DIOS, ALLAH, YAVEH, BUDHA...

Cajón de Sastre: Foro para temas variados

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Mensajepor Invitado » Sab 23 Feb, 2013 11:41 pm


Un hombre entra en una habitación. Sobre la mesa hay un plato de comida. ¿Cuál será probablemente su primera deducción? Pensará que alguien ha puesto el plato allí, porque que el plato no ha podido llegar a la habitación por sus propios medios. La presencia del plato indica necesariamente otra presencia, quizá no visible, pero no por ello menos cierta: la presencia de la persona que colocó el plato sobre la mesa.

Esta sencilla deducción ejemplifica, a grandes rasgos, el argumento filosófico del que vamos a hablar aquí. Al igual que el plato que está en la mesa ha sido puesto allí por alguien, el argumento cosmológico expresa la idea de que si el universo existe, necesariamente ha sido llevado a la existencia por alguien o algo externo a él. Tradicionalmente se ha asumido que ese alguien o ese algo es un ente divino (inmaterial, intemporal, omnipotente y capaz de existir por sí mismo) ya que un ente no-divino no poseería las características necesarias que le permitieran realizar una tarea semejante.




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    “Camino a través de un parque. Supongamos que, de repente, piso una piedra. Alguien me pregunta cómo llegó la piedra allí. Yo podría quizá responder: por lo que sé, la piedra ha estado ahí desde siempre. Y no resultaría demasiado fácil demostrar lo absurdo de esta respuesta. Pero supongamos que he encontrado un reloj sobre el suelo y se me pide que explique cómo el reloj ha llegado allí. Difícilmente diría que, por lo que sé, el reloj pudo haber estado ahí desde siempre. ¿Por qué esta misma respuesta no sirve para el reloj como sí servía para la piedra? ¿Por qué no es tan admisible en el segundo caso como en el primero? Pues porque cuando inspeccionamos el reloj percibimos (y no podíamos descubrirlo en la piedra) que sus diferentes partes tienen una determinada forma y han sido puestas juntas con un propósito. Al observar este mecanismo, la inferencia es inevitable: el reloj debió tener un hacedor. Debe haber existido, en algún momento y en algún lugar, uno o más relojeros, quienes conformaron el reloj con el propósito del que hablábamos en nuestra respuesta, quienes comprendieron su construcción y diseñaron su uso”

    ¿Existe Dios? (II) El argumento teleológico

    E.J. Rodríguez

La metáfora del relojero de William Paley es una de las más utilizadas para ejemplificar en qué consiste, a grandes rasgos, el argumento teleológico para la demostración de la existencia de Dios. Cuando en la primera parte hablábamos del argumento cosmológico, podíamos definir ese argumento cosmológico como una fórmula lógica: 1) Todo lo que existe tiene una causa, 2) El universo existe, 3) Por lo tanto el universo tiene una causa. Una formulación que, con algunas pocas modificaciones, ha pervivido durante siglos.

El argumento teleológico, en cambio, no tiene el formato de una fórmula lógica. Es más un principio general que engloba muchísimas fórmulas y razonamientos diferentes. Pero, ¿cuál es ese principio general? Según el argumento teleológico se pueden observar en el universo características que demostrarían la existencia de una inteligencia creadora responsable de su diseño. ¿Qué características? Tradicionalmente se manejan dos: 1) que el universo parezca albergar un propósito [el griego τέλος, o “télos”, significa “finalidad”, de ahí procede el término “teleología”] y 2) que el universo resulte demasiado complejo y sus distintas partes estén demasiado bien acopladas entre sí como para haber surgido del puro azar [entendiendo “azar” como ausencia de un diseño consciente]. Así pues, la finalidad y la complejidad del universo, supuestamente inexplicables sin la existencia de una inteligencia diseñadora, son los dos principales conceptos manejados por el argumento teleológico. Volviendo al ejemplo del reloj: ¿podría un reloj haber surgido del azar? No. ¿Podemos afirmar que el reloj fue construido con un propósito por un diseñador? Sí. Pero ¿podemos trasladar los atributos del reloj al propio universo? Esta es la gran cuestión, discutible hoy en día, aunque durante muchos siglos se pensó que sí.






Si Dios es bondadoso, si Dios lo puede todo, ¿por qué el mundo está repleto de dolor, sufrimiento e injusticia? Si Dios ama al ser huma y se preocupa por cada uno de nosotros, ¿por qué no evita los males innecesarios que nos afligen a lo largo de la vida? ¿Es la existencia del mal la demostración definitiva de que un Dios bondadoso no existe?

