EL DECÁLOGO DEL “JUICIO” DE BRETÓN Intenta llorar pero no lo logra, le da asco tocar el micro, habla de sus hijos en presente, no muestra miedo... Un experto analiza en diez puntos lo que dice su comportamiento en el juicioSe le ha visto el plumero esta semana a Bretón. Su cociente intelectual de 117 deja por debajo al 90% de la población. Sin embargo, pese a su inteligencia, sus gestos le delatan al 100%. Crónica desnuda a José Bretón con un experto en comunicación no verbal que concluye que sus palabras dicen una cosas y su comportamiento otra. La retahíla de microgestos indica este camino: «En un caso así, el cuerpo siempre dice la verdad», nos guía Iñaki Piñuel. Para él, el acusado de matar a sus dos hijos y de quemarlos en una hoguera, quien mantiene que los perdió en el parque, «miente y es un psicópata». Y añade: «Todavía hay que averiguar si lo es de ahora o lo ha sido siempre».
EL ASPECTO. «Es un experto en ganarse la confianza de los demás», avisa este también profesor de la Universidad de Alcalá. Estudiamos la primera aparición de Bretón ante los nueve miembros que le juzgan. Llega amable y les dedica la primera mirada. Luce camisa azul recién planchada y pantalón oscuro. Regalo de su familia para este día. Gasta peinado de niño bueno. Regalo de varios minutos frente al espejo. Nada que ver con la última imagen que prestó durante la búsqueda de sus hijos en Las Quemadillas: rapado y con gafas de sol pastilleras. El resto de modelos que ha desfilado baila entre la camisa a rayas y pantalón gris, al polo rosa de la última vista. «Se adapta a las expectativas, deseos y valores» que quiere proyectar. Es «un experto en identificar lo que debe decir a cada uno en su momento».
EL DISCURSO. Trabaja a ritmo lento sus palabras. Trae el rollo aprendido de casa. O más bien de la cárcel. Sus respuestas avanzan en el traqueteo de «ese presente fuera de lugar». Y tan pancho se queda al soltar frases como que «quiero a mis hijos con locura», «son la alegría de mi vida» o «son los más guapos del mundo». Ante este tipo de frases, y un zarandeo inusual en sus manos, su cabeza gira hasta dar con el banquillo del jurado popular. «Mira y se dirige a ellos cuando hace declaraciones pretendidamente emocionales». «Manifiesta un intento de manipular al auditorio al hablar de sus hijos como si estuvieran presentes en su vida».
LAS REPETICIONES. «Eso que dice es totalmente falso». La frase la descarga hasta tres veces por minuto. Hasta que el presidente del tribunal, Pedro Vela, le llama la atención y le pide que se limite a contestar con argumentos. A la siguiente pregunta de la acusación particular, la respuesta de Bretón es la misma: «Eso que dice es totalmente falso». Cada vez que lo dice se le escapa un parpadeo justo en medio. Improvisa a modo de novato: «Cuando una persona miente, ralentiza la velocidad, como cuando se conduce por un terreno peligroso».
SIN LÁGRIMAS. El llanto seco sale a trompicones y afina más si cabe su voz aflautada, pero descerraja la mentira al cuarto de minuto. Bretón recula al no ver una lágrima. Su tristeza ha sido un visto y no visto en la sala. El experimento fue de 15 segundos. No hubo más pruebas en cuatro horas de declaración. Con ese papel quiso «impactar emocionalmente al jurado», examina el especialista. Pero no logró escupir un auténtico suspiro. «Busca en sus adentros la situación del llanto». Pero nada. Su emoción al hablar de sus hijos resultó «inexistente y artificial». Un buen ejercicio es «comparar su llanto con el auténtico: el de una madre que ha perdido a sus hijos» (sus declaraciones arrancaron lágrimas entre público, periodistas presentes en la sala e incluso a una mujer del jurado popular).
LA INTIMIDACIÓN. Sabe a quien debe fulminar «con ojos intimidatorios»: a un buen puñado de testigos. «Si no puede conseguir algo con halagos, lo hace con amenazas». Sabe a quien debe clavarle la mirada: a su propio abogado. Mientras Sánchez de Puerta explica que los niños se perdieron en el parque, José asiente con la cabeza «porque le gusta su discurso». Y sabe con quién debe perder la mirada al frente porque ya ha perdido la batalla: con su ex mujer, la madre de los niños, o con su ex suegra (pese a tener un biombo de por medio).
EL AUTOCONTROL. No pestañea. Si aceleramos cualquier declaración de un testigo, como en el caso de la directora de la guardería del pequeño José, observamos que todos los presentes en la sala se mueven y pestañean. El acusado, ni un músculo de la cara. Muestra su grado de concentración. «Presenta un elevado control» de sí mismo con una «formidable estabilidad emocional». Pese a todo lo que ocurre estos días a su alrededor, «no se encuentra angustiado».
MIRA INTIMIDATORIAMENTE A LOS TESTIGOS. «SI NO PUEDE CONSEGUIR ALGO CON HALAGOS, LO HACE CON AMENAZAS»
EL ASCO. El presidente del tribunal, Pedro Vela, le pide que se acerque el micro a la boca. Lo hace a su manía. Coloca las manos detrás del micrófono y empuja con la yema de los dedos a la vez que dibuja en su rostro una mueca de asco. El jefe de la sala le agasaja con una botella de agua y Bretón sólo se atreve a probar una vez, aunque estuvo cuatro horas rajando. Nunca toca nada si no es con un pañuelo, que inmediatamente tira. Pero ante el jurado que le examina actúa: «Si lo requiere, simula».
LA IMPASIBILIDAD. «No siente pena ni compasión». Parece que el juicio no va con él. Su ex mujer Ruth se deshace en lágrima viva al tirar de memoria y verse con sus hijos en la playa. Su ex suegra pierde el alma por la boca al simular que se despide de los pequeños Ruth y José. Y él, impasible. Su dureza emocional asusta. «No está deprimido en absoluto, ni presenta tristeza, ni sentimientos de malestar emocional por lo que le haya podido ocurrir a sus hijos...», dice Iñaki. Estamos ante un cuerpo casi hueco de sentimientos. Su frialdad es «pasmosa e inquietante». Tampoco da un solo respingo en su asiento cuando hallan algo en su contra. «No siente miedo por sus actos si le pillan».
EL NARCISISMO. En cuanto acaba la sesión del día, se pone en pie, se toca los bolsillos y alisa su camisa en la zona del abdomen. Sabe que puede haber arrugas en ese bulto de su panza. Sufre «una personalidad narcisista con un sentido grandioso e inflado». Le gusta sentirse observado. «Presenta una fuerza del ego muy elevada. Se cree por encima de los demás».
SIN MIEDO. Su actitud de hombros caídos y relajados deja su cuerpo arqueado. Buena posición para disparar frases que le vengan en gana. Esta es una grandiosa prueba de ausencia de «ansiedad y miedo». Es justo lo contrario a lo que se espera de una persona acusada por asesinato. «La ausencia del miedo es una característica esencial del psicópata». Visto lo visto, sin necesidad de ser escuchado más, se diagnostica que un ser de estas características «no tiene terapia o cura». Es más, «si se hace terapia con estos individuos, aprenden a manipular a los terapeutas y les terminan utilizando». «Es un psicópata».
EL MUNDO / CRÓNICA / DOMINGO / 23 / JUNIO / 2013