Mensaje por Delicia » Dom 03 Dic, 2006 2:24 pm
EL JARDÍN DE LAS DELICIAS - EL BOSCO
Entre los pintores flamencos del siglo XV sobresale la figura singular y solitaria de Jeroen Anthoniszoon van Aeken, más conocido como Hieronymus Bosch (1450-1516), que vivió alejado de los grandes centros artísticos de la época, y a quien se le atribuyen con certeza una treintena de pinturas, en las que adoptó los nuevos métodos de la pintura, que permitían representar la realidad de manera más verosímil, para reflejar las cosas que nadie no había visto nunca: dio forma concreta y tangible a los miedos que obsesionaron al hombre medieval.
Pasemos a describir las distintas partes del tríptico. Cuando éste se mantiene cerrado, en el exterior está representado, en grisalla, el mundo después del diluvio. Se ve una imagen de la tierra como un disco plano rodeado de agua, y Dios en la parte alta del ángulo izquierdo; hay escrita una cita del salmo 33 ("Ipse dixit et facta sunt; ipse mandavit et creata sunt") que ha hecho pensar que se refería a la Creación del mundo, pero no lo puede ser porque en el paisaje se ven castillos y otros edificios. Hay un haz de rayas a la izquierda de la esfera que podrían ser el arco iris, que es el señal de la alianza que hizo Dios con Noé después del diluvio (Génesis, 9, 13-15).
El panel izquierdo del interior del tríptico nos muestra la Creación, con Dios que acaba de dotar a Adán de una compañera. En un primer término, animales de distintos géneros pululan alrededor de una balsa: reptiles, aves, peces y mamíferos de extravagante apariencia se mueven por tierra, agua y aire. En medio del paraíso, en el centro de un lago, una extraña fuente de color rosado. La profundidad del paisaje está hecha de colinas, prados y lagos poblados de una fauna primitiva.
El panel central del tríptico, con su orgía compositiva, contrasta con el ambiente bucólico y reposada de la Creación. Es un paisaje, tomado desde una perspectiva elevada, en el que también se suceden lagos y prados hasta un horizonte montañoso. En el primer término, hombres y mujeres -algunos de piel negra- se dedican a sofisticados juegos: algunos están ocultos en el interior de esferas que parecen frutas o bayas, otros se protegen con flores de pétalos transparentes, los hay que pretenden morder grandes fresas, frambuesas y moras. Peces, aves y grandes moluscos se mezclan con los humanos, y en el lago del primer término las parejas se dedican a juegos amorosos. El centro compositivo es un estanque circular, en el que se bañan mujeres blancas y negras, con garzas, cuervos y pavos reales encima de la cabeza, alrededor del cual una estrambótica cabalgata (hombres y mujeres sobre camellos, gatos, jabalíes, unicornios, ciervos, cabras y caballos) tiene un aspecto procesional. En el lago del fondo desembocan los cuatro ríos del paraíso, con extrañas embarcaciones y sirenas, una esfera flotante que aguanta una fuente monumental y grupos de personajes que se introducen en un huevo monumental o se comen un madroño. En el panel derecho, con un procedimiento basado en el juego de luces y tinieblas, se describe el infierno, donde los humanos son sometidos a torturas con máquinas que parecen instrumentos musicales, relojes de sol o formas medio zoológicas medio vegetales, como el demonio que devora a los condenados y los evacua a un agujero, con unos pájaros que salen volando del ano del cuerpo cuya cabeza es devorada. Al fondo, explosiones de fuego recuerdan la naturaleza del infierno.
Una primera interpretación de este tríptico lo ve como una parábola del mal producido por el goce s. En el panel de la izquierda, en el Paraíso, la creación de Eva introduce en el mundo la relación entre los dos sexos, relación que está plasmada, en la parte central, en formas variadas y muy numerosas, entre parejas o grupos de figuras desnudas reunidas en lugares irreales. La consecuencia de estas "delicias" aparece a la derecha, donde los pecadores recibe su castigo.
Otra interpretación lo entiende, así mismo, como una descripción positiva de la relación sexual: santificado por la presencia de Dios, el tema de las delicias amorosas se ejemplifica en millares de episodios en los que los cuerpos desnudos se dejan transportar por un ligero movimiento, y todo empapado de una sublime inocencia, según la tradición de los adamitas que querían simbolizar con la desnudez del cuerpo el estado de pureza y de gracia propio del paraíso. El infierno, según esta hipótesis, está reservado a todos los que se oponen a la satisfacción de los sentidos.
También existe otra visión que, dejando de lado el elemento sexual, ha subrayado un tema que parece impregnar esta obra: la inestabilidad y la fugacidad. Se basa en la observación de un conjunto de estructuras que presentan un equilibrio sumamente precario: la torre del lago central, construida sobre un globo agrietado que flota sobre el agua y que está rematado por columnas que descansan sobre una base redonda; figuras que balancean cosas sobre la cabeza; acrobacias sobre caballos; los tubos de vidrio; el hombre-árbol del infierno apoyado sobre dos barcas desencajadas que no ofrecen ninguna seguridad... Sigüenza, que lo describió el 1605, vio en la tabla central una representación simbólica de la vanidad de los placeres mundanos figurados por las fresas, fruto cuya fragancia "apenas se puede oler antes que pase".