La aparente incompatibilidad entre la presencia del mal en el mundo y la supuesta existencia de un Dios bondadoso y todopoderoso —el cual, en principio, debería impedir que se produzca dicho mal— constituye una de las objeciones más reiteradas a las que han tenido que hacer frente los defensores de la existencia de un Dios benigno. Si en las entregas anteriores discutimos dos de los principales y más antiguos razonamientos que se han presentado en favor de la existencia de Dios: el argumento cosmológico (si el universo existe, debe tener una causa) y el argumento teleológico (el universo parece diseñado a priori), ahora vamos a tratar un razonamiento también muy antiguo, pero que no ha sido esgrimido a favor de la existencia de Dios sino en contra. Este razonamiento es conocido por diversos nombres, por ejemplo argumento del mal, problema del mal o problema de la injusticia (en oriente). Aunque la denominación más conocida o al menos la más tradicional en occidente es la de “Paradoja de Epicuro”.


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Mensajepor Invitado » Mié 27 Feb, 2013 2:27 am

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El hombre que llevó la Biblia a la Luna

Hace cuatro décadas, un reverendo de la NASA trazó en secreto un plan para llevar la primera biblia a la Luna a bordo del ‘Apolo 14′. Hoy la polémica venta de aquellos libros sagrados ha llegado a los tribunales de EEUU


El martes 5 de febrero de 1971, a las 10:18 de la mañana hora peninsular española, aterrizaba con éxito la tercera misión humana a la Luna. Mientras los astronautas Alan Shepard y Edgar Mitchell daban sus primeros pasos en la formación Fra Mauro, un reverendo y científico de la NASA llamado John Stout vio cumplida la misión que llevaba años planeando sigilosamente: llevar la Biblia a la Luna. Aquel martes pasó a ser, sin que la mayoría del mundo lo supiera, el día en el que la primera copia del libro sagrado de los cristianos dejó la Tierra para posarse en un punto del espacio exterior.

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Mensajepor Invitado » Vie 01 Mar, 2013 2:39 am


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Mensajepor Invitado » Dom 17 Mar, 2013 6:55 pm



Los mensajes economico-sociales del ahora Papa Francisco

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Mensajepor Invitado » Mié 27 Mar, 2013 4:37 pm



Juan Manuel de Prada escribió en ABC:
    El capitalismo, en contra de lo que piensan los ilusos, no es tan solo una doctrina económica, sino una visión antropológica y ontológica profunda; o, si se prefiere, un sucedáneo religioso en el que el dinero ocupa el lugar de Dios.
Son tres errores bastante habituales.

Primero, el capitalismo no es una doctrina, ni económica ni no económica, sino un sistema basado en la propiedad privada y los contratos voluntarios. Que esto es efectivamente así lo ilustra el empeño sistemático de los enemigos del capitalismo, que desde la teoría y la práctica rechazan, hostigan y quebrantan precisamente esas dos instituciones.

Segundo, el capitalismo no es una religión, ni genuina ni sucedánea. Es verdad que funciona con normas morales, que respeta y promueve, pero no son normas originales ni mucho menos contrarias a la religión, porque la defensa de la propiedad está en plena armonía con el Séptimo Mandamiento, y el cumplimiento de los contratos con el Octavo.

Tercero, al no ser una religión, el capitalismo no tiene Dios ni deja de tenerlo, y entre sus partidarios hay personas religiosas y otras que no lo son. Que el dios capitalista sea el dinero es una consigna tan antigua como endeble. La condena ante la obsesión con el dinero es vieja como el propio dinero, y la encontramos ya en las Sagradas Escrituras, y en el reproche de Virgilio: auri sacra fames. La búsqueda de dinero sin atención a límites, principios ni ética, por tanto, no es nueva ni es exclusiva del capitalismo, salvo que digamos que capitalismo es todo y desde siempre, y que capitalistas fueron Pericles y Fidel Castro.

También se puede reflexionar sobre el marco institucional del propio dinero, y comprobar que el dinero ha sido crecientemente usurpado por el Estado, que lo monopoliza y controla, condicionando o violando, así, las dos instituciones características del capitalismo.

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Mensajepor Madrugá » Vie 29 Mar, 2013 2:49 am


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Mensajepor Invitado » Vie 29 Mar, 2013 4:00 am

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Mensajepor Invitado » Vie 29 Mar, 2013 5:37 pm



Por qué Zeñó, por quéeee??

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Mensajepor Invitado » Dom 14 Abr, 2013 7:40 pm



Los humanos crearon a Dios y a la religión (Michael Shermer)
Argumentos del Dr. Michael Shermer en oportunidad del debate realizado en Oxford Union. 8 de noviembre de 2012.

