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I Am Your Father

Mensajepor Invitado » Sab 19 Dic, 2015 11:45 pm

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(No vamos a ser capaces de pedírselo).


Sonríe, Vader

Bárbara Ayuso


David Prowse es de esas personas que ya solo sonríen con la boca. El David Prowse de ahora, claro. Sus facciones se han escurrido, derrumbando las cejas sobre una mirada clara y bisoja, dejando la afabilidad descolgada en la comisura izquierda. El David Prowse que no tenía ochenta años ni utilizaba muletas ponía cada pliegue de su rostro a sonreír, incluso —o especialmente— cuando se cubría con el casco negro de Darth Vader y escuchaba «acción». Sonreía como un gesto reflejo, el mismo que ataca a cualquiera que se ponga una máscara y se fotografíe con ella: nadie va a verlo, pero inexplicablemente, sonríes.

Al principio, David Prowse también pensaba que nadie lo vería. Su misión era encarnar al villano en una película de ciencia ficción, un malvado sin rostro de porte imponente. Nadie le previno de que haría historia, porque nadie lo sabía. Le esculpieron el traje sobre su talle de campeón de halterofilia y colocaron en sus manos un guion sucinto. Aunque en ese 1977 ya había trabajado a las órdenes de Stanley Kubrick y había entrenado a Superman, actuar era solo un sueño colateral que acabaría cambiando la vida de este hombre de Bristol. Su vocación y ambición, en realidad, era convertirse en Míster Universo. Lo supo desde que sufrió un accidente de rugby con quince años, y acabó en la consulta de un rehabilitador físico. Cuando se dirigía hacia allí tropezó con una revista de culturismo y contemplando la portada se dijo: «Eso es lo que quiero ser». Los años de competición y sudor y un trabajo como entrenador en el gimnasio de Harrod’s fueron la antesala a la dorada puerta de George Lucas.

Entonces sucedió Star Wars y lo demás es historia contada. Que Prowse escogió entre Chewbacca y Vader, y se convirtió en el villano más célebre de ambas galaxias. Sucedió el éxito pero también una decepción imperecedera. Sucedió que David se creyó Darth Vader, pero resultó que solo le permitieron ser su articulador, su maniquí. Sucedió que ni su voz, ni su torpe dominio de la espada complacían y se buscó a otros para cincelar el mito. Y nadie se lo dijo, aunque sí lo sabían. Sucedieron los titulares como dardos, los encontronazos con Lucas y el destierro en forma de escena en El retorno del Jedi. Sucedió David Prowse marginado del estreno del cierre de la saga y sucedió Prowse, días después en la oscuridad de un cine de barrio, descubriéndose invisible para siempre porque en su lugar estaba muriendo Sebastian Shaw.

Lo que no es historia contada en el Lado Oscuro se ha husmeado alguna vez desde ese 1983, tratando de iluminar el porqué de la felonía vivida por el actor, popularmente erigido como el verdadero Vader. Él mismo apunta alguna en su autobiografía Straight from the force mouth y otras se adivinan dentro del relato coral y controvertido del documental The people vs George Lucas. Pero es en 2015, el año del regreso, cuando irrumpe en las pantallas I am your father, la exploración de la historia no contada de Prowse que han dirigido los españoles Toni Bestard y Marcos Cabotá. Un documental que nos devuelve a Prowse, con una sonrisa distinta a la de entonces.


«Acto de justicia»

La sala prorrumpe en aplausos cuando se encienden las luces tras la proyección. I am your father no solo consigue despejar incógnitas, desvelar tramas de la intrahistoria de Star Wars o repasar cómo fue el destierro de Prowse y sus hipotéticas razones, sino que además cumple con la premisa que anunciaba Cabotá: «Esta película es un acto de justicia». Porque esconde un regalo en forma de escena en la que el verdadero tirano galáctico puede, por fin, morir en brazos de su hijo. Aunque es probable que nunca la veamos y el metraje se perpetúe como un ejercicio colectivo de mirar más allá de las máscaras, el colodión y el disfraz. Sin esquivar la mitomanía, los directores recopilan hechos y testimonios de productores y responsables vinculados a la trilogía original, recomponiendo lo que no es otra cosa que el relato de un desencuentro: el de Prowse con George Lucas – Lucasfilm. No es el único de la saga, pero quizá sí el más sangrante.

¿Qué ocurrió entre ellos? ¿Cuál fue la afrenta de Prowse a Lucas para que quedara sistemáticamente excluido de todo lo que tuviera que ver con la franquicia? ¿No parece todo un poco rabieta del hombre cuyos proverbiales ego y papada avanzan varios pasos por delante de él? Sí y no. En I am your father —en el que, por si lo dudaban Lucas declinó participar— , se abordan los motivos que tradicionalmente se han manejado para argüir que el director estaba castigando a Prowse por ser, sin rodeos, un bocazas. La teoría oficiosa sostenía que el actor filtró a la prensa que Darth Vader moriría al término de la trilogía, quizá como venganza al ostracismo al que había sido condenado quedándose sin cara y sin voz en las dos cintas anteriores. El documental es certero a la hora de retrotraernos al estado de psicosis y secretismo con el que se vivieron aquellos impás entre películas —subsanados hoy con inflexibles contratos que nos impedían también a nosotros desvelarles nada de El despertar de la Fuerza, por ejemplo— y eso brinda parte de la explicación. En el caso, claro está, de que la cosa fuera así y Prowse hubiera hablado de más y el pecado de Lucas se redujera a excederse con una mortificación al actor que continúa hasta el instante en el que se escriben estas palabras.

El problema es que eso es algo que nunca sabremos. Está condenado a permanecer siempre a oscuras, fundiendo todas las linternas de todos los exploradores que, como Cabotá y Bestard, traten de llegar hasta el fondo de la cueva. No (solo) porque uno de los contendientes se niegue a hablar de aquellos recuerdos, sobre todo porque el otro ya no los conserva. Él está vivo, pero la mayoría de sus recuerdos están muertos.

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«¿Queréis que me ponga el casco?»

