La reina en el aeropuerto de Escocia acompañada de Tallon con un corgi.REINA MADRE
LLEGAR A LOS 101 CON COPAS, CHOCOLATE Y UN MAYORDOMO
Un libro y una obra de teatro descubren a William Tallon, con tanta devoción por el sexo como por la madre de Isabel de Inglaterra. A media mañana le ponía la primera y seguía con Dubonnet, cócteles, champán...
MARÍA SIERRA / LondresEN CLARENCE HOUSE, la residencia londinense del rey Carlos y su consorte Camila, convivieron dos reinas en la segunda mitad del siglo XX. La oficial era Isabel Bowes-Lyon, aristócrata escocesa, viuda de Jorge VI y última emperatriz británica, que asumió el papel de
abuela de la nación y el epíteto de reina madre desde que su hija, Isabel II, accediera al trono del Reino Unido en 1952. A la sombra de la monarca se movía William Tallon, su devoto mayordomo y jefe del personal de librea, de humilde cuna, abundante pluma y un polémico don para lidiar con su corte de sirvientes. “Billy es la reina madre en maldito
drag”, confesó un paje, de forma anónima, al biógrafo de Tallon, Tom Quinn.
Tallon no concedió entrevistas a medios ni escribió sus memorias de las cinco décadas que trabajó para la familia real, la mayoría del tiempo al servicio de la reina madre. Tras su muerte, en 2007, se subastó parte de sus pertenencias, incluida una carta con instrucciones de su monárquica patrona acerca del número de botellas de Dubonnet (una bebida dulce y aromática elaborada con vino) y ginebra que el criado debía asegurar para un almuerzo en Escocia. Ambos compartían cierta debilidad por el alcohol, según coinciden analistas palaciegos, que identifican la marca Dubonnet entre las favoritas de la
viuda alegre. En
The Royal Life of William Tallon’ (La vida real de William Tallon), publicado en 2015, Quinn hila la historia de la relación entre ambas figuras a partir de testimonios de empleados y cortesanos, además de amigos y amantes del mayordomo. Es la crónica más detallada sobre la extraña pareja e ilumina aficiones comunes al baile, la burla o las carreras de caballos, así como la tendencia de la reina a hacer la vista gorda a las indiscreciones y excéntrico comportamiento de su apuesto subalterno.
Los aparentes excesos de Tallon en el Soho londinense, los ligues que invitaba a su apartamento dentro del complejo de Clarence House o su fama de déspota con sirvientes que no le seguían el juego han alimentado decenas de historias, rumores y anécdotas en los tabloides. “Se guiaba por dos demonios: un potente impulso sexual y un casi patológico amor por la reina madre”, escribe Quinn.
El autor ha echado una maldición contra
Backstairs Billy y amenaza con demandar por plagio a los productores de esta comedia sobre un “momento crucial en la relación entre la reina madre y su leal sirviente”, que el teatro Duke of York ha programado en su cartelera londinense hasta enero de 2024. Quinn reprocha que no le hayan consultado ni acreditado su libro como fuente documental de la puesta en escena teatral. La producción ha suscitado valoraciones encontradas de la crítica británica: “anodina” para
The Guardian o “la mejor obra sobre los
royal”, según
The Telegraph. Los creadores de
Backstairs Billy –el dramaturgo brasileño-australiano Marcelo Dos Santos y el director y productor Michael Grandage– defienden que es fruto de la imaginación. No se sienten en deuda, aunque el título de la comedia resulte poco original. Así bautizó la prensa amarilla al singular empleado de la corte real que fue promocionado con el doble puesto de
Steward y
Page of the Backstairs (literalmente, mayordomo y paje de las escaleras traseras). Este último cargo se creó en el siglo XVII para designar al criado de librea que controlaba desde la “escalera de atrás” el acceso a los aposentos del monarca.
COPAS SIEMPRE LLENASTallon fue la mano derecha y el más longevo sirviente de la reina madre. Ordenaba la disposición de los floreros en sus residencias de Inglaterra y Escocia, coreografiaba la llegada y estancia de sus invitados, manipulaba la distribución de cócteles y copas de champán... Reina y sirviente urdían tramas y diversiones para entretener a los asistentes a los numerosos eventos públicos, recepciones y fiestas privadas que se ofrecían en Windsor, Clarence House o Birkhall, el refugio escocés de la abuela de Carlos III. Así, una entrada triunfal del mayordomo sujetando a los corgies de sus correas anticipaba por lo general la dramática aparición de la anfitriona, encantadora cara al exterior.
Rellenar vasos con vino o licores, incluso subrepticiamente a los abstemios, ayudaba a animar la fiesta hasta el toque de queda. “Era exquisitamente famosa por hacer que Tallon liberara las inhibiciones de sus invitados con extremadamente generosas copas de alcohol”, remarca Lady Colin Campbell en su libro
The Queen Mother, the Untold Life of Queen Elizabeth (La vida no contada de la reina Isabel).
Describe a la reina madre como “alcohólica” o, “al menos, lo que se conoce como alcohólica funcional”. Argumenta que “estuvo flotando en un mar de alcohol casi toda su vida”, con un consumo diario. Tomaba la primera copa a media mañana, antes de alegrar el aperitivo con uno o más combinados de Dubonnet y saboreaba el almuerzo con un clarete. Por la tarde, le servían cócteles antes de la cena, en la que invariablemente se descorchaban botellas de vino o champán. Licores y caldos fortificados caían después de la retirada de los invitados.
“Isabel tenía fama de bebedora, pero nunca se emborrachaba y nunca estaba sobria”, remarca la escritora de lazos aristócratas por su matrimonio con un familiar del duque de Argyll y autora de biografías de la princesa Diana y de Meghan y Harry, entre otras publicaciones. Lady Colin Campbell coincide con otros al señalar que la “constante aunque ponderada” ingestión de bebidas alcohólicas, junto con una adicción al chocolate, no debió de dañar la salud de la reina madre. Huevos crudos al champán fue un menú habitual en la fase final de su centenaria vida.
EL MUNDO / SÁBADO 11 DE NOVIEMBRE DE 2023
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