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Mensajepor Invitado » Mar 07 May, 2013 4:37 am

El único amigo

Dios estaba en el cielo, como siempre; no tenía más remedio. No es que dejase de gustarle, pero tampoco le excitaba demasiado estar allí: el cielo para él era el hogar. El encontrarse allí era algo natural; no había tenido que ganárselo a fuerza de privaciones; se había encontrado en el cielo por derecho propio: era el primero en haber llegado.

Lo malo es que lo sabía todo y los otros no sabían nada, y le preguntaban todo el tiempo; y peor era cuando no le preguntaban porque creían saber.

Aquello estaba lleno de aduladores, y además, en el cielo se pierde la personalidad; así resultaba de monótono. El saberlo todo eliminaba las sorpresas, lo inesperado; siempre conocía el final de los cuentos.

No se quejaba; pero, a veces, se aburría mucho.

Había una excepción: Dios no se aburría nunca cuando seguía los pasos en la tierra a un tal Fernández.

Fernández era un sabio, o sea, que se levantaba temprano y miraba al microscopio cómo corrían unos bichos; pero también era un genio, o sea, que algunos días no se levantaba y no hacía nada, y otros pintaba un cuadro o escribía unos versos.

Cada día presentaba un nuevo perfil, siempre admirable. Era el verdadero genio, y Dios estaba encantado con él.

«Es lo mejor que he hecho», decía; y por las mañanas, no más levantarse, se asomaba a seguir la jornada del fenómeno.

-A ver qué inventa hoy -se decía; y Fernández no defraudaba nunca a su Creador; un día era un poema, otro día era el remedio para una enfermedad; siempre aportaba algo positivo antes de volver a dormir.

Dios, que está en el secreto de todo, le veía abrirse paso hacia la verdad, y admiraba su tesón y su certeza. A veces hacía trampillas para ayudar a su amigo y que éste descubriese lo que no hubiera descubierto solo.

Cada día estaba Dios más interesado en los pasos de Fernández y más desinteresado de la vida celestial. Asomado a la tierra, no le preocupaban los pequeños incidentes que ocurrían a su alrededor; sólo le interesaba la vida de Fernández, el hacerle grata la jornada, el apartarle los peligros, el procurarle momentos de alegría, el estimular su imaginación.

Dios no influía directamente en él, porque hubiera sido estropear la personalidad del genio; pero procuraba organizar todo alrededor de su vida para que Fernández no sintiese frenos ni molestias; medio planeta se movía, pues, sin saberlo, en un sentido agradable a Fernández.

-Se lo merece todo -decía Dios.

Y el genio, en efecto, se lo merecía todo. Lo mejor era su inaprensibilidad. A veces, Dios se levantaba pensando en que iba a verle descubrir un microbio, y se lo encontraba planeando un rascacielos. Era así.

Pero un día llegó un rumor, y Dios tuvo que escucharle. Parecía que Fernández era ... ¡Pero no podía ser!; pues sí, sí; parecía, vamos, estaba probado, que Fernández era ateo; que no creía en Dios, vamos.

Fue la consternación. «¿Pero es posible? ¿Pero es posible que mi obra predilecta, que mi obra preferida, no crea en mí? ¿Pero es posible?» Se llevó un gran disgusto.

Los de su camarilla creyeron el momento oportuno para meterse con el sabio; pero Dios les atajó: «No; es desdichada su falta de fe, pero su obra y personalidad es admirable».

Claro que al día siguiente no se asomó a verle; no hubiera estado bien; pero el Señor se aburrió lo suyo, y estuvo mohíno todo el día. Al siguiente se asomó un poco: el hombre había seguido su vida como si tal cosa; trabajaba en algo, en un libro, muy ocupado.

Dios se apartó otra vez y se paseó por el cielo, con las manos en la espalda. Apelando a su fuerza de voluntad, estuvo varios días sin volver a ocuparse de Fernández; pero cuando una tarde echó, a la distraída, un vistazo, se encontró con que el genio venía de dar a luz un maravilloso libro nuevo.

-Ya me lo he perdido -dijo Dios, fastidiado de no haber asistido a la elaboración de la obra, y la curiosidad le hizo volver a asomarse.

El libro era sobre religión, hermoso, pero terrible si se veía a vista de pájaro, o sea desde el cielo. La idea de Dios quedaba destrozada.

El Señor no hacía más que leer y meditar las ideas del genio; en el cielo lo habían dejado ya por imposible.

Y Dios estaba asombrado, por la brillantez de la teoría ateísta.

-¡Qué hombre! ¡Qué hombre! -murmuraba; y le entró la duda:- Si un hombre de ese talento -se decía- y de esa pureza intelectual no cree en Dios, ¿no irá a tener razón, a lo mejor ... ?

Al principio le pareció un absurdo el pensarlo; pero, poco a poco, la duda se abría camino en su espíritu.