David Prowse echa mano de ese gesto netamente británico de confortar a su interlocutor pidiéndole disculpas por anticipado: «No me preguntes mucho por el pasado, ya he dicho que no recuerdo casi nada. Lo siento», avisa cuando nos sentamos junto a él. El actor está visiblemente fatigado tras someterse a la ronda de preguntas que, tras la proyección, la sala albergaba sobre su desavenencia con George Lucas. El aspecto hoy vulnerable de Prowse, con su artritis, sus muletas y su mirada apagada despiertan la necesidad de arroparle bajo el manto del héroe castigado por un villano millonario; y es difícil sortear la tentación. Él lo sabe —casi dos décadas detallando la misma historia— y trata de zafarse: «Yo soy y he sido inexplicablemente feliz a pesar de que me hayan marginado de todo lo que tiene que ver con Star Wars, he tenido una vida plena llena de alegrías», asegura, con algo así como un asomo de sonrisa.

El actor aprovecha la tregua para explicar detalles de lo que para el público general siempre será su «otra» vida, porque los mitos solo viven una vez aunque sea en tres películas y enmascarado. Nos habla de su experiencia como «Green Cross Code Man» el hombre que la seguridad vial británica empleó durante años para hacer cruzar bien a los niños y que también era David Prowse. «Muchos de los amigos de mis hijos me reconocían más por eso que por Darth Vader, si te digo la verdad. Creo que fue un trabajo muy útil», explica. Y es que, en lo que respecta al capítulo familiar, el villano de Star Wars no es precisamente el personaje predilecto de los Prowse: «Ninguno de mis tres hijos es realmente fan de las películas, de las primeras que son en lo que debía haberse quedado. Hay uno al que le gustan, al más joven, pero nada más», señala. ¿Y a su mujer? «De eso ni hablamos. Está cansada de Darth Vader aunque esté casada con él», dice burlonamente.

Pero él es infatigable, al menos en eso. «Sigo viajando a todas partes del mundo para hablar de Darth Vader, de lo que significó formar parte de algo tan importante para tanta gente. Y me gustan los fans, me gusta hablar con ellos y hacerme fotos, siempre han sido muy cálidos conmigo», asegura. «Vaya donde vaya soy tratado como un rey, a veces es incluso un poco abrumador», confiesa, reduciendo el volumen de su voz. Cualquier convención extraoficial de la saga —las oficiales son territorio prohibido para Prowse— cuenta con la presencia del actor, que acostumbra a llevar su propio arsenal de bolígrafos para autografiar lo que sea menester: «He firmado de todo, hasta las películas de la nueva trilogía que no me gustan nada», bromea, para regresar rápidamente a su terreno natural de lo entrañable: «Ha sido en todos los países que he estado, pero creo que en España son especialmente cariñosos y amables conmigo. He estado en América, Australia, Nueva Zelanda… Pero nunca he visto un fenómeno fan como aquí», dice, como el abuelo que susurra a todos sus nietos que son el favorito. ¿De algún modo todo ese huracán de cariño ha suplido los desprecios sufridos por los responsables de la saga? «Lo ha sobrepasado», responde, contundente. «Me han dado mucho más de lo que podrían haberme dado ellos, o eso creo». Prowse deja patente que, lo que en algún momento fue desazón y dolor por verse excluido, hoy ya es solo un recuerdo tan nebuloso como todos los demás: «Ya no me causa tristeza que no contaran conmigo para nada, que no me dejen ir a las convenciones o que ni siquiera me invitasen a ver las películas. No soñaba con que me dejaran participar, lo entiendo, pero hubo un tiempo en que sí esperé algo de ellos, que me invitaran a comer para ver las películas o me dijeran algo. Una llamada, no lo sé. Pero durante todos estos años jamás he tenido ningún contacto con Lucasfilm ni con nada que tenga que ver con Star Wars», zanja. De hecho, ha roto lazos incluso con lo que algún día fueron esperanzas: «Supongo que hice algo mal, no lo recuerdo. Pero nunca nadie me dio una explicación de por qué se vengaron así», dice, capitulando.





Prowse se niega a abrazar siquiera una de las tesis que sostiene el documental, y que le sitúa a él como el artífice intelectual del giro de «Yo soy tu padre», que habría ideado por casualidad charlando con un periodista que lo publicó antes de que fuera rodado. «Puede que fuera así, pero no lo recuerdo. Era una idea brillante que Vader fuera el padre de Luke, pero no puedo decir si se me ocurrió a mí», dice prudente. «Siempre me ha gustado hablar con vosotros [con la prensa] y puede que dijera algo inconveniente, pero también es cierto que nosotros sabíamos lo justo, y que el guion no se nos daba hasta el día antes. Además, el mío ni siquiera es el que luego se grabó», dice.

Conforme discurre el tiempo a Prowse se le van borrando las certezas. Encadena lacónicos «no lo sé, no lo recuerdo» a muchos de los datos que revolotean en torno a Darth Vader y que en algún momento sostuvo, como un posible impago de los beneficios del Episodio VI del que hablaba en The people vs George Lucas. Con ocho décadas y una demencia diagnosticada, Prowse no fiscaliza a nadie y se aferra a lo que le queda, los legajos de las emociones que le provocó todo aquello. «El rodaje, especialmente de la primera película, fue una de las cosas más maravillosas que me han ocurrido en la vida. Las demás, diremos que fueron una experiencia y ya está», apunta. Dice que le gustaría hablar de eso que ambiciona el oído de cualquier aficionado, las anécdotas jugosas, las batallitas y los detalles; pero ya no sabe dónde están: «Recuerdo a todos con cariño, a Harrison, Mark y Carrie y a todos los demás, aunque es cierto que no puedo decir que acabasen siendo amigos míos. Ellos eran norteamericanos, y cuando rodamos la primera película en Inglaterra ellos se alojaban en un hotel y no teníamos tanto contacto», dice, con la voz ya avanzando a trompicones.

Aunque su cuenta oficial de Twitter asegure lo contrario, David Prowse anuncia que no verá el séptimo episodio de la saga, El despertar de la Fuerza. «La verdad es que no tengo ningún interés, me siento ajeno a eso. Ya me sentí de las tres anteriores y ahora también». De hecho, se desconcierta con solo mencionar a su nuevo director. «¿J. J. qué?», pregunta. «Ah, sí, tampoco se ha puesto en contacto conmigo».

