Laurence Debray y el cineasta Miguel Courtois con Juan Carlos I en ZarzuelaCarta a 'Juan Carlos I de España' de su biógrafa francesa: "¿Sin usted habrían existido el genio de Almodóvar y la Movida?"La autora del documental que TVE no quiso emitir tras la abdicación en 2014 pide paciencia a su "Estimada Majestad", comparando su revés con los que vivieron Churchill y De Gaulle.LAURENCE DEBRAY
Estimada Majestad, Estimado Don Juan Carlos:
Le escribo por este medio, porque se fue sin dejar ninguna dirección.
Parece que ha decidido salir por la puerta de atrás y volver al exilio de su niñez para salvar los muebles, no ser un obstáculo para su hijo y no debilitar a la Corona. Y todo por una mujer 26 años más joven, demasiado habladora y manipuladora, y por unas historias de supuestos sobornos de cantidades astronómicas.
Como francesa que creció bajo el mandato de Mitterrand, que tuvo dos familias y que ha estado rodeada de demasiados políticos con una vida personal disoluta, ¡no puedo reprocharle que haya tenido amantes! Aquí nos preocupa que nuestro jefe de Estado, Emmanuel Macron, no tenga ninguna. Como si la conquista del poder fuera necesariamente de la mano con la conquista de mujeres.
¡Y además usted tiene que mostrarse digno de la reputación de ser un Borbón, descendiente de Luis XIV! Pero su corazón no le dictó la elección más sabia. Como si la vejez le hubiera empujado a jugar con fuego, en lugar de jugar a las cartas tranquilamente en casa, con su admirable esposa y sus adorables nietos, con la satisfacción de haber puesto al país en el buen camino de la democracia.
«¡Familias, os odio! Hogares cerrados, puertas selladas, posesiones celosas de felicidad», decía André Gide. Usted también odia las puertas cerradas de palacio. Quizá porque en él pasó demasiados años de soledad, bajo el régimen franquista, vigilado, sin otra opción que esperar el momento oportuno y hacer el recuento de sus aliados y sus enemigos.
La llamada de la aventura prevaleció en usted sobre la prudencia y la decencia. Pero humillar públicamente a la irreprochable Reina Sofía figurará siempre en su debe: las españolas sufrieron junto a ella su falta de tacto y discreción. Y desde el momento en que su vida privada afectó a su función como jefe de Estado, también se convirtió usted en una persona reprochable a mis ojos.
Es evidente que ha cometido muchos errores. Pero los españoles también han olvidado que, gracias a sus
hermanos árabes, España fue el único país europeo que no sufrió escasez de petróleo durante la crisis petrolera de los años 70. Usted personalmente negoció con el Rey de Arabia Saudí la entrega de barriles a un precio preferente. Se dice que usted habría recibido algo de dinero por este servicio a la nación, pero en la España de Franco, donde la corrupción estaba extendida, fue algo que pasó desapercibido. Sin embargo, ésa fue quizá la primera tentación a la que le fue difícil resistirse y que abrió la puerta a muchas más.
Las relaciones entre las monarquías siguen siendo impenetrables. La única certeza es que la solidaridad entre las familias reales constituye una diplomacia eficaz: ayudar económicamente al otro primo en dificultades, enviar regalos extravagantes para reafirmar su propio poder o prestar un servicio... De hecho, los jefes de Gobierno deben estar contentos de pasar sus vacaciones de verano en una villa de Lanzarote que le ofreció su íntimo amigo el difunto Rey Hussein de Jordania. ¿Le han dado las gracias, al menos? Hoy en día se han perdido los buenos modales...
De todas formas, usted, el animal político que supo percibir tan bien las expectativas del pueblo español en 1975, no entendió que el país espera ahora transparencia, ejemplaridad y, sobre todo, coherencia entre los discursos y los hechos. Están cansados de los casos de corrupción que afectan a demasiados partidos y a demasiados políticos, que casi nunca presentan su dimisión... La dignidad rara vez los salpica.
Pedro Almodóvar y el Rey Juan Carlos I, en una imagen del año 2000.Es curioso, además, que Pablo Iglesias, cuya relación con la Venezuela de Chávez es conocida, y de quien se sospecha que tiene una
caja B, sea el más vehemente contra usted. La introspección no debe de ser su fuerte. Pero no le escribo para echarle un sermón moral, porque la moral cambia según la época. Hace 20 años, por ejemplo, las empresas para las que obtuvo contratos estaban encantadas con usted. Por cierto, no las oímos hablar demasiado del excelente negocio que hicieron... Y ahora, con la pandemia, seguramente se alegrarían si Sánchez o Felipe les abrieran nuevos mercados internacionales.
Después de haber encarnado «el motor del cambio»; de modernizar España -¿sin usted habrían existido el genio de Almodóvar y la Movida?-; de haber logrado el reto de integrar al país en la Comunidad Europea, que no lo quería en su seno; de asegurar al país tiempos gloriosos -todavía recuerdo con emoción la inauguración de la Expo 92 y los Juegos Olímpicos-; de restaurar el lugar de España en la escena internacional -el discurso escrito por Jorge Semprún, que leyó en perfecto francés en la Asamblea Nacional, cristalizó la excelencia española-... Después de todo eso, perdió usted la oportunidad de una salida digna del escenario... Y ha vuelto a conectar con el trágico destino de sus antepasados: su abuelo murió en Roma, amargado por haber abandonado España, y su padre nunca fue rey. Como si no pudiera escapar de la predestinación familiar al sufrimiento y al exilio.
