La flaqueza nacional
Yo diría que a Doña Letizia la veo en plena forma, estupenda e
hiperactiva
Cuando Ortega escribió sobre la España invertebrada, no acabó de
definir del todo las cualidades de la estructura ósea nacional. Y
cuando se alzan las voces agoreras anunciando el desmembramiento
del país, uno ya no sabe si imaginarse la patria como una señora
gorda de enormes proporciones y colosales ubres que nos
amamante para que luego sus hijos ingratos la despiecen
quedándose con los jamones, los lomos de orza o la falda, con un
ánimo caníbal descuartizador. Pero, ante tanta mantecosa espesura
de cocido y pringue, yo preferiría vertebrarla con la ligereza de los
esqueletos bien proporcionados, con la belleza de las damas flacas
que nos dan la imagen vibrante de una sociedad moderna, con la
liviandad de las emociones.
Por ejemplo, se vuelve a hablar de que Doña Letizia está
demasiado delgada, hecha un pajarito sin alpiste, y uno ya no sabe
qué pretende la gente, ¿ponerla a cebar, cambiar los menús de La
Zarzuela a base de una dieta hipercalórica con abundancia de
buenos garbanzos, tocinos y pastelería? También se comentaba lo
mismo hace un tiempo cuando no acababa de quedarse embarazada
y luego, ya ven. Quién sabe si tal vez se está anunciando una nueva
gestación. Yo por el contrario,diría que la veo en plena forma,
estupenda e hiperactiva, y tras el ojo que le echamos el otro día
cuando se le subió la falda en un golpe de viento, con unos muslos
en perfectas condiciones. El tiempo de las reinas orondas ya se pasó
y ahora nos gustan más las princesas dinámicas y algo volátiles, con
el traje entallado que les marca las costillas. Lo malo es que aquí
todavía seguimos, tras siglos de hambre, con el gusto por los niños y
las niñas hermosotas confundiendo la salud con los kilos, pero
esperemos que el régimen monárquico no tenga que depender del
régimen de su alteza, ni la Constitución de su constitución, que ya
sabemos que es de una fortaleza contrastada.
De vez en cuando hay que hacer un canto a la vitalidad y a la
gracia de las bellas flacas, empezando por las modelos, a las que
tanto atacan queriéndoles hacer engrosar de talla para que
aparezcan más mollares en la pasarela, acusándolas de dar mal
ejemplo a la juventud, fomentar la anorexia y otras gaitas. Pura
envidia cochina. He tenido la oportunidad de tratar últimamente a
Eugenia Silva y puedo asegurar que nos encontramos ante una
mujer vigorosa de formidable carácter e ingenio aparte de excelente
apetito. Uno la catalogaría como la nueva española racial, con todo el
oscuro misterio de una hermosura electrizante en el cobalto profundo
de su mirada.
Damas etéreas. Por los besos de las flacas daríamos lo que fuera,
y la verdad es que esta semana he tenido el gusto de encontrarme a
algunas damas fenomenalmente etéreas, de esas que lucen una
figura que parece un verso. En la presentación de libro de Carlos
Martorell se juntó la sociedad «chic» que suele mostrar la piel libre
de tejidos adiposos en Ibiza, sin más grasa que la del jabugo de las
bandejas, con señoras delgadas bebiendo del secreto de la eterna
juventud, como la fotógrafa de la jet, Silvia Polakov, que tiene el
arte de hacer retratos con un ojo mágico que extrae virtudes, o
Sisita Milans del Bosch que ahora se lanza al teatro a representar
«La importancia de llamarse Ernesto». También estaba el doctor
Enrique Monereo, ese moderno escultor de cuerpos que tanto ha
hecho por devolvernos a un país de divinas esbelteces. En un mundo
ajeno al peso de los kilos, por el que se podrían mover, por ejemplo,
en la fiesta de la Esfera de los libros señoras de eterna ligereza,
como Paloma Segrelles o Marina Castaño, y especialmente una
señorita de anatomía con líneas fulgurantes como Blanca Marsillach,
que se dispone a estrenar «El reino de la tierra», de Tennessee
Williams, levantándole el ánimo al maestro Umbral, escuálido,
poético y cervantino, encantado con los juegos de prestidigitación de
la actriz con sus adornos de escote. Vida maravillosa de flaquezas
olvidándonos de los tiempos de las vacas gordas que, al fín y al
cabo, no sé para que las queremos.