El agotamiento ha ido contrayendo implacablemente sus dos metros de altura, replegando los hombros y haciendo su vulnerabilidad infranqueable. Con gran esfuerzo extiende su dedo índice en dirección al casco que llevamos con nosotros para fotografiarle de nuevo con él, para que vuelva por un instante a ser el hombre detrás del casco, el mito de la maldad redimida. «¿Queréis que me lo ponga?», pregunta con una inflexión de cansancio y súplica.

No fuimos capaces de pedírselo.

Y entonces, Vader sonríe.

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El pueblo vs George Lucas

Mensajepor Invitado » Sab 19 Dic, 2015 11:57 pm


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The Revenant

Mensajepor Invitado » Vie 25 Dic, 2015 2:28 am



"El renacido" (The Revenant) es un western de acción inspirado en la vida del explorador y trampero Hugh Glass, interpretado por Leonardo Di Caprio. La cinta fue filmada casi al 100% con luz natural, sin ningún tipo de iluminación artificial.

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Lo mejor de 2015

Mensajepor Invitado » Mié 30 Dic, 2015 11:49 pm


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El Apartamento. Final

Mensajepor Invitado » Jue 31 Dic, 2015 6:37 pm


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Mensajepor Invitado » Sab 02 Ene, 2016 4:13 am

El mundo sigue

MANUEL JABOIS



UN día, Fernando Fernán Gómez recibió en casa a un grupo de amigos. Uno de ellos le dijo en medio de la tertulia: “Bueno, Fernando, ¿y esto de la Macarena? Menuda vergüenza, qué imagen damos de España con el talento que tenéis tantos”.

Fernán Gómez se puso colorado. “¡La Macarena! Eso es una maravilla. ¿Por qué a lo que triunfa se le descalifica en lugar de analizarlo? Si la baila todo el mundo, y nuestras películas las ven cien personas, ¡por algo será!”.

Acto seguido pidió que se le acercase el cedé, que al parecer andaba por casa. Ninguno de los que estaba con él había visto físicamente el disco; Fernán Gómez, sin embargo, lo tenía a mano. No sólo eso: parecía haberlo estudiado. Sacó el libreto y se puso a declamar muy despacio:

Macarena tiene un novio que se llama / ¡que se llama de apellido Vitorino! / y en la jura de bandera del muchacho / se la dio con dos amigos / ¡aaaaaaaaah!

Se produjo un silencio que rompió el propio Fernando Fernán Gómez.

—Joder. “Macarena tiene un novio que se llama / que se llama de apellido Vitorino”. Menuda repetición. Y el efecto que causa. Pero cómo no va a gustar: es imposible que no guste.

La leyó entera, elevando la voz cuando daba con algo que suponía que a la gente le volvía loca.

Macarena, Macarena, Macarena / ¡que te gustan los veranos de Marbella! / Macarena, Macarena, Macarena / que te gustan las movidas guerrilleras.

“Que te gustan los veranos de Marbella”, se quedó murmurando. “Que te gustan las movidas guerrilleras”. El amigo que le había preguntado ya no sabía dónde meterse.

A Fernán Gómez le interesaba mucho saber de qué estaba hecho el éxito. No es raro. Murió sin haber visto una obra maestra dirigida por él, El mundo sigue, en salas comerciales. Dos hermanas guapísimas: Lina Canalejas y Gemma Cuervo. Belinchón recuerda cómo en una prueba Pilar Bardem nombró a Zunzunegui, el autor del libro, y Fernán Gómez dijo: “Nunca estrenaremos. Ese nombre es gafe”. Efectivamente: nunca se estrenó. La aplastó la censura. Ha pasado medio siglo para estar de vuelta. El mundo sigue enseña la penitencia del honor y destripa una sociedad implacable movida por el machismo, el escrúpulo religioso y la moral ancha; una España dividida entre trepadores y los que se dejaban trepar.

En cierto modo resultó un alivio que la condenase el franquismo: era el final apropiado de la película.

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Mensajepor Invitado » Dom 03 Ene, 2016 10:46 am

Mover un dedo

Buñuel, Gil y Del Amo no fueron ningunos héroes. Se dejaron llevar por su instinto más elemental y enterraron la terrorífica normalidad de las guerras. Pudieron no mover un dedo. Pero lo movieron

Luis Alegre 17 DIC 2015 - 00:00 CET


Una guerra brinda coartadas insuperables para caer en todo tipo de fechorías sin la pega de sentir mala conciencia. Se puede matar, delatar o no mover un dedo para salvar la vida a alguien y, esa misma noche, dormir tan pancho. Nuestra Guerra Civil fue una orgía de muertes, delaciones y gestos abominables. Muchos la aprovecharon para, sin que les temblara la voz, enviar al otro barrio a quienes odiaban.

Pero la guerra también pone a prueba la grandeza de la gente. Algunas historias merecen un rescate. En Madrid, en julio del 36, dos futuros cineastas, Antonio Del Amo, comunista, y Rafael Gil, franquista, eran compañeros de cineclub. Para proteger a Gil, Del Amo le camufló como ayudante de los documentales que realizó en zona roja. Tras la guerra, Del Amo acabó en la cárcel pero, entonces, Gil dio la cara por él y fue liberado.

Otros símbolos de las dos Españas, Buñuel y Sáenz de Heredia, habían hecho buenas migas durante la República. Al estallar la guerra, Sáenz de Heredia, primo hermano de Primo de Rivera, fue encerrado en una checa pero Buñuel logró hacer por él lo que Rosales no pudo por Lorca. Sáenz de Heredia no supo hasta tiempo después quién había impedido su fusilamiento. Le conocí en Zaragoza y, al hablar de Buñuel, se le arrasaban los ojos. Nunca permitía que se hablara mal de él. Se había tenido que emplear a fondo: entre sus cómplices ideológicos, Buñuel evocaba al mismo demonio.

Buñuel, Gil y Del Amo no fueron ningunos héroes. Se dejaron llevar por su instinto más elemental y enterraron la terrorífica normalidad de las guerras. Pudieron no mover un dedo. Pero lo movieron.

