apelativo familiar, papá, mamá, lejos de los ampulosos “los reyes”, “majestad” por aquí, “Señor” por allá que utilizaban Felipe o sus hermanas cada vez que pronunciaban unas palabras. ¡Inimaginable que Felipe hablara de papá y mamá en sus discursos del premio Príncipe de Asturias, donde siempre se refería a sus padres como sus majestades los reyes! Letizia, que ha luchado todos estos años a brazo partido para democratizar la institución y acercarla al pueblo, pide, como contó el otro día Belén Esteban, que la traten de tú. Y ha conseguido que sus hijas puedan al fin comportarse como lo que son: unas chicas espontáneas, listas, naturales, cariñosas y muy unidas a sus padres. Algo que jamás hubiera autorizado el antiguo equipo de Zarzuela, más conservador, y que sin embargo el actual no solo aceptó con entusiasmo, sino que ayudó de todas las formas posibles, sobre todo guardando el secreto delante del rey.
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A pesar de su aspecto improvisado, todo fue fruto de una cuidadosa planificación. En una mesa se habían preparado dos copas para que las princesas brindaran, la de Sofía con agua y la de Leonor con champagne, y un micro para que la voz de las muchachas llegara a todos los puntos del comedor de gala del Palacio Real. Aun así, la madre tuvo que golpear un vaso con el tenedor, dos veces, en un gesto llano que hubiera hecho levantar la ceja a los grandes de España y autoridades que suelen frecuentar estos almuerzos. Pero ese día los que se sentaban con los reyes eran españoles de a pie, condecorados por haber aportado algún bien a la sociedad. Y todos rieron ante esta muestra de campechanía. Consciente o inconscientemente, al nombrar a la madre al mismo nivel que su padre, “mamá, papá”, las dos chicas reconocían el enorme papel de Letizia en su educación y en la estabilidad de su vida familiar.
Es quizás el apoyo público que Letizia necesitaba después de unos meses infernales tanto por sus dolores físicos como sus dolores del alma. En ese momento quedó claro que, independientemente de la relación conyugal que puedan tener los Reyes, los cuatro forman una familia. Y que, pase lo que pase, a Letizia nunca le va a faltar el amor de sus hijas, que se ha ganado a pulso con sus desvelos y su dedicación constante. Fue conmovedor también ver la complicidad y el cariño entre las dos hermanas, y las que tenemos una edad no podemos dejar de acordarnos de la reina Isabel de Inglaterra y de su hermana menor, Margarita. Una unión que parecía indestructible, cada una en su papel, que solo se truncó cuando Margarita se enamoró de quien no debía y fue obligada a romper esa relación, algo que nunca le perdonó a la Reina. Sobre todo, porque su vida, a partir de entonces, fue a la deriva y poco antes de morir dijo: “Nunca he amado a nadie como al capitán Townsend”.
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Es el mismo tipo de unión que tenían también Felipe y su hermana Cristina, además de hermanos eran íntimos amigos, solo los separan tres años. Compartieron pandilla, aficiones, salidas nocturnas, secretos, la Reina los llamaba Zipi y Zape. Cuando Cristina se fue a vivir a Barcelona, Felipe la visitaba a menudo, de día practicaban vela, salían de noche y se quedaba a dormir en su casa. El primero que supo que su hermana se había enamorado de un jugador de balonmano fue Felipe. Esta unión se rompió con las sospechas de corrupción y la condena de Urdangarin. Y nunca se ha recompuesto. La prueba la hemos tenido estos días. Mientras los Reyes celebraban su décimo aniversario con diferentes actos, Cristina estaba en Madrid. Como las otras dos infantas, su hermana Elena, y su tía Margarita. Infanta en España significa hija de reyes, pero ninguna de las tres ha sido invitada a ninguna celebración junto a la cuarta infanta, Sofía, la única que ahora tiene presencia oficial. Cristina cogió el viernes por la mañana el avión de regreso a Barcelona, donde la esperaban sus escoltas y una furgoneta con los cristales tintados. Iba vestida con un elegante traje pantalón negro, muy rubia, muy guapa, muy educada, pero triste. Quizás recordaba los viejos tiempos, cuando eran jóvenes y felices.