-Yo soy Dios -decía-; primero, porque he decidido ser Dios; segundo, porque los demás me llaman así; tercero, porque alguien había de ser Dios. Pero ¿eso es bastante? ¿Tengo derecho a serlo? -Y la duda se abría como un abanico.

Y Dios estaba en la cúspide de todo y no sentía la emoción de lo desconocido; cuando quería hablar con alguien inteligente, tenía que monologar; el sentimiento divino de la ascensión le era ajeno; de haber hecho algún movimiento, hubiera sido para bajar. En cambio, el genio crecía y crecía por días, y su esfuerzo abría nuevos caminos y no había más remedio que sentirse apasionado por su marcha.

-Dios, ser Dios -decía el Ser Supremo-; lo bonito es querer ser Dios.

Y la teoría ateísta caminaba en su espíritu; tampoco él creía en una potencia superior a la suya; tampoco podía creer en algo más poderoso que él, en algo sobrenatural.

-¿Creo yo en Dios? -se preguntaba-. ¿Adoro yo a un Dios? -y tenía que responderse negándolo. Así fue dándose cuenta de cómo él tampoco creía en Dios; de cómo él también, a su modo, era un ateo.

El descubrimiento, lejos de apenarle, le produjo una sonrisa.

-Fernández y yo somos correligionarios -se dijo-; un par de ateos -.Y esa idea de afinidad con el hombre admirado le hacía feliz.

Fue ya sin reserva alguna cómo siguió la vida del genio paso a paso. Su admiración, libre de freno ya, iba adivinando al hombre: «Es casi un Dios», decía.

¡Qué respeto por aquella poderosa inteligencia! Era un respeto religioso ... ¡Qué chicos e insignificantes le parecían los demás hombres, aquellos que le pedían constantemente cosas ínfimas, como si él hubiera sido los Reyes Magos!

Comprendió que su existencia no sería completa sin la compañía de aquel ser extraordinario; de aquel ser que, por lo mismo de no creer en él, había de tener una independencia de espíritu que le permitiría conversar en un plano de compañerismo que no había conocido nunca. Aquel ser era el único que le iba a hablar de usted.

Dios estaba harto de que le dijesen «sí» a todo. Meditó, pues, en el medio más razonable de atraerse la amistad del genio, la persona del genio, y, como era de esperar, lo encontró en seguida: había que quitarlo del mundo y subírselo aquí para seguir su trabajo. «Aquí trabajaremos juntos; yo procuraré no saberlo todo.»

Y le eligió una muerte suave y dulce; el sabio no se enteró, y desapareció de la tierra en plena gloria, en plena apoteosis; todo fue por lo mejor.

-Mañana viene -dijo, gozoso, el Creador-.Mañana tendremos entre nosotros a Fernández.

Pero la noticia cayó en frío entre los bienaventurados; ellos sólo tenían admiración para su Dios, porque les daba cosas, porque les podía castigar y porque no tenían imaginación para más. De Fernández, poco sabían: que era un hombre como ellos, que escribía libros y que inventaba bichos. Todo eso ya no les importaba. Pero Fernández era, además un réprobo, un ateo: decía. cosas terribles de la religión y de Dios. Se comenzó a murmurar en el cielo: «Si entra ése aquí, ¿por qué no abrir las puertas a todos los demás? ¿Con qué derecho se negará la entrada a los comunistas?». Se lo hicieron saber a Dios; le dijeron que un excomulgado no podía pisar esas nubes, y Dios lo podía todo; pero comprendió que Fernández no iba a estar a gusto en aquel medio, con aquella gente que no lo iba a comprender y que no le iba a querer; además era hacer diferencias. Dios comprendió que no debía llevar a Fernández al cielo, y, como no había otro sitio, le arregló un lugar en el purgatorio, junto al borde, donde no se sufría, y dispuso todo para que no le faltase nada, para que Fernández no echase de menos la tierra. Él mismo fue a verle llegar.

Desde entonces, todas las tardes, a las cuatro, cuando Dios había terminado sus quehaceres, salía a escondidas y se machaba al borde del purgatorio a estar con Fernández; debajo de su manto llevaba un vaso de agua, que es lo que más se agradece allí.

Sentado junto a su amigo, pasaba las horas hablando con él, trabajaban juntos y eran felices. Fernández no había hallado nunca un compañero tan sutil y tan bueno como ese señor que le traía agua todas las tardes; y en cuanto a Dios, no había sido nunca tan feliz en su vida. Compenetrados ideológicamente aquel par de ateos, se libraban sin reserva a la creación, al descubrimiento.

A Dios, lo que le costaba más trabajo era el no saber lo que iba a ocurrir.