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Mensajepor Invitado » Vie 08 Ene, 2016 8:42 pm

El replicante de 'Blade Runner', Roy Batty, nació hoy, 8 de enero de 2016

BENJAMIN G. ROSADO
@enjaminGRosado

Actualizado 08/01/201614:50

Tal día como hoy, 8 de enero de 2016, la Tyrell Corporation creaba a Roy Batty, el replicante rebelde de Blade Runner, a quien recordamos por salvar in extremis la vida del agente Rick Deckard (Harrison Ford) que hasta ese momento quería darle muerte. Entonces Batty pronuncia el famoso soliloquio, innegablemente shakesperiano, que en apenas cuatro frases condensa toda la enjundia filosófica de la película de Ridley Scott y de la novela original de Philip K. Dick: ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas?

http://www.elmundo.es/f5/2016/01/08/568 ... b4643.html

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Pixar's Tribute to Cinema

Mensajepor Invitado » Mar 12 Ene, 2016 1:31 am


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Mensajepor Invitado » Dom 17 Ene, 2016 2:46 am

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Los odiosos ocho

Diego Cuevas


Odiosa mamada

Sí, es fácil empezar por lo que más llama la atención: hay una escena en Los odiosos ocho (desde aquí un afectuoso saludo al que tiró de Google Translate para localizar el título original The Hateful Eight) donde la atención recae en una felación que polariza las simpatías del público por uno de los protagonistas. Es el momento exacto en el que la audiencia se ve obligada a decidir moralmente si el personaje que narra el acto en cuestión se merece un par de tiros a quemarropa o un aplauso por lo jocoso y asquerosamente vil del suceso. Y es fácil ver que el propio Quentin Tarantino se siente comodísimo con la idea de concebir esa escena en el universo del wéstern cinematográfico, de marcarse ese acto extremo de venganza en forma de chiste gamberro que en principio parece tan fuera de lugar. Porque lo que sorprende es que la propia escena, aun siendo tan de la cosecha del director, no acaba desafinando como una ocurrencia punk pese a parecer blasfema hacia el propio género del film, sino que encaja como algo que quizás podría ocurrir en ese universo cinematográfico de vaqueros, pero que hasta ahora no había ocurrido. Al fin y al cabo toda la representación popular de esa ficción romántica que es el wéstern cinematográfico siempre ha versado sobre animales salvajes que visten sombreros y empuñan pistolas, sobre seres odiosos intentando sobrevivir a un mundo hostil y haciéndose la puñeta. Que Tarantino aún se estará riendo con la salida que se ha marcado con esa mamada, pues también. En el fondo va muy a juego con su sentido del humor.


Odioso internet

Los odiosos ocho casi no llega a ocurrir en su versión cinematográfica. La culpa la tiene la persona que decidió filtrar el guion en internet en una etapa muy temprana del proyecto, logrando caldear hasta la ebullición las pelotas del papá de Pulp Fiction. Durante la preproducción el texto solamente había sido entregado a los actores de confianza del realizador, con lo que las sospechas recayeron sobre personas cercanas, y todo el asunto acabó propiciando que el realizador tanteara la posibilidad de enterrar el libreto o publicarlo únicamente como novela. En 2014 el director dirigiría en el Ace Hotel Los Angeles una lectura, con gran parte del reparto interpretando sus futuros roles, del guion filtrado. En aquel momento todo el mundo creía que aquella sería la única manera de presenciar la obra en algo que no fuese un pdf chusco, y las entradas para asistir al evento se vendieron alegremente a unos hermosísimos doscientos dólares por butaca. Cuando el director cambió de ruta y se animó de nuevo a llevar el libreto a las pantallas de cine las páginas ya habían sufrido algunas reescrituras y contaban con un final diferente al que presentaba la versión filtrada y la recitada en Los Ángeles.

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Odiosos 70 mm

Los 70 mm tan canturreados y loados por el realizador en realidad son un formato extinto que solo puede ser disfrutado en salas dotadas de proyectores que hoy en día escasean. Clásicos como Lo que el viento se llevó o 2001: una odisea del espacio se rodaron tirando de celuloide acomodado en esas medidas. Y lo de Tarantino con el formato en la actualidad ni siquiera es un caso aislado: Christopher Nolan sufrió lo suyo para filmar de ese modo Interstellar, un esfuerzo cuyo verdadero resultado solo podría ser contemplado realmente en las escasas once salas de Estados Unidos donde la película se exhibía respetando el formato inicial: salas IMAX dotadas de proyectores de 70 mm con sesiones que suponían un suplicio para los encargados de la proyección por tener que volver a pelearse con esas bobinas que la industria ya había abandonado en un contenedor: este vídeo ofrece una pequeña idea de lo engorroso que resultaba Interstellar en su versión de celuloide en un mundo que hoy en día vive y piensa en modo digital. Paul Thomas Anderson también se apuntaría a la locura en 2012, su The master se estrenaría en dieciséis salas específicas de las Américas con capacidad para lidiar con los 70 mm.

En el caso de Tarantino la opción ha sido filmar en Ultra Panavision 70, al igual que se hizo en su momento con Ben-Hur y El mundo está loco, loco, loco, un formato específico cuyo último antecedente fílmico se remonta unos cincuenta años atrás: la anterior película que llevaba la palabra Ultra Panavision entre sus créditos había sido Kartum en 1966. La locura de desempolvar trastos abandonados para que Los odiosos ocho tuviera lugar conllevó un esfuerzo extra por parte de la productora, ya que con el fin de favorecer la exhibición tal y como tenía planeado el director The Weinstein Company se ha tirado más de un año comprando proyectores y lentes, instalándolos y programando cursillos para dummies de introducción a la vetusta maquinaria a los proyeccionistas. En España parece que los únicos que se atreven a proyectar la cinta de ese modo son los responsables de Phenomena.

A diferencia de Interstellar o The master, el caso de Los odiosos ocho resulta más llamativo por la diferencia en cuanto a favores del estudio y ventaja numérica. Frente a las casi anecdóticas copias de las películas de Nolan y Anderson que llegaban a los cines empaquetadas en esos insignes 70 milímetros, el wéstern de Tarantino contó con noventa y seis salas adaptadas para recibir con los brazos abiertos los rollos de película. Pero lo realmente gracioso de todo esto es la naturaleza de la propia película en contraste con el recurso: esa Ultra Panavision 70 funcionaba estupendamente para retratar y captar la épica de escenarios inmensos y espectaculares. Y en el caso de Los odioso ocho estamos hablando de una película que, quitando las secuencias iniciales y un par de planos fugaces, transcurre casi en su totalidad en el interior de un mismo escenario cerrado. Contemplando dicha puesta en escena las razones de Tarantino para haber optado por la tan adorada Ultra Panavision quedan bastante claras: lo hace porque es un mitómano y porque le sale de los cojones. Tampoco está mal, al fin y al cabo es su película y se lo monta con ella como quiere.