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El lema de los tres mosqueteros, que en realidad eran cuatro, rezaba: “Todos para uno y uno para todos”. Como Felipe, Letizia, Leonor y Sofía. Cuatro, ni uno más... pero tampoco uno menos. Así lo ha entendido Letizia, un ejemplo de fortaleza y sacrificio, que ha puesto los valores de la monarquía por encima de su propia vida íntima. A esto los nobles antiguos lo llamaban “estar en reina”.
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La mala suerte de la familia real inglesa! ¡La maldición de los Windsor! ¡Nueva baja! Esta vez ha sido la princesa Ana, la hermana menor del rey Carlos, la que deberá estar alejada un mes de sus tareas oficiales ya que ha sufrido una conmoción cerebral al ser pateada por un caballo, su gran pasión. “Si es algo que no se tira pedos o come heno, a Ana no le interesa”, decía su padre, el duque de Edimburgo, con su franqueza habitual. Desde los dos años y medio, en que se subió por primera vez a un pony, lo tuvo claro: “Los caballos van a ser mi vida”.
Y así ha sido, los caballos... y los hombres, siempre relacionados con la hípica, eso sí. “No podría conversar ni dos palabras con un hombre que no perteneciera al mundo hípico”, manifestó una vez. Muy mala estudiante, era el ojito derecho de su padre, quien despreciaba a Carlos por ser demasiado blando y apreciaba las cualidades de Ana, fuerte, rebelde, un chicazo que fumaba y bebía como un carretero y malhablada hasta hacer enrojecer a sus propios escoltas. Odiaba ponerse faldas y cuando debía ir a una ceremonia oficial, en el mismo coche que la llevaba de vuelta a su casa se despojaba de maquillaje, tacones, joyas, porque no las soportaba. Solo se sentía a gusto en la cuadra con sus caballos. Ahí encontró todos sus amores, desde los primeros –jinetes con los que retozaba amparada en la oscuridad de las caballerizas– hasta el último.
Fue un ambicioso y guapo Mark Phillips el que dio un paso al frente y le propuso matrimonio. De familia adinerada, con una distinguida carrera militar, aunque plebeyo de la cabeza a los pies. Pero la Reina accedió a esta boda para evitar el efecto “princesa Margarita”, que al no haber podido casarse con su amor de juventud fue desgraciada toda su vida. Isabel les regaló la extensa propiedad de Gatcombe Park. Mark Phillips abandonó su carrera militar para dedicarse a administrar la finca, montar a caballo y acompañar a su mujer en las tareas representativas de la corona, algo que Ana hace por obligación, pero sin gusto, hasta el punto de que la prensa la apodaba,“la princesa gruñona” o “su altiva real”. La pareja parecía llevar una vida idílica, pero se empezaron a filtrar rumores sobre relaciones adúlteras de Ana con uno de sus guardaespaldas, Peter Cross. Más tarde también se sabrá que Mark tenía numerosas amantes y una relación estable con una neozelandesa, con la que incluso tuvo una hija, a la que dio sus apellidos.
La pareja concita las críticas más feroces. Mark, que ve que su matrimonio se tambalea, empieza a emprender negocios particulares, algo prohibido a la familia real: una línea de ropa con su nombre y una escuela hípica. A los reproches contesta con una frase que despierta mofa y críticas, “somos una pareja con dos hijos a los que les cuesta llegar a fin de mes”. Pero lo peor estaba por llegar: The Sun revela pérfidamente que posee cuatro cartas muy íntimas dirigidas a Ana por el escudero de la reina Timothy Laurence. No las reproduce “porque su contenido es demasiado fuerte”, lo que dispara la imaginación de los lectores. Mark, de todas formas, se resistía a perder las prebendas que le concedía su condición de yerno de la Reina, pero al final fue persuadido a aceptar el divorcio por la cantidad de 1.3 millones de euros, con una cláusula en la que se comprometía a no publicar nada sobre su vida conyugal o la familia real.
