La historia del desamor
'Juan Carlos y Sofía. Retrato de un matrimonio'
- Páginas llenas de dificultades, enfados, infidelidades que han afectado a la pareja pero a pesar de todo casi han logrado llegar a las bodas de oro.
09.01.08 Consuelo Biriukova
Jaime Peñafiel presenta su último libro donde relata toda la historia de amor entre los Reyes de España, cargado con frases polémicas, que no dejará a nadie indiferente.
"Este libro pretende ser, tan sólo, la historia jamás contada de un matrimonio compuesto por los Reyes de España pero, sobre todo, por un hombre y una mujer llamados Juan Carlos y Sofía; Juanito y Sofi en la intimidad" afirma Jaime Peñafiel en el prólogo.
Sale a la venta el último libro de Jaime Peñafiel, ‘Juan Carlos y Sofía. Retrato de un matrimonio’ de la editorial ‘La esfera de los libros’. En sus páginas detalla minuciosamente todas las etapas del matrimonio de los Reyes de España desde el primer encuentro de los príncipes en el crucero Agamenón, en el año 1954, hasta sus últimos cumpleaños.
Esta crónica aborda casi 50 años de vida en común de Juan Carlos y Sofía, "trata del hermoso balance de un matrimonio que, como millones de parejas, no siempre ha tenido una relación feliz, no siempre la felicidad ha presidido sus vidas en común", escribe Peñafiel.
Una convivencia dura como de cualquier pareja y no ajena a las crisis y que podía haber acabado en divorcio pero poco a poco han conseguido superar, "una historia de amor, cuando ya no sienten celos, ni seguridad, ni hay sufrimiento, puede transformarse con el tiempo en algo más sereno, en un indestructible nudo gordiano de amistad".
- Juan Carlos y Sofía. Retrato de un matrimonio
PRÓLOGO
- El hecho de haber nacido ambos en 1938 ha creado a veces cierta confusión al afirmarse en algunas biografías que son de la misma edad, lo que no es cierto. Porque mientras don Juan Carlos de Borbón y Borbón nacía el 5 de enero, ella, Sofía Schleswig-Holstein Sonderburg-Glücksburg, lo hacía el 2 de noviembre. Pero de lo que no hay duda ni es discutible, sino una verdad incuestionable, es que ambos cumplen en el año 2007 setenta años. Dos jóvenes septuagenarios, cuarenta y cinco años casados (desde el 14 de mayo de 1962), treinta y dos en el trono de España (desde el 22 de noviembre de 1975) —él como Rey titular de la Corona y, como tal, jefe del Estado y ella como Reina consorte—; tres hijos biológicos: Elena (nacida el 20 de diciembre de 1963), Cristina (nacida el 13 de junio de 1965) y Felipe (nacido el 30 de enero de 1968); tres hijos políticos: Jaime Marichalar (desde el 18 de marzo de 1995), Iñaki Urdangarín (desde el 4 de octubre de 1997) y Letizia Ortiz Rocasolano (desde el 22 de mayo de 2004).
Se trata del hermoso balance de un matrimonio que, como millones de parejas, no siempre ha tenido una relación feliz, no siempre la felicidad ha presidido sus vidas en común.
La convivencia, a veces tan destructiva porque suele acabar cuando no se administra con paciente generosidad con la pasión, el amor, el cariño y hasta la amistad también ha afectado al matrimonio real con graves crisis que, de no ser vos quien sois, quizás hubieran terminado en divorcio. Durante una breve estancia de don Juan Carlos y doña Sofía en Ginebra para asistir a un importante concierto, uno de los camareros que los atendía —español, como la mayoría de los camareros de entonces en Suiza— fue testigo de una violenta, violentísima, discusión en el jardín del hotel donde se alojaban; en ella los Reyes se dijeron de todo. Mi informador, incluso, oyó decir a la Reina: «Aunque me odies no te puedes divorciar».
Pero como entonces no era posible el divorcio en el cruel mundo de la monarquía (hoy, el matrimonio del Príncipe con una divorciada y el «cese temporal de la convivencia de la infanta Elena» han convertido a la familia real en una familia cualquiera), toda la salvación residía en no interrogar, en no tratar de conocer y procurar vivir como las mujeres de Oriente: el semblante velado para que no se adivinaran en los ojos ni los deseos ni las penas.
No hay que olvidar que se trata de un hombre y una mujer, de un matrimonio de larguísima trayectoria, al que le faltan casi cuatro años para las bodas de oro. ¡Cincuenta años soportándose, Señor! Las bodas de plata o de oro son entradas para el museo de la historia de las costumbres, que dijo alguien. A partir de entonces toda la vida significa tres o cuatro vidas.
«Con estos reveses o te conviertes en una amargada o te haces sabia», le advirtió la reina Victoria Eugenia en una larga conversación que mantuvieron en Lausana tras el anuncio oficial del compromiso matrimonial. Con esta reflexión, la que fuera soberana española le recordaba a su sucesora la tragedia de su matrimonio con Alfonso XIII, en el que, para sobrevivir y no volverse loca, tuvo que recrear su propio mundo en una salita del palacio real, estancia donde se refugiaba, cuando ya no podía más, para hartarse de llorar. Cuando se había desahogado salía y se incorporaba a la familia, que nunca la vio llorar.
Manuel Soriano, en el libro Sabino Fernández Campo: la sombra del Rey, citado en la introducción de este libro, recordaba mi referencia a la crisis que vivía el matrimonio en 1992. «Estoy seguro —dije yo entonces— de que si se les deja tranquilos acabarán por superarlo».
Posiblemente así fue, pero no sin antes pasar por dramáticas etapas, incluso muy largas, en las que el matrimonio sin amor se convirtió en amor sin matrimonio. Hacía tiempo que la magia se había perdido, hasta el extremo de que la soledad sentimental entre el Rey y la Reina era abismal. Doña Sofía aceptaba la situación sin perder la dignidad, sin intentar superarla con la cólera, con la rebeldía, con algún plan, esperando que pasara. Sin preguntar nada. Durante mucho tiempo no le quedó más remedio que contentarse a sí misma.
¿Es fácil llegar a un pacto de no agresión sentimental como hicieron lord Luis Mountbatten, tío de la reina Isabel de Inglaterra, y su esposa Edwina Ashley, una rica heredera con la que se casó en 1922, cuando ella aceptó que su esposo coleccionaba amantes como quien colecciona sellos? Consciente ella de que no cambiaría, la pareja estableció un pacto: se concedían una libertad total, pero evitando cualquier escándalo. Fieles al pacto contraído, se comportaron como si nada pasara, como si de un matrimonio feliz se tratara.
Si la tormenta de las infidelidades no se lo ha llevado todo a su paso, pueden subsistir cosas positivas entre los dos. No olvidemos que los matrimonios reales han sido y son tan felices e infelices, tan felices y desgraciados como los del resto de los mortales.
Alguien dijo que el perdón, cuando ya ha pasado el hecho, no tiene gran mérito. El amor comienza al principio, eso es todo. Aunque es griega, no ha nacido para representar tragedias.
La llegada de los nietos recondujo esa felicidad a la deriva y devolvió a la pareja real cierta estabilidad emocional.