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La versión de 70 mm es además ligeramente más extensa que la normal, incluye una obertura musical, un par de escenas de escasa importancia y una pausa a mitad del film. La obertura funciona como alfombra de bienvenida a una de las colaboraciones destacadas, la del legendario Ennio Morricone, trabajando para Tarantino pese a que había jurado por cosas sagradas que aquello no volvería a ocurrir, con una banda sonora que le acaba de otorgar un Globo de oro y una nominación al Óscar. Por otro lado la pausa intermedia de doce minutos es la única razón para que en la película aparezca un narrador (el propio director) de la nada: sirve tanto para recordar por dónde iba la historia antes de que el descanso tuviese lugar como de herramienta para proponer un nuevo capítulo y justificar su título. Lo realmente extraño será tropezarse con esa voz en off repentina, con ese narrador inesperado, en la versión carente de intermedio.


Odiosos ocho

Los odiosos ocho se sitúa en algún lugar de Wyoming un número indeterminado de años después de la guerra civil estadounidense. Y también está ubicada en el mismo universo alternativo que Django desencadenado, Malditos bastardos o Pulp Fiction porque tanto la presente como todas las anteriores tienen elementos comunes a modo de guiños y pistas típicos del director: el nombre de la marca de tabaco ficticia Red Apple sale de boca de más de uno de los odiosos, certificando que sí, que tanto Vincent Vega como todos los pistoleros de esta película pertenecen a una línea temporal donde Hitler en lugar de suicidarse fue convertido en puré por un grupo de judíos bastados.

Piruetas históricas aparte, el punto de partida del guion de Los ocho odiosos es una ocurrencia fantástica: observar la estructura de ciertos capítulos de las series de wéstern televisivas, concretamente aquellos que acordonaban a los personajes para revelar si militaban en el bando de los héroes o de los villanos a base de desempolvar su pasado, e imitarla pero retorciendo sus leyes establecidas. Porque la idea de Tarantino es básicamente una perversión de ese recurso de series como Bonanza: «¿Qué ocurriría si una película solamente tuviese a ese tipo de personajes. Sin héroes. Sin Michael Landons. Solamente una banda de indeseables en una habitación, todos contando historias que pueden ser o pueden no ser ciertas. Encierra a estos tipos en una sala con una tormenta en el exterior, dales armas y contempla lo que ocurre».

En The Hateful Eight una diligencia donde viaja un cazarrecompensas llamado John Ruth (Kurt Russell) encadenado a su botín —una prisionera de modales cuestionables llamada Daisy Domergue (extraordinaria Jennifer Jason Leigh)— huye de una tormenta de nieve cuando se encuentra en el camino con otro cazarrecompensas, el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), que solicita un hueco en el vehículo para su persona y los tres cadáveres que lleva como equipaje. A partir de este momento una serie bastante llamativa y heterogénea de personajes (interpretados por Walton Goggins, Demián Bichir, Tim Roth, Bruce Dern y Michael Madsen que completan la formación anunciada en el título) comienza a sumarse a la historia para acabar enclaustrados, por culpa de la ventisca, en un mismo refugio en medio de la nada. Y pronto la película se descubre al mutar del cine del Oeste hacia el misterio de un whodunit en el que, en apariencia, aún nadie ha hecho nada pero todos tienen motivos para hacerlo. Lo hace para el resto de personajes en cuanto Ruth deja claro que está convencido de que alguien bajo aquel techo no es lo que parece, aunque las pistas al espectador se le han disparado mucho antes.

La historia está dividida en seis capítulos e implica el riesgo añadido de salir lechoso y fotofóbico del cine, puesto que Tarantino se marca sus buenas tres horas de metraje sin pedir permiso ni preguntar si alguien tiene prisa, aunque hay que reconocer al realizador que si algo ha sabido ser siempre es entretenido de cojones. Porque es realmente difícil que hoy en día alguien se casque casi ciento ochenta minutos de película apoyándose en exclusiva en el discurso de los personajes como medio para que el público se construya, o sospeche de, una posible interpretación de cada uno de ellos. Y es fácil observar en Los odiosos ocho ciertas señas que ya se esperan de alguien que escribe personajes cuyos codos suelen ofrecer monólogos interminables: ese discurso de Tim Roth sobre la justicia es una genialidad que hace preguntarse cuántos guionistas hoy en día saben mantener por completo la atención con tan solo un personaje exponiendo una idea de manera brillante.

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Aunque de todos modos los odiosos no se pasan todo el metraje jugando a las tacitas y de cháchara con el meñique levantado: la segunda mitad de la función está centrada casi exclusivamente en las reacciones ante los desparrames sangrientos del reparto sospechoso, pero también es cuando la película aprovecha para marcarse giros inesperados y regatear a la audiencia. Y es donde tiene lugar la revelación de que lo más divertido es contemplar lo inesperado, la sensación de que cualquier cosa que vaya a ocurrir gusta de imaginarse a sí misma impredecible, de que podemos intentar jugar a ir un paso por delante a la hora de resolver el misterio pero aun así la película está constantemente tratando de ir dos por delante de nosotros, incluso cuando el propio misterio puede no resultar tan interesante como todo lo que conlleva hasta él. Y es muy divertido, y de agradecer hoy, sentarse ante una historia en la que es difícil olerse lo que va a ocurrir durante el minuto siguiente, en la que no tienes ni idea de qué rumbo van a tomar las cosas. Pero también hay que saber y aceptar de antemano en qué condiciones ocupamos ese asiento ante la pantalla: es una película de Tarantino, un hombre que últimamente se olvida siempre en casa el recurso de las elipsis y juega a regodearse en sí mismo, alguien que se marca tres horas con un reparto estupendo dentro de cuatro paredes más porque puede que porque debe, alguien que en el fondo se ha emperrado en rodar en un formato muerto algo que ni siquiera lo necesitaba por simple devoción personal. Y es una película que no va a ganarse a los detractores del realizador porque no salva los escollos que aquellos le achacan: excesos, ombliguismo y creerse demasiado listo.