El divorcio se pronunció el 23 de abril de 1992. Ese ve-rano la princesa Ana vino a Barcelona, a los Juegos Olímpicos, como presidenta de la Federación Ecuestre Internacional y coincidí a su lado en una comida. No pronunció palabra en la hora larga que estuvimos juntas. Pero en el momento de irnos, ¡tragedia! Empezó a hacer extrañas contorsiones y es que se había quitado los zapatos debajo de la mesa y no los encontraba. Yo me agaché, los busqué y se los puse en los pies como si fuera la Cenicienta, aunque en vez de ser de cristal eran un modelo muy usado. Desde entonces, cada vez que nos encontrábamos en algún evento relacionado con los Juegos, se señalaba los zapatos y levantaba humorísticamente el dedo pulgar como agradecimiento. Cuatro meses después se casó con Timothy Laurence (no me invitó). Entonces se reveló que había sido la propia pareja la que había filtrado las cartas a The Sun para forzar el divorcio. Como el primer marido, Timothy abandonó su carrera militar y se convirtió en “gentleman-farmer” y acompañante de su mujer.
En estos últimos años la popularidad de Ana ha subido como la espuma. Al lado de la frivolidad de los otros miembros de la familia, se alaba su carácter firme, su coherencia, su dedicación a la corona y su austeridad. Nunca ha incurrido en sospechas de corrupción, ni se ha victimizado frente a la opinión pública, que en realidad le importa un bledo, “no intento parecer lo que no soy”, suele decir. Aunque lo cierto es que su vida no ha sido fácil, y es que los hermanos segundones tienen un difícil papel, tanto aquí como en Inglaterra.
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La princesa Ana de Inglaterra. Desde su (secreta) vida escandalosa hasta su estado actual.
Los príncipes segundonas no tienen una vida fácil, ni aquí ni en Inglaterra.
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La noche de bodas de Eugenia de Montijo y el emperador: extravagante. (4)
Lo que parecía que iba a ser el fin de la historia... era el principio.
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Mari Trini. Cómo le hice una entrevista explosiva que le cambió la vida.
En 1984 nos llamó Mari Trini a Interviú porque quería dar otra imagen y me enviaron a mí a entrevistarla.
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NO ES POR MALDAD / Pilar Eyre
Carmen y Sabina, las hijas mellizas de Tita Cervera, acaban de alcanzar la mayoría de edad. Conocemos cómo lo han celebrado, cómo es su vida y qué relación mantienen con su hermano Borja.
Carmen Thyssen Bornemisza de Kaszon et Imprefalia Cervera tiene un rostro interesante, de mujer adulta. Rasgos naturales, eso tan difícil de contemplar ahora, no hay retoques ni en la nariz, ni en los pómulos, ni en la boca, ni un tatuaje, al menos a la vista. No sonríe mucho, supongo que por el nerviosismo de ser la primera vez que se enfrenta a las cámaras, pero se adivina que, si lo hiciera, en su mejilla derecha se marcaría un hoyuelo. Lleva la melena desmayada, sin marcar, y viste como lo que es: una chica de 18 años. Ni trajecitos de niña pequeña, ni de abuela. Será, como su madre, activa, inteligente, poderosa, pero sin haber tenido que pagar el alto precio de Carmen Cervera para conseguirlo.
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Ella y su melliza Sabina, que nació unos minutos después, vinieron al mundo por vientre subrogado cuando la baronesa tenía 62 años. Sabina es un enigma del que poco sabemos. Luce lo que comúnmente se llama “tipo de modelo” pero nada más lejos de su intención que desfilar por las pasarelas porque no le gusta la notoriedad ni las cámaras, ni que le presten atención.
Por eso no se muestra jamás en público. Es la típica chica con la que nos podemos identificar muchas: solitaria, con un mundo propio, distinta. Su madre dice que imita voces y acentos, ¿podría ser actriz? Que sea tímida no es óbice, al contrario, los grandes actores llevan siempre un tímido dentro. ¡La actriz que Carmen siempre ha deseado ser, un anhelo profundo que, quizás por ser demasiado guapa, elegante, por ser demasiado todo, nunca ha podido desarrollar plenamente! El misterio que envuelve a Sabina le otorga un aura de sutil romanticismo, como una heroína de ‘Lo que el viento se llevó’, la película favorita de su madre. Su rostro sensible es muy parecido al de Borja, su hermano.
