
No sabía cómo vestirse; al final, optó por una blusa de seda amarilla con un lazo en el cuello, a juego con una falda plisada. Letizia se sentía disfrazada con ese look de monja seglar, pero ¿cómo demonios se vestía una cuando iba a ser la heredera de un trono? Recorrieron con el coche a toda velocidad el kilómetro escaso que los separaba del palacio sin intercambiar palabra porque iban con el tiempo justo, ya que a las nueve tenían que estar frente al televisor para ver el mensaje de Navidad que había grabado su suegro.
Cuando entraron en la sala abarrotada, llena de parientes de los que Letizia no recordaba el nombre, todos con una copa de champán en la mano, el Rey ya iba por: “Tratemos de mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos…”. En la grabación llevaba corbata verde. A Letizia le habían contado en los pasillos de televisión que las amantes de su suegro le solían regalar las corbatas que luego lucía en el mensaje anual; lo había revelado una presentadora italiana. Juan Carlos estaba algo ojeroso, no atravesaba una buena etapa. Se sentía solo, su relación con la Reina había llegado a tal punto que le pidió al presidente del Gobierno que no le programara más viajes con ella porque no la soportaba. Le faltaban aún dos meses para conocer a la mujer que iba a cambiar su vida para siempre.
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Se sentaron donde ponía la tarjeta con sus nombres, las parejas separadas…, pero el Rey no estaba. Su lugar en la cabecera permaneció vacío quince minutos y nadie se atrevió a hundir la cuchara en la sopa. Llegó, se puso el pico de la servilleta protegiendo la corbata y empezó a comer sin dar ninguna explicación. La cena se le hizo eterna a Letizia. Tenía al lado a un silencioso Marichalar, todavía muy afectado por su ictus. A la sopa siguieron perdices escabechadas, pavo, besugo, col lombarda y pasta para las dos vegetarianas, Sofía y su hija Cristina. Letizia echaba en falta el ambiente espontáneo de su familia, a sus hermanas y abuelos. ¿Qué estarían haciendo en esos momentos? ¿Quedaría mal si se levantara para llamarlos por teléfono? ¡Todo era tan difícil! ¡Su sencilla historia de amor se había complicado tanto! Los ‘hombres de gris’ se ocupaban de todo, desde la preparación de la boda hasta la elección del diseñador de su vestido. ¡Ni siquiera había podido cambiar un objeto en la decoración de su casa! Ahora estaban elaborando las capitulaciones matrimoniales… Pero mejor no pensar en eso. Desde el otro lado de la mesa, Felipe la vio fruncir el ceño y levantó su copa para darle ánimos.
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