Y si somos capaces de aceptar todo eso nos encontramos ante una cinta de lo más disfrutable, quizás menos interesante que Django desencadenado, aunque esté bastante claro que Los odiosos ocho juega en otra liga completamente diferente a la de aquellas aventuras del héroe en busca de Brunilda: lo del wéstern aquí es una excusa y no el auténtico género, y los roces raciales en este film son parte de la historia pero no la razón principal. En el fondo Los odiosos ocho tiene una naturaleza y un espíritu de obra teatral, de conflicto a pequeña escala entre una banda de cabrones que incidentalmente está situado en el Oeste salvaje. Aquí lo que hay que tener claro es que esto en el fondo es un juego guionizado por Tarantino, que vamos a ser testigos de una función donde lo importante no es tanto descubrir cuál de los personajes está mintiendo sino cuál de ellos es el único que no lo hace, donde incluso la película juega a mentirnos ya desde su propio título. Y que a pesar de sus innecesarias tres horas de duración la obra aún consigue apañárselas para ser entretenida de cojones.

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Los ocho odiosos

Mensajepor Invitado » Dom 17 Ene, 2016 3:06 am

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Tarantino, entre la palabra y la acción

Wyoming tras la Guerra Civil. Una tormenta de nieve reúne a ocho personajes en un refugio de montaña. Entre ellos, al cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell)... Tarantino vuelve a sorprendernos con Los ocho odiosos, un western en el que reflexiona sobre la identidad de Estados Unidos. Hoy llega a nuestras pantallas.


En su libro El planeta americano, Vicente Verdú trataba de definir, o al menos entender, la esencia de ese país llamado Estados Unidos hecho de todo y de nada, contradictorio, odioso y fascinante, y que parece ignorar al resto del mundo al tiempo que ejerce de guardián atento, un país donde la nacionalidad, más que una identidad es una religión, una creencia, y donde cualquiera puede convertirse en americano si abraza la fe con suficiente fuerza: “América -escribe Verdú- sería como una combinación de todo el mundo para la mítica composición de un nuevo mundo, y llegar a ser norteamericano no significaría tanto adquirir una nacionalidad como abrazar una mitología superior. En el pasado se pudo ser rumano o vietnamita, pero ahora, una vez allí, se es de América. De hecho, la mejor historia de EE.UU. nunca parece estar atrás, con sus inevitables sombras -genocidio, esclavitud, Gran Depresión- sino siempre delante y despejada. En el pensamiento popular, Estados Unidos no es solo la modernidad sino el continuo porvenir y el principio del superfuturo humano”.


Un atrevimiento desmesurado

De alguna manera, Quentin Tarantino parece embarcado en un proyecto similar al de Verdú, y su nueva película (la octava, según rezan los créditos en una pequeña broma interna, la novena, según reza su filmografía), Los ocho odiosos, bien podría llamarse también El planeta americano, porque en su duración demoniaca, en su dimensión grandilocuente, en su atrevimiento desmesurado y su ambición se esconde también un intento de entender qué es, de donde viene, y cómo está hecha esa nación construida a golpe de hierro, carroza, pistola, y palabras: una indagación en las raíces de esa mitología de la que hablaba Verdú, y que abarca desde la música popular a la identidad racial, desde el trabajo con los acentos, los dialectos, la mezcla, al mito de la eterna conquista, del avance constante, de la exploración libérrima y sin límites, del hombre hecho a sí mismo al papel de la mujer, los negros, los hispanos, y otras minorías, en la construcción de ese imaginario compartido.


Tarantino depura la puesta en escena como herramienta de construcción y diseño del mundo"



Englobada en ese subgénero del propio Tarantino que son sus películas de cámara (Reservoir Dogs, el comienzo de Death Proof, el arranque de Malditos bastardos), películas o pasajes en los que Tarantino encierra a sus personajes en espacios incomunicados, aislados del exterior, para enfrentarlos de forma dialéctica, en un 'increscendo' de la tensión verbal, Los ocho odiosos es una depuración de aquello que Tarantino ha ido trabajando de forma constante durante toda su filmografía, la exploración de la puesta en escena como herramienta de construcción y diseño del mundo, las posibilidades, infinitas, de los elementos más básicos del lenguaje cinematográfico: palabra, cuerpo y espacio, y la cámara como elemento organizador, demiurgo que otorga sentido, controla el tiempo, la información, y hace avanzar la historia letra a letra, verbo a verbo, plano a plano. Porque si un análisis superficial de su cine se fijaría en la finura, el ritmo o el humor de los diálogos, un verdadero análisis debería prestar atención a cómo es la cámara, a través de unas decisiones más que conscientes de puesta en escena, la responsable de todo aquello que ocurre en pantalla; dicho de otro modo, es la cámara, y cómo articula su disposición en el espacio, sus movimientos, y las variaciones de los personajes, quien arrastra y sostiene sus películas, más que ingeniosos guiones filmados.

Es en ese sentido espacial y de puesta en escena donde hay que entender la decisión de filmar y distribuir (en los pocos cines que no han desechado las tecnologías fílmicas) la película en celuloide de 70mm, y en un formato de pantalla ultrapanorámico llamado Ultra Panavision, también conocido como Camera 65, que no se usaba desde 1966. Una decisión que complicó el rodaje, obligando a recuperar lentes en desuso, y que dificulta la distribución en una industria que ha dado la espalda a las tecnologías analógicas, pero que ha de entenderse no en el sentido espectacularizante de la imagen, sino de las posibilidades expresivas, narrativas y de construcción del plano que ofrece: las imágenes ultrapanorámicas de Los ocho odiosos no están al servicio del paisaje o el recreo espectacular, de la imagen vacua, sino de una puesta en escena soberbia, e invisible por momentos; son planos donde todo cabe, y donde todo es posible, la palabra, y la acción, el plano y su contraplano, el fondo y el detalle, lo principal y lo secundario, lo móvil y lo inmóvil, el espacio y los personajes, y cómo se desenvuelven en él.