"EN MI FAMILIA NADIE SE QUEJA"Uno de sus fallos fue haberse sentido, siendo niño, falto de afecto y de dinero. Mientras sus hermanos y hermanas se mudaban a Estoril con sus padres, usted fue abandonado en un estricto y austero internado suizo. Peor aún, en nombre de la Corona, su padre le envió a los 10 años a la España de Franco, el enemigo que le bloqueaba el camino al trono. Le robaron su infancia en nombre de la monarquía. Y ahora también le han robado su jubilación dorada. «En mi familia, uno nunca se queja», me dijo una vez. Y la verdad es que nunca tuvo derecho a sentirse mal, aunque estoy segura de que, cuando abandonó España aquella mañana del 3 de agosto, le dolía el corazón.
Su padre dependía financieramente de la generosidad de un puñado de aristócratas y Franco no era generoso con usted. ¡Incluso le racionó el consumo de sodas! Nunca fue un niño mimado; de joven, incluso se quedó usted sin dinero. Y desgraciadamente, para compensarlo, le gusta lo que brilla. Su discurso de ejemplaridad siguió siendo letra muerta hasta que su hijo lo hizo realidad. En esto hay que reconocer que ha acertado con su sucesión.
En cambio, no está usted muy apegado al protocolo monárquico. Estoy acostumbrada a los dorados palaciegos de la República Francesa y al ceremonial pomposo, porque en Francia se le cortó la cabeza al rey, pero se mantuvo el decorado. Por eso, cuando mostré mi sorpresa al verle desembarcar sin ser anunciado, me dijo entre grandes carcajadas: «¡Es cierto que el presidente de la República Francesa vive como un rey más que yo!». Una increíble vitalidad emanaba de sus arranques de risa. Tuvo cuidado en ocultar su sufrimiento relacionado con sus operaciones de cadera. Cada movimiento era doloroso, pero nunca afectaba a su buen humor ni a su cortesía. ¿Es en esto, tal vez, donde reside su grandeza?
Debray es autora de 'Juan Carlos de España' (Alianza, 2014) y del documental 'Moi, Juan Carlos, roi d'Espagne'. La televisión francesa lo emitió en 2016, pero TVE, coproductora, no lo estrenó hasta este jueves.Siempre modesto en cuanto a su actividad política, tuve que recordarle constantemente que usted era el héroe del documental que estaba preparando. «Sólo cumplí con mi deber», repetía, sin postularse nunca como abanderado de la Transición, reconociendo que había podido contar con auténticos aliados y verdaderos estadistas: Adolfo Suárez, Torcuato Fernández- Miranda, Santiago Carrillo, Felipe González o Alfonso Guerra. No abundan los estadistas hoy en día; es una cualidad que ya no está de moda.
"VAGÁBAMOS POR ZARZUELA..."Cuando le visité después de su abdicación, vagábamos por la Zarzuela buscando una oficina. Su hijo ya se había mudado y nadie había planeado mantener un pequeño rincón para usted. Una situación ciertamente graciosa. Vestía usted con polo y mocasines, sonriente y aliviado de que finalmente todo se hubiera acabado. Reconoció que Letizia era una muy buena madre y que confiaba plenamente en Felipe. No imaginaba que le iban a marginar tan drástica y rápidamente.
Cuando le volví a visitar ocho meses después en el Palacio Real, me alegró ver que finalmente tenía una nueva oficina. Le dije entonces: «¡Están todos muy tensos en la Zarzuela desde que se fue!» y usted se rió. Con una risa amarga, esta vez, la risa de alguien que finalmente había entendido que su experiencia de poder no sería requerida por la nueva generación. Pero su espíritu rápidamente sacó lo mejor de sí mismo. Me había dicho tantas veces: «No me gusta el poder», que parecía encantado de saborear la libertad por primera vez, a pesar de sus problemas de salud. No buscaba fabricarse una leyenda, sino disfrutar de la vida, los amigos, los buenos restaurantes y la navegación, su gran pasión heredada de su padre.
La imagen más conmovedora que tengo de usted es su sincera emoción cuando le pregunté: «¿Cuáles son los peores recuerdos de su reinado?». Y respondió sin pestañear: «Son las víctimas del terrorismo». Y las lágrimas fluyeron, lágrimas de tristeza e impotencia. Ése fue el momento más fuerte de mi documental, que TVE, coproductora, ha tardado cuatro años en emitir.
Majestad, por favor, tenga paciencia. Mire a Churchill perdiendo las elecciones después de la guerra. O a De Gaulle, expulsado del poder después del Mayo del 68. Y, sin embargo, fueron leyenda. Hoy, tanto la izquierda como la derecha, todos reclaman sus respectivas herencias. Dentro de unas décadas, otra generación de españoles le recordará como el hombre que encarnó la reconciliación, la modernización y la democracia. Y tal vez incluso se lo agradezcan. Mientras tanto, la deshonra es amarga. Pero, al final, su destino siempre habrá sido realmente fuera de lo común.