El Señor dedicaba todo-su esfuerzo a ocultar su condición de Ser Supremo; temía que su amigo, al saberlo, se desinteresase de él y le restase mérito a sus trabajos de descubrimiento. Además, el día que Fernández descubriese la verdad sería el día en que dejaría de ser su amigo para convertirse en un adorador más: le hablaría de tú y no se atrevería a discutir ni a trabajar al mismo nivel que él.

Todas las tardes, a las cuatro, llegaba con su vasito de agua, y el genio, después de bebérselo con deleite, imponía la labor del día. Dios le seguía encantado, y la jornada era una delicia para ambos. Aquel borde de purgatorio era un verdadero paraíso.

Algunas veces hablaban de religión, y Dios era el más vehemente defensor de las teorías del sabio; ya no hablaban de Dios: habiendo convenido en su no existencia, era superfluo hablar de ello.

Sin embargo, en el pecho del sabio entraba una duda.

Una duda que no dejaba concretarse, pero que provenía de lo extraño de todo lo que le estaba ocurriendo; sobre todo, de la aparición de aquel amigo extraordinario que tenía la delicadeza de darle agua, el poder de transitar por todas partes y la inteligencia creadora más fina que había conocido nunca. Si hubiera sido sujeto apto a creencias, tal vez hubiera creído en que su amigo era Dios. Pero la sola idea le hacía reír.

Mas la duda insistía en sus sienes, y aunque nada decía a su amigo, le observaba detenidamente. Dios estaba apuradísimo y, tratando de disimular en lo posible su identidad, se había afeitado. Si perdía ese amigo, perdía al único igual, al único ser que le interesase y con quien fuera feliz y pudiera ser natural; al único al que no tenía que bendecir cada diez minutos y llamarle «hijo mío».

Pero un día no pudo llegar a la hora de costumbre, y el genio conoció, por su dolor, el afecto inmenso que sentía hacía ese amigo maravilloso. Meditando, se afirmaba en él la absurda idea de que pudiera ser Dios. Esa posibilidad destruía por su base su filosofía y su obra, toda ella elevada sobre el ateísmo y sin más fe que en el esfuerzo del hombre. Todo se venía abajo, si aquel amigo resultaba ser Dios.

El genio no quería que lo fuera; pero el temor era in­menso, y más a cada minuto que pasaba.

-Será Dios, y me va a despreciar por idiota -se decía.

Pero a las cinco y media llegó su amigo. Llegó disculpándose con excusas más o menos bien fundadas; traía el vaso de agua.

-No he podido venir antes -dijo, en un tono que quería indicar que alguien no le había dejado venir.

-No ha podido venir, ¿eh? -contestó el genio, mirándole a los ojos; y luego, decidido a jugárselo todo, le preguntó:

-Dígame la verdad, no me engañe, júreme que no me engaña: ¿es usted Dios?

El Señor soltó su mejor carcajada; una claudicación arruinaba la felicidad de ambos para siempre.

El genio insistía:

-¿Es usted Dios? Ande, dígamelo, confiéselo; ¿es usted Dios? No le dé vergüenza. ¿Es usted Dios? No diré nada. ¿Es usted Dios?

Entonces Dios se puso medio serio y le tendió el vaso de agua, diciéndole:

-Pero ¿se ha vuelto usted loco? Pero ¿va usted a creer ahora en esas cosas? ¿Le pregunto yo a usted si es usted Dios? -y le tendió el vaso de agua, obligándole a beber, al tiempo que decía en tono de broma-: Mire que ir a creer ahora en absurdos. Ande, beba el agua y no piense más en tonterías ...

Edgar Neville Romrée

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Mensajepor Invitado » Mar 21 May, 2013 4:08 pm



75 minutos: El traslado de la Virgen del Rocío
Traslado procesional de la Patrona de Almonte hasta su ermita durante 24 horas, un acontecimiento que tiene lugar cada siete años.

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Mensajepor Invitado » Mar 04 Jun, 2013 8:18 pm

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El infierno

por José Antonio Fortea

I


En el infierno no hay necesidad de dormir. Pero el alma, a veces, debe caer en una especie de somnolencia espiritual. Una especie como de letargo en el que no deben ganas de pensar nada, sólo de dejar pasar el tiempo.

Otras veces, el alma condenada debe recoger todas sus fuerzas e imponerse la actividad, y dialogar con otras almas, recorrer el mundo de los condenados, imponerse un trabajo intelectual.

Sí, el mundo de los condenados no es un mundo material, pero puede recorrerse con el espíritu. Uno puede conocer cuáles son los otros condenados, ver cómo están, intentar saber qué les trajo allí, cómo interactúan con los otros. El alma condenada puede animarse a realizar actividades, como un naufrago en una isla. Sólo que en la isla hay más naufragos.


