¡Qué lejos estaba Felipe de pensar que su reinado iba a ser tan complicado, tan dramático! Ni su padre, el gran rey Juan Carlos, lo tuvo, nunca, tan difícil.
Desde el 18 de junio de 2014, en el que le “obligaron” a abdicar “por la bajeza infame de reprocharle que retozara y que cazara” (Salvador Sostres dixit) de todo aquello que se tiene por dichoso, no hay ni un sólo día que Felipe haya sido plenamente feliz.
Es más, ante todo lo que ha sucedido, está sucediendo y puede suceder, pienso que él, buena persona al fin, se avergonzaría haberlo sido.
Aunque aquel día en que se apresuró a tomar la felicidad jurando su cargo en el Palacio del Congreso de los Diputados y ante altas jerarquías del Estado, estoy seguro que ignoraba que el hombre debe ganar su felicidad mediante el sufrimiento. Es la ley de la tierra. No lo digo yo sino Dostoievski.
Repasando los 1300 días de reinado de Felipe, llegamos a la conclusión de que su “felicidad” está compuesta de desgracias evitadas, provocadas o heredadas.
Como el “caso Nóos”; la ruptura familiar e institucional con su hermana Cristina; el hecho de tener que desposeerla del ducado; verla en el banquillo junto a su marido Iñaki Urdangarin; la dura sentencia; el tener que pedirle se divorciara; la caída de la valoración de la Monarquía en las encuestas; el proceso para designar candidato a la investidura; la presencia de su tía la infante Pilar en los “Papeles de Panamá”; la ruptura con amigos peligrosos tras unas escandalosas conversaciones con el “compi yogui”.
Y más recientemente, la prohibición de que su hermana Cristina y sus hijos pudieran asistir a la comida, con motivo del 80 cumpleaños del rey don Juan Carlos. Se trataba de un acto familiar en el Palacio de La Zarzuela, residencia oficial y personal de los reyes eméritos. Aún así, Letizia amenazó con no asistir, ni ella, ni Felipe ni sus hijas si se invitaba a los “urdangarines”. Fue muy doloroso para don Juan Carlos no tener a todos sus hijos y nietos en tan señalada fecha.
Como respuesta a este desaire familiar, don Juan Carlos decidió viajar hasta Ginebra, con toda la Familia Real, menos los “letizios”, para festejar el 50 cumpleaños de… su yerno.
Flaubert escribió que se puede ser feliz con una buena mujer. O muy desgraciado si no lo es. Todo está en hallarla.
No todo han sido aciertos en este millar y pico de días durante los que ha intentado reinar de manera diferente a como lo hizo su padre, confundiendo un nuevo reinado con una nueva Monarquía. Pero olvida que la legitimidad de la Institución está sostenida, en gran medida, sobre el importante papel que el rey don Juan Carlos desempeñó a lo largo de 40 años.
Por ello, hago mías las palabras del compañero Sostres, cuando escribe que “una de las páginas más injustas y mezquinas de la reciente historia de España fue la forma que tuvimos de tratar el Rey Emérito en los últimos días de su reinado”.
Y no sólo entonces. La mayor humillación que don Juan Carlos recibió de su hijo, se produjo cuando impidió que estuviera, por derecho propio, en el solemne acto de conmemoración del 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas. El hijo olvidó que fue su padre quien trajo la democracia. Y no fue de recibo la explicación de la Casa Real: “Motivos de protocolo… no sabíamos dónde colocarlo”. Como si el Rey fuera un jarrón chino. Cuando lo cierto es que Felipe no quería que su padre le quitara el protagonismo.
El martes, don Felipe llega al Ecuador de su vida cumpliendo 50 años. Y no en el mejor momento ni en el mejor día. La investidura del President de la Generalitat puede convertirse en un acto de consecuencias imprevisibles. De toda índole. Por ello, no creo que Felipe sea capaz de “celebrar” su cumpleaños. Ni en la intimidad.
¡También es mala suerte, estimado don Felipe! El pasado domingo, Fernando Palmero escribía en su columna en
El Mundo, titulada
“Un rey, la nada” que “aquel infante nacido hace ahora 50 años cuenta con la ventaja de haber iniciado su reinado en un país estabilizado”. Por lo que está sucediendo estos días y lo que puede suceder mañana… más bien va a ser que no ¡Dios salve al Rey!