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Un hermano que nunca ha estado presente en la vida de las dos muchachas. Tita, huérfana y viuda, las ha tenido que criar sola. Las razones no se entienden muy bien: en 2014 me contaron que madre e hijo habían firmado un pacto confidencial por el que Tita se comprometía a que las mellizas nunca compartieran el mismo espacio físico que su hermano. Eran los tiempos en los que la baronesa hacía lo imposible, hasta ir a una vidente, para recuperar el amor de su adorado hijo. Entonces desmintieron mi información, pero lo cierto es que nunca se ha visto juntos a los hermanos, excepto unas imágenes fugaces en el barco en 2018, un encuentro propiciado por el padre biológico de Borja, Manolo Segura, que moriría dos años después. Desde entonces, nunca más. A la edad que cumplen las mellizas, 18 años, fue precisamente cuando Borja se desgajó del tronco familiar y de la tutela de su madre y de su abuela, que hasta entonces habían velado por él amorosamente.
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Tita consiguió que el barón lo adoptara, nos contaba que era una lumbrera y que estaba siendo preparado por su marido y por ella para hacerse cargo de la colección. Pero lo cierto es que a los 18 años Blanca Cuesta se cruzó en su vida, y ese amor, que al principio parecía descabellado, se ha convertido en un matrimonio sólido con cinco hijos. El mayor, Sacha, de 16 años, y la pequeña, Kala, de tan solo cuatro. ¡Familia numerosa a pesar de que Blanca tiene una dolencia del corazón que en principio desaconsejaría los embarazos!
Quizás Borja ha querido reproducir lo que nunca tuvo: un marco familiar estable y unas vidas "normales" para sus hijos. Pero yo recuerdo haber visitado hace muchos años el Mas Mañana, la casa de Tita en Sant Feliu de Guíxols, y haber visto a un niño feliz, lleno de cariño y muy educado. La abuela le reñía, "saluda a estos periodistas". Tita llamó por teléfono y estuvo media hora hablando con él. Se les acababa de perder un perrillo y habían puesto un anuncio en La Vanguardia prometiendo una recompensa a quien lo encontrara. Yo trabajaba en la radio y también hice campaña: era muy viejecito y se había despistado e ido a parar a una casa de payés. Abuela, madre e hijo lloraron de emoción al reencontrarlo. Era una familia pequeña, pero eran una familia, doy fe, aunque quizás ahora Borja lo recuerde de otra manera. Borja se ha revelado como un buen padre y marido, pero las relaciones con su madre siguen siendo muy frías y eso, como es natural, incide en su implicación en la fundación que ella preside. Carmen no simpatiza con su nuera, cuando en realidad tendría que estar contenta porque hace muy feliz a su hijo. Y Borja debería entender que hasta que no acepte a sus hermanas, la relación con su madre no será posible.
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Hace poco le hicieron a Carmen un homenaje y fue tan solo acompañada por su hija Carmen. Sus palabras eran dardos dirigidos directamente al corazón de Borja: "Es una pena que no haya venido. A Carmen le gusta mucho el arte y sabe mucho de gestión, quizás será mi heredera. ¿Mi testamento? Lo cambio cada año, según veo como están las cosas". Que estas chicas no van a ser carne de televisión ni meras figuras de la jet set lo hemos visto estos días: en lugar de optar por una cursi puesta de largo, esa ceremonia tan pasada de moda como las hombreras, han elegido una fiesta con sus amigos, entre los que podrían haber estado sus sobrinos, ya que el mayor tiene casi su edad, o Leonor, la princesa de Asturias, que también tiene 18 años. Que fueran las hijas de los reyes sería un tributo a la mujer que más ha hecho por la cultura de este país en estas últimas décadas. Claro que su última declaración de cariño hacia el emérito en el programa de Susana Griso no le favorece: "Hablo con Juan Carlos a menudo. Debería volver a España". Unas palabras que han disgustado profundamente a la reina Sofía. Las viejas sospechas tienen largas sombras.