II


El condenado al infierno se siente como un naufrago. No importa cuan espacioso sea el lugar de condenación, en realidad no es un lugar, sino un estado. Pero por espacioso que sea, se siente como arrojado a un lugar cerrado, como fuera de su lugar natural. Su alma siente ansiará la luz y belleza del Amor Infinito.

Pero el naufrago puede dedicarse a otros amores menores. Lo mismo que un ser humano sin Dios aquí en la tierra puede dedicarse al arte, al estudio de la Historia, a pasear, a charlar, también el condenado puede emplear su tiempo en algo.

Él está encadenado al infierno, pero sus potencias intelectuales no están encadenadas. Tiene intacta su capacidad para la vida social, para el diálogo. En muchos momentos, la tristeza le debe vencer. Pero en otros se sobrepone y trata de llenar su tiempo.


III


Los condenados tendrán siglos y siglos para conocer las causas de la condena de cada uno de los réprobos. Escucharán con sumo interés las distintas versiones acerca del proceso que llevó a cada uno a tomar una decisión definitiva.

En cierto modo, puede que haya, incluso, historiadores del infierno. Otros se dedicarán vanamente a levantar grandiosas apologías de la rebelión. Habrá quienes se esfuercen en convencer a los otros de que el infierno es el mejor de los mundos posibles. Un mundo en pie de igualdad con su antagonista, pues así se verá al mundo de los otros. Los condenados dirán que son mundos diferentes, pero paralelos, que no hay uno mejor y otro, sólo que son diferentes.

Lo único que con rabia tendrán que reconocer es que ellos, los condenados, se ven obligados a no poder traspasar en su obrar las barreras impuestas por Dios. ¿No es eso la prueba de que un mundo está sobre otro? NO, replicarán con rabia.



IV


Dios tendrá misericordia incluso de los condenados, la misericordia divina llega incluso al lugar del llanto eterno. Pues el Padre amoroso no dejará abandonados del todo a los réprobos, de lo contrario se devorarían entre ellos. Es cierto que entre ellos se atacarán, se odiarán, se tratarán de hacer daño. No tienen cuerpo, así que es un daño espiritual con la palabra, digámoslo así.

Pero Dios impondrá ciertos límites. Incluso los abandonados no estarán abandonados del todo. Lo mismo que Dios puso las ciudades-refugio en Israel para los criminales, yo supongo que el infierno tendrá espacios donde los más atacados puedan refugiarse, donde puedan quedarse solos, tranquilos, y esperar a que se olviden un poco de ellos, a que las pasiones de odio disminuyan.

Sin duda, Dios interviene para que en el mismo infierno haya ciertas reglas, ciertos límites y sus hijos no queden en la más total indefensión frente al odio y crueldad de los peores.



V


Lo terrible del infierno no son sus sufrimientos, sino la eternidad de esos sufrimientos. Hay sufrimientos infernales ya sobre la tierra. Lo que hace que el infierno sea cualitativamente distinto, una dimensión diversa del dolor, es saber que cualquier tristeza, cualquier desesperanza, durará siglos y siglos sin fin.

La gente se imagina que hay millones de seres humanos en el lugar de condenación eterna. Quizá. Pero tal vez sean unos pocos cientos. Tal vez unas cuantas decenas. ¿Quién lo sabe?



VI


Cada año me preguntan cuántos creo yo que hay en ese lugar. Siempre respondo que no lo sé. Pero la gente insiste. Francamente, no lo sé. Puede que bajo nosotros (es un modo de hablar) hay sólo cuarenta condenados o puede que sean varios millones.

La reprobación es algo tan increíblemente espantoso que ojalá que sólo sean un puñado. Pero justo es decir que aquí sobre la tierra hay muchos hombres-demonios. Hombres que han forjado su alma de un modo monstruoso hasta llegar a ser como demonios. Hay más de un hombre así por cada diez mil habitantes. Y por cada cien mil habitantes hay más de un hombre que es la consumación perfecta de este tipo de seres humanos que parecen, más bien, demonios encarnados. Por eso, no podemos permitirnos ser demasiado optimistas en nuestras estimaciones acerca del número de los condenados.



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AussieJesus

Mensajepor AussieJesus » Vie 07 Jun, 2013 3:20 am



Alan John Miller, el Jesucristo australiano
Alan John Miller, un antiguo informático que pertenecía a los Testigos de Jehová, dice ser la actual reencarnación de Jesucristo. Ha fundado el movimiento llamado "La Divina Verdad" en Queensland (Australia), muy cerca de su ciudad natal.





Alan John Miller Cult Leader Claims to be Jesus Reborn Alan John Miller aka AJ runs Cult called DIVINE TRUTH A man claiming to be Jesus is gaining followers and causing concern among cult experts in Australia.