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Tensión dialéctica

Quienes busquen otra de las señas de identidad de Tarantino, los movimientos aberrantes, las cámaras que todo lo ven, los travellings eternos, encontrarán sobre todo una cámara tensa, la filmación inmóvil de una situación de cambio, una lucha interna entre avanzar y estar parado, entre construir y consolidar, entre violencia y diálogo, palabra y acción. Porque esa revisión del mito norteamericano pasa en esta ocasión, y como en toda la filmografía de Tarantino, por la oposición política e irresuelta entre palabra y acción, entre diálogo y violencia, entre el movimiento y el inmovilismo: el trípode, la imagen fija, la quietud (aparente) de la puesta en escena es el vehículo por el que se transmite la tensión dialéctica de un país en guerra civil.

La propuesta de Los ocho odiosos es tan extrema, tres horas de duración para una película con apenas dos escenarios, que las críticas han sido en algunos casos furibundas; una de las más repetidas, y falaces, es la que sostiene que Tarantino ha pasado de remezclar a otros a remezclarse a sí mismo. Y sí, en cierto sentido, Los ocho odiosos podría parecer un auto-remake de Reservoir Dogs, porque ambas dos películas son estudios beckettianos sobre el fuera de campo, sobre la espera, sobre lo que ocurre fuera y no se ve, sobre lo que ocurre dentro y cómo ocurre, ambas dos son en el fondo también, estudios sobre el arte cinematográfico de la puesta en escena, películas encerradas en espacios suspendidos en el tiempo a la espera de que algo externo acabe con la situación. Podría parecer un auto-remake, decíamos, pero en realidad es la afirmación de que todo, o casi todo, aquello que le interesaba a Tarantino estaba contenido en aquella primera película, y el paso del tiempo no ha hecho sino situarle en la posición para rehacerlo sin trabas: Tarantino, probablemente el único autor en el sentido moderno del término que habita todavía en las cada vez más gélidas aguas de la industria, ha alcanzado el punto de su carrera en que puede rodar aquello que quiera.

Y así ha dispuesto un inmenso despliegue artístico al servicio de algo aparentemente mínimo: ocho personajes, uno o dos escenarios, el plano, el espacio y la tensión. Si Death Proof fue su laboratorio de formas inacabadas, Los ocho odiosos es un estudio soberano sobre la palabra y la acción, el espacio y el tiempo, la cámara y los personajes. Sobre el cine, en definitiva. En pasado y sobre todo en futuro. Otros lo intentaron, pero solo Tarantino llega a casa, al espacio del mito, como dice Roy Orbison en la estremecedora canción de créditos: Escuchen todos / traten de entender / puedes ser un soldado / mujer, niño, u hombre / pero no habrá muchos que regresen a casa / no, no habrá muchos que regresen a casa / oh, no habrá muchos / quizás diez de los veinte / pero no habrá muchos que regresen a casa.

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'Making A Murderer'

Mensajepor Invitado » Dom 17 Ene, 2016 3:13 am

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'Making A Murderer', la docuserie de Netflix que saca los colores a la Justicia de EEUU

Basada en el caso real de un preso encarcelado injustamente, la trascendencia de esta producción documental ha llegado hasta la Casa Blanca

Noviembre, 2005. En España el Congreso aprueba la admisión a trámite del nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña, con el apoyo de todos los grupos excepto el PP. En Alemania, Ángela Merkel se convierte en la primera mujer en ocupar la cancillería. En Nueva York, Moira Demos y Laura Ricciardi, compañeras de clase en la Universidad de Columbia, toman una decisión que cambiará sus vidas. Y que derivará, años más tarde, en quejas al presidente Obama, pondrá en tela de juicio al sistema judicial estadounidense y convertirá al protagonista de esta historia en uno de los hombres del momento.

La culpa la tuvo la portada del 23 de noviembre de 2005 del 'New York Times', que aquel miércoles encabezaba un hombre corpulento (Steve Avery) en dos imágenes muy diferentes. En una de ellas, en la que lucía una frondosa barba pelirroja, se le veía feliz. En la otra aparecía rodeado por tres agentes luciendo el tradicional uniforme de preso, a rayas blancas y negras. El titular de la noticia, que firmaba Monica Davey decía, “Liberado por el ADN, acusado ahora de un nuevo crimen.”

Diez años y 24 días después, el pasado 18 de diciembre, Netflix estrenó la creación de Demos y Ricciardi que nació inspirada por aquella noticia, Making a Murderer. En formato docuserie, esta producción que ha ocupado una década de la vida de sus creadoras, cuenta la historia de Steve Avery.

Nacido en 1962 en el condado de Manitowoc, en la fría Wisconsin, Avery forma parte de una familia conocida en la zona, que regenta un desguace. Poco después de alcanzar la mayoría de edad, comienza a tener problemas con la justicia. Y en 1985 es encarcelado por violar a una mujer. Un crimen que no cometió y por el que pasó dieciocho años en prisión. En un intento de compensar ese tiempo, tras salir de la cárcel, Avery demandó al condado, un atrevimiento que le llevaría a ser acusado de un nuevo crimen. Que quizá, tampoco cometió...



Para complicarlo todo un poco más, también fue detenido su sobrino, Brendan Dassey, un joven con dificultades cognitivas que, en algunos interrogatorios, aseguraba haber visto a su tío matar a Teresa Halbach. Ayudado por los detectives e investigadores de su propia defensa, el joven describió su participación en una sangrienta tarde de sexo, disparos y descuartizamiento...

Justicia frustrante

'Making a Murderer' narra en diez episodios la turbia relación de Avery con la justicia y las fuerzas del orden, desde sus primeros delitos hasta la situación que vive su familia en la actualidad. Una familia rota, agotada física y mentalmente ante la imposibilidad de ayudar a Steven y Brendan en una condena que para ellos es injusta. Por el camino, Demos y Ricciardi analizan los aspectos más oscuros del crimen que llevó a Steven a permanecer detenido 18 años siendo inocente, su publicitada salida de prisión y el mediático asesinato de Teresa Halbach, del que fue acusado mientras se investigaba a fondo su condena previa.