Recientemente, Michel Foucault adopta como punto de partida para su análisis el papel que han desempeñado los animales en a visión de la naturaleza y de la divinidad. En la Edad Media, los animales a os que Adán había dado nombre, llevaban simbólicamente los valores de la humanidad; pero, desde el Renacimiento esta relación con la animalidad se transforma: ahora es el animal el que espía al hombre, el que le revela la propia verdad, en el sentido de que los animales imposibles, nacidos por el impulso de una imaginación desbordante, se convierten en la naturaleza secreta de los humanos. Ésta sería, según él, la base de la pintura de El Bosco: un nuevo sentido de la animalidad, del hombre como animal, y de la revelación de la verdad a través de lo monstruoso. Exaltando la monstruosidad se puede estudiar mejor el alma humana.
Finalmente, Gombrich, a partir del significado del exterior del tríptico, deduce que el tema de la obra es el Diluvio y que el panel central representaría el mundo antes del diluvio, ilustrando las escenas concretas que incitaron a Dios a destruir el mundo (Génesis, 6, 11-13). Decían los comentaristas bíblicos que Dios no destruyó la tierra sino su fertilidad; si antes del diluvio el vigor y la fecundidad del suelo eran mayores, parece lógico que el pintor haya llenado el cuadro de personas que comen frutas gigantes (fresas, uva...). Si el pecado por el que Dios envió el diluvio era la impudicia, El Bosco se recrea en la idea de que la lujuria había llevado al hombre a la locura en el período anterior al Diluvio: la alegría de los personajes (los negros serían los descendientes de la tribu de Caín), la falta del sentido de pecado, es lo que constituye el verdadero pecado del hombre antes del diluvio. La despreocupación por el juicio, la entrega total al comer, al amor y a la diversión, es lo que evoca y visualiza El Bosco. Sin embargo, no nos da una visión pesimista: el arco iris en la nube de tempestad, en el exterior del tríptico, contiene la promesa que no habrá un segundo diluvio que destruya la humanidad, y la salvación de Noé es una advertencia de que los buenos no morirán. Por ello, en vez de El jardín de las Delicias sería más adecuado llamarlo La lección del diluvio.
EL JARDÍN DE LAS DELICIAS - EL BOSCO
[img]http://www.apocatastasis.com/bosco/images/jardin-delicias.jpg[/img]
[img]http://www.geocities.com/jardindelicias/Delicias.jpg[/img]
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Entre los pintores flamencos del siglo XV sobresale la figura singular y solitaria de Jeroen Anthoniszoon van Aeken, más conocido como Hieronymus Bosch (1450-1516), que vivió alejado de los grandes centros artísticos de la época, y a quien se le atribuyen con certeza una treintena de pinturas, en las que adoptó los nuevos métodos de la pintura, que permitían representar la realidad de manera más verosímil, para reflejar las cosas que nadie no había visto nunca: dio forma concreta y tangible a los miedos que obsesionaron al hombre medieval.
Pasemos a describir las distintas partes del tríptico. Cuando éste se mantiene cerrado, en el exterior está representado, en grisalla, el mundo después del diluvio. Se ve una imagen de la tierra como un disco plano rodeado de agua, y Dios en la parte alta del ángulo izquierdo; hay escrita una cita del salmo 33 ("Ipse dixit et facta sunt; ipse mandavit et creata sunt") que ha hecho pensar que se refería a la Creación del mundo, pero no lo puede ser porque en el paisaje se ven castillos y otros edificios. Hay un haz de rayas a la izquierda de la esfera que podrían ser el arco iris, que es el señal de la alianza que hizo Dios con Noé después del diluvio (Génesis, 9, 13-15).
El panel izquierdo del interior del tríptico nos muestra la Creación, con Dios que acaba de dotar a Adán de una compañera. En un primer término, animales de distintos géneros pululan alrededor de una balsa: reptiles, aves, peces y mamíferos de extravagante apariencia se mueven por tierra, agua y aire. En medio del paraíso, en el centro de un lago, una extraña fuente de color rosado. La profundidad del paisaje está hecha de colinas, prados y lagos poblados de una fauna primitiva.