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Mónita

Mensajepor Mónita » Vie 02 Ago, 2013 3:32 am



    Capítulo VII



    Cómo debe entretenerse a las viudas, y disponer de sus bienes.


    1. Que se insista incesantemente en que continúen en su devoción y buenas obras, de suerte que no se pase semana sin que reduzcan sus gastos superfluos, en honor de Jesús y de la Virgen, o del santo de su devoción, dándolo a los pobres, o para ornamento de la iglesia, hasta que se las despoje enteramente de las primicias o de las ollas de Egipto.

    2. Si además de mostrar afección general, continúan siendo liberales con nuestra Sociedad, déseles parte en todos los méritos de esta con indulgencias del Provincial, y hasta del General, si son damas de elevada categoría.

      Si han hecho voto de castidad, hacer que lo renueven dos veces al año, concediéndoles ese día un honesto recreo con los nuestros.

      Hay que visitarlas con frecuencia, entreteniéndolas agradablemente, y regocijándolas con historias espirituales y chanzonetas, según la inclinación de cada una. [294]
    3. No se las debe tratar con mucho rigor en la confesión, por no aburrirlas, a menos que se tema perder su favor, que otros hayan ganado.

      Esto hay que juzgarlo con mucho discernimiento, vista la inconstancia de las mujeres.
    4. Impídaseles diestramente que visiten otras iglesias, y que asistan a fiestas religiosas, principalmente a las de los frailes, repitiéndoles con frecuencia, que todas las indulgencias concedidas a otras órdenes están acumuladas en nuestra Sociedad.
    5. Si están obligadas a vestir de luto, conviene concederles que se ajusten bien, que tengan buen aspecto, y que sientan a un tiempo algo de espiritual y de mundano, a fin de que no crean que están dirigidas por un hombre enteramente espiritual. En fin, con tal que no haya peligro de inconstancia por su parte, si son siempre fieles y liberales para la Sociedad, que se les conceda, con moderación y sin escándalo, lo que pidan para satisfacer la sensualidad.
    6. Hay que llevar a casa de las viudas muchachas honradas, y nacidas de parientes ricos y nobles, para que se vayan acostumbrando a nuestra dirección y manera de vivir, procurándoles una aya escogida por el confesor de la familia, y someterlas a todas las censuras y a todas las costumbres de la Sociedad. Las que no quieran someterse se devolverán a sus parientes o a las personas que las trajeron, presentándolas como extravagantes y de mal carácter.
    7. No deberá cuidarse menos su salud y [295] su recreo que la salvación de sus almas; por esto, si se quejan de sufrir indisposiciones, se les prohibirán los ayunos, los cilicios las disciplinas corporales, y hasta el ir a la iglesia; pero se las gobernará en la casa con secreto y precaución. Hay que dejarlas entrar en el jardín y en el colegio, a condición de que sea secretamente, permitiéndoles recrearse con los que más les agraden.
    8. A fin de que una viuda disponga de sus rentas a favor de la Sociedad, le propondrán la perfección del estado de los santos varones que, habiendo renunciado al mundo, a sus familias y bienes, se han consagrado al servicio de Dios, con gran resignación y gozo, explicándoles con este objeto lo que dice nuestra Constitución, y el examen de la Sociedad, referente a la renuncia de todas las cosas humanas. Muéstreseles el ejemplo de las viudas, que, en poco tiempo, han llegado así a ser santas, y hágaseles esperar que serán canonizadas si perseveran hasta el fin, haciéndoles ver que nuestra influencia con el Papa no les faltará.
    9. Es preciso infundir profundamente en su espíritu, que si quieren gozar del más perfecto reposo de su conciencia, deben seguir sin murmurar, sin aburrirse ni sentir repugnancia interior, tanto en las cosas temporales como en las espirituales, la dirección de su confesor, destinado particularmente por Dios para dirigirlas.
    10. Hay que instruirlas también oportunamente, en que, si la limosna que hacen a los eclesiásticos, y sobre todo a los religiosos [296] de vida ejemplar, es conveniente, no deben hacerla sin aprobación de su confesor.
    11. Los confesores tendrán el mayor cuidado en que esta clase de viudas, sus penitentes, no visiten a otros religiosos bajo ningún pretexto, ni que se familiarizan con ellos. Para impedirlo elogiarán la Sociedad, como más excelente que las otras, más útil en la Iglesia, de más autoridad cerca del Papa y de todos los príncipes, perfectísima en sí misma, porque despide a los que son perjudiciales y poco escrupulosos, y porque en ella no se admite ni espuma ni hez, cosas que tanto abundan entre los frailes, que suelen ser ignorantes, perezosos, glotones y negligentes, en lo referente a su salvación.
    12. Los confesores deben proponerles y persuadirlas a que paguen pensiones ordinarias, y tributos todos los años, para ayudar a sostener los colegios y casas de profesos, sobre todo la casa de Roma... y que no olviden los ornamentos de los templos, la cera, el vino, &c., necesarios para decir misa.
    13. Si una viuda no da todos sus bienes en vida a la Sociedad, debe buscarse ocasión, sobre todo cuando esté enferma o tenga la vida en peligro, para hacerle presente la pobreza de nuestros colegios, y los muchos que están por fundar, induciéndola con dulzura, pero con fuerza, a hacer estos gastos, sobre los que fundará su gloria eterna.
    14. Lo mismo hay que hacer con los príncipes y otros bienhechores. Se les debe persuadir a que hagan fundaciones perpetuas en este mundo, para que Dios les conceda la [297] gloria eterna en el otro. Si algunos malévolos alegan el ejemplo de Jesucristo, que no tuvo donde reposar la cabeza, y quieren que la Compañía de Jesús sea también muy pobre, hay que demostrar a todos, hasta hacerlo penetrar en su espíritu, que la Iglesia de Dios al presente, ha cambiado, llegando a ser una monarquía, que debe sostenerse por la autoridad y gran poder contra sus enemigos, que son poderosos, puesto que ella fue la piedrecilla partida, y es ya la grandísima montaña, predicha por el Profeta.
    15. Muéstrese con frecuencia a las que se han dedicado a hacer limosnas y a decorar las iglesias, que la soberana perfección consiste en que, despojándose del amor de las cosas terrestres, entren en posesión de Jesucristo y de sus compañeros.
    16. Como hay menos que esperar de las viudas que educan sus hijos para el mundo, procurar que los dediquen a la Iglesia.