La serie revisa los aspectos más oscuros del crimen que llevó a Steven a permanecer 18 años en la cárcel siendo inocente


Prescindiendo de la figura del narrador, 'Making a Murderer' logra ser un relato tan interesante como sólido. Para ello se sirve de las imágenes sobre el caso que grabaron las televisiones locales, las llamadas telefónicas a Avery y Brendan en la prisión y las horas que Demos y Ricciardi pasaron junto a su familia, especialmente con los padres del primero, y abuelos del segundo, Dolores y Allan. Otra de las virtudes de la producción es que las creadoras han dejado que sea la imaginación del televidente la que se encargue de representar las escenas más turbias, los asesinatos, prescindiendo así de las habitualmente morbosas dramatizaciones.

Aunque es inevitable que el ánimo del espectador decaiga en algún momento, quizá por el énfasis que se hace en ciertos aspectos, la docuserie consigue ganarse a la audiencia gracias a la propia naturaleza del caso. En la pantalla se suceden abogados, agentes de policía, fiscales, periodistas, investigadores privados y familiares tratando de explicar los hechos que envolvieron la encarcelación de Steven. Unos argumentos que, en demasiadas ocasiones, suscitan más preguntas que respuestas y que provocan en el espectador una frustrante sensación de incredulidad.



Carne mediática

Sin cifras sobre la audiencia de la docuserie, Netflix nunca las da, el alcance de la historia de Steve Avery se mide por su repercusión mediática. Y esta es prácticamente inabarcable. No hay medio, por grande o pequeño que sea, que no haya dedicado un espacio a la docuserie. Ya sea para invitar a uno de los abogados de Avery a aclarar las dudas que puedan tener los espectadores tras el visionado, para exponer las teorías que puedan surgir, entrevistar a uno de los integrantes del jurado o para recoger las hipótesis del propio Avery. Pero Making a Murderer no ha interesado únicamente a los medios de comunicación, y a las redes sociales ha llegado el interés de miles de espectadores. Entre los que se encuentran numerosas estrellas del cine y la televisión. Que incluso, como el actor Donnie Whalberg, comparten sus inquietudes en columnas periodísticas.

No voy a rendirme. Cuando sabes que eres inocente, no te detienes. La verdad siempre sale a la luz… Tarde o temprano


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Con menos nombre, y quizá un interés más profundo, son muchos los que se han puesto a la tarea de encontrar algún resquicio legal por el cual Avery pueda aspirar a volver a ser juzgado. Para ello han creado un foro en Reddit en el que comentan, discuten y comparten sus opiniones, sus pensamientos o sus apreciaciones sobre alguno de los detalles del caso. Sin embargo, algunos han alertado, recordando lo sucedido durante los atentados de Boston, del riesgo de esta particular misión justiciera, en la que los espectadores aspiran a convertirse en investigadores y aportar un rayo de esperanza al drama que vive Steven Avery.

La respuesta de Obama

La controversia generada por la emisión del documental, en el que hay claros indicios de que la transparencia judicial brilló por su ausencia, ha desencadenado una masiva respuesta social: de los hackers de Anonymous al presidente Obama. A la petición creada en Change.Org se sumó una solicitud popular en la web de la Casa Blanca, a la que Obama tuvo que responder tras superar las cien mil firmas. Y no lo hizo en los términos que a muchos les habría gustado. Obama explicó que el presidente no tiene potestad para otorgar el perdón al acusado, ya que se trata de un delito criminal y no una ofensa federal. “En este caso se necesitaría de un indulto que tendría que ser elaborado por las autoridades competentes a nivel estatal.” Unas autoridades que se personalizan en el gobernador de Wisconsin, quien ya ha aclarado que no otorgará ningún perdón a Avery mientras se encuentre en el cargo.

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Netflix - Making A Murderer - Episodio 1



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DE CINE

Mensajepor Invitado » Mar 26 Ene, 2016 12:12 pm

El regreso

Un cuarto de siglo después, David Lynch vuelve a dirigir ‘Twin Peaks’ y promete que todo será igual, incluidos Angelo Badalamenti, el agente Cooper y Laura Palmer

Leila Guerriero 13 ENE 2016 - 00:00 CET



Sobre una pared, en una esquina que no está lejos de donde vivo, hay una pintada que dice “Je suis Laura Palmer”. Cada vez que la veo recuerdo quién era yo en los noventa, cuando empezaba a ser periodista. Trabajaba en una Redacción en la que había un solo teléfono y dos máquinas de escribir, vivía en un departamento pequeño con un balcón enorme, en mi heladera guardaba apenas un limón y una lata de sardinas, y llevaba siempre en mi bolso lo necesario para pasar una noche fuera de casa. En aquellos días —en los que todo era incierto y brioso y malditamente triste y hermosamente precario y salvajemente confuso—, con el ansia sagrada de quien va a comulgar, volvía corriendo del trabajo, encendía mi televisor y esperaba los acordes de Angelo Badalamenti con los que empezaba Twin Peaks, la serie de David Lynch en la que el detective Cooper investigaba la muerte de Laura Palmer y que, más que una serie, era un órgano humano expuesto y latente, repugnante y hermoso, que yo consumía como una yonqui, dejándome irradiar por la belleza catastrófica y el pánico perpetuo de la canción de hielo y miedo que David Lynch tenía preparada para mí. En aquellos años en los que todo estaba por hacerse, y en los que nada parecía posible (¿vivir de la escritura: cómo?), el distorsionado milagro de su genialidad me hacía sentir valiente. Un cuarto de siglo después, David Lynch vuelve a dirigir Twin Peaksy promete que todo será igual, incluidos Angelo Badalamenti, el agente Cooper y Laura Palmer, y yo quiero, con toda mi fuerza, que no sea igual: quiero que sea mejor. Porque ahora necesito más. Necesito que David Lynch me lleve de regreso a aquel sitio aterrador en el que todo estaba por hacerse, en el que nada parecía posible, y me haga sentir, una vez más, valiente. Ya ven: le pido todo. Con nuestros héroes somos crueles.

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DE CINE

Mensajepor Invitado » Mar 26 Ene, 2016 6:38 pm



Escena rodada con un teleobjetivo de 2000mm en la película "El topo" (Tinker Tailor Soldier Spy - 2011)




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