El panel central del tríptico, con su orgía compositiva, contrasta con el ambiente bucólico y reposada de la Creación. Es un paisaje, tomado desde una perspectiva elevada, en el que también se suceden lagos y prados hasta un horizonte montañoso. En el primer término, hombres y mujeres -algunos de piel negra- se dedican a sofisticados juegos: algunos están ocultos en el interior de esferas que parecen frutas o bayas, otros se protegen con flores de pétalos transparentes, los hay que pretenden morder grandes fresas, frambuesas y moras. Peces, aves y grandes moluscos se mezclan con los humanos, y en el lago del primer término las parejas se dedican a juegos amorosos. El centro compositivo es un estanque circular, en el que se bañan mujeres blancas y negras, con garzas, cuervos y pavos reales encima de la cabeza, alrededor del cual una estrambótica cabalgata (hombres y mujeres sobre camellos, gatos, jabalíes, unicornios, ciervos, cabras y caballos) tiene un aspecto procesional. En el lago del fondo desembocan los cuatro ríos del paraíso, con extrañas embarcaciones y sirenas, una esfera flotante que aguanta una fuente monumental y grupos de personajes que se introducen en un huevo monumental o se comen un madroño. En el panel derecho, con un procedimiento basado en el juego de luces y tinieblas, se describe el infierno, donde los humanos son sometidos a torturas con máquinas que parecen instrumentos musicales, relojes de sol o formas medio zoológicas medio vegetales, como el demonio que devora a los condenados y los evacua a un agujero, con unos pájaros que salen volando del ano del cuerpo cuya cabeza es devorada. Al fondo, explosiones de fuego recuerdan la naturaleza del infierno.
Una primera interpretación de este tríptico lo ve como una parábola del mal producido por el goce s. En el panel de la izquierda, en el Paraíso, la creación de Eva introduce en el mundo la relación entre los dos sexos, relación que está plasmada, en la parte central, en formas variadas y muy numerosas, entre parejas o grupos de figuras desnudas reunidas en lugares irreales. La consecuencia de estas "delicias" aparece a la derecha, donde los pecadores recibe su castigo.
Otra interpretación lo entiende, así mismo, como una descripción positiva de la relación sexual: santificado por la presencia de Dios, el tema de las delicias amorosas se ejemplifica en millares de episodios en los que los cuerpos desnudos se dejan transportar por un ligero movimiento, y todo empapado de una sublime inocencia, según la tradición de los adamitas que querían simbolizar con la desnudez del cuerpo el estado de pureza y de gracia propio del paraíso. El infierno, según esta hipótesis, está reservado a todos los que se oponen a la satisfacción de los sentidos.
También existe otra visión que, dejando de lado el elemento sexual, ha subrayado un tema que parece impregnar esta obra: la inestabilidad y la fugacidad. Se basa en la observación de un conjunto de estructuras que presentan un equilibrio sumamente precario: la torre del lago central, construida sobre un globo agrietado que flota sobre el agua y que está rematado por columnas que descansan sobre una base redonda; figuras que balancean cosas sobre la cabeza; acrobacias sobre caballos; los tubos de vidrio; el hombre-árbol del infierno apoyado sobre dos barcas desencajadas que no ofrecen ninguna seguridad... Sigüenza, que lo describió el 1605, vio en la tabla central una representación simbólica de la vanidad de los placeres mundanos figurados por las fresas, fruto cuya fragancia "apenas se puede oler antes que pase".
Recientemente, Michel Foucault adopta como punto de partida para su análisis el papel que han desempeñado los animales en a visión de la naturaleza y de la divinidad. En la Edad Media, los animales a os que Adán había dado nombre, llevaban simbólicamente los valores de la humanidad; pero, desde el Renacimiento esta relación con la animalidad se transforma: ahora es el animal el que espía al hombre, el que le revela la propia verdad, en el sentido de que los animales imposibles, nacidos por el impulso de una imaginación desbordante, se convierten en la naturaleza secreta de los humanos. Ésta sería, según él, la base de la pintura de El Bosco: un nuevo sentido de la animalidad, del hombre como animal, y de la revelación de la verdad a través de lo monstruoso. Exaltando la monstruosidad se puede estudiar mejor el alma humana.
Finalmente, Gombrich, a partir del significado del exterior del tríptico, deduce que el tema de la obra es el Diluvio y que el panel central representaría el mundo antes del diluvio, ilustrando las escenas concretas que incitaron a Dios a destruir el mundo (Génesis, 6, 11-13). Decían los comentaristas bíblicos que Dios no destruyó la tierra sino su fertilidad; si antes del diluvio el vigor y la fecundidad del suelo eran mayores, parece lógico que el pintor haya llenado el cuadro de personas que comen frutas gigantes (fresas, uva...). Si el pecado por el que Dios envió el diluvio era la impudicia, El Bosco se recrea en la idea de que la lujuria había llevado al hombre a la locura en el período anterior al Diluvio: la alegría de los personajes (los negros serían los descendientes de la tribu de Caín), la falta del sentido de pecado, es lo que constituye el verdadero pecado del hombre antes del diluvio. La despreocupación por el juicio, la entrega total al comer, al amor y a la diversión, es lo que evoca y visualiza El Bosco. Sin embargo, no nos da una visión pesimista: el arco iris en la nube de tempestad, en el exterior del tríptico, contiene la promesa que no habrá un segundo diluvio que destruya la humanidad, y la salvación de Noé es una advertencia de que los buenos no morirán. Por ello, en vez de El jardín de las Delicias sería más adecuado llamarlo La lección del diluvio.