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Mensajepor Invitado » Vie 01 Nov, 2013 7:15 pm

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Homilía celebrada en la catedral con motivo del Día de Todos los Santos
El arzobispo de Toledo: 'Halloween es una fiesta pagana de mal gusto'

  • Braulio Rodríguez señala que en esta celebración no hay 'buenos sentimientos'
  • Critica que sólo 'se asusta y se da miedo' y recuerda que la Iglesia no lo celebra
  • 'Los visitantes llaman a la puerta, no se les hace entrar, y se van sin saber quiénes son'

El arzobispo de Toledo y Primado de España, Braulio Rodríguez, ha manifestado su opinión sobre 'Halloween', calificándola como "una fiesta pagana de mal gusto" en la que no hay "buenos sentimientos" y en la que sólo "se asusta y se da miedo".

Durante la homilía celebrada en la catedral de Toledo con motivo del Día de Todos Los Santos, Rodríguez ha señalado que la Iglesia no celebra esta fiesta pagana, en la que "no se invita a la familia" y donde "los visitantes llaman a la puerta, pero no se les hace entrar, y se van sin saber quiénes son".

Imagen "Al contrario de nuestras grandes fiestas (Pascua y Navidad), en Halloween no hay Misa de Halloween en la medianoche. No hay mensaje papal disfrazado de Pokemon; tampoco está lleno de buenos sentimientos. No se celebra el amor y la paz. ¡Se asusta, se da miedo, eso es todo!", ha manifestado el arzobispo.

En esta celebración, según afirma Rodríguez, "no hay regalos que ofrecer", no existe "sacrificio, sermón o misa" y se busca "alejarse de la religión y de la fe". "Da lo mismo ser ateo que creyente para celebrarla. No hay Dios; hay justamente muertos. Una mascarada. Tal vez, como fiesta laica, pidan algunos que sea fiesta", ha asegurado.

'Luz, alegría y esperanza'

Por el contrario, ha defendido que los cristianos celebran la "deslumbrante" fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de todos los fieles difuntos, en las que "desborda la luz, la alegría y la esperanza" y ha asegurado que en este día se conmemora "que innumerables hombres y mujeres han entrado en una vía de salvación y sentido de la vida".

Braulio Rodríguez ha señalado que "Cristo hablaba de salvación, pero también de condenación", por lo que "no se puede silenciar esto último porque hoy no sea correcto para los asustadizos". "En esta vida temporal nos estamos jugando la vida eterna, que puede ser salvación o condenación. Cosa que nuestra sociedad y cultura silencia, porque es de mal gusto. Cristo es el que salva. Esa es la verdad ilusionante y esperanzadora", ha afirmado.

Asimismo, ha sugerido que en este día, los fieles pidan "la intercesión de todos los Santos", oren y ofrezcan "sufragios por aquellos que nos han precedido en la fe, sobre todo los familiares difuntos más cercanos a nosotros".




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