Bergoglio, renuncia, márchate y que otros limpien la “ciénaga hedionda” en la que has convertido a la Iglesia La carta (
pinche aquí) de monseñor Vigano acusando al papa Francisco de convertir al cardenal homosexual y presuntamente pedófilo monseñor McCarrick uno de sus principales consejeros, es la gota que podría hacer que el vaso de la paciencia de muchos católicos se derrame, agotados de buscar, ya casi todos los días y más allá de lo razonable, excusas para el actual soberano pontífice. De entrada algunas preguntas:
1) ¿El papa Francisco habla de dar la comunión a los divorciados casados de nuevo?
2) ¿El papa Francisco anima la invasión musulmana de Europa?
3) ¿El papa Francisco persigue los institutos conservadores que tiene la Iglesia?
4) ¿El papa Francisco ignora la tradición litúrgica de la Iglesia?
5) ¿El papa Francisco flirtea con sátrapas comunistas que actúan en Sudamérica y rehabilita la teología de la liberación?
6) ¿El papa Francisco se abstiene de defender enérgicamente a los cristianos de Próximo y Medio Oriente perseguidos por los islamistas?
7) ¿El papa Francisco participa en un congreso de las familias (sic) cuyo invitado estrella es un jesuita ‘gay friendly’?

Y ahora, ¿qué otro disparate van a inventar para escabullirse? ¿Dirán acaso que “su amabilidad le mueve a concederle una segunda oportunidad al cardenal McCarrick”? No, esta ocurrencia probablemente no funcionaría, ya que es precisamente el pretexto de todos quienes no han querido impartir justicia, un pretexto que no excusa nada, sino que condena.
Pero hete aquí que de repente uno se acuerda de que ha habido malos papas en la historia. Desde que se celebró el Concilio Vaticano II, se cree superada la idea de que el cónclave solamente debe elegir a santos. Uno se consuela citando –cosa aún ayer impensable– el fantasma de los Borgia. También ellos eran hipócritas que se hacían rodear por una corte decadente, ¿no es cierto? Puede solo que los Borgia, a falta de ser virtuosos, no pretendieron mermar el papado, ni emprendieron modificación alguna de la doctrina plurisecular de la Iglesia. Abusaban de la Roma terrenal, pero sabían que la Roma celestial no era para ellos.

Francisco, henchido de humildad ostentosa, ha intentado reemplazar la doctrina a su antojo y negar la función que tiene para el hombre. “Pero ¿qué hombre?”, descubren ya, horrorizados, los católicos.
En fin: “que el papa dimita”, dice, a su manera, monseñor Vigano.
Sí, que el papa Francisco dimita y que se vaya. Que devuelva las llaves y haga penitencia, lejos, en un convento. Con su consejero –monseñor McCarrik–, con aquel a quien probablemente debe su elección –el cardenal Danneels–, con quienes sueñan en sucederle –los cardenales Schönborn, Maradiaga y Tagle…–
Que se vayan esos lobos que entraron en el aprisco disfrazados de pastores. Que se vayan todos y que otros limpien esta «ciénaga hedionda» en donde pululan perversiones y herejías, ¡que